Cuando la fortuna —o la Providencia— nos provee de la posibilidad de aunar pasión y vocación en una única forma de vida, corremos el riesgo de acomodarnos y marcar nuestra línea de meta de manera prematura. No es el caso, sin duda, de la persona que nos recibe en una de las muchas salas presididas por un piano del colegio de las Carmelitas de León. Margarita Morais Valles (La Serna de Iguña, Santander, 1945) es una mujer menuda y despierta que ha sabido manejar con diligencia y generosidad sus múltiples talentos, entre ellos, el de transmitir la esencia de la que el arte más puro se nutre.
¿Margarita o Sor Margarita?
¡Margarita, por favor! Antes me decían Hermana Margarita, pero ya hace muchos años que los alumnos, y la gente en general, nos llaman sólo por el nombre. Ya no es habitual oír eso de Hermana Margarita [ríe].
Todavía me llaman así los alumnos que tuve en Villafranca de los Barros en los años setenta. Me han encontrado casi todos por Facebook y me escriben mucho. Es una sorpresa muy agradable recibir y contestar sus mensajes.
Te he escuchado «quejarte» sobre el mal uso que se hace de la palabra monja. Tú eres religiosa, no monja.
Eso es. El término monja debería circunscribirse a las monjas de clausura, las que tienen una vida monacal. Yo formo parte de la Congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad que, como otros institutos religiosos, nos dedicamos a la enseñanza, las misiones, las cárceles, los hospitales… Tenemos una vida activa.
Una vida que, entiendo, ha ido evolucionando. ¿Cómo ha cambiado la vida de una religiosa en este tiempo?
Desde el Concilio Vaticano II (1959), en el que el Papa Juan XXIII dijo que había que abrir las puertas al mundo, las congregaciones de vida activa se reajustaron para adaptarse a la época. Hasta entonces se regían por un reglamento parecido al de la vida monástica, muy riguroso en los horarios, en los rezos, siguiendo las horas canónicas de Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas… Desde entonces eso se aligeró, y ahora hay mucha más libertad y comprensión con la actividad que realizamos.
Por ejemplo, cuando se fundaron las congregaciones, se hicieron hábitos propios basados en la forma de vestir de la gente de la época, y, poco a poco, fueron haciéndose cada vez más sencillos.
Hasta que casi han desaparecido.
Sí. Con el tiempo se han ido eliminado, porque al final, si somos de vida activa y queremos estar con la gente de manera natural, lo lógico es vestir de forma discreta, más acorde a como se viste ahora.
¿Qué te sugiere el concepto de clausura en estos tiempos? ¿Sigue teniendo sentido?
Sí, por supuesto que sigue teniéndolo. Es una vida dedicada a la oración, a la súplica, al silencio, a la reflexión en esa búsqueda activa de lograr la unión con Dios.
Pero, a pesar de la clausura, están siempre en contacto con las necesidades de la gente. No están aislados. Es más, son una referencia para muchos que necesitan días de paz. Por eso casi todos los conventos de clausura tienen una posada, una residencia donde ir a estudiar, a orar, a contemplar, a cambiar un poquito de aires… Siguen teniendo una misión muy activa dentro de la Iglesia.
A tu amiga Teresa Berganza su padre le sacó del convento con quince años. ¿Alguna vez habéis hablado del tema?
Sí [ríe]. Estuvo dentro, e incluso le hicieron hábitos y todo. Su padre dijo un día: «Ya está bien. Ya has probado, déjate de aventuras, ven a casa y cuando madures, si quieres, entras, pero esta experiencia medio de niña, medio de fantasía pura se acabó. A casa».
En Teresa se conjugan dos ramas que ni mucho menos están reñidas: la artística y la espiritual. Todos fantaseamos a veces con esa vida imaginaria, de ensueño, llena de poesía y trascendencia. Ella quiso ser monja porque todavía ahora le atrae y añora su forma de vivir, el canto de las comunidades contemplativas.
El propio Beethoven apuntaba que «la música es la mediadora entre la vida espiritual y la de los sentidos».
A los grandes maestros de la música no les ha faltado espiritualidad. Juan Sebastián Bach, por ejemplo, sólo tocaba y componía para el Creador. Hay algo que llevan dentro que ni siquiera con la música —que es el arte más espiritual—, logran saciar. Tienen una inquietud interior que les ha llevado a refinar su espíritu al máximo y a buscar ese contacto con algo, con el ser superior, sea el que sea.
La música es el arte más exigente, fino y delicado. Es una forma de expresión y comunicación sublime. Es literatura sonora casi perfecta. Es un arte que según se hace, se evapora. No se puede tocar, ni se puede ver. Es un arte puramente del espíritu. Las artes, sobre todo las dinámicas, son tan efímeras, tan sutiles… que se nos escapan según se van realizando.
Cuéntame, ¿resulta complicado encarar la realidad de los votos —de pobreza, castidad, obediencia— y compatibilizarlo con el propio carácter? Recuerdo que me impresionó mucho, en este sentido, el testimonio de Marie Louise Habets, primero reflejado en la novela de Kathryn Hulme Historia de una monja en 1956, y tres años después, en la película de Fred Zinnemann.
No tiene nada que ver. Cada uno va a llevar su carácter y su cuna hasta el fin de la vida, porque se puede cambiar, pulir y madurar, pero, salvo casos excepcionales, no creas que mucho.
A veces la reflexión, la oración o la convivencia se hacen complicados… pero como en cualquier otra profesión o estado de la vida. Te vas adaptando, como en las parejas, ¡qué remedio te queda, uno a otro y otro a uno! [ríe].
Es verdad que hay gente que se adapta mejor. Es más fácil, por ejemplo, para los que tienen un carácter más amable o más condescendiente. No quiere decir que sea blando o que tenga poca personalidad, simplemente que, a veces, por la educación que has recibido en casa, puedes ser más complaciente, más transigente… Pero si quieres adaptarte, convivir en comunidad, cumplir con un reglamento —que hoy en día es mínimo—, eso no es un obstáculo, ni para la vida religiosa, ni para nada.
De todas formas, puedes elegir este camino y dentro de un tiempo darte cuenta de que no es para ti, exactamente igual que puede pasar en el matrimonio, o en cualquier trabajo. En todas las circunstancias de la vida podemos elegir algo y darnos cuenta de que no es lo acertado para nosotros.
Y en ese «darnos cuenta», ¿qué papel juega el compromiso? ¿Se ha perdido ese sentimiento de comprometernos con algo?
El del compromiso «para siempre», sí. La sociedad y la mentalidad de la gente han cambiado. Antes entrabas a la vida religiosa o te casabas «para siempre». Y si no, eras un tanto traidor. Como se decía en La Biblia [Lucas, 9:62]: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios». Ahora ya no es así.
Frente a lo categórico, está imperando la misericordia y la comprensión. Hemos ganado mucho en humanidad. Se comprende que un matrimonio se tenga que separar, igual que el hecho de que una monja o un fraile deje de serlo porque ha descubierto que estaba equivocado, que esa no era su vocación. A mí no me ha pasado. Yo sigo siendo feliz en comunidad, en la congregación, en la convivencia, en los trabajos… pero entiendo perfectamente que haya gente que no.
La vocación, ¿es una llamada, una inercia, una huida, una revelación…?
¡Qué extremos! [ríe] Para mí era seguir a Jesucristo, intentar comunicarme con él, identificarme con él, ser buena como él, hacer el bien como él… Aunque nunca lo consigues del todo, hay una cosa dentro que te dice que lo necesitas hacer, que lo necesitas intentar, y desde niña pensaba que siendo religiosa lo alcanzaría mejor. Tenía cerca de mi casa un convento de Carmelitas a las que me gustaba observar. Me gustaba hasta el hábito que llevaban, oírlas cantar la liturgia, pasar en silencio en fila recitando salmos… Era todo como una fantasía. Siempre he estado muy feliz y no he perdido la ilusión de estar más cerca de la verdad absoluta, de Dios.
Pero nunca he soñado con masas ni cosas heroicas, no me he sentido llamada por el camino de San Francisco de Asís, ni Santa Teresa de Calcuta, por ejemplo, o de los misioneros, que llevan una vida terrible de sacrificio y de entrega. De aquellos que atienden y curan a los que nadie quiere. La Iglesia, en su forma de trabajar, es como el cuerpo humano: hay muchos miembros y como dice San Pablo, «todos valiosos y todos importantes». Sabía que yo no iba a ser los ojos o el corazón del cuerpo, pero a lo mejor una arteria, que nadie ve pero es importante, quizá sí.
Así, fui buscando mi camino, algo que estuviese de acuerdo con mi formación, mi vocación y mis conocimientos, mi psicología y sentimientos. Cada uno tiene que intentar desarrollar su talento, con el que puede servir a la humanidad y ayudar, ser generoso e intentar hacer el bien. Me llevó mucho tiempo de discernimiento encontrar la paz interior de saber que estaba en el camino.
Resuélveme una duda. Benedicto XVI considera el silencio como una forma de canto y sin embargo San Agustín afirmaba que «quien canta bien, reza dos veces».
San Agustín también decía: «y aunque cantes mal, con voz ronca y desafinada no importa, porque a Dios lo que le importa es el alma con que cantas». El canto en San Agustín es una oración. Está lleno de silencio, porque en realidad es una forma de comunicarte con Dios que se oye en el silencio. Tu alma está hablando pero en silencio, porque estás totalmente concentrado en la oración. Si lo haces así necesitas silencio interior. Puedes rezar en silencio, en voz alta o cantando. Cantar no implica una falta de silencio.
¿Cómo valoras la exposición pública y mediática de hermanas como Sor Lucía Caram?
No me parece mal nada de lo que se haga bien, o, por lo menos, que se intente hacer bien. Lograrlo es complicadísimo y a veces no se acierta, o aciertas para unos, pero no para otros.
Respeto a la gente que se expone tanto, porque los medios de comunicación pueden ser implacables.
¿En qué sentido?
Pues, por ejemplo, en que todo queda registrado, de manera que pueden sacar cosas que dijiste hace quince años, aunque ya no lo pienses y valores ahora. Así es la vida de todos, un continuo cambio.
Los sabios rectifican continuamente porque la búsqueda de la verdad es muy exigente, desprendida y limpia. A mí me encantaría tener el don de la sabiduría. Rezo todos los días para ordenar la mente, la palabra y el corazón, pero la vida pasa y no alcanzo la sabiduría… [ríe]. Santo Tomás también rezaba por ella cada día, y además la describía como procedente de la humildad y de la falta de suspicacia y de envidia. Sólo así se pueden burlar los bloqueos para tener el corazón y la mente abiertos y libres.
Eso de que no has alcanzado la sabiduría es discutible… Tu formación musical, por ejemplo, es más que exquisita. Comencemos por los orígenes. Tu bisabuela estudió en el Conservatorio de París, tu abuela en el de Madrid y tú en 1951 —con seis años— comienzas tus estudios musicales de solfeo y piano. ¿En tu familia entendíais que la mujer estaba especialmente dotada o tenía una sensibilidad especial para las artes musicales?
En mi casa los estudios musicales eran una tradición, y mi padre puso mucho empeño en que la siguiésemos, así que de los doce hermanos que somos, todas las chicas, las siete, estudiamos música. Él vivió el amor a la música en su casa, por la vía materna, cuando no había tocadiscos, ni radio, ni nada.
Durante mucho tiempo, la música ha sido considerada una especie de complemento o de adorno, salvo en familias muy especiales que valoraban ese arte. Hasta hace poco he tenido alumnos muy dotados que cuando se decidían por estudiar una formación superior, la respuesta que recibían de su entorno era: «está bien que estudies música, pero de carrera, ¿qué vas a elegir?».
Viene tan de familia, que hasta los poemas de Francisco de Quevedo, su estructura métrica, son muy musicales. Eres descendiente directa de Isabel Gómez de Quevedo y Sáez de Villegas, hermana de Pedro Gómez de Quevedo y Sáez de Villegas, padre de Francisco de Quevedo y Villegas. ¿Es realmente un antecesor del que presumir con orgullo?
¡Cómo no! Estoy orgullosa de él, orgullosa de Saturnino Calleja Fernández —el de Los Cuentos de Calleja, que también está dentro de mi rama genealógica—, de mi abuela, de mi padre, de mi madre… de toda mi familia y de toda la gente que ha hecho cosas buenas en el mundo. Seríamos ingratos si no lo reconocemos así.
El ensayo de Quevedo, Providencia de Dios (1641), trataba de convencer a los ateos de que Dios existe, y de que la Providencia rige el mundo. ¿Alguna vez has tenido dudas?
No, nunca. Hay momentos en los que sientes más cerca esa vivencia, y otras veces más lejos, pero dudas no. No siempre está presente con la misma intensidad, como el amor o la amistad, pero está. En la naturaleza la luz del sol tampoco se ve por la noche, pero sigue presente esperando a que amanezca y, entonces, todo recupera el color. Así de humano y divino es este misterio. Mi padre siempre nos decía que las casualidades no existían, que nada era casual, sino providencial.
Entras en la Congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad con veinte años (1965), y, tras concluir tu etapa como novicia, viajas a Roma para ampliar tus estudios musicales en el Pontificio Instituto de Música Sacra, donde te licencias en 1971. Defines esta etapa como de «paraíso musical». ¿Fue un regalo de la Providencia?
¡Totalmente! [ríe]. Acabé el noviciado y tras él,vino esa etapa de formación que se llama juniorado. Y a mí me mandaron a Roma a pasar ese período. Cuando llegué me encontré con toda esa gente a la que admiraba y de la que había oído hablar, pero que consideraba inalcanzable.
Me encontré a lo mejor del mundo e hice buenísima amistad con ellos, tan buena, que con los que aún viven, sigo en comunicación. Con el maestro Bruno Aprea, por ejemplo. Fui muy feliz y aprendí muchísimas cosas, porque fue a lo que me dediqué, a aprender, aprender y aprender.
Comienza además tu vinculación con tierras leonesas. Compartes profesores y aulas con Ángel Barja, Luís Elizande, Aurelio Sagaseta o Samuel Rubio.
Sí. Me encontré a grandes amigos y buenos músicos entre el grupo de españoles. Cada uno estudiábamos y nos especializábamos en cosas diferentes. lo nuestro. Yo, por ejemplo, estudiaba piano pero también armonía, gregoriano, paleografía, composición, polifonía…
Para mí era una cuenta atrás para tratar de aprenderlo todo. Y sigo aprendiendo, es increíble. De aquello que en su momento estudiaste con amor, no se termina nunca de aprender. Recurres a ello y se te multiplica ese saber. Es algo maravilloso.
También te permite comparar y reflexionar. En una entrevista en 1992 afirmabas que «los españoles cuando salimos fuera creemos saberlo todo muy bien (…), pero a la hora de poner a prueba nuestra preparación todo es diferente, se nota enseguida el enorme retraso respecto al resto de Europa».
Toqué con tantas ganas en el examen de acceso que pensé que el jurado se iba a caer para atrás al escuchar mi música. ¡Qué ignorancia la mía! [ríe].
Primero me sentí pequeñita y asustada con ese desnivel de formación que, efectivamente, teníamos con respecto a alumnos de otros países. Pero así como para algunos de mis compañeros este «volver a empezar» en algunas cosas supuso una humillación y un complejo, yo me lo tomé como un revulsivo y me hizo sentirme muy bien. «¡Ahora sí que voy a estudiar cosas nuevas y bien!», me decía a mí misma.
Es verdad que resulta duro ver cómo has terminado una carrera con casi matrícula de honor y darte cuenta de que, en realidad, te queda mucho para llegar al nivel al que tú creías que estabas. Pero no me desanimé, al contrario, lo que hice fue no parar de trabajar y de aprender.
Esta actitud positiva y trabajadora me concedió el cariño de todos los profesores del Instituto Pontificio de Música Sacra, a los que recuerdo con mucho agradecimiento y emoción. Soy consciente de que al entrar en clase se alegraban de verme, como me sucedía a mí cuando les encontraba a ellos.
¿Sigues pensando lo mismo? Me refiero a los estudios musicales en España.
No, ahora el desnivel no es tanto, ni mucho menos. Ya podemos ir a cualquier parte del mundo sin complejos. La carrera de música es tremendamente complicada, exige mucho control de uno mismo, disponer de un enorme espacio matemático en el cerebro, una memoria prodigiosa, un orden extraordinario… y poco a poco se ha ido tomando más en serio. Muchos hablan del milagro español, y no me extraña.
Ha subido el nivel de manera increíble, y creo que en gran parte es mérito de los profesores de los conservatorios medios. Ahí es donde está el fundamento de la nueva formación musical. Es un profesorado nuevo, en gran medida con formación nacional e internacional, y que trabaja con una entrega extraordinaria para darle a España un empujón en este ámbito.
Ahora mismo los alumnos que estudian tienen unas oportunidades de oro. Se han creado muchas orquestas, auditorios, conservatorios, escuelas, academias, y eso también ha favorecido el cambio. Nuestra sala Eutherpe, por ejemplo, siempre está llena. Aunque muchos de los que vienen no saben de música, o pertenecen a una generación que no ha podido estudiar, tienen ganas de aprender, escuchar y disfrutar. El ambiente que se crea es muy emocionante. A veces, cuando me dicen que no saben nada de música, les contesto —porque lo creo—, que a mí me encantan los buenos bombones, pero no sé hacerlos.
¿Italia es el mejor destino para un músico profesional a nivel formativo?
Depende para qué cosas. Pianísticamente quizá sí. Antes se hablaba de la escuela francesa, de la escuela rusa… y esto hoy en día prácticamente no existe. Las enseñanzas se han convertido en internacionales porque tanto los profesores como los alumnos han viajado mucho.
El piano se inventó a finales del siglo XIX, no hace tanto tiempo, y su técnica se ha ido desarrollando poco a poco. En Italia han cuidado mucho la musculación y los recursos naturales, el estudio de la anatomía de los músculos y su función detallada al tocar el instrumento. Tal vez su musicalidad es lo que sigue siendo extraordinario en ellos. Tienen algo especial que creo que se debe a su amor por la ópera. Cómo hacen cantar y respirar a cualquier instrumento es una maravilla…
En 1971 regresas a España y te dedicas a la docencia musical de los más pequeños. ¿Qué denota a edades tempranas tener o no talento musical?
El maestro Renzi, que era muy sabio, decía que el talento implicaba tener buena memoria, buena intuición y buena concentración, pero también constancia, capacidad de trabajo y de superación.
Para llegar a alcanzarlo es necesario, primero, que se sientan acompañados y valorados por su núcleo familiar, y, segundo, utilizar un método de enseñanza ordenado. Por ejemplo, para la música cantada, yo sigo empleando el método francés Ward desde que lo aprendí. Se basa en tres elementos fundamentales: control de la voz, afinación perfecta y ritmo preciso. Con un método ordenado los niños aprenden mejor.
También pones como ejemplo de enseñanza musical de los más pequeños al húngaro Zoltán Kodály. Su método de educación musical se basa en la convicción de que las capacidades del niño maduran y se desarrollan con el conocimiento de los cantos de tradición oral de su país.
Kodály cambió la enseñanza musical de la escuela. Era compositor, filósofo, musicólogo… Le acusaban de perder el tiempo con los niños y él contestaba que los niños crecían, que solamente había que esperar. Estaba convencido de que cualquier niño podía aprender música. Yo estoy completamente de acuerdo. Si todos aprenden a leer y se manejan con veintisiete letras que tiene el abecedario, ¡cómo no van a poder hacerlo con las siete notas musicales! Las facultades se desarrollan. El oído se forma. A lo mejor no llegas a ser Montserrat Caballé o Ainhoa Arteta, pero vas a poder cantar y a entonar. Con tiempo, constancia, trabajo y buenos maestros, se consigue… casi todo.
Pero esto tiene que ser general. No descubriremos a los niños dotados si no les damos esa formación a todos. Lógicamente no todos van a ser músicos, como tampoco son todos matemáticos, ni historiadores. Pero la semilla tiene que estar ahí y se les debe entregar en la escuela.
Zoltán Kodály también entendía que esta iniciación musical debía estar presente en la propia familia antes que en la escuela. Una vez, tras una conferencia, le preguntaron a qué edad debía empezar un niño a estudiar música y él respondió: «Hace tiempo contesté a esta misma pregunta diciendo que nueve meses antes de nacer. Estaba confundido. Debe empezar a formarse nueve meses antes de nacer su madre». En casa el niño tiene que notar ese amor a la música, así crecerá mejor…
Algunos centros educativos están implementando en el día a día de los estudiantes, ejercicios relacionados con la práctica del Mindfulness, con técnicas que buscan que la mente se deje llevar por la música, abstrayéndose del resto del entorno y centrándose plenamente en la experiencia sonora.
Es bonito, pero no es estudiar música. Viene bien a todo el mundo, porque es una forma de llenarte de sonidos que te relajen. Pero eso no es estudiar música.
¿Qué debería incluir una formación integral musical según Margarita Morais?
La formación musical debería estructurarse como se estructura la gramática o las matemáticas. Debería comenzar en párvulos y continuar hasta el final de los estudios reglados. Entiendo que no se puede implantar de golpe, pero tampoco podemos aceptar la situación actual. Cuando algunos padres o profesores me comentan que no entienden por qué nos han quitado la música, pienso en lo inocentes que somos. ¡Nunca hemos tenido música! La prueba de ello es que si no has ido al conservatorio o a clases particulares, no sabes leer música. Y si no sabes leer música es como si no sabes leer la lengua, no sabes nada de música. A lo mejor sabes un poco de historia, te suenan Beethoven o Mozart… pero nada más. El estudio de la música, no debe restringirse a los grupos sociales privilegiados, que ya están sensibilizados con sus beneficios.
Es cierto que en España, durante los últimos cuarenta años, los más jóvenes han recibido una educación escolar y universitaria rica, diversa en especialidades y con oportunidades extraordinarias. Pero estos logros siguen siendo insuficientes, porque no ha mejorado la enseñanza de la música en la escuela.Cada año se enseña una cosa, sin ninguna progresión, sin ningún orden, sin metodología… Y el resultado es que los niños acaban como habían empezado: sin saber música.
Haría falta una planificación inteligente, metódica y generosa para que obre a largo plazo y alcance a todos los alumnos por igual, desde la etapa infantil a la superior. La música se puede enseñar y estudiar de manera muy sencilla y clara desde pequeños. La grafía no ofrece ningún misterio ni dificultad porque es perfecta y precisa y, por serlo, da mucha seguridad. Leer, cantar, escuchar, conocer las reglas de su gramática, interpretar partituras en instrumentos, mejorar las habilidades personales… Es un mundo abstracto, artístico y exacto.
Otros países nos llevan años de ventaja, y en sus escuelas imparten esta asignatura con un horario que ocupa de tres a siete horas semanales, dándole la importancia y la metodología que se merece. Porque sus beneficios, son extensibles a todos los demás conocimientos. Es la asignatura que permite que los dos hemisferios cerebrales trabajen de manera sincronizada, con una métrica y coordinación rigurosa en el tiempo. A la vez, armoniza los reflejos y la atención a los sentimientos. Es un regalo para el desarrollo humano completo que conviene reconocer, valorar y ofrecer a los pequeños cuanto antes.Del interés y empeño que pongamos en conseguirlo, depende acortar la espera, aunque nosotros sólo podamos llegar a ver tímidamente sus frutos iniciales.
De todas formas, creo que no es una cosa que atañe sólo al Ministerio, creo que la solución también pasa por crear una mentalidad colectiva al respecto. Los padres lo tienen que pedir, porque los políticos hacen muchas cosas cuando la gente protesta y se manifiesta. Pero de momento, esto no sucede con la música. Necesitamos tiempo. Soy de las que cree que la paciencia consigue muchas cosas. Si un día hablo con el ministro, será lo primero que le pida.
Fue así, con paciencia y tesón, como lograste hacer calar los estudios de piano en la provincia. Llegas a tierras leonesas en 1976 y desde 1986 organizas cursos internacionales de piano. ¿Es un instrumento con proyección en esta zona?
Sí, en esta y en todas las zonas. ¿Sabes por qué?
Es hasta estéticamente bonito. A los padres les llena de orgullo ver a sus hijos tocar con diez dedos a la vez. El piano sigue siendo el rey de los instrumentos. Es un solista muy armonioso, llena el escenario y el auditorio. A un pianista se le sigue llenando la sala con su «mera» presencia, en cambio a un violinista, si está solo, a no ser que ya tenga un nombre, no tanto. El pianista es solista per se.
En 1999 se conforma la Asociación Pianística Eutherpe que en 2004 se convierte en Fundación. Desde entonces, ha recibido a profesionales de la talla de Alfonso Aijón, Joaquín Soriano, Teresa Berganza o incluso Alicia de Larrocha, que dio su último concierto en León antes de morir.
Alicia da aquí su último concierto, el último curso que hace es para Eutherpe y su última entrevista también. Ella ha sido lo más grande que ha tenido España en piano. Tenía tal entrega al instrumento… Y eso que al principio le decían que con esas manos tan pequeñitas que tenía no podía llegar a la octava. Pues fíjate, que al final no se le resistió ningún compositor. Incluso llegó a tocar Rachmaninov, que exige la doceava, una extensión de doce teclas. Su repertorio es inmenso.
Era una trabajadora de a pie acompañada de un inmenso talento. Siempre me ha impresionado mucho su discreción, su exigencia, su falta de soberbia y su sinceridad. Me decía que le encantaba venir a León «porque aquí puedo ser como quiero, y de otra manera no puedo enseñar». Aquí decía lo que le parecía, y de forma tan simpática, que yo me moría de la risa, porque no tenía filtro. Me ha enriquecido muchísimo su personalidad, su sencillez, su transparencia… Me emociona recordarla. ¡Qué mujer tan extraordinaria! Todo era de verdad en ella. Sus primeros años de concertista fueron muy duros, también por la situación en la que se encontraba España. Llegó a tocar hasta en pianos a los que les faltaban teclas. No hacía ascos a nada, era una todoterreno. Una mujer tan inteligente y natural que te impresionaba.
Alfonso Aijón, legendario promotor de Ibermúsica ¿te ha dado algún consejo? ¿Y tú a él?
Me los ha dado él a mí, porque es un sabio. Nos escribimos, y una de las cosas que me dijo una vez fue: «si quieres que las cosas vayan bien no discutas nunca, come poca carne y camina mucho en silencio, porque al caminar en silencio y con ritmo el cerebro y el cuerpo se ordena». Él va mucho al Himalaya a caminar y pensar. Es un pensador y un valiente. Un señor que ha hecho lo que no está escrito por la música en nuestro país. España le debe muchísimo. En aquellas épocas en las que no había auditorios ni nada, él traía orquestas para tocar en las plazas, en los teatros… cualquier sitio era bueno para promocionar la música. Y ahora continúa su labor, sigue, como me dijo a mí que hiciera con Eutherpe. Hay que seguir, a pesar de todas las dificultades.
Una de las principales a día de hoy es la financiación. Tu confías mucho en la posibilidad del mecenazgo ¿Cuál es su actual regulación?
Ha mejorado mucho desde hace un par de años, pero el problema es que en España no hay ninguna tradición de mecenas. Y no la hay, en parte, porque nos han ayudado desde otros organismos, porque la cultura ha estado en manos del Estado durante muchos años. La gente se ha acostumbrado a que sea el Estado el que patrocine y proteja a la cultura casi en solitario, y cambiar esa mentalidad es muy complicado. Llevará mucho tiempo conseguirlo.
A día de hoy hasta el Estado busca mecenas… La gente está muy sensibilizada con la parte humanitaria y social, gracias a Dios, y sí que ayuda a instituciones como Médicos Sin Fronteras o Cáritas, pero encontrar patrocinios culturales es muy complicado. Y dentro de la cultura, la música es todavía algo más complejo, porque no se ve, no se toca, no dura. Es un bien que reconocemos todos, pero a la hora de ayudar… cuaja poco.
En cualquier caso, con la actual Ley de Mecenazgo es mucho más fácil que hace años. No es tan favorable como en Estados Unidos, donde devuelven el 100% de lo donado, pero por lo menos ya recibes de vuelta un 40%. En Italia el panorama es parecido, pero en Alemania, Francia o Inglaterra hay mejores condiciones. Además, en otros países, los mecenas pueden ayudar tanto a fundaciones como a personas concretas, algo que en nuestro caso sería estupendo. Todo llegará, yo siempre tengo esperanza. Hay que mantenerla, pero trabajando.
¿Cómo valoras el cierre en la capital del Instituto Bíblico y Oriental tras el fallecimiento de David Álvarez, su mecenas?
Era un nido de cultura muy importante para León, pero volvemos a lo mismo. Sin un mecenas, no es viable. Porque en España es impensable pedir a los alumnos 7.000 euros anuales como hacen otras universidades y academias privadas en otros países… Ha sido una enorme pérdida.
Existe una cierta similitud entre ambas instituciones culturales. Tú también has recibido ofertas para trasladar la Fundación fuera de León y has decidido, al igual que Jesús García Recio, que su sitio estaba aquí.
¡Yo no me muevo de aquí! [ríe] La ciudad me encanta, porque, entre otras cosas, todas las iniciativas y actividades que se hacen, se ven. Eutherpe ha hecho mucho en León, con mucho cariño, y estoy convencida de que ésta es la ciudad propicia para hacerlo. Aquí vas haciendo cosas y la gente lo agradece y lo entiende, es sensible al arte. Me gusta el carácter leonés, el arte, el clima, las costumbres, las tapas…
En tu discurso de agradecimiento por el nombramiento de Leonesa del Año (2013), afirmaste que los leoneses teníamos que creer más en nosotros. ¿Pecamos de modestia?
Creo que sí. Hay un poco de echarse porquería encima, sumada a otra realidad. León tiene una historia como pocas ciudades en España de gloriosa, de bonita… pero no se puede vivir sólo de eso. Esta generación tendría que buscar la manera de distinguirse, crear algún proyecto unificador con el que sobresalir y poner a trabajar a todos los leoneses juntos para que, en un futuro, otras generaciones se pudieran enorgullecer de nosotros. ¿Por qué no?
¿Han repercutido de alguna manera (económica o social) los reconocimientos recibidos a la Fundación? (Internazionale Cartagine en 2012, reconocimiento oficial por parte del Parlamento Europeo en 2013, Académica Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en 2014…)
Ha repercutido más en lo simbólico que en lo económico, pero agradezco todo muchísimo. Emocionalmente es muy gratificante. Cada uno ha supuesto una enorme sorpresa y satisfacción.
En casi todas tus declaraciones haces referencia a las bromas que te gastan tus alumnos, de manera que casi cada llamada que recibes para comunicarte un premio es puesta en cuarentena…
A veces sí me ha pasado… [ríe], porque me toman mucho el pelo. Al principio contestaba pensando que la broma era verdad o la verdad era un broma. Me han pillado más de una vez, sí…
Has logrado una conexión con ellos que también intentas promover entre el artista y el público en sus conciertos, una música activa.
El ambiente es muy bueno.
¿Qué me cuentas del Proyecto MusaE? ¿Qué papel juega en él Eutherpe?
Eutherpe ya ha realizado 54 conciertos con jóvenes músicos que han venido de todos los rincones de España. Es un proyecto precioso creado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España —siendo Director General de Bellas Artes, Miguel Ángel Recio Crespo—, que se inauguró en el Museo Cerralbo de Madrid en noviembre de 2015.
Busca colmar de música los dieciséis museos de titularidad estatal con el objetivo de impulsar las carreras de los jóvenes músicos españoles y extranjeros para que nuestro país no siga sufriendo una fuga de talentos y facilitar el acceso a todos los públicos utilizando vías de comunicación menos habituales, innovando en la captación de estos públicos para tratar de llegar a todas las capas de la sociedad. El actual director General, Luís Lafuente, ha ampliado la responsabilidad del Comisariado Eutherpe, en este proyecto, hasta finales de enero de 2018. Estoy encantada.
La Fundación ya ha llegado a su mayoría de edad. ¿De qué te sientes más orgullosa tras estos 18 años?
Valoro este tiempo muy positivamente, porque lo hemos hecho todo con muchísimas ganas y con todo el cariño posible. Estoy contenta de haber hecho lo que creía que tenía que hacer y, sobre todo, de haber ayudado a tantos músicos.
Cuando empezamos en el año 1999, mi objetivo e ilusión era que los chicos de León y los que venían aquí a hacer los cursos, tuvieran dónde tocar. Siempre me decían que después de tanto estudio y sacrificio, nadie les llamaba y en los auditorios no les dejaban tocar. Preparamos una sala con un piano Yamaha C7 y, de repente, empezaron a venir de todo el mundo. Sabía que existía esa necesidad, pero nunca me imaginé que fuera tan grande. Para ellos es importante tener este espacio, incluso también desde el punto de vista de la formación, tanto de músico, como de profesor. Es una herramienta de trabajo más, les ayuda a saber si valen o no para tocar en público, para acostumbrarse a estar en contacto con el escenario y con la gente.
Venir ahora a tocar a Eutherpe tiene una categoría moral. Nos visitan y dan conciertos, tanto los que están empezando, como los grandes profesionales. Vienen ganadores de todo tipo de concursos musicales —el Concorso Pianistico Internazionale Ferruccio Busoni, Concurso Internacional Chaikovski…—, tanto antes como después de ganarlos, y eso, es un auténtico placer.
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