Historia & Arte — 24/09/2018

El rostro de los reyes en el Libro de las Estampas de la Catedral

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Ocho siglos nos separan de la compilación de una de las obras de arte más importantes de la historia de León, un códice medieval que todavía hoy es capaz de desprender una belleza inusual y que expone al lector a sentir el riguroso peso del tiempo. El Libro de las Estampas de la Catedral tomó forma en un momento de cambio, en una época en la que el arte y la política se preparaban para afrontar otros rumbos y en un reino de León que acababa de acababa de coronar a su último rey.

libro de las estampas Leotopía

Alfonso IX es y será recordado por la historia de León como el monarca que convocó las primeras cortes de Europa en 1188. Si hoy se puede hablar de cuna del parlamentarismo es precisamente gracias a él, aunque repasando las crónicas de aquel gobierno se desprende la idea de que nada resultó sencillo: guerras contra el islam, conflictos fronterizos en Portugal y Castilla, amenazas de excomunión por parte de la Iglesia y una política territorial que dejaba a León en un segundo plano en la expansión por el mapa. Es en este contexto donde aparece el Libro de las Estampas de la Catedral, impulsado por un obispo leonés de nombre Manrique recordado también por su deseo inquebrantable de alzar una nueva catedral en la ciudad. Aunque este proyecto se haría esperar…

 

¿QUÉ ES EL LIBRO DE LAS ESTAMPAS DE LA CATEDRAL? 

Identificado como Códice 25 en el Archivo Catedralicio, el Libro de las Estampas o Libro de los Testamentos de los Reyes de León es un códice medieval datado entre los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII, que recoge copias de documentos en los que se especifican donaciones en favor de la iglesia de Santa María, esto es, la catedral.

Esas donaciones, que pueden ser bienes materiales o privilegios, fueron realizadas por siete reyes de León y por una condesa, que de manera excepcional aparece reflejada en las últimas páginas del libro.

 

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE EL LIBRO DE LAS ESTAMPAS DE LA CATEDRAL? 

El fondo documental del Archivo Catedralicio custodia obras de valor incalculable sobre la historia de León que hemos heredado desde el siglo VI, destacando algunas como el Antifonario Mozárabe o este Libro de las Estampas del que hablamos.

Libro de las estampas Leotopía

Su importancia no solo radica en el texto escrito sino también en las miniaturas policromadas de los reyes y de la condesa que permiten a los historiadores del arte explorar, no solo el concepto del retrato en la Edad Media —cuando no era tan importante la fidelidad física como la necesidad de representar claramente los atributos del poder—, sino los elementos que identifican a la monarquía leonesa y su autoridad, tales como las coronas, los cetros, los mantos y tronos. Colores, decoración, simbolismo… todo tiene un porqué.

 

EL ROBO DEL LIBRO DE LAS ESTAMPAS DE LA CATEDRAL

Uno de los capítulos más bochornosos y oscuros de la historia de León tiene que ver con la desaparición del Libro de las Estampas de la Catedral en el año 1969.

Sin que exista una redacción clara de los sucesos, el códice fue robado y ofrecido al mejor postor en una rueda imparable de ventas y reventas durante siete años, hasta que en 1976 el director de la biblioteca de la Universidad de Heildelberg lo localizó en el catálogo de ventas de un anticuario.

Gracias a eso se pudo recuperar y devolver a León, aunque el deterioro sufrido resultaba irreparable; a pesar de su buen estado general, la miniatura que representaba al rey Ordoño II había sido arrancada, perdida para siempre.

 

¿QUÉ REYES APARECEN EN EL LIBRO DE LAS ESTAMPAS DE LA CATEDRAL?

Ordoño II (914-924), uno de los más importantes monarcas del siglo X será recordado por la historia de León por su labor administrativa y especialmente bélica, ya que fue capaz de dirigir con éxito campañas militares hasta Mérida o Badajoz y de vencer al mismísimo Abd al-Rahman III en San Esteban de Gormaz.

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La primera miniatura que conservamos con su correspondiente testamento de donación es la de Ordoño III (951-956), nieto del anterior, al que vemos representado con un rostro demasiado joven.

Los años de su reinado no fueron especialmente venturosos para la historia de León, si tenemos en cuenta que decayó la autoridad real y los nobles se hicieron fuertes, tanto que se alzaron contra él en Galicia y también en Castilla. Mientras, desde el sur no cesaba el acoso andalusí de Abd al-Rahman III. Y así seguiría durante décadas.

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En Ramiro III (966-985) se habían depositado muchas esperanzas durante sus años de formación, tiempo en el que el gobierno leonés estuvo en manos de una tía suya que supo mantener el trono y retirarse a tiempo. A su llegada los cimientos del reino temblaron con nuevas rebeliones de los nobles gallegos, que, descontentos con el trato del rey Ramiro, coronaron en Compostela a un nuevo candidato, motivando el estallido de una guerra civil de la que solo supo sacar provecho el ejército de Almanzor.

De la miniatura de Ramiro III llaman la atención dos elementos: la disposición completamente de perfil del rey y especialmente su trono, una silla curul con símbolos de animales feroces heredada directamente del mundo romano.

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Vermudo II (982-999) fue ese otro candidato elevado a tal honor por la nobleza gallega. Reunió en sus manos el poder, es cierto, pero pronto demostró ser un rey débil, incapaz de defender las fronteras ni de frenar las aspiraciones de algunos señores como el conde de Saldaña.

Resulta llamativo ver al rey de frente, con una apariencia física distinta al resto, mayor, y venerable. Nada más lejos de la realidad en un monarca que huyó de la capital ante la proximidad del enemigo y que no pudo evitar que Almanzor saqueara Compostela.

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Con el nuevo siglo entra en escena Alfonso V (999-1028), responsable de la redacción del Fuero de León de 1017 con el que se intentaba devolver el orden y la estabilidad al reino, y de importantes campañas militares como las que frenaron el avance de los vikingos normandos.

Mientras, al otro lado de la frontera, las grietas en el califato de Córdoba eran tan grandes, que no tardaría en estallar en mil pedazos.

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Se puede hablar de la irrupción de toda una dinastía con Fernando I (1037-1065), príncipe de Navarra y conde de Castilla. Con él se apaciguan las pretensiones de la nobleza, se lleva a cabo una reforma de la Iglesia y León pone la vista en Europa, foco de nuevas influencias que se extendían por el Camino de Santiago.

En los momentos finales de su gobierno, Fernando dividió el reino entre sus hijos organizando una estrategia de conquista que, de llevarse a cabo, habría supuesto el prematuro final del islam en la Península. Pero volvió la guerra, siempre la guerra.

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El gobierno de su hijo Alfonso VI (1065-1109) será recordado por el dominio sobre las taifas musulmanas, la conquista de Toledo en 1085 y la entrada de una nueva invasión desde el otro lado del estrecho, los almorávides.

En el caso de Alfonso VI la historia ha tenido que luchar activamente contra la imagen casi legendaria y perniciosa descrita en el Cantar de Mio Cid, con Rodrigo Díaz de Vivar clamando por tener un buen señor.

 

EL ASESINATO DE LA CONDESA DOÑA SANCHA 

Las últimas páginas del Libro de las Estampas de la Catedral, recogen la generosa donación que una condesa de nombre Sancha entregó a la catedral en el año 1040. Solo por eso su imagen merece aparecer en el códice junto a las miniaturas de los reyes leoneses. Sin embargo, su caso es particular, porque lo que vemos aquí no es un retrato, sino una escena. Aparentemente, la escena de su muerte.

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Sancha pertenecía a una familia de notables y en virtud de su testamento entregó a la Iglesia más bienes de los que sus descendientes estaban dispuestos a permitir. A través de la documentación sabemos que uno de sus sobrinos acabó con su vida.

Ese momento es el que aparece reflejado en el códice. Eso nos lleva a pensar en la importancia capital de esta mujer y de aquel instante, especialmente si tenemos en cuenta que siglos después se realizó un sepulcro para albergar sus restos que todavía hoy se puede contemplar en la catedral.

En él, sobre la piedra, también está contada la misma historia. Quizás algún día podamos contarla aquí, en Leotopía, con más calma…

 

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