La inclusión del deporte femenino en los Juegos Olímpicos ha sido una tarea difícil. En el caso concreto de la gimnasia rítmica, deporte al que Carolina Rodríguez Ballesteros (León, 1986) ha dedicado toda su vida, no fue hasta 1981 cuando el COI (Comité Olímpico Internacional) aprobó que formase parte del programa de las Olimpiadas a partir de Los Ángeles 1984 y sólo en su modalidad individual. Esta leonesa de sonrisa eterna y mirada felina tiene, entre otros muchos, el mérito de ser la gimnasta de élite más longeva en unos Juegos Olímpicos. En un deporte en el que le veteranía llega al pasar la veintena, Carolina se despidió del mundo de la competición (¿o no?) en Río 2016, con treinta años y un diploma olímpico.
En los medios se ha publicado hasta la fecha exacta en que comenzaste a entrenar: el 28 de enero de 1994. ¿Tan nítido tienes ese día?
Lo recuerdo perfectamente, pero además he podido constatarlo exactamente porque cuando era pequeñita escribía un diario. A medida que los entrenamientos se convirtieron en algo diario también el propio diario lo fue. Además, para nuestra entrenadora [Ruth Fernández] era importante que de cara a nuestro rendimiento en los entrenamientos, supiéramos expresar cómo nos sentíamos y por qué en el ámbito personal. A día de hoy agradezco haberlos escrito porque cuando los he vuelto a leer me he acordado de cosas imposibles de recordar de otra manera.
¿Has perdido ese hábito? ¿Ya no tienes diario?
No, ya no. La verdad es que ahora soy más desorganizada que antes… [ríe]. Ahora es un poco caos, pero algún día supongo que tendré que escribir un libro o algo para acordarme de todo…
¿Supones?
Sí, porque ahora no tengo tiempo [ríe]. Sería bonito. No sé cómo lo enfocaría, me tendrían que ayudar, porque tampoco quiero manchar el nombre de mi deporte en ciertos momentos… sería absurdo. Pero sí me gustaría contar mi experiencia, creo que puede ayudar a muchos jóvenes, sean deportistas gimnastas o no.
Esta experiencia comienza con sólo tres años, cuando te quedabas pegada al televisor viendo el XIV Campeonato Mundial de Gimnasia Rítmica celebrado en Sarajevo (Yugoslavia) en 1989.
Sí, fue en ese año cuando comenzó la fascinación, aunque en ese momento todavía no era consciente de qué campeonato era. Empecé a serlo a partir de 1994, con el Europeo de Tesalónica. Fue el primero que grabé en vídeo y recuerdo que no paraba de verlo. El VHS estaba rodando en casa todos los días. Me quedé fascinada con el deporte, tenía claro desde entonces que eso era lo que quería hacer y ser. También me gustaban y veía mucho otros deportes. Me acuerdo, por ejemplo, de cuando a Luis Enrique le rompieron la nariz en el Mundial de 1994, pero lo que me encantaba era la gimnasia rítmica, estaba obsesionada.
Desde entonces tu familia ha jugado un papel crucial en tu carrera. Tu hermana Loli hace que te encuentres con tu entrenadora —Ruth Fernández—, la condición de sordomudos de tus padres —Pilar Ballesteros y Tomás Rodríguez—, se convierte en una inspiración, y tu hermano Santiago es la fuerza interior que te ha impulsado a ser olímpica.
Desde luego. Todos se han involucrado mucho en que yo consiguiese mis objetivos, mis sueños. Me han acompañado y ayudado en todo, pero sin presiones. Hay familias en las que los padres parecen querer o buscar más el éxito que sus propios hijos. Los hijos están esperando a que llegue su momento, con calma, y son los padres los que dicen «tienes que hacerlo mejor, porque tienes que conseguir esto…». Es una mala política que sólo frustra al deportista. Mis padres, aún con la dificultad que tenían a veces para comunicarse, acudían a todas las reuniones en el club y me animaron siempre. Y mi hermano Santi era un fanático del deporte, se trastocaba con la bicicleta… Probablemente fue uno de los pioneros en León en la práctica del BMX. Incluso sin tener estudios de arquitectura ni nada trató de hacer un proyecto de creación de un nuevo circuito. También estaba obsesionado por el deporte.
Además he tenido la suerte de estar en un ambiente muy bueno. Los valores que nos transmitió nuestra entrenadora no sólo eran de competir y ganar, sino de apoyarnos y ayudarnos entre nosotras. Cuando comencé no éramos tantas chicas en competición como ahora, así que nos convertimos en una pequeña familia. Éramos, como quien dice,diez hermanas entrenando todas juntas.
¿Cuándo adquiriste consciencia de que el lenguaje de signos no es la segunda lengua materna de cualquier niño?
Tendría cuatro o cinco años. Estaba en la sala de espera del médico con mi madre esperando a mi hermano, al que le estaban quitando una de las muchas escayolas que tuvo. Mientras hablaba con mi madre escuché decir a una señora «pobrecita la niña que no oye». Me di la vuelta y con el raspe que tenía le dije que sí que oía, que la que no lo hacía era mi madre… Me di cuenta rápido en situaciones como esta, u otras tan cotidianas como ir a la carnicería y tener que explicar yo lo que quería porque no le entendían.
Lo he vivido desde pequeña, así que nunca lo he visto raro. La primera canción que me enseñó mi hermana en lenguaje de signos fue El patio de mi casa. Me pasaba muchas horas en la asociación de sordos porque fui el juguete de todos los amigos de mis padres. Pero nunca me imaginé que mi entrenadora iba a explotar esa rama. Al final, buenas gimnastas técnicamente hablando hay muchas, pero que lleguen a la gente así, muy pocas.
Te he escuchado compararte, en este sentido, con el actor Lon Chaney. Él supo «sacar partido» a esta misma situación con su herramienta de trabajo, la cara, igual que tú lo haces con la tuya, las manos. Es emocionante ver a tu padre afirmar que con tus manos dibujas y bailas «signos en el aire».
Sí… Mi entrenadora se dio cuenta muy rápido en los entrenamientos. Yo era muy pizpireta de pequeña, muy despierta. No tengo ni idea de cantar o de tocar un instrumento, pero sí que tengo mucho oído para el movimiento. Cuando escuchaba una música y me pedían improvisar… me fusionaba con ella. Todos mis movimientos iban acorde con la música y su ritmo.
A los diez años, en tu primer campeonato de España ¿eras consciente de lo que suponía? ¿Cuándo apareció en ti el sentimiento de responsabilidad?
En líneas generales he sido siempre bastante responsable. Llevaba los estudios por el libro desde bien pequeñita, por ejemplo. Antes de ser campeona de España ganaba competiciones sin imaginar que iba a tener una responsabilidad a corto plazo, pero aun así ya me lo tomaba muy en serio. Con esa edad, yo ya sabía que el campeonato de España era algo muy importante. Fíjate si lo sabía que el mismo domingo que hice la primera comunión, nada más acabar el banquete, le pedí a mi padre que me llevara a la iglesia de Puente Castro para entrenar. Ese mismo año, al ver al conjunto español de gimnasia rítmica ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, tuve claro que yo quería estar ahí. Eres una niña, pero te das cuenta de muchas cosas. Trabajaba, me esforzaba, pero también me preocupaba mucho, porque lo único que tenía claro era que quería estar ahí, que quería llegar a ser olímpica.
Cuando te conviertes en campeona de España sí que sientes esa responsabilidad en toda su magnitud. De hecho, yo he competido mucho mejor fuera de casa que en España, donde me ponía mucho más nerviosa. Han tenido que pasar veinte años para que consiga llegar a una Copa de España, salir tranquila y lograr hacer los ejercicios de manera perfecta.
Cuando en el 2001 te llaman de la Selección Nacional, ¿qué escribe Carolina Rodríguez en ese momento en su diario?
Puff… fueron muchas sensaciones en poco tiempo. Acababa de cumplir quince años cuando una de las seleccionadoras me propuso irme para Madrid con el equipo nacional. Me fui con toda la ilusión del mundo, porque suponía subir un escalón más y empezar a competir a nivel internacional, pero también entonces surgieron los primeros problemas. Yo llevaba una carrera progresiva y de repente, en tres meses, me tuve que preparar para competir en un mundial. Coincidió con una renovación de gimnastas y con un cambio de código de puntuación muy duro. Por un lado fue una experiencia muy bonita. Me tocó abrir ese mundial de 2001 en Madrid con el dorsal número 1. Fue brutal, me temblaba todo. Era muy emocionante sentir cómo la gente se volcaba contigo, compartir tapiz con las rusas al lado… A veces me quedaba parada mirándolas y me preguntaba a mí misma «¿qué hago aquí? ¡Me ha tocado la lotería!». Pero por otro lado el trabajo fue tan duro, que me produjo una lesión. Fui a ese campeonato del mundo prácticamente coja, y me dijeron que tenía que abandonar la práctica deportiva. Pasé dos meses después del mundial casi de relax para que cicatrizase bien y poder recuperarme. Nos «meten mucha caña», yo lo pasé realmente mal, sobre todo desde el punto de vista psicológico. Lloré mucho en silencio, cuando nadie me veía. No te podías quejar porque entonces era peor. Por tu cabeza pasan muchas cosas. Con el tiempo te vas haciendo fuerte, te creas una coraza y vas gestionando las cosas como puedes. Fue una situación un poco fea…
Llega entonces uno de los momentos clave en tu trayectoria. En 2007 dejan de contar contigo en el equipo nacional por considerarte demasiado mayor. Ruth Fernández dijo que fue «como si te echasen del mundo» y habla incluso de secuelas que te han acompañado desde ese momento, como la inseguridad.
Todo el mérito lo tiene ella. Sigo sin saber cómo ha conseguido llevarme, porque soy consciente de lo difícil que es entrenar con una persona así. Logró devolverme la confianza. Hubo momentos muy duros, como la fase de preparación de los Juegos Olímpicos de Londres. Entrenaba en horarios muy raros, había momentos en los que me desconcentraba y me hundía. Volví de Madrid hasta con el carácter cambiado. Siempre había sido una niña risueña y ahora contestaba cualquier cosa según el día… me volví un poco arisca. Pero poco a poco volví a mis orígenes… [ríe]. Si no me hubiera ido a Madrid probablemente hubiese conseguido los objetivos que he alcanzado mucho más rápido y no hubiera tenido esos años de estancamiento.
¿Tu elección por estudiar la carrera de psicología guarda relación con ese período de tu vida? ¿Se necesita entrenar la mente?
Siempre me interesó la psicología, precisamente porque me repetían continuamente que mi peor enemigo era la cabeza. Quería entender por qué. A lo largo de mi vida, he tenido la oportunidad de trabajar con distintos psicólogos y de valorar los diferentes métodos de trabajo que se pueden emplear. El psicólogo que trabajaba con nosotras en Madrid, por ejemplo, sólo te preparaba para competir, para afrontar la competición, la situación, las luces, el ruido. Todo lo demás, no le preocupaba. Daba igual cómo estuvieses personalmente, lo único que quería era rendimiento en el tapiz. En cambio, el psicólogo que tenemos en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de León te pide que te desahogues, que expliques tus problemas, quedamos con él con cierta periodicidad y nos conoce tan bien que cuando ve las competiciones, reconoce por nuestras caras el momento en el que podemos fallar. Estudia este tipo de cosas y nos ayuda. Es un factor muy importante, porque un deportista en el día a día «se raya mucho». Está claro que sin entrenar, por mucho talento que tengas no puedes llegar a ser número uno, pero creo que precisamente el entrenar la mente también resulta fundamental. Mira por ejemplo, Novak Djokovic.
¿Qué opinas de polémicas como la surgida en su momento al respecto de los métodos de entrenamiento de Anna Tarrés?
Para llegar muy alto necesitas un plus de exigencia. No puedes estar cómoda, tienes que salir de tu zona de confort. Para exprimir lo mejor y llegar al tope de cada uno muchas veces tienes que superar momentos difíciles, tienes que pasar una barrera que no pasa todo el mundo. Lo que ocurre es que cada uno llega a su máximo de manera distinta y compaginar eso cuando se trabaja con un equipo es complicado. Es difícil, hay que ponerse a veces del lado del entrenador y a veces del lado del deportista. Hoy en día hay técnicas distintas en las que un deportista puede estar a gusto con su entrenador sin tener que forzar al máximo la parte psicológica, pero habría que estar en esa situación… no lo sé.
Cuando te fuiste… ¿alguna compañera se puso en contacto contigo? ¿Existe el compañerismo en alta competición?
Existe pero se pierde. Es un deporte muy exigente. Una concentración permanente de ocho años como la que yo viví en Madrid es demasiado. Está bien, como mucho, durante tres años. A partir de entonces la cabeza empieza a bloquearse, más aun si tenemos en cuenta las edades tan difíciles en las que se produce. Sobre todo tuve relación con las gimnastas individuales, en concreto con Jennifer Colino, con la que sigo en contacto. Desde luego no es el compañerismo que puedo encontrar en mi club, el club Ritmo. En alta competición es más difícil de ver. Dentro de la competitividad, cuando llegas a un mundial, puedes hablarte con todo el mundo, pero luego estás ahí, llegas, calientas, haces tu papel y te vas, tampoco hay mucha relación…
Las amistades de una campeona olímpica ¿se circunscriben al gueto de los deportistas o al contrario, tratas de evitarlo?
Aunque con el paso de los años tengo amigos de diferentes clases, es verdad que mis mejores amigas, las más confidentes, son del mundo de la gimnasia. De hecho son las que tenía en el club cuando era pequeña, supongo también que porque son las que muchas veces me pueden llegar a entender un poco más.
Todos Mis Hermanos de Manel Estiarte (2009), es uno de tus libros favoritos. Recoge el testimonio de uno de los deportistas españoles más importantes de los Juegos Olímpicos del 92 y de la historia. Dice: «Era un gran jugador, un grandísimo jugador, pero me faltaba la excelencia: el altruismo».
En mi caso, o al menos eso espero, nunca me ha faltado. Nunca he hecho nada a malas por crecer como deportista, todo lo contrario. Me daba igual. Yo no he funcionado por el resultado y el objetivo deportivo, sino por el cariño, por la alegría de compartir y hacer partícipe de los logros a la gente que te quiere. Eso sí, he trabajado muchísimo por ganarme cada uno de ellos.
Para poder ir a los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 tenía que superar a otra compañera, quitarle su puesto de titular, pero de eso trata la alta competición. Lo hice a base de trabajo, de perfeccionamiento, de esfuerzo y sacrificio, pero nunca intentando fastidiar a nadie, nunca «jugando sucio». Ese tipo de actitudes se ven, pero nunca he entrado al trapo porque realmente creo que «las trampas salen palancas».
Entiendes la gimnasia rítmica ¿cómo un deporte o como un arte?
Es una mezcla de las dos cosas. Con el tiempo se ha convertido mucho más en deporte por la exigencia que requiere de trabajo físico (la gimnasia de antes no tiene nada que ver con la de ahora), pero yo la concibo también como un arte. Otras gimnastas igual no, porque les da igual que les pongas una música que otra, van a hacer exactamente lo mismo… En mi caso no es así, y por eso la considero una mezcla perfecta de las dos cosas.
Un ciclo de cuatro años para prepararse y lograr clasificarse y noventa segundos para demostrarlo todo. ¿Es un deporte justo?
No, no es nada justo… Creo que ahora la clasificación va a cambiar, y va regirse por la suma de las copas del mundo que consigas, así que van a tener más oportunidades. En mi caso te jugabas la clasificación en una semana de mundial, con independencia de los resultados en las competiciones que llevaras hasta entonces. Para clasificarme en los Juegos de Río 2016 competí en el Mundial de Stuttgart (2015) durante una semana. Cada día de lunes a jueves lo hice con un aparato diferente y el viernes, una vez que me clasifiqué dentro de las veinticuatro mejores, volví a repetir los cuatro ejercicios. Son cinco días a muerte. Es duro mantener la calidad y el temple a lo largo de toda la semana, y la verdad es que la madurez es un punto a favor. Aun así es inevitable tener un cierto estado de nervios. El que diga lo contrario es que no tiene sangre para competir, es imposible. Si te clasificas, ves la recompensa de esa preparación de cuatro años, aunque para mí el premio es de toda una vida.
El esfuerzo y dedicación de los deportistas no marca la diferencia entre el deporte mayoritario y minoritario. ¿Qué lo hace? ¿Es una cuestión de oferta-demanda, de directrices políticas, de intereses oligárquicos…?
No sé exactamente… Creo que el debate está en si prima más lo deportivo o lo económico. En España está claro que el fútbol es «lo más», que es capaz de paralizar el país, y que mueve mucho dinero, pero en otros países no es tan desigual. En otros países, como por ejemplo Rusia, el que es bueno en deporte tiene la vida resuelta, sea futbolista, gimnasta o patinador. Aquí en España, con las ayudas que tenemos, que salgan deportistas tan buenos en todos los ámbitos es casi un milagro. Tiramos de garra.
De todas formas ¿quién cataloga qué es mayoritario? Para mí la gimnasia no es un deporte minoritario. Si te pones a mirar licencias, hay una barbaridad de niñas practicando gimnasia en España. El problema es que no se sabe vender de cara a la televisión, y sobre todo, no salen patrocinadores tan fácilmente. Todo va para el fútbol. Si dependiera de mí cambiarían mucho las cosas…
A ver, un ejemplo, ¿qué sería lo primero que haría Carolina Rodríguez?
Trataría de evitar que los deportistas que no se dedican al fútbol vivieran tan en la sombra, por ejemplo de cara a las cotizaciones en la Seguridad Social. En este campo, somos prácticamente inexistentes en la sociedad. A día de hoy yo no he cotizado prácticamente nada, porque las becas que vamos recibiendo están exentas de cotización. ¡Qué menos que eso! Por mucho que sean becas, tú has trabajado para tu país, de otra forma, pero has trabajado. Cuando eres joven y estás comenzando no te preocupas de esas cosas, pero llega una edad en la que…
La beca más alta que hay en España es de 60.000 euros y has de ser campeón olímpico para recibirla. Los futbolistas cobran doce millones de euros, no son campeones olímpicos, tienen 90 minutos (y no segundos) para demostrar de lo que son capaces y si fallan un día, da igual. Y hay deportes todavía peores. Un lanzador de peso tiene tres intentos y si lo hace mal, se va a su casa hasta el año que viene. La situación en España podría cambiar y mucho. Tienen que ir modificando las leyes en función de lo que va pasando, porque cuando son varios los deportistas que se montan sus propias sociedades para encima ahorrarse impuestos con lo que ganan… ¡Y yo preocupada por mi declaración de la renta!
Todos vuestros movimientos tienen un por qué, jugáis con el ritmo, la música, lo gesticulación… ¿En qué se fija un experto y en qué un amateur?
El que no tiene ni idea sólo se fija en si se nos cae o no el aparato. Si no se le cae, aunque sea una gimnasta mediocre, considera que lo ha hecho muy bien. El que entiende, sin embargo, tiene en cuenta la calidad del ejercicio.
Dependiendo de la gimnasta es más complicado llegar al diez en dificultad o en ejecución. Para mí, por ejemplo, por mi forma de trabajar, tal vez sea más fácil conseguir mejores notas en la ejecución que en la dificultad. El experto también tiene en cuenta la parte artística del ejercicio, que la composición de la coreografía vaya acorde con la música. En eso, la Federación Nacional me ha puesto de ejemplo.
¿El dopaje es una infracción poco común en vuestra disciplina?
Ha existido pero de forma inútil, porque no necesitas más fuerza. Como mucho algo para aguantar más los entrenamientos, pero no tiene sentido. Ha habido alguna rusa sancionada por tomar diuréticos, que al ser considerados como sustancias enmascarantes de otras, dan positivo en doping. Las rusas lo hicieron en su momento para perder peso, para estar más finas y ágiles, pero no es común.
¿Es sano el deporte de alto rendimiento?
El deporte es sano, pero el de alta competición no tanto, porque en ocasiones implica sobrepasar límites que a veces no son tan buenos. Yo no me puedo quejar porque de todas las lesiones que he tenido he salido bien, pero es verdad que el cuerpo ya no vuelve a ser el de antes. Hay días que te duele todo, o que se te inflama el pie que te han operado hace tiempo. Vas a vivir con eso toda tu vida. Pero el deportista trabaja con su cuerpo, y lo castiga mucho durante un periodo determinado, es inevitable.
Dicen que vestirse de luces es esencialmente un acto ritual, el acto a través del cual el hombre se transforma en torero. ¿Sucede algo parecido cuando os enfundáis el maillot?
Sí [ríe], más o menos es lo mismo. Todo ese proceso de transformación (que comienza con el peinado y el maquillaje) es uno de los momentos en los que más nerviosa me pongo, más que en la propia competición. Además los maillots ahora son realmente joyas, los ves en pista con los focos y son una verdadera maravilla. Te ayudan también a meterte en el papel.
Y fuera del tapiz también. Este año pudimos ver expuesta una pequeña muestra de tus maillots más importantes. Son una verdadera maravilla.
Sí, me hizo mucha ilusión el homenaje y la exposición que preparó el Instituto Juan del Enzina. En el libro de firmas, además, me escribieron cosas preciosas…
La gimnasia artística rumana se quedó fuera de los últimos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 por primera vez en cuarenta y ocho años, justo cuarenta después de la hazaña de Nadia Comaneci. Muchos dicen que el error ha sido dejar de invertir en las nuevas generaciones. ¿Cuál es la situación en España?
En España sí hay inversión, aunque es poca en relación con otras cosas. Si siguen recortando llegará un momento en el que no habrá aliciente alguno para continuar. Aquí los deportistas salen a base de ganas, de ilusión, de raza y de carisma. Pero llega un momento en el que, como no haya ayudas, ese deportista va a pique. Es el caso de Rumanía, donde se han quedado sin relevo generacional. De todas formas hay muchos factores a tener en cuenta. También los clubes tienen que preocuparse de formar esa cantera. En España hay muchos, pero también es muy habitual que las niñas dejen la gimnasia a los quince años y ya no compitan a nivel internacional, o que con esa edad ya tengan muchos esguinces en los pies o las rodillas mal y no puedan llegar a la alta competición.
De manera simbólica, tú pasaste el testigo, a la que se presume como tu heredera en la gimnasia española, la joven Sara Llana, de diecinueve años.
Todo va a depender de su trabajo y de su cabeza. Pero yo voy a intentar ayudarla en todo lo que pueda. No es un camino fácil, pero por su tenacidad y capacidad de trabajo creo que sí que va a poder llegar. Además proviene de una buena escuela [ríe]. Ojalá se clasifique para Tokio y tenga esa bonita experiencia que yo he tenido la oportunidad de tripitir.
La gimnasia rítmica era un deporte de niñas y ahora se ha convertido en un deporte de mujeres ¿estás de acuerdo?
Se ha abierto la veda y cada vez hay gimnastas que duran más tiempo. Hemos ido aprendiendo a disfrutar más del deporte. La media de edad con la que se retiran ahora las gimnastas está en veintitrés años, cuando antes con diecisiete ya estabas fuera.
A día de hoy la Federación Internacional de Gimnasia no reconoce la modalidad masculina aunque nuestro país, por ejemplo, sí que la ha aprobado y celebró en 2009 el primer Campeonato de España. ¿Cómo valoras tú esta realidad?
La gimnasia rítmica masculina como tal nació en Japón, pero no tiene nada que ver con la nuestra. Utilizan aparatos diferentes, su nivel de sincronización es alucinante y sus ejercicios son el resultado de una mezcla entre el arte marcial y la gimnasia que resulta muy espectacular. En España, sin embargo, han adaptado la misma gimnasia que llevamos haciendo las chicas toda la vida. Prácticamente tienen los mismos gestos, las mismas dificultades. Lo respeto, pero creo que aún les queda mucho camino. Yo hubiera apostado por hacer algo más parecido a este modelo japonés, algo que les diferencie y que les permita explotar sus capacidades, como por ejemplo el hecho de que puedan saltar mucho más alto.
Eres la gimnasta individual que más veces ha sido campeona de España del concurso general, y sin embargo, una de tus competiciones favoritas es el Gran Premio de Thiais (Francia). ¿Hay diferencia entre países en cuanto al trato y la consideración de la rítmica?
Sí. Se nota en el público, por ejemplo. En el este de Europa (Rusia, Ucrania) es mucho más frío, se vuelcan menos que en los países más occidentales. Yo me he sentido sobre todo querida en los países vecinos, en Francia y en Portugal. En Rusia he sentido su respeto, pero no sé, se vive de otra manera.
A nivel laboral la consideración sí que es muy diferente. Las gimnastas rusas o búlgaras tienen desde los tres años entrenamientos muy duros, una primera etapa terrible, pero luego tienen la vida resuelta. Y no sólo las gimnastas. El mismo Krivoshlykov (que jugó en el Ademar), por ejemplo, vive en León fantásticamente, porque tiene un sueldo vitalicio por ser campeón olímpico. En Italia lo que hacen es facilitarles su incorporación a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Así es como cuidan a sus deportistas otros países.
¿Cómo es tu relación con Paloma del Río Cañadas (comentarista de TVE de, entre otros deportes, gimnasia rítmica)?
No tenemos mucha relación, pero las veces que he coincidido con ella, que hemos podido hablar o me ha hecho alguna entrevista, he de reconocer que es buena. Es una señora que lleva toda la vida metida en el deporte, y la tienes cierta estima simplemente por eso. Pero la verdad es que tengo más relación con otros periodistas que con ella.
De «la avestruz» a la «campeona de milagro» hasta la Carolina olímpica de Río 2016 ¿qué queda y que ha cambiado?
Se ha mantenido la ilusión de la niña pequeña que todo quería saberlo y todo le emocionaba. Pero también he madurado, y con la madurez han cambiado cosas como el saber estar y la capacidad para desenvolverme en cada sitio de manera apropiada, saber disimular mis fallos en el tapiz, calcular los tiempos…
Tienes el título de entrenadora y de juez nacional y en la actualidad estudias un Máster en gestión deportiva ¿tienes claro tu futuro profesional?
Me gustaría seguir vinculada al deporte. Obviamente lo voy a seguir estando a la gimnasia, pero también estoy abierta a otras muchas cosas. Me gustaría aprender de todo, incluso interpretación, pero no voy a tener tiempo para todo. Ahora también estoy haciendo masterclass por toda España y por parte del extranjero —Costa Rica en el mes de junio—, y de momento no sé si me quiero dedicar a entrenar desde ya. Necesito dos años de desconexión, de seguir mi relación con el deporte pero de otra manera, no estar en un tapiz. Ya veremos a ver qué pasa, no lo sé.
¿Un Tokio 2020 está completamente descartado?
Ahí está, no lo sé. Todo el mundo me vacila con eso. A día de hoy me encuentro más o menos bien. No es lo mismo, no llevo el mismo ritmo que antes y lo veo muy duro. Sé que si me lo propongo y no hay lesiones por el medio, conseguiría llegar hasta allí en buen estado de forma —más o menos—. Ahora mismo te digo que no, porque aún quedan muchos días, habría que ponerse a ello y no me veo. Pero nunca se sabe…
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