Intentamos alargar el momento tanto como podemos. Pero Verónica nos está esperando. En el número 1 de la calle Omaña, en El CINE de Villablino, se acaba nuestro recorrido por los cines monosala de León que han sobrevivido al cambio de siglo. Y el viaje por todos ellos se nos ha hecho corto, muy corto.
Hace no tanto tiempo hablar de cine implicaba hacerlo, de igual manera, de un espacio físico, reconocido y reconocible. El paso de los años lo ha convertido prácticamente en algo etéreo, casi casi en un lugar mental, y lo ha hecho, seguramente, sin que la mayoría de nosotros hayamos sido muy conscientes. De ahí nuestro empeño por poner en valor a todos los valientes, a esos cuatro fantásticos, que han desafiado y superado las adversidades a las que su sector se ha tenido que enfrentar.
En el último de ellos, como avanzábamos, la encargada de tal proeza lleva, al fin, nombre de mujer. Verónica Moreno Sutil (Villager, Villablino, 1979) nos abre las puertas de El CINE de Villablino apenas unos minutos antes de que comience la proyección. Tal y como nos «prometió» cuando arreglamos nuestro encuentro días antes, conversamos envueltos en el inconfundible olor a palomitas de maíz que inunda la entrada. «En el cine antiguo siempre hubo ambigú, pero las palomitas no llegaron hasta la inauguración del nuevo. Compramos la palomitera en el año 94 y no la he tenido que cambiar hasta el 2017. Esta no creo que me dure lo mismo», nos cuenta Verónica entre risas.
Cuando se refiere al cine antiguo, hace mención al Cine Avenida, regentado por sus padres y sus tíos desde 1980 hasta 1990 y ubicado prácticamente en el mismo lugar en el que ahora nos encontramos. «Ocupaba el edificio entero, tenía estructura de anfiteatro, jardín y capacidad para 650 personas. Cuando cerró, una parte se vendió, y la otra se acondicionó de nuevo como sala cinematográfica, pero de menor dimensión, que era lo que se demandaba en ese momento», dice Verónica.
Efectivamente, El CINE de Villablino, abrió sus puertas en 1994 con 202 butacas, y se mantiene abierto hasta día de hoy, con 169 tras un cambio de pantalla que requería de mayor espacio para su correcta visualización. En el primero de ellos —el Cine Avenida— Verónica recuerda momentos memorables como espectadora de La guerra de las galaxias: Episodio IV – Una nueva esperanza, Dirty Dancing o E.T., el extraterrestre, y también sus primeros pasos como empresaria cinematográfica: «En esa misma silla que está ahora en la taquilla vendía entradas cuando era sólo una niña. Desde pequeña, viví el cine de una manera muy especial».
También recuerda, cómo no, el motivo que desencadenó la decisión de cierre y restructuración de un negocio familiar que, en su momento, también incluía el cine de Villaseca de Laciana. «Los videoclubs son los que más daño han hecho al negocio. Con ellos llegó la verdadera crisis del sector. El cine es un hábito que, como todos, se cultiva desde la infancia. Si desde pequeño te habitúas a ir al cine, de mayor conservas esa costumbre. Hasta que llegó el VHS, la gente tenía ese hábito muy interiorizado, pero entonces empezaron a acostumbrarse a verlo en casa. Y luego ya, llegó Internet, que además te permitía un consumo gratuito y a la carta… Pero fueron los videoclubs los que crearon ese nuevo hábito», afirma.
Pese a las adversidades —primero sus padres y tíos y, desde la jubilación de estos en 2011, la propia Verónica—, su familia ha logrado que Villablino mantenga viva la esencia del cine en una comarca en la que siempre tuvo un gran arraigo.
Juan Manuel Álvarez Benito apunta en El cine leonés: un estudio (2005), que «el cine sonoro llegaría a la capital del Bierzo como un pequeño regalo en la Navidad de 1934», mientras que en el número 1 de la revista La Comarca del Bierzo (1991) se subraya que «a mediados de los años sesenta, al menos 23 salas de cine funcionaban a la vez en el Bierzo. Ponferrada contaba con cinco salas, con capacidad para más de cuatro mil personas». Incluso núcleos de población más pequeños (como Villadepalos, Dehesas, San Miguel de las Dueñas o Camponaraya) también contaban con su propio cine.
De toda aquella época, del pasado que en El CINE de Villablino se hace presente, Verónica conserva mucho más que sus recuerdos. «Casi todo el mobiliario es del cine antiguo. Conservamos afiches, carteles de la época… y todas las máquinas de proyección, incluso las de carboncillo», afirma orgullosa para, a continuación, pedirnos unos minutos de descanso para poder atender a los primeros espectadores que ya hacen cola en el ambigú —que, efectivamente, mantiene todo el encanto de la década de los ochenta— para comprar sus palomitas. Lo hacen, además, rodeados de pósters, promocionales y merchandising que protagonizan desde Deborah Kerr a Rayo McQueen, pasando por Ingrid Bergman o cualquiera de los muchos habitantes de Villa Troll.
Entre Verónica e Isabel (encargada de la taquilla) sacan adelante todo el trabajo de la sala. «Antes se daba cine todos los días de la semana, no se cerraba ningún día, pero desde hace unos años sólo abrimos cuatro días, de viernes a lunes. Ha influido todo el contexto, pero, sobre todo, el descenso de población», nos cuenta.
A pesar de todo ella lo tiene claro: «Vivimos gracias al cine infantil. Son las películas que mejor funcionan y los más pequeños, nuestros mejores clientes. Es verdad que tengo espectadores habituales, que vienen cada semana sin importar cuál sea el estreno, pero los críos son los que no se pierden ni una», dice divertida. «Luego, la gente que viene en grupos pequeños va desde los treinta hasta los cincuenta, pero a partir de esa edad es muy difícil ver a gente en el cine, salvo que sean películas relacionadas con la zona, como el documental Cantábrico, por ejemplo».
Mientras atravesamos la sala camino de la estancia desde la que Verónica proyecta la película, nos reconoce que no han sido pocas las veces que lo ha hecho para una sola persona. «Nuestra obligación es hacerlo, con independencia del número de gente que venga. Fíjate que durante mi primer día como empresaria de El CINE de Villablino, a la sesión de las 19.30 no vino nadie», nos explica. ¿Con qué película te estrenaste?, le preguntamos. «Pa Negre —Pan Negro—, la ganadora del Goya a Mejor Película de ese año», nos contesta. ¿Y la más taquillera que recuerdas?, continuamos preguntando. «Desde 1994, Titanic, desde 2011, 8 apellidos vascos», responde sin dudar.
Se nos escapa, inevitablemente, una mueca de sonrisa al escuchar la respuesta. Titanic se sitúa nuevamente como la película más vista. Y van cuatro de cuatro. Lo fue en el Cine Mary de Cistierna, en el Velasco de Astorga y también en el Paramés de Santa María del Páramo.
Verónica también coincide con Luís, José María y Vicente —responsables de los citados cines—, en que el paso del analógico al digital ha sido clave para poder mantener a flote su negocio. En el caso de El CINE de Villablino, el tránsito se produjo en 2014. «Es lo que de momento nos está salvando. Los cines de pueblo nunca habíamos tenido la posibilidad de dar un estreno, y poder hacerlo ahora, dar al público lo que quiere ver, es un orgullo, es muy gratificante. Pero también es verdad que hemos tenido que invertir mucho dinero para conseguirlo».
Admite que de vez en cuando echa de menos la antigua máquina de proyección, el contacto directo con la película, pero «se ha ganado en luminosidad y en sonido, ¿y qué es el cine más que la combinación de esas dos cosas?», afirma. «Con el digital, además, todo es mucho más rápido y más limpio, aunque también es verdad que como falle algo, estás vendido. No puedes hacer nada».
Mientras selecciona en la pantalla táctil la película para comenzar a proyectar, vemos algunas latas en un estante. No son cintas completas —«No teníamos ninguna en propiedad», nos dice—, pero sí tráilers y anuncios. «No sólo actuales. Mis padres grababan sus propios anuncios de las próximas carteleras, de algunos locales de la zona…». Precisamente en su honor, Verónica elegiría Memorias de África como una de las películas con las que clausuraría El CINE de Villablino. «No podría elegir una sola, haría una selección de muchas, pero esa estaría seguro porque a mis padres les encanta», dice sonriente.
Empleamos el condicional para hablar de un supuesto cierre porque Verónica espera llegar a jubilarse entre esas paredes. Incluso, no descarta la idea de que su hija —que corretea por el cine a lo largo de toda nuestra conversación como ya lo hiciera Verónica años atrás— pueda darle a ella el relevo.
El perfil en Facebook de El CINE de Villablino —«funciona fantásticamente, tengo que poner mucha menos cartelería y todos pueden ver el tráiler o los avances de los próximos estrenos del mes»— refleja todo lo que necesitamos saber para llegar en tiempo y hora a disfrutar del último trabajo de nuestra directora favorita, pero no de que, a la salida, Verónica nos preguntará risueña si nos ha gustado tanto como esperábamos, o si nos ha sorprendido (para bien o para mal).
En estos tiempos que corren, encontrar un ambiente de trato familiar y cotidiano como el que existe en cualquiera de los cuatro cines rurales que hemos tenido el inmenso placer de recorrer, resulta una deliciosa rareza. Porque puede que la cultura no nos salve, pero al menos, restaña las heridas.
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