Juan Zancuda y Colasa, la pareja de maragatos que reside en el hastial del Ayuntamiento de Astorga, advierten de la llegada del medio día. Como cada martes, el mercadillo se adueña de la plaza Mayor de la ciudad. Lo dejamos atrás y zigzagueamos entre sus calles. Andrés Martínez Oria (Salamanca, 1950) nos acompaña en este recorrido de apenas setecientos metros. Atravesamos las calles Pío Gullón, Martínez Salazar, Villafranca y al fin, Puerta Obispo, para llegar a nuestro destino: la casa Panero de Astorga. Al pisar la calle Leopoldo Panero nos invade la extraña sensación del que se sabe en un lugar especial. Con nuestros pasos, avanzan también las imágenes almacenadas en la memoria de cualquiera que haya tenido la ventura de disfrutar El Desencanto.
A Martínez Oria no le falta razón. El halo de fascinación que la familia Panero ha logrado generar a raíz de la película documental firmada por Jaime Chávarri en 1976, lleva normalmente aparejado un total desconocimiento de la vida y obra del patriarca familiar. «Es una moda juvenil, una fascinación meramente cinematográfica. La película hizo que se desviara todo el interés del padre —que es el foco, el poeta y el verdaderamente interesante—, a sus hijos, Juan Luis, Leopoldo María y José Moisés Santiago (más conocido como Michi). Familiarmente es un crimen. Leopoldo era una persona entrañable con todas las contradicciones de un padre». Iniciador, junto con su hermano Juan, de la llamada Escuela de Astorga y perteneciente a la generación del 36, su memoria ha quedado velada por circunstancias que poco o nada tienen que ver con la literatura.
En cualquier caso, nuestro propósito hoy no es sólo mitigar la curiosidad propia de cualquier cinéfilo, sino hacer un recorrido intramuros de la que fue la casa familiar de una saga que, efectivamente, trasciende lo efímero. Lo haremos, además, apoyados en el testimonio que los propios Panero dejaron[1] sobre la que fue su lar nativo y bajo la atenta mirada y apunte de Martínez Oria, uno de los más fieles enamorados del trabajo literario de Leopoldo Panero.
Su entusiasmo le llevó a invertir tres años de su vida en la escritura de Jardín Perdido. La aventura vital de los Panero (2009), una obra a través de la cual ficciona la historia familiar remontándose a la generación que, precisamente, adquiere el inmueble protagonista. Se trata de un relato que abarca un siglo de historia y que, con el objetivo de salvar su adscripción a la llamada «novela saga» (propia de la literatura de finales del siglo XIX, principios del XX), se sirve de artilugios literarios para constreñir el tiempo narrativo —tales como la combinación de voces narrativas—. De esta forma, su obra mezcla la primera persona autoral, con la segunda y la tercera, la voz del narrador homodiegético e incluso el monólogo interior. Fragmentos de este texto (que aluden a la casa Panero o referencian momentos vividos en ella) acompañarán al nuestro en este vibrante y melancólico recorrido de lo que pudo ser y no fue.
LOS ORÍGENES DE LA CASA PANERO
Nací en Astorga, el novecientos nueve,
y allí quiero dormir en mi remanso
familiar, a dos metros de la nieve.Nací en Octubre, en el minuto justo,
y a sazón de las doce entre paredes
provincianas llorando de disgusto.Nací en Astorga, como pesa el torno:
con una catedral desde mi nacimiento;
y con mi calle en sombra me conformo.
Estos versos suscritos por Leopoldo Panero pertenecen a una de sus obras más celebradas. Canto Personal recibe en 1953 —el mismo año de su publicación—, el Premio Nacional de Literatura. Nueve años después, tras el fallecimiento del poeta en 1962, el callejero de la ciudad maragata se ve modificado en su honor. La vieja Rúa de la Judería pasa a llamarse calle Leopoldo Panero, al ubicarse en la misma, su casa familiar, la casa Panero. La vía en cuestión disfruta de una posición inmejorable al ser una de las encargadas de «abrazar» a la Catedral de Santa María de Astorga. La entrada a la casa de Juan Luis Panero dejando atrás, paso a paso, la silueta catedralicia, es una de las muchas secuencias en las que Chávarri inmortalizó el inmueble.
No se trata, sin embargo, de la casa en la que Leopoldo dio sus primeros pasos. Su infancia y parte de juventud están ligados a otro barrio astorgano, el de Puerta de Rey. Sus padres (Moisés Panero y Máxima Torbado) y sus cinco hermanos (Juan, Rosario, Asunción, Odila y María Luisa) «no se trasladaron a vivir allí hasta la muerte de su tío Leoncio, quien fallece el 8 de septiembre de 1924 y le deja en herencia la casa a su sobrino más querido. Fue en la casa de La Sala donde pasó su primera juventud, el despertar de la niñez», nos cuenta Martínez Oria.
Leoncio Núñez era hermano de Niceta, mujer de Juan Panero y madre de dieciséis hijos. El tercero de ellos, Moisés Panero Núñez fue el padre de Leopoldo. Todos los relatos concurren en afirmar que fue Leoncio el que, a mediados del siglo XIX, se hace con la propiedad de este edificio. Es en el cómo cuando surgen las primeras disonancias. En las memorias escritas por Felicidad Blanc (Espejo de Sombras, 1977), la mujer de Leopoldo advierte que la compra de la casa Panero se produjo gracias a que «Leoncio se fue a América a hacer fortuna y volvió rico». Martínez Oria, sin embargo, nos explica el por qué no está conforme con este origen indiano del palacete: «El padre de Leoncio, Pedro Núñez, era el farmacéutico de la ciudad. Pertenecía a una de las mejores familias de Astorga, ya tenía dinero, así que no me cuadra el que emigrara a América en busca de fortuna porque ya la tenía».
Su aspecto exterior, reconoce, puede recordar en cierta medida a una casa indiana. «Él la restauró y se dejó mucho dinero en el proceso. Tenía posibles y había viajado mucho, eso sí. Se desprenden ideales propios de la época, de la modernidad, con las ideas higienistas… por el color blanco y las palmeras sí que puede asemejarse a una casa de indianos, pero desde luego por dentro no tenía nada que ver». El propio Michi Panero hace referencia a «la solitaria y erguida palmera de todos los jardines indianos, casi un tópico» en uno de los textos que recopila Funerales Vikingos (2017).
Desde luego era y es una construcción prominente, con salida a tres calles: la ya mencionada Leopoldo Panero, Puerta Obispo y Alcalde Pineda. «La casa no sólo era una de las mejores de la ciudad: era única, porque Leoncio Núñez la hizo arreglar con todo el confort que había visto en otros lugares y todo el lujo que el dinero, en una ciudad en que no sobraba, podía conseguir», dejó escrito Felicidad en sus memorias.
El edificio, que en cualquier caso data del siglo XVII, fue construido en adobe y piedra. Oria también defiende el que se pueda tratar de un antiguo convento. «No lo puedo avalar con certeza, pero parte de la familia que aún vive —hijos de las hermanas de Leopoldo—, sí me cuenta que se pensaba que era un antiguo cenobio». De ahí, la presencia de una capilla en el interior (de la que no queda rastro), de lápidas en el jardín (no era extraño que los conventos contaran con su propio lugar de enterramiento) o de, incluso un sarcófago, el mismo del que Juan Luis Panero sale vestido de vaquero, sombrero, botas y pistolón incluidos, disparando a cámara en el film de Chávarri.
EL ACCESO Y LOS JARDINES DE LA CASA PANERO
Tras la compra del edificio por parte del Ayuntamiento de Astorga en 2002 son muchos los cambios ejecutados durante las tareas de restauración de la Casa Panero. Alguno de ellos está relacionado, precisamente, con la vegetación de la que hacía gala la finca y que Felicidad recuerda así en sus memorias: «Qué bonita es la casa: el jardín con sus viejos árboles, y la hiedra, esa hiedra que tanto aparece en la poesía de Leopoldo y que lo invade todo, trepando por las rejas, por los árboles. Cuánta melancolía hay en esta casa, cuánta belleza de la que nadie de los que la habitan, salvo Leopoldo, se da cuenta».
Destacaba especialmente esa gran palmera ya mencionada —en realidad un palmito, una variedad capaz de sobreponerse al duro invierno leonés—, que ha logrado resistir en el tiempo. Una vez atravesada la reja que da acceso a la entrada principal de la casa Panero, se abría ante el visitante un prócer jardín, un precioso boscaje repleto de flores, árboles e incluso un cenador. Tal y como recrea Oria en su novela, éste podía extasiarse «en la maraña del jardín, la hiedra entrelazada en lo alto de las copas, un cielo vegetal impenetrable a la luz del sol, cuyos tallos y hojas llegaban a tupir también el suelo, hasta los mismos bordes de la fuente, donde borbotea el angelote desnudo, con un cántaro en el hombro».
Entorno a esa misma fuente, recuerda Leopoldo María Panero (en El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, 1999) la celebración del primer aniversario de la muerte de su padre: «Muchos señores de traje gris y semblantes apagados rodean la fuente del angelote de alas cortadas». «Niñas vestidas de maragatas colocan flores en la fuente del jardín», rememora también Felicidad.
Antes de acceder al inmueble, dos elementos atrapan nuestra atención. En primer lugar el pozo, donde de acuerdo con estudiosos del universo Panero como Juan José Perandones —uno de los artífices de la compra y restauración de la casa Panero durante su período como alcalde de Astorga—, la familia se vio obligada a arrojar parte de su biblioteca impulsada por el miedo, una tarde de julio de 1936. Felicidad Blanc relata el momento en Espejo de Sombras, cuando frente a la casa «se para un automóvil. Es Justino Azcárate, primo de la madre de Leopoldo (…). Les ha cogido el alzamiento en la carretera y han decidido detenerse en Astorga. Se reúne toda la familia en la terraza que da al jardín, están tomando café y hablan, vagamente, de lo que está pasando, cuando la muchacha, muy nerviosa, se acerca a la madre de Leopoldo y le dice: ‘Señora, la casa está rodeada por la Guardia Civil’». El 19 de octubre de 1936, será el propio Leopoldo el que acabe arrestado y encarcelado en San Marcos de León.
En segundo lugar, no es posible abandonar la zona ajardinada sin percatarse de la figura en piedra del poeta, la misma que marcó el inicio del rodaje de El Desencanto en agosto de 1974 y que en la novela de Oria se explica bajo la perspectiva de Michi Panero: «No estabas cuando fuimos a Astorga, a inaugurar la escultura de papá, un bodrio de estatua dijo Juan Luis, sentado en una silla de tijera a mi lado, y yo, junto a mamá, pensé lo mismo». La escultura de granito rosa de Marino Amaya que en la película de Chávarri no llega liberarse de su embozo (tapado y sometido a todo tipo de conjeturas de odios y amores, como diría Jorge Praga[2]) reposa hoy en los jardines de la casa Panero.
LA CASA PANERO DE PUERTAS PARA ADENTRO
A Andrés Martínez Oria la visión de la casa, desde su adolescencia, le llevaba irremediablemente a recordar aquella otra soberbia y misteriosa mansión imaginada por el mismísimo Poe, la casa Usher. Reconoce que lo que le impulsó definitivamente a la escritura de la novela Jardín Perdido fue la tarde en la que, ya en marcha las tareas de reconstrucción de la misma por parte del ayuntamiento, se «coló» en la vivienda. «Fue un día de invierno por la tarde, hacía un frío gélido, estaba casi todo a oscuras y recorrí la casa yo solo… fue uno de esos momentos que te imprimen carácter, te dejan una marca».
Abrimos la puerta principal. La casa nos recibe de manera pulcra y silenciosa. Al final del recibidor, un escudo, de momento, el único de los elementos que se mantiene intacto y reconocible tras el rodaje de El Desencanto.
A su izquierda, una invitación a la subida a través de una escalera cuya reconstrucción «es una de las cosas que más se ha criticado. Era una escalera noble preciosa, de madera maciza que se rehízo completamente», apunta Oria. Tampoco es original el espejo que reposa en el descansillo de la misma. «Es una réplica. El original era ladeado, tenía la forma de un escudo y este es plano porque es muy difícil de reproducir. O se lo llevaron o se rompió», prosigue.
«Subían las escaleras [Leopoldo y Felicidad] cogidos por la cintura y se vieron en el espejo alabeado donde Moisés había puesto sus iniciales cuando vinieron a vivir para aquí. Parecían uno de esos matrimonios de la pintura flamenca, los esposos Arnolfini que habían visto en la National Gallery los días felices de Londres», imaginaba Martínez Oria en su novela.
Una vez en el piso superior, toca disfrutar de una de las mejores estancias de la casa Panero. La galería en la que desembocaban gran parte de los dormitorios de la vivienda daba acceso visual a la entrada noble, y en su momento, a la Catedral de Santa María de Astorga.
«Subo las escaleras, entramos en nuestra habitación, la que ya siempre será nuestra; da a un mirador y desde él se ve el jardín, la calle estrecha con la tapia del convento de las monjas del Santo Espíritu al fondo. Y más allá la catedral», rememoraba Felicidad Blanc al respecto. Tras la construcción de un pabellón por parte de las religiosas, las vistas se han limitado, a pesar de lo cual, se sigue dominando visualmente casi toda la ciudad.
La galería en cuestión fue objeto de inspiración para el mayor de los hijos de Leopoldo. En La galería verde, poema incluido en su libro Enigmas y despedidas (1999), Juan Luis la recuerda en los siguientes términos:
Pasto de soledad y tristes ruinas
y de alguna película, de dudoso valor,
los muros del viejo caserón aún se levantan
en la derrotada ficción de la memoria.
Sobre todo, la llamada galería verde,
con olvidadas revistas y borrosos retratos familiares,
los cristales nublados del atardecer
y la extraña humedad de un tiempo muerto.
Así, aquellos rostros habían permanecido
en jirones de sueños o abruptas pesadillas
hasta que hoy, las palabras de un poeta al que admiro
iluminaron, por fin, tanta terca visión.
«El destino tal vez consiste en eso:
ser una sombra más de un retrato en grupo
en el que nadie sepa recordar nuestro nombre».
A nuestro paso por las diferentes estancias, observamos que nada queda en las entrañas de esa vivienda, de la que siempre se dijo que estaba amueblada con exquisito buen gusto. «Cuando el ayuntamiento se hizo cargo ya estaba prácticamente vacía. Me han hablado de algunos muebles primitivos y sofás… pero ahora mismo en la casa no se mantiene nada», nos dice Oria. Ya lo contaba Leopoldo María Panero en El Desencanto: «Después de la muerte de mi padre la historia de los Panero es una sucesión de ventas. Se vendió todo descaradamente, sin vergüenza».
En este proceso de despojo y venta del patrimonio familiar, la universidad de León tuvo la oportunidad de hacerse con el legado literario de Leopoldo, ocasión que malogró, acabando finalmente la gran mayoría de su correspondencia (familiar, privada, literaria e histórica), fotografías y retratos en la biblioteca del centro cultural Generación del 27 de Málaga.
Para acceder a la joya de la corona de la casa Panero, es necesario subir un último tramo de escaleras. «Es una parte mágica construida sobre la muralla romana. A principios del siglo XIX la muralla llegó intacta, pero durante la Guerra de la Independencia los franceses la bombardearon. Quedó muy resentida, de manera que cuando Leoncio compró la casa, tiró parte de ella para hacer el jardín y, durante su rehabilitación, amplió la casa todo lo que pudo adosándola sobre ella», nos relata Oria.
Martín Martínez, el cronista oficial de Astorga hasta su muerte en 2014, consideraba que en sus orígenes, Leoncio Núñez no le daría un destino habitacional, sino que cumpliría las funciones de palomar. De ahí que algunos sigan refiriéndose a ella en esos términos y no como torreón. «Seguramente se convirtió en habitación coincidiendo con el principio de tuberculosis que sufrió Leopoldo a finales de 1929. Tras tratarse en el Hospital de Guadarrama, regresó a Astorga y probablemente, para evitar posibles contagios, se le instaló allí», afirma Martínez Oria.
La habitación esconde, tras un paño a rayas, vestigios de lo que pudieron ser las estanterías sobre las que descansaba su pequeña biblioteca. El espacio no sólo otorgaba al poeta recogimiento y soledad para su escritura, también cuenta con una terraza desde la que poder esperar la llegada de las musas a golpe de éxtasis visual: el Teleno, el Sierro, los atardeceres… Un estado que el poeta evocará en textos como La estancia vacía (1944).
El torreón fue testigo de los primeros versos de Leopoldo Panero, como también lo fue de los algunos de los escritos de sus hijos. Cuenta Juan Luis en Sin rumbo cierto. Memorias conversadas con Fernando Valls (2000), que «la casa tenía un estudio en un torreón sobre la vieja muralla, y me pasaba el día encerrado con mis libros y mis cosas sin que nadie me molestara, ya que para llegar allí había que subir una cantidad infinita de escalones». También hace lo propio Leopoldo María, que en sus memorias deja reflejado que durante sus primeras fiebres creativas, se encerraba «en la parte más alta del viejo caserón, en el torreón» de la casa Panero. Felicidad también es consciente de la memoria literaria de esta estancia y apunta que «Leopoldo María se pasa el día solo en el torreón de la casa. A veces subo yo, y le veo escribir».
LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA CASA PANERO
El estreno del film documental El Desencanto en 1976 trajo aparejado, entre otras cosas, el adiós de la familia protagonista a su casa familiar en Astorga. «Me di perfecta cuenta de que era mi última estancia en aquella casa, porque antes del verano había visto el copión de la película (…) y comprendí que era el fin de ese mundo. Cuando Michi hablaba de ‘las idiotas de las tías’, era indudable que Astorga se acababa, porque ellas eran las dueñas de tres cuartas partes de la casa», refiere Juan Luis en sus memorias. Efectivamente, poco después, Felicidad Blanc vendió su parte de la casa Panero a las hermanas de su difunto marido.
Con el tiempo se fue deshabitando y deteriorando hasta quedar prácticamente en ruinas. Fue en 2002 —casualmente, el mismo año en el que Michi regresa a la ciudad en la que fallecerá dos años después—, cuando el consistorio maragato adquirió la edificación y el terreno colindante y comenzaron las labores de rehabilitación de la misma. Tras nueve años de obras, se abrió al público en agosto de 2011 con el objetivo de convertirla en un espacio museístico y divulgativo de la obra de Leopoldo Panero, pero también de otros astorganos ilustres como Evaristo Fernández Blanco, Ricardo Gullón o Luís Alonso Luengo. Bajo esta misma disposición nace, el 23 de diciembre de 2015, la Asociación de Amigos de la Casa Panero.
Su rehabilitación ha supuesto inevitablemente, grandes modificaciones en un edificio que ha dejado de ser una vivienda familiar para convertirse en una suerte de casa encendida de la poesía y la cultura. En la actualidad, por ejemplo, la estancia que —de acuerdo con Oria— podría haber cumplido en su momento la función de cuadra, se emplea como salón de actos para la celebración de conferencias, debates o presentaciones de libros.
El ascensor instalado en este mismo curso, nos da acceso a dos salas de exposición permanentes con las que cuenta la casa Panero. La primera de ellas dedicada a Gerardo Diego y la Escuela de Astorga, se sitúa en la que otrora fuera la cocina familiar. En la misma, numeroso material bibliográfico del grupo literario, cartas inéditas de alguno de los autores o primeras ediciones de sus obras, tales como la Guía artística y sentimental de la ciudad de Astorga, firmada conjuntamente por Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón y Leopoldo Panero en 1929.
En la segunda sala, material eminentemente fotográfico de la familia Panero y paneles informativos con sus cronologías esenciales. Además, durante este 2017, el ayuntamiento ha llegado a sendos acuerdos con la viuda de Juan Luis (Carmen Iglesias) y el «hijastro» de Michi (Javier Mendoza), gracias a los cuales podrán contar con el legado literario de ambos hermanos.
LA «OTRA» CASA PANERO
Se nos antoja incompleto finalizar este recorrido sin apuntar la existencia de una segunda casa familiar de los Panero en la provincia de León, que fue igualmente escenario de las dichas y desdichas de la saga y que, en más ocasiones de las que nos gustaría reconocer, ha sido objeto de confusión por parte de los medios. Se trata de la vivienda que Quirino Torbado Flórez —padre de Máxima y, por ende, abuelo de Leopoldo Panero—, construyó apenas a siete kilómetros de Astorga, en un pequeño encinar enclavado en Castrillo de las Piedras (Valderrey).
La llamada Casa del Monte o Villa Odila (en honor a la esposa del propio Quirino), era una mansión solariega de más de dos hectáreas formada «por la casa del guardés, la de los abuelos, la de Leopoldo, un gran palomar, dos aljibes comunicantes, árboles frutales a ambos lados del camino — ciruelos y manzanos— y un viñedo», tal y como se recoge en las memorias de Leopoldo María Panero.
Esta fue, de hecho, la residencia familiar donde solían sucederse las vacaciones estivales de los Panero y donde, el 27 de agosto de 1962, Leopoldo Panero perdía la vida. A esta vivienda, que también formó parte del «improvisado» set de rodaje de El Desencanto, sí que regresan en varias ocasiones, entre ellas para filmar, dieciocho años más tarde, Después de tantos años (Ricardo Franco, 1994). En ese momento, la degradación del edificio ya era tan manifiesta como peligrosa, por lo que, poco tiempo después se ordena su completa demolición.
El aparente derrumbe (físico y simbólico) de esta saga no es tal, como tampoco lo es su pretendido malditismo. Porque tal y como escribe Oria en su novela y nos declamó en nuestra despedida (por un tiempo) de la casa Panero:
[1] Son tres las memorias escritas por la familia: Espejo de sombras de Felicidad Blanc, Sin rumbo cierto de Juan Luís Panero y El contorno del abismo de Leopoldo María Panero.
[2] Praga Iglesias, J. (1999). Biografías del tiempo. León: Caja España. Obra Social y Cultural.
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