María Ángeles Sevillano Fuertes (Hospital de Órbigo, 1964) nos recibe en el Museo Romano de Astorga, su segunda casa desde hace más de veinte años. A nuestro alrededor palpitan almacenados en un sinfín de cajas perfectamente ordenadas y etiquetadas, los restos arqueológicos de Asturica Augusta, una ciudad que el erudito latino Plinio el Viejo calificó de «Urbs Magnifica». Son el reflejo de años de apasionado trabajo del que Sevillano habla con emoción y orgullo.
¿Cómo se despierta tu entusiasmo por la arqueología?
A lo largo de mi formación académica —soy licenciada en Filosofía y Letras por la sección de Geografía e Historia por la Universidad de León— el sentimiento fue creciendo, pero ya desde niña mostraba interés por la arqueología. Ten en cuenta que además, coincidiendo con mis años universitarios, se empezó a conocer la llamada «nueva arqueología» de Edward Cecil Harris, y eso hizo que me entusiasmara aun más.
Mi primer yacimiento como ayudante de campo —apoyando a mis profesores— fue un cenizal de la Edad del Hierro que hay en Valencia de Don Juan. Me apuntaba a todas las excavaciones arqueológicas como voluntaria, a la limpieza de materiales arqueológicos en el laboratorio de la facultad… Tuve claro muy pronto que era lo mío.
También en esa época se estrena Indiana Jones: En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981)…
¡Cuánto daño ha hecho! El cine es un medio que llega a todos los lugares y personas y, a falta de un conocimiento exhaustivo de lo que es la profesión, lo que da a entender esta película es que el objetivo principal de la arqueología es la búsqueda de tesoros, sin importar nada más.
Esto para nosotros, para los arqueólogos, es nefasto, porque da una idea que nada tiene que ver con la realidad. El que rodee a la profesión de ese halo de romanticismo —que ya venía desde antaño con otros libros—, crea una imagen del arqueólogo que luego cuesta mucho desmitificar. Más aún cuando tienes que estar, como es mi caso, ejerciendo la arqueología urbana.
No hay cabida para lo intrépido y lo aventurero que destila el universo de Indiana Jones.
Exacto, somos profesionales, no aventureros. Esta disciplina es sumamente complicada, sobre todo en lo referente a la interpretación de los restos, porque todo se superpone, tanto estructural como estratigráficamente.
A mi me gusta que la figura del arqueólogo sea considerada como una más dentro del paisaje urbano. Igual que el arquitecto diseña los edificios, nosotros tenemos que excavar de cota cero para abajo para documentar la historia, para ver qué es lo que había en ese lugar en un momento determinado.
Y en el caso concreto de Astorga, donde ejerces como arqueóloga municipal desde 1993, y como directora del Museo Romano desde su apertura en el 2000, es mucho.
Me considero una verdadera privilegiada, la verdad. Son veinticuatro años de experiencia profesional y más de medio centenar de excavaciones en la ciudad de Astorga.
Cuando inicié mi trabajo como arqueóloga municipal tuve la suerte de que coincidiera con un momento de muchísima actividad en lo que a la renovación del conjunto histórico se refiere, así que pude participar en muchísimas excavaciones. Aquí las excavaciones arqueológicas siempre han estado vinculadas a un proyecto de construcción, de manera que si la actividad constructora es importante, el número de excavaciones también se incrementa, pero si se ralentiza o paraliza, éstas también lo hacen.
Estas intervenciones generaron muchísima información y derivaron en la recuperación de cientos de miles de piezas y objetos arqueológicos. Por eso, el Ayuntamiento, con la ayuda de la Junta de Castilla y León, decidió que era el momento de iniciar un programa museográfico integral. Así que a finales de los años noventa, junto con el arqueólogo de la Unidad Técnica del servicio territorial de cultura de la Junta de Castilla y León —Julio Vidal—, iniciamos el proyecto del Museo.
Además coincidió en el tiempo con la recuperación del edificio de La Ergástula, que ya en 1951 fue declarado Monumento Nacional. Se hizo el proyecto del edificio contemporáneo sobre la construcción romana y en abril de 2000, inauguramos el Museo Romano.
Antes de acceder a este cargo, incluso de comenzar tus estudios, ¿pudiste recorrer lo que hoy en día es la Ruta Romana?
No, porque no existía. Cuando yo era una niña, durante los años setenta, sólo existía la Puerta Romana. En ese momento, Tomás Mañanes Pérez y Carmen García Merino estaban haciendo una intervención arqueológica en dicha Puerta, que es la única que conservamos contemporánea a la construcción del recinto amurallado tardío de principios del siglo IV, el que vemos en la actualidad. No había nada más.
Más tarde, cuando estaba estudiando la carrera, salieron a la luz los restos de la Domus del Mosaico del Oso y los Pájaros, y cuando era doctoranda, comenzaron a excavar las termas menores. Hasta principios de los años ochenta, con las termas mayores, no existía un protocolo de conservación de restos arqueológicos.
¿Te imaginaste alguna vez, en esa época, llegar a tener toda la historia de Astorga organizada y dispuesta en un clic?
En un clic no, porque por aquel entonces ni siquiera había teléfonos móviles [ríe], pero sí que al final de mi carrera, yo ya soñaba con algo así. A mí se me ha cumplido un sueño… Lo puedo decir, y bien alto además. Me emociono y todo.
Es para estar orgullosa. El proyecto de Asturica Emerge para la reconstrucción virtual y la difusión de los hitos arqueológicos de la ciudad ha sido reconocido como modelo de gestión del patrimonio a nivel europeo. ¿Cuál es su intrahistoria?
Surgió en mi cabeza pensando en todas aquellas personas que llegan a la ciudad cuando todo está cerrado. Monumentos como la Catedral o el Palacio de Gaudí, aunque estén cerrados, se pueden disfrutar y ver por fuera, pero los restos arqueológicos no. Me preocupaba que pudiera haber viajeros que pasaran por Astorga sin saber si quiera su potencial arqueológico.
Por eso la aplicación tiene integrado un sistema de geolocalización, de manera que, cualquier persona que la tenga instalada en su móvil y se aproxime a un lugar donde haya restos arqueológicos —aunque estén en un sótano y ese sótano esté cerrado—, recibirá un aviso que le llevará a ver una reconstrucción de lo que allí había en época romana.
Por supuesto, albergamos la esperanza de que, tras conocer esta información, se le cree la necesidad de ver esos lugares, que decida cenar y dormir en Astorga, y al día siguiente se anime a visitarnos [ríe].
Ya me imagino [risas] ¿Qué tiene que hacer la ciudad de León para dar un impulso al legado romano al mismo nivel que lo ha hecho Astorga?
Creo que yo lo he tenido más fácil en Astorga porque es una ciudad más pequeña y la clase política es más asequible. Mi compañero Victorino García Marcos, grandísimo arqueólogo —de los mejores de la Comunidad Autónoma—, quizá no lo haya tenido igual de fácil. Creo que la respuesta, en mi opinión, puede ir un poco por ahí…
Un gran punto a favor ha sido el vínculo establecido entre el Museo Romano y la Ruta Romana, que aquí se interpretan como una sola unidad museográfica.
Sí, y lo considero un logro. Hemos conseguido vincular los objetos que utilizaron los antiguos pobladores de Asturica con los lugares que habitaron. Es así de sencillo. A veces desde el punto de vista de la gestión no resulta tan fácil, pero al final lo he conseguido y estoy muy contenta y muy orgullosa de ello.
También el acondicionamiento de los sótanos arqueológicos ha sido fundamental, incluso para permitir la convivencia entre la arquitectura del pasado y la del presente.
Totalmente. Como conté antes, cada proyecto de construcción lleva vinculado una excavación arqueológica previa al inicio de los trabajos en todos los solares situados dentro del conjunto histórico, que está delimitado por la muralla que vemos en la actualidad. A medida que se excava, también se van haciendo actuaciones de conservación, de acuerdo con el protocolo de colaboración con la Junta de Castilla y León que suscribió el Ayuntamiento de Astorga para la adecuación y musealización de sótanos arqueológicos. Si la Comisión de Patrimonio decide que los restos han de ser conservados, se estudian las compensaciones con el propietario o promotor de las obras de construcción.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de compensaciones?
En esta ciudad, generalmente, estas compensaciones han sido de carácter volumétrico. Es decir, se permite la construcción de un piso más en altura, a cambio de que el sótano que alberga restos arqueológicos pase a ser de titularidad municipal.
¿Existe una concienciación real del valor del patrimonio histórico por parte de la ciudadanía?
Ahora ya sí, pero ha costado. En Astorga llevamos treinta y tres años de excavaciones arqueológicas sistemáticas. Se inician en 1984, cuando se produce el traspaso de competencias a la Junta de Castilla y León, coincidiendo con la aparición de las comunidades autónomas.
En este tiempo hemos sido capaces de devolver a los ciudadanos (y a quien quiera verlo y disfrutarlo) ese patrimonio que en su día estaba oculto, bajo tierra. Y además se lo hemos devuelto, creo, mejorado. La gente ha empezado a valorar su rentabilidad, no sólo en términos culturales y de conocimiento —que es lo más importante—, sino también en su vertiente de explotación turística.
Cuando comencé a trabajar en esta ciudad, en el servicio municipal de arqueología estaba yo sola. A día de hoy, con el Museo en marcha y la Ruta Romana puesta en valor, somos cuatro personas fijas trabajando. Se han creado puestos de trabajo y se seguirán creando, porque cada vez hay más demanda de visitantes.
También estamos haciendo una labor de divulgación muy importante, porque nos visitan muchos centros educativos. Espero que todos los niños que pasan por aquí el día de mañana sean capaces de respetar el patrimonio, que lo vean de manera diferente a las personas que hace cuarenta años visitaban esta ciudad y no podían disfrutar de nada de su pasado romano. Porque para que haya respeto tiene que haber conocimiento.
Como voz autorizada dentro de la arqueología leonesa, ¿qué te parece todo lo que ha sucedido alrededor del yacimiento de Lancia a propósito del trazado de la autovía León-Valladolid?
No voy a opinar, ni me voy a mojar para nada porque pienso que «doctores tiene la Iglesia» que cobran por mojarse. A mí no me pagan para ello. Hay otras personas, a las que se les supone una mayor autoridad de la que yo pueda tener —soy una humilde arqueóloga de ciudad pequeña—, que están muy preparadas y que forman parte de la Comisión de Patrimonio. Son ellas las que tienen la palabra y la autoridad para valorar este tipo de actuaciones.
De acuerdo. Contéstame entonces esta otra: ¿la arqueología se intenta explotar con fines políticos?
Creo que no. En mi experiencia, desde luego que no. He tenido la suerte de trabajar casi siempre con políticos con una sensibilidad muy especial con respecto a los restos arqueológicos. No voy a decir que ha sido un camino de rosas, también a veces lo hemos tenido difícil, pero en líneas generales esa buena actitud existe por su parte y eso también ha sido una suerte.
Hablemos un poco de historia y ficción. ¿Qué opinión te merece que algunos historiadores y profesores universitarios como Santiago Castellanos —Universidad de León—, Santiago Posteguillo —Universidad de Castellón—, o José Luis Corral —Universidad de Zaragoza—, se lancen al terreno de la novela histórica arrasando en ventas?
Me parece perfecto. La novela histórica es un género que le gusta a mucha gente. ¿Por qué no vamos a tener el gusto de recrearnos en el pasado? No creo que esté para nada reñido, siempre y cuando se sepa lo que es cada cosa y guarde un cierto rigor.
Al igual que las fiestas de recreación, pueden ayudar a acercar a las personas a la disciplina histórica, diferenciando, eso sí, entre lo que es ciencia y lo que es festival.
¿Nos recomiendas una novela histórica que nos haga disfrutar del mundo romano?
Hace mucho tiempo leía una serie de la británica Lindsey Davis ambientada en la época romana, que llevaba por título el nombre de su protagonista, Marco Didio Falco. Era un detective muy gracioso.
Ahora hace mucho que no leo novela histórica, la verdad, porque tengo poco tiempo para leer, y cuando lo hago suelo aprovechar para ponerme al día con las publicaciones científicas, con artículos académicos. En mi tiempo libre procuro desintoxicarme un poquitín, la verdad sea dicha. Pero hace muchos años leía Marco Didio Falco y lo recomiendo, ¡por qué no! [ríe].
¿Cómo valoras la concesión del Princesa de Asturias (2016) de Ciencias Sociales a Mary Beard —profesora de Clásicas en la Universidad de Cambridge—? ¿Crees que es una apuesta por la divulgación?
Si, y me parece muy bien. Me encanta oírle hablar, es cercana y me gusta.
Apareces en los agradecimientos de una novela histórica, Ethèria (2016) de Coia Valls. ¿Alguna vez te animarás a firmar alguna como autora?
¡Qué me dices, no lo sabía! Recuerdo a Coia, porque vino a documentarse al Museo, pero no sabía que ya estaba publicada [ríe].
Me alegro porque no, no creo que me anime con la literatura, pero sí con el teatro. Me encanta. Es otra de mis pasiones. Ya tengo escritas varias obras que representamos en el propio Museo, dentro de las actividades divulgativas y didácticas del centro. Utilizamos este recurso desde principios de esta década porque entendemos que es positivo sacar el Museo a la calle, por ejemplo, para atraer al colectivo más joven.
Lo tuyo sí que es «implicación total» con el patrimonio arqueológico. No sólo lo gestionas su hallazgo, puesta en valor y difusión dentro del Museo, sino que también te involucras con guiones teatrales…
Sí [ríe]. ¡Ya me puedo jubilar tranquila! Todavía me queda, pero ya estoy en esa fase de ir transmitiendo todos los entresijos de la gestión a las personas que trabajan conmigo, para que de alguna forma, dentro de diez o doce años, cuando me toque, me pueda jubilar tranquila y dejar el testigo bien, no deprisa y corriendo.
En 2006, junto con otros dos compañeros, escribí mi primer guion, Artémona. En 2008 escribí Licinia y Segeo, una obra a través de la cual pretendí aunar los aspectos gastronómicos de la cocina romana y la cocina astur a través de estos dos personajes. En 2012 hice un teatro de calle que se llamaba El Latido del Mármol y en 2014, junto con Fernando Garcia Crespo, organizamos Apoteosis para conmemorar el bimilenario de la muerte del emperador Augusto… Además, siempre participo como actriz. Tengo claro que la arqueología es mi profesión, y el teatro, mi pasión.
¿Dónde marcas la diferencia?
De la arqueología no me canso, pero del teatro, quizá si tuviera que vivir de él cada día…
Soy consciente de lo privilegiada que soy al poder trabajar en lo que me gusta. Tengo un carácter apasionado que también reflejo en mi profesión. Además, en veinticuatro años no ha habido dos días iguales. Aquí siempre hay sorpresas. Siempre tengo que improvisar alguna cosa. Todas las semanas tienen su aquel. Así que, ¿qué más puedo pedir? [ríe].
Y entiendo que es así, en parte, porque en los últimos años la idea tradicional del museo ha cambiado hacia un recinto que no sólo expone, custodia o investiga, sino que se abre a la sociedad como un foro para conferencias, presentaciones de libros, etc. ¿Hacia dónde nos dirigimos en este sentido?
Humildemente te digo que lo único que quiero es que la gente entre en el Museo y pase un rato agradable, el tiempo que sea y por el motivo que sea. No podemos tampoco banalizar la idea del museo, pero sí programar actividades que resulten atractivas y conseguir que los ciudadanos lo vean como algo propio, suyo. Ese es el fin. Sobre todo con los más pequeños. Con ellos trabajamos para que la visita sea casi un juego y descubran algo, una mínima cosa. No puedo pretender que los niños, los adolescentes y los jóvenes salgan de aquí conociendo la historia de Roma en este asentamiento. Con que vean el mundo romano un poco más cerca, me vale. Esos niños crecerán y ya volverán…
En ese sentido entran en juego los cuadernillos didácticos para centros escolares o el rincón infantil donde los niños pueden escribir con un stylus sobre una tabla de cera.
Siempre me ha preocupado muchísimo la actividad didáctica del Museo y hemos trabajado en ello. Por eso tenemos a disposición de los colegios, y en general, de los grupos que nos visitan, —personas mayores, discapacitados intelectuales, personas ciegas…—, material adaptado a sus necesidades. Para las personas que están en edad escolar, por ejemplo, disponemos de unas programaciones didácticas adaptadas a los contenidos curriculares que se dan en el aula.
Y con el ámbito universitario, ¿existe algún vínculo a nivel de investigación, proyectos, colaboración…?
En el Museo recibimos a todo aquel que requiera información, documentación, consulta de materiales… Acuden investigadores, doctorandos, y les atiendo encantada.También soy profesora en la Universidad de la Experiencia en la extensión que tenemos en Astorga y tengo relación con los profesores de la Universidad de León y de Oviedo. Ahora, ¿proyectos en común? No, no hay.
Vamos a volver a Mary Beard para hablar de Augusto. A propósito de éste, la autora dice en su libro SPQR, Una historia de la antigua Roma (2015), que uno de sus mayores méritos fue ocultar su imagen de «brutal señor de la guerra» para ser «el padre fundador de un nuevo régimen, y a los ojos de muchos, en el emperador modélico y el referente con el que a menudo se juzgaba a sus sucesores». Si tuvieras que explicarnos en medio minuto quién fue Augusto y por qué es tan importante para la historia, ¿qué me dirías?
Augusto fue el primer emperador de Roma, lo que ya supone un antes y un después. Para Astorga, Augusto es nuestro referente histórico, ¿por qué?
En general para todo el Imperio, pero particularmente para la ciudad de Astorga, la figura de Augusto fue muy relevante porque fue su fundador. Aunque colocó un campamento militar, creo que en su mente ya estaba la idea de que aquí se instalase la ciudad, que sería el centro administrativo del control de las explotaciones auríferas.
¿Es posible que el desarrollo urbanístico de ciudades como Astorga o León tuviera mucho que ver con su carácter de nudo de comunicaciones o cruce de caminos desde la Antigüedad?
Sí, claro. Astorga era una ciudad importante, más que León. En época romana León era un campamento militar, mientras que Astorga fue la capital del Convento Jurídico astur. Algunas de esas comunicaciones se mantienen en la actualidad. Por ejemplo, el Camino de Santiago es heredero de una de las vías más importantes que nos unían con Lugdunum (Lyon) y con Finisterre. También la Vía de la Plata, que iba por todo lo que era la Lusitania, enlazando Astorga con Mérida.
Y hablando de Asturica, ¿quién crees que habitaba la Domus del Mosaico del Oso y de los Pájaros?
No tengo ni idea, pero evidentemente tanto la Domus del Mosaico del Oso y de los Pájaros, como la Domus de las Pinturas Pompeyanas, o la Domus del Gran Peristilo —las grandes viviendas excavadas en la ciudad—, pudieron pertenecer a personajes vinculados con la administración de la minería, como el caso de Julio Silvano Melanio. Sabemos por la epigrafía que estas personas estuvieron trabajando aquí, bien como legados de Augusto, bien como representantes del funcionariado romano, y que probablemente llegaron destinados directamente desde la metrópoli, desde Roma.
La arqueología nos muestra que a menudo las casas que aparecen en Astorga son precisamente eso, domus, grandes residencias con mosaicos y agua corriente que pertenecían a la élite aristocrática. ¿Era Asturica Augusta una ciudad de ricos o es que no ha quedado nada de las clases bajas?
Lo que pasa es que en arquitectura siempre se conservan mejor las construcciones de gran empaque. Evidentemente habría de todo. Administradores y funcionarios, pero también mano de obra que trabajara en las minas. Es posible que estos últimos no habitaran tanto en Asturica, sino en los castros mineros que están salpicados por toda la Maragatería y por la parte de El Bierzo.
Hace años que visité por primera vez la cloaca, pero cada vez que entro me vuelve a impresionar.
Las cloacas fueron descubiertas en 1869 y estaban tan bien conservadas que la ciudad decidió reponerlas en su uso, de manera que en la actualidad hay algunos ramales que siguen utilizando el alcantarillado romano. Una parte de ese alcantarillado, —el que discurre bajo el Jardín de la Sinagoga y que no tiene conexión—, se adecuó para la visita y hoy forma parte del recorrido de la Ruta Romana. Es verdad que es uno de los puntos más atractivos. ¿Por qué?
Algunos hallazgos en Astorga datan de la época de José María Luengo, de quien normalmente solo se tienen palabras de alabanza. Teniendo en cuenta los avances en la arqueología de las últimas décadas, ¿hay cosas que podrían haberse hecho de otro modo?
José María Luengo fue el precursor de la arqueología astorgana, pero tampoco realizó demasiadas intervenciones. La primera tuvo lugar a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y supuso la recuperación de los paneles pictóricos conocidos popularmente como «pinturas pompeyanas», y la segunda fue una exploración en la cloaca del Jardín de la Sinagoga.
Aquí en Astorga fueron las dos únicas intervenciones que realizó. Yo no cambiaría nada de lo que hizo. En esa época tuvo la habilidad de recuperar esos paneles pictóricos que además, en principio, no se iban a conservar ni a exhibir.
En la Guía Artística y Sentimental de la Ciudad de Astorga (1929), los escritores Leopoldo Panero, Ricardo Gullón y Luis Alonso Luengo entienden que La Ergástula no podía ser romana porque estaba a flor de tierra…
Se han hecho excavaciones arqueológicas en su interior y se sabe que es romana, pero es verdad que es el único edificio en toda la ciudad que mantiene su cubierta, —en este caso una bóveda de cañón—, y que por tanto está conservada en aéreo.
Entonces no existía un conocimiento de la arqueología, ni de su metodología como puede haber en la actualidad. Por eso tenemos que hacer una valoración de sus escritos sin cometer imprudencias ni anacronismos. Hay que ponerse en su piel y no juzgarlos desde la arqueología del siglo XXI, sino desde su contexto y su época.
¿Se ha encontrado o no el anfiteatro romano de Astorga?
No. ¿Dónde está? Que me lo digan. Se lleva publicando mucho tiempo, pero no es verdad. Personas, digamos, ajenas al mundo de la arqueología, como Sánchez Montaña, afirmó haber descubierto la ubicación del anfiteatro basándose en una foto aérea del SIGPAC —Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas—.
Los muros a los que él hace alusión pertenecen a una antigua tejera. He estado allí en varias ocasiones acompañada de otros expertos y no hemos encontrado indicios ni evidencias arqueológicas que puedan confirmarlo. Yo no digo que no esté ahí, pero por ahora no hay evidencias arqueológicas. ¿Tendría que haber un anfiteatro y un teatro en la ciudad? Sí. Pero yo puedo decir claramente que no sabemos dónde están.
En 2016 el diario The Guardian publicaba un artículo titulado «La vida secreta de un arqueólogo: barro en tu sándwich y sexismo en tu trabajo». ¿Lo has tenido más complicado por ser mujer?
Sí, lo tenemos más difícil. Cuando comencé con veintiocho años lo tuve complicado. Entrar en un solar a dirigir una excavación era entrar en un mundo de hombres, como es el de la construcción. Al principio no me tomaban en serio, o al menos no me miraban con los mismos ojos que si hubiera sido un hombre.
Hoy en día ya no. Después de tantos años me ven como la arqueóloga municipal y me respetan, he demostrado lo que valgo, y tengo un trabajo detrás que lo avala. Pero cuando llegas, eres una desconocida y mujer, creo que sí que hay diferencia…
Padre Fita, Hübner, Macías, Luengo, Mañanes, Julio Vidal, Victorino García Marcos… todos son nombres a los que recordará la historia de Astorga. ¿Qué crees que dirá el tiempo del papel desempeñado por María Ángeles Sevillano?
No lo sé. Pienso que mi principal logro ha sido hacer ver que el arqueólogo es una persona normal y corriente, sencilla, humilde… porque yo soy así. Precisamente por eso, creo que no pasaré a la historia.
Quedarán mis escritos —como los de todo el mundo—, los pequeños estudios que he realizado, y el trabajo que he hecho. Y sobre todo quedarán el Museo y la Ruta, pero no quedará mi nombre en la memoria de las gentes porque precisamente he conseguido desmitificar a los estudiosos, a los eruditos como personas especiales. Somos profesionales normales, igual que el médico o el arquitecto. Cada uno en esta sociedad tenemos una función y la mía es esta, y creo que no tengo que quedar en la memoria de nadie. Lo que tienen que quedar es el Museo y la Ruta con un buen funcionamiento y muchos visitantes. Así me podré jubilar a gusto y tranquila.
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