«Cuando Marinetti dijo ‘Matemos el claro de luna’ mató la poesía». Así lo cree María José Prieto Vázquez (León, 1950) y así lo refleja también en su forma de entender la escritura y el arte en general. Con dieciséis publicaciones a sus espaldas —«y las que me quedan»—, María José es el perfecto ejemplo de espíritu inquieto y aprendizaje permanente para el que la jubilación no es más que «una oportunidad para seguir creciendo». Eso que se lleva la literatura leonesa.
ENSEÑANDO A AMAR LA LITERATURA
La María José Prieto alumna cursó sus estudios básicos entre Carrión de los Condes, Palencia y Mérida. «Del instituto y del bachiller tengo unos recuerdos buenísimos. A mis profesores siempre les tuve por gente muy interesante. Les tenía en alta consideración. Eran personas dedicadas a nuestra formación, y lo valoraba mucho», nos cuenta.
Con una clara orientación hacia el mundo de las humanidades —«guardo especial recuerdo de mis profesores de historia, griego y filosofía»— se formó en Pedagogía y más tarde enfocó su doctorado hacia el mundo educativo: «Al acabar la carrera no encontré trabajo en la Escuela Normal como pedagoga, así que me decanté por la Lengua, que siempre me había fascinado».
No la eligió como primera carrera porque la pedagogía «me parecía muy práctica y me permitía estar en contacto con la gente, pero en seguida la encaucé hacia el mundo de la orientación escolar y profesional. De hecho, alterné durante varios años la docencia en literatura y el departamento de orientación de los centros en los que estuve».
A principios de los años 90 accedió a la cátedra de Lengua y Literatura española de I.E.S. Hacía tiempo que había declinado la propuesta de abandonar sus clases de lengua para centrarse en exclusiva en su faceta como orientadora. ¿El motivo? «Los graves problemas que se generan con los padres. En muchos casos no quieren reconocer cómo son sus hijos o sus problemas de aprendizaje. El orientador tiene graves problemas en los institutos».
Como docente, nos cuenta, siempre ha intentado aplicar un sistema de educación abierta para, precisamente adaptarse e intentar cubrir las necesidades de todo tipo de alumnos en función de sus capacidades.
Entiende que durante la enseñanza media «hay una propulsión de los valores de la persona, de su madurez y de la formación del carácter que se va completando a lo largo de su vida», y no sólo defiende la necesidad de mantener asignaturas como la Literatura Universal —«hay muchas personas que se quedan culturalmente con lo que reciben en esta etapa educativa»—, sino de la implementación de otras complementarias como la escritura creativa.
Para María José Prieto uno de los principales cambios que ha experimentado el sistema educativo es el paso de la enseñanza verbalista a la de la imagen. «Hasta 1970 todo era memoria, y a veces incluso no se razonaban bien las cosas. Se aprendían de memoria sin más. A partir de entonces comenzó a imperar una enseñanza más intuitiva a partir de la imagen, que es cierto que ayudó a desarrollar más el razonamiento, pero se dejó de lado la memoria y se potenció la ley del mínimo esfuerzo», nos explica.
Hablamos con ella sobre lo que Emilio Lledó ha definido como asignaturismo, que considera que el sistema ideal, de acuerdo con su experiencia, es aquel que combina el razonamiento con la intuición. «La memoria, la imagen y la fuerza de voluntad son básicos para la enseñanza, hasta los propios alumnos se dan cuenta», reconoce.
Su larga carrera docente le ha dejado, como diría Andy Rooney[1], una larga estela de exalumnos que la recordarán como tal, y un sentimiento agridulce del que ha tratado de desquitarse a través de la literatura.
HACIENDO LITERATURA CON SUS ENSEÑANZAS
Cuando Federico García Lorca escribió La casa de Bernarda Alba (1936) sabía que en su texto derramaba mucho más que alta literatura. Por eso, ni siquiera accedió a la demanda que tanto su madre como su hermano Francisco le hicieron antes de que ésta viera la luz. Los nombres de los protagonistas son reales. Tan reales que coinciden con el de las familias Roldán y Alba, abiertamente enfrentadas con la del poeta. Y así lo siguieron siendo. Porque La casa de Bernarda Alba es una venganza literaria.
Porque el arte —en cualquiera de sus muchas manifestaciones— nace del intelecto, pero también de las vísceras. Lo sabe bien María José Prieto, que no duda en reconocernos abiertamente que, en parte, su Había una vez un instituto. Recuerdos de una antigua profesora (2017) también es «una venganza literaria. En el propio prólogo ya recojo una frase de Ricardo Steffens que dice que ‘El peor enemigo de los profesores son los propios compañeros’. Hay una carencia de valores y de compañerismo… Cada uno va a lo suyo y eso, indudablemente, repercute también en los propios alumnos porque así es imposible coordinarse para hacer cosas más creativas», explica.
También en el prólogo destaca la risa como mecanismo psicológico de defensa mediante el que encauzar todo tipo de conflictos y problemas, y es precisamente ese enfoque —el de la ironía, la hipérbole, o el esperpento literario que emplea, por ejemplo, para describir la llegada del sentido común[2]— a través del cual vehicula todo su relato.
«La protagonista, Inocencia, soy yo. En Había una vez un instituto queda reflejada toda una vida de experiencia profesional propia y también de mis compañeros. Lo sentí todo tan vívidamente que cuando me puse a escribirlo fue saliendo todo de manera natural», nos responde cuando le preguntamos si se apoyó en notas o apuntes, o simplemente tiró de memoria a la hora de redactarlo.
Pese al mencionado enfoque humorístico —ciudades como Becerrolandia o protagonistas como Feldespato de la Piedra o Megalómano de la Risa Floja—María José Prieto también relata la parte menos agradable de una profesión «bastante dura en la que el falso concepto de la democracia de la enseñanza o la falta de respeto y autoridad al profesor se ha acrecentado con los años», cuenta algo apesadumbrada.
Hablamos, a continuación, del que tal vez se haya convertido en el pretexto más grande en el que se ha parapetado el sistema de los últimos tiempos y que también está presente en su novela: «’Cuando los alumnos son rebeldes, es culpa del profesor, que no los motiva ni sabe crear estrategias para captar su atención’. Esa es la excusa a la que se agarran muchos jefes de estudio y órganos de la dirección para curarse en salud. Sin más», apunta sin dudar.
Pese a que también guarda «extraordinarios recuerdos de muchos compañeros y alumnos», los años fueron pesando en una María José a la que ya le rondaba la idea de ponerse a escribir. De hecho Inocencia, su alter ego en Había una vez un instituto, se plantea en un momento dado de la novela: «Puede que en un futuro escriba un libro al respecto».
«Pedí la jubilación anticipada teniendo claro que quería prepararme y explorar una segunda profesión. Ahora vivimos tanto…», nos dice entre risas. «Pensé que no sólo podía dedicarme a escribir y desarrollar mi parte más creativa de manera más amplia y tranquila, sino también ayudar a los demás a conseguirlo». Por eso, desde hace ocho años también colabora con la Cruz Roja impartiendo cursos de relato, poesía o, últimamente, escritura creativa.
«¿Mis consejos para los alumnos? Que se fijen mucho, que pongan mucha atención en todo, que no se pasen con la autocrítica y que no tengan miedo al ridículo», afirma. «La escritura creativa es invención, es el pensamiento divergente. Cualquier proceso de creación involucra a todos nuestros sentidos, por eso en la escritura creativa se recomienda hacer muchas descripciones, incluyendo todos los órganos de los sentidos».
FABULAR CON SUS PASIONES
María José Prieto no sólo deja emerger su lado más creativo a través de la literatura. La amplia sala donde nos recibe en su casa de Santa Marina del Rey está presidida por un gran lienzo en el que reconocemos en seguida la iglesia del mismo municipio. No es el único. Numerosos cuadros firmados por «Marisé» inundan la casa.
«También me gusta mucho pintar, sobre todo realismo figurativo», nos reconoce entre risas. «En esta casa no suelo escribir mucho —lo hago fundamentalmente en Madrid[3]—, pero sí que he pulido alguno de mis libros». «Generalmente escribo a ordenador, y sin una hora fija para ello, puede ser la mañana, la tarde o la noche», nos aclara cuando le preguntamos por sus rutinas a la hora de escribir.
El mismo año que comenzó su jubilación publicó el primero de sus libros, el poemario Te siento (2010). Sus formas estróficas responden normalmente a los esquemas de «poesía rimada, poesía de verso libre o versículo, nunca vanguardista, porque me resulta muy dura», explica.
Ya entonces reflejaba varias de las inquietudes que irá desarrollando a lo largo del tiempo. Inquietudes como, por ejemplo, la ensoñación y el mundo de los sueños —incluso presente en los propios títulos de obras como Reflejos de un sueño (2016) o De la realidad al ensueño (2011)—, el paso del tiempo —Antología del relato (2013)— o la necesidad de otros mundos a los que envía a sus personajes con el objetivo de revivir, reformase y curtirse en valores —como ocurre, por ejemplo, en Retazos de intriga y misterio (2017) y también explora en Un rayo de luz (2013)—. «Son temas recurrentes en mis libros porque para mí es importante el mundo del más allá. Creo que existe una conexión entre la vida real y el mundo metafísico, de los sueños, del mundo espiritual», nos puntualiza.
También en clave de verso ha publicado Antología poética (2012) o Nostalgia y espiritualidad (2018), obras en las que cobran especial protagonismo los paisajes y espacios que han ido marcando su propia historia, espacios tales como la propia Santa Marina del Rey.
La historia en general y el mundo grecolatino en particular son otras de las grandes pasiones que han calado en su mundo literario. Por las páginas de sus obras discurren desde el faraón Keops, a Juana la loca —«Yo no estoy loca, sólo quiero vivir», dice su personaje recreado—, pasando por uno de sus favoritos y más recurrentes: «El emperador Claudio es un personaje que me interesa y me gusta muchísimo. Tuvo una vida muy desgraciada, así que quise arreglarla un poco en mis obras», ríe.
Sobre su acercamiento al género policíaco y del misterio —Retazos de intriga y misterio (2017)—, María José apunta que su forma de abordarlo es «más cercano a la tendencia americana que a la inglesa porque le doy más importancia a los conflictos de la gente marginal que al descubrimiento del crimen en sí. Tenía muchas ganas de trabajarlo porque realmente creo que nuestro sistema límbico reclama misterio en nuestras vidas», afirma.
María José Prieto defiende que existe un cierto placer estético cuando consumimos este tipo de género. «Cuando estamos ante una situación de misterio nos encogemos, tendemos a la tensión. Y cuando pasa esa situación nos relajamos, y es cuando se liberan las hormonas serotonina y dopamina y eso produce un placer estético». Para ello, juega con las tres estrategias con las que cuenta la literatura, y también el cine: el suspense, el misterio y la intriga.
Para misterio, el de las encuestas que hablan de un descenso del número de lectores y un aumento del número de libros publicados. Lo cierto es que el acceso a la publicación hoy es más democrático que nunca gracias al florecimiento de nuevas editoriales cada vez más especializadas y, sobre todo, al fenómeno de la autoedición.
Con ella recordamos lo comentado al respecto hace un tiempo con Héctor Escobar —editor, librero y Presidente de los libreros de León—: «En España se publica y se edita muchísimo, pero ahora no hay ningún filtro, especialmente con el tema de la autoedición. Cualquiera saca un libro. Se produce mucho, pero ahora todo vale, se ha perdido la noción de lo que es bueno o malo. En la literatura se ha hecho mucho daño al buen gusto con la aparición de las editoriales digitales, la autoedición y demás. Es lícito, pero hace un daño enorme al conjunto de la literatura, al estilo literario, al buen uso de la palabra y a la escritura. No se tiene cuidado en el proceso de corrección. Todo está muy embarullado».
Tras reproducirle estas palabras de Héctor, María José Prieto reflexiona durante unos segundos para después responder: «Es verdad, es mucho más fácil publicar, pero creo que también se ha conseguido que la gente se anime más a hacerlo».
De momento no se ha presentado a ningún premio literario, aunque no descarta hacerlo con el último de sus trabajos, aun sin editar. «Siempre he tenido mis reticencias, pero si uno no lo intenta, no cruza la mar», dice complacida.
El trabajo en sí, ese con el que tal vez María José Prieto consiga darse a conocer mucho más allá, es la que se convertirá en su primera novela histórica: Un emperador, una mujer y una fe. Un estudio sobre la persecución del cristianismo en la época de Nerón y la persecución del cristianismo en nuestra época, con la que es posible que alcance su ensoñación absoluta.
[1] Andy Rooney: «La mayoría de nosotros no tenemos más que cinco o seis personas que nos recuerdan. Los maestros tienen miles de personas que los recuerdan por el resto de sus vidas».
[2] «El juicio es un señor mayor, bien vestido con cara sería y de pensar profundo; va siempre con traje negro y un sombrero estilo años cuarenta».
[3]María José Prieto vive en Madrid desde hace cuarenta años así que, tal y como relata Bettina, su protagonista en Reflejos de un sueño (2016), lo considera igualmente como su hogar porque «al fin y al cabo todos somos de allí».
♦