Óscar Manuel Prieto García (Benavides de Órbigo, León, 1973) ‘persevera, per severa, per se vera [1]‘ en esto de la literatura desde hace más de veinte años. Pero este benavidense —actual coordinador del Servicio de Relaciones Internacionales de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid— quedó embriagado por los perjúmenes de las humanidades mucho antes, cuando su yo imberbe se inició en los misterios de la vida como explorador del amor. Hoy nos atiende desde su particular refugio, el Aleph, una finca que bien podría ser el paraíso en tierra del mismísimo Borges.
Tenía miedo de no encontrarte, con esto de que tu pueblo es un lugar sin miércoles…
¿Por qué sin miércoles?
Lo comentabas en tu última columna de la Nueva Crónica.
¡Ah! Sí [ríe], me he tomado un descanso veraniego de mi columna de los miércoles.
No me imagino un lugar más propicio —como diría Aldous (Berlín Vintage, 2014)—, para tener esta conversación. ¿Cómo se te llamaba de pequeño por estos lares?
Óscar, Óscarín… Estoy muy arraigado a Benavides, aunque llevo veintiséis años en Madrid y me fui de aquí con trece (primero a Astorga, luego a León y por último a Madrid). Me siento muy querido. Vengo casi todos los fines de semana porque aquí soy feliz. Me encanta mi pueblo.
Es precisamente en Astorga, durante tu formación más temprana, cuando cuentas que descubres las posibilidades que la escritura tiene de cara a los vericuetos amorosos. Admiradora Secreta (David Greenwalt, 1985) te cambió la vida.
Sí. A veces, las circunstancias fortuitas determinan el futuro de una persona o, en mi caso, mi futuro estilo como escritor. Ver esta película me llevó a querer aprender a escribir cartas de amor. Por suerte, la biblioteca del Seminario de Astorga tenía muy buen fondo, y mis primeras lecturas fueron Lope de Vega, Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz… Marcó inevitablemente mi forma de entender la palabra y mi estilo literario, quizás en ocasiones barroco, aunque creo que con el tiempo lo he ido puliendo. Como decía Borges, todo escritor joven es barroco, lo importante es ir limpiando ese exceso de adorno con el tiempo.
De todas formas eran, más que cartas, collages con unos ripios terribles. Tenían que asustar más que agradar [ríe].
¿Mantienes el ritual de la escritura a mano desde entonces o te has pasado al teclado?
Ambas. Monto las novelas a mano, en cuadernos, y una vez que tengo clara la estructura, me paso al ordenador. Me ayuda a distanciarme un poco del texto. Pero en cuanto surge algún problema o me atasco, tengo que volver al bolígrafo y el papel.
Hay que aprovechar las nuevas tecnologías, pero hay que hacerlo bien. Por ejemplo, el libro en el que estoy trabajando ahora…
¿Puzzle, no?
Sí, ese es su título provisional. No sé cuándo lo podré llevar a buen puerto, pero es una defensa de la lectura en papel, del libro en papel. Es una utopía, una distopía, que plantea cómo la lectura en pantalla está afectando al cerebro, a la empatía… Es interesante y preocupante a la vez.
¿Es un tema que te preocupa más como lector o como escritor?
Me preocupa como persona y como ciudadano. Como persona individual porque yo mismo noto que me cuesta concentrarme más en la lectura o en el estudio al estar pendiente del móvil, de los avisos de las redes…. Ya son muchos los estudios que afirman que estas interrupciones nos afectan a nuestra capacidad de memoria, de concentración o de elaboración de pensamientos profundos.
Y como ciudadano me preocupa porque vivir en una sociedad donde no somos capaces de reflexionar, de parar, o de meditar, nos convierte en una sociedad más pobre y más fácil de manejar. No es necesaria una mente malvada y perversa que quiera tiranizarnos, podemos caer en una tiranía sin tirano.
También eres un gran defensor de las epístolas, y así lo reflejas a lo largo de casi todas tus obras. Gonzalo recibe cartas de Julia (Palabras de carne y hueso, 1995), Jacinto escribe a su Desconocida Esencia (El Tercer Sacramento, 1999), y Aldous cree que los móviles son el motivo de ruptura de muchas parejas (Berlín Vintage, 2014).
Escribir una carta en papel exige una disposición de ánimo y unas condiciones de tiempo, de espacio, de silencio y de serenidad, que la inmediatez de un wasap o de un correo electrónico no te da.
Y me refiero no sólo a literariamente. Para establecer cualquier tipo de comunicación deberíamos cuidar más las condiciones espacio-temporales en las que escribimos. No siempre la inmediatez es lo mejor, es más, casi nunca es lo mejor, salvo para comunicar un accidente.
¿Qué me dices del audiolibro? En Audioteka está disponible la versión en audio de Berlín Vintage, la única de tus novelas ofertadas en este formato.
Fue una decisión de la editorial de la que, por cierto, no he visto un duro. Ni siquiera lo he escuchado entero, porque no me gustó nada la voz de Aldous. La verdad es que no lo veo bien, de la misma manera que no veía bien que Luis Cobos pusiera batería a Mozart. «Es para acercar la música clásica a la gente», decían. No, eso es Mozart con batería, no música clásica. Sucede lo mismo con las adaptaciones infantiles de El Quijote.
No es cuestión de acercar. Lo que hay que hacer es que la gente quiera ir. Aquí no funciona lo de que la montaña vaya a Mahoma, es Mahoma el que tiene que ir a la montaña, porque si no, lo que haces es vulgarizar la cultura. La cultura tiene que elevar a las personas, no descender a ellas.
Tu personaje de Jacinto en El Tercer Sacramento (1999) dice que aprende a tener una relación platónica a través de lo que lee, y sigue leyendo para apresar las palabras exactas para mostrar lo que sentía. Es un poco la idea de fondo que nos transmitía José María Merino recientemente. La literatura como base fundamental para entender la realidad.
Eso es. Leer te prepara para afrontar posibles experiencias, porque leyendo multiplicas tus vidas y tus experiencias sin moverte del sitio. Yo incluso afinaría más y diría que no hay nada como la poesía para sentirte acompañado.
Recuerdo el caso de un gran amigo mío, que sufrió la pérdida de alguien importante en su vida y me pidió consejo. Quería que le recomendara algún autor o algún libro de poesía para sentirse acompañado en esa pérdida. A ambos dos, a Diego y a Clara, les dedico mi Berlín Vintage.
¿Y cuál fue la recomendación?
José Valente. Fue una terapia y un consuelo muy grande para él. Leer no es un lujo, es una necesidad.
Eso es lo que deberían enseñarnos desde el colegio. Por cierto, ¿sufriste, como tu personaje Jacinto, el precepto educativo ciceroniano «Educad a los niños y no tendréis que castigar a los mayores» o «La letra con sangre entra»?
No he salido traumatizado del sistema educativo, ¡y mira que mi trayectoria ha sido larga! Comencé en el colegio de las monjas de Benavides, pasé a la escuela pública, de ahí al Seminario de Astorga, luego a León —primero en los Jesuitas y luego en el INTER—, y por último en Madrid, donde llevo un año de Minas, cinco de Filosofía, dos de Doctorado, cinco de Derecho y ahora estoy terminando Geografía e Historia.
Para aprender hay que esforzarse, y más cuando tienes casi cuarenta y cuatro años… [ríe]. No creo en esta pedagogía moderna de poner las cosas fáciles al niño. Entiendo que estudiar exige una disciplina y un respeto al maestro. También ejercí como profesor siete años, así que lo he podido experimentar desde los dos puntos de vista. Si no hay respeto al profesor, la relación y el trasvase de conocimiento hace aguas.
Me interesa esa doble perspectiva. ¿Crees que ha habido algún tipo de evolución con los años?
Ahora el esfuerzo no sólo está poco valorado, sino mal visto. Se deja pasar a los niños de curso con asignaturas suspensas y ellos, que son muy listos, se aprovechan. Si se dan cuenta de que pueden pasar con dos asignaturas suspensas ¿para qué aprobarlas?
El respeto al profesorado —ya no sólo por parte de los alumnos, sino también de los propios padres—, es otro de los grandes males de esta sociedad. Tenemos el acceso al conocimiento más fácil que nunca, pero se han perdido las coordenadas esenciales en el aprendizaje: el esfuerzo, el respeto y la gratitud.
Al mejor profesor que tuviste, Don Gregorio, le dedicas tu «Descálcese», en el que precisamente destacas esas tres actitudes.
Es el mejor profesor que he tenido en mi vida, y fíjate todos los que he tenido.
Fue mi profesor en el Seminario de Astorga. En 2º de BUP nos daba literatura y era maravilloso, porque vivía la literatura como pocas personas que he conocido. Dedicaba las dos primeras semanas del curso a contarnos la Ilíada y la Odisea. Don Gregorio se sabía de memoria la Ilíada porque la había traducido catorce veces del latín, figúrate. A lo largo del curso nos hacía escribir un soneto, una quintilla y un romance, y cuando dábamos a Lope de Vega nos descalzábamos, cuando dábamos Maese Pérez —el organista de Bécquer—, bajábamos las persianas y él encendía una vela… fue fantástico.
Y nos hablan ahora de la educación activa como algo novedoso…
Está todo inventado. Puede ir cambiando algo por los medios tecnológicos, pero la esencia es la misma. Mira por ejemplo las clases al aire libre. Platón, Aristóteles y Epicuro ya lo hacían paseando por los jardines.
La cultura ¿hace hombres libres o esclavos doctrinales e instruidos?
La cultura como tal nos hace libres, de hecho creo que es lo único que nos hace libres, porque la única libertad está en la mente y para ser libres intelectualmente tenemos que tener espíritu crítico. Pero es verdad que si nos limitamos a leer catecismos y no contrastamos con otras corrientes u otras formas de ver el mundo, nos podemos convertir precisamente en lo contrario, en fanáticos.
La democracia necesita, más que ningún otro modelo de sociedad, el encuentro con opiniones distintas. Si perteneces a una tendencia política concreta, más motivo para leer medios de otras tendencias y frecuentar las conversaciones con gente que opine distinto a ti. Es la única manera de tener cierta capacidad de criterio y espíritu crítico con lo que tú opinas y con lo que opinan los demás.
Hay mucho de tu infancia y juventud leonesa que permanece en tus novelas. Ese río que pasa, por ejemplo por Las Horas se ríen de mí (2009) y por cuya orilla cuentas, Pablo Huerga Melcón, amigo y filósofo también de Benavides, te inició en el mundo filosófico.
Pablo fue el que me inoculó el veneno. Es un hombre con mucha pasión explicando y transmitiendo y me fue llenando la cabeza de todos estos personajes malvados: Platón, Aristóteles, Espinosa, Hobbes… y encontré ahí un camino. Aunque me fui a Madrid a estudiar Ingeniería de minas, después de un año me di cuenta de que eso no era para mí.
Dejar Ingeniería y pasarme a Filosofía ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida. La tomé, además, en un momento en el que ser ingeniero era algo muy valorado, con trabajo asegurado y bien pagado, y ser filósofo era irse al paro. Pero por suerte, la tomé no teniendo en cuenta, como dice Caravaggio ni esperanza ni miedo [Nec spe nec metu]: ni las promesas de ser ingeniero ni los temores de estudiar Filosofía.
Es por esa época, en el colegio Mayor Antonio de Nebrija, cuando decides escribir tu primera novela, fruto de una apuesta con Pablo T. Salvadores.
Fue realmente así. Sé que hay algún crítico literario en León al que no le sienta bien y me ha dado mucha caña porque cree que banalizo la literatura, pero esa fue la razón. Fue una apuesta.
Una apuesta entorno a ese 1º Certamen Novela Corta para jóvenes autores que ganaste con Palabras de carne y hueso (1995).
Pusieron el cartel y mis amigos apostaron a que no era capaz de presentar nada, y yo aposté a que lo ganaba. Lo gané, y por suerte o por desgracia, ya me vi abocado a seguir por este camino literario.
Dimidium facti qui coepit habet, o lo que es lo mismo, «Quien ha comenzado ya ha hecho la mitad».
Sí, cuatro años después sale El Tercer Sacramento, y luego tuve un parón de varios años. La siguiente novela, Las horas se ríen de mí, la escribí de manera mucho más reposada. Había comenzado a dar clases en la universidad y mientras, también estudiaba Derecho, así que no había tiempo para más. Ahí tuve que plantearme otra decisión importante: elegir entre la carrera docente o la literaria.
No sé si fue una decisión tan buena como la de estudiar filosofía, pero me decidí por la literaria.
¿Arrepentido?
No, pero voy comprobando que es una carrera muy lenta, de fondo. Un buen amigo periodista siempre me dice: «Tú llegarás por acumulación. Llegará un día en que toques la tecla buena y todo lo que has hecho antes tenga su segunda oportunidad».
Pero la melodía va bien…
Sí, va bien, pero son casi veintitrés años de dedicación sin una recompensa proporcional —más allá de la personal— a toda la dedicación. Pero también soy consciente de que he podido ver publicadas mis seis novelas, y sé que algunas de ellas, por lo menos, han gustado mucho a la gente. Eso reconforta.
Te tengo que contar algo al respecto. Mira si tienes lectores fieles y que bien te quieren, que en el ejemplar de 40 de la Biblioteca, alguien dejó guardado un trébol de cuatro hojas. Lo puedes comprobar tú mismo…
¡Es verdad! ¡Vaya regalo! Me saco una foto con él, pero lo dejamos de nuevo dentro, que siga acompañando al libro. ¡Qué maravilla y qué buena persona quien lo hizo! ¡Me encanta! Es alguien que ha pensado bien en el libro, y ha querido desearle suerte.
Vamos a meternos en harina con tu obra. Hay ciertos estilemas de los que me gustaría conversar. Por ejemplo, el latín, presente desde tu primera novela en la figura de don Diego, profesor y compañero de Guillermo. Es una feliz obsesión común a muchos de los escritores con los que hemos hablado. ¿Qué es lo que a ti te inspira?
La primera vez que estudié latín fue en el Seminario, de jovencito, y ahora he vuelto a tener una asignatura en el Grado de Geografía e Historia. Por cierto, tanto mi hermano (que también lo está estudiando) como yo, hemos sacado matrícula de honor.
Fue un crimen que lo quitaran de los planes de estudio. Un crimen por parte de los que tomaron esa decisión y una ignorancia supina por parte de los padres a los que oí decir en su momento «no, si mi hijo va a ser ingeniero, ¿para qué quiere estudiar latín?».
A mí, como al protagonista de Berlín Vintage, me encanta la etimología. Cuando daba clase lo utilizaba mucho porque me parece una gran manera de acceder a la realidad que expresa ese pensamiento de manera fácil. Las sentencias en latín, los aforismos, son de una gran concreción.
Además, el latín fue la lengua franca de transmisión del saber, de la filosofía. No podemos perder ese legado así, con tanta facilidad.
Tus personajes también han vagado por lugares comunes. El «delirio de preguntas existenciales» que tenía Gonzalo lo han padecido también Jacinto, Cristo, Óscar, Aldous y Cosmo. Cada uno ha vivido su particular odisea para responderse a ese ¿quiénes somos en realidad?
Sí, la del templo de Apolo en Delfos, «Conócete a ti mismo». Los protagonistas, sobre todo, de las últimas cuatro novelas —y todavía más explícitamente en el caso de Aldous—, son personajes perdidos. No especialmente perdidos, sino perdidos porque vivir es estar perdido.
Vivir es eso. Es no saber qué haces aquí, dónde estás o quién eres. Es esa odisea de intentar responder a esas cuestiones, o al menos, hacerte esas preguntas. Y una de las razones de ser de la literatura es, precisamente, ayudarnos o empujarnos a hacernos esas preguntas e intentar darnos respuestas. Más aún si cabe, en el caso de la literatura moderna, que no podemos olvidar que comienza con las Confesiones de San Agustín. Es el primer libro moderno en el que se pregunta por el yo, por el quién soy.
Pero hay que andarse con cuidado. Decía Gómez de la Serna que «Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte».
Un grande, don Ramón Gómez de la Serna [ríe]. Me gusta, no conocía esa cita, muy buena.
Las fechas también son algo decisivo. Tú naces el 14 de septiembre de 1973, el día de la fiesta de tu pueblo, Día del Cristo, y también día del nacimiento de D. Francisco de Quevedo.
Durante muchos años la única efeméride que había encontrado era la muerte de Dante Alighieri. La fecha de nacimiento de Quevedo se rectificó con el tiempo, porque al principio se creía que había nacido el 16 de septiembre. Luego se encontró documentación en el que se fechaba el 14 de septiembre y la verdad es que me llenó de alegría. Y lo que me ha sucedido recientemente es que, preparando mi boda, me enterado de que el día de mi bautismo coincide con el de nacimiento de Caravaggio, el 29 de septiembre.
Eso en el plano personal. En el de la ficción, en tus novelas, retratas esa obsesión por el tiempo de mil y una formas. El tañer de las campanas en el pueblo de Guillermo —quien por cierto, escondía sus secretos en los engranajes de un reloj—, el reloj de bolsillo de Óscar Palmer, las fotografías de Cristo, los cepillos de dientes de Aldous, la partida de ajedrez entre Michaux y Palmer, los muebles a los que Cosmo alivia sus marcas del tiempo… ¿Qué te preocupa realmente? ¿Su paso? ¿Los cambios que produce? ¿El no aprovecharlo? ¿Que se ría de ti…?
Me preocupa todo, porque nosotros, los humanos, somos radicalmente tiempo. A diferencia del resto de los seres vivos, tenemos conciencia de su paso, por eso en mis novelas el tiempo siempre es un personaje más.
Todo lo que somos viene marcado por nuestro tiempo, que es la vida y que tiene un inicio y tiene un final. Es en ese trayecto vital donde tenemos que desplegar nuestro destino, no uno escrito o predeterminado. Si fuéramos eternos todo esto no tendría sentido. No lo tendría la libertad, la responsabilidad ética o moral… porque en ese caso nada de lo que hiciéramos tendría consecuencias. Es como en la película Atrapado en el tiempo [Harold Ramis, 1993].
Sólo en este contexto de tiempo limitado, tiene sentido la libertad, porque elegir tiene consecuencias. Si elijo una cosa estoy renunciando a otra, no hay tiempo para todo. Y esto tiene consecuencias éticas, porque puedes elegir bien o mal.
El bien y el mal, el sentimiento de culpa, el concepto de pecado son, precisamente, algunas de las muchas referencias espirituales que encontramos a lo largo de tu obra. Algunas tan hilarantes como que la protagonista de Las Horas se ríen de mí se llame María del Cristo, que sólo descanse los domingos y además, viva en el número 17 de la calle del Amor de Dios…
Más que referencias religiosas, son referencias culturales. Decía Fernando Pessoa hablando de la humanidad, que no es más que un conjunto de vegetales humanos que han heredado, sin querer, la cultura griega, el derecho romano y la moral cristiana. La propia concepción del tiempo que tenemos es judeocristiana, el sentimiento de culpa es católico… Seas creyente o no, eso ya forma parte de las coordenadas mentales de nuestra civilización.
En cualquier caso tú sí que mandas penitencia a tus lectores. Cierras El Tercer Sacramento con la siguiente cláusula: «Penitencia: Reserva al menos una hora de los días de tu vida a soñar con perfección».
Sí, es una cita de Fernando Pessoa.
¿Tú la cumples?
Creo que hay que soñar y pensar a lo grande. ¡La realidad ya se encargará de rebajarte las expectativas! Mi forma de entender la vida es mirar alto, e ir a por lo que quiero. Seguramente no llegue tan arriba, pero me quedaré más cerca que si me conformo con menos desde el principio.
Y en cuanto a los sueños, los concibo como el amor, que al final no deja de ser un sueño. Tienes que querer con una idea del amor perfecto. Es como el mundo de las ideas de Platón. Están las ideas, que son los arquetipos y luego el mundo real, que son copias de esas ideas.
Por cierto, dices no creer en el determinismo, pero en 40 es el destino el que hace las veces de narrador.
En 40 el destino es el propio Cosmo. La novela comienza con un narrador en tercera persona, porque Cosmo no tiene mucha conciencia de sí mismo. Está al margen de su destino, es como una tercera persona. Cuando Cosmo comienza a tomar los mandos de su vida, el narrador pasa a segunda persona, pero sigue siendo el mismo. Y finaliza en primera persona cuando Cosmo y su destino ya son uno mismo.
A lo largo de nuestra vida hay cosas que nos determinan —no podemos evitar que llueva, por ejemplo—, pero nuestra responsabilidad se limita a las situaciones en las que tenemos libertad y capacidad de elegir. Como decía Espinosa, la libertad es ser consciente de nuestras cadenas. Vivimos en un espacio muy constreñido y prefijado por leyes físicas, y los sucesos que nos ocurren vienen precedidos y tienen su origen en causas que escapan de nuestro control. Pero eso no es nuestra vida en realidad, eso es el escenario de nuestra vida. Por eso antes te decía que la única libertad que existe es la de pensamiento.
Lo que sí se dan son casualidades, y seguramente más que nadie, un escritor vive y monta sus historias con ellas.
Te voy a contar una. Casualmente nos hemos venido a reunir un miércoles, día especialmente notable en tu obra. Para Aldous (Berlín Vintage) el miércoles es un día propicio para llegar a acuerdos, también el nombre del gato de Cristo en Las Horas se ríen de mí y el día elegido por el abogado de 40 para visitar a sus clientes en la cárcel. Para más inri, un día como hoy, un 23 de agosto, Jacinto García Garrido se enamora por primera vez de María del Amor Verdadero en El Tercer Sacramento.
¡Todo encaja! [ríe]. Me gustan los miércoles, es cuando escribo mi columna en el periódico y además es el día de Mercurio, una de las divinidades más sutiles del Olimpo. Es el dios de los mercaderes, de los ladrones, de los acuerdos, de los cruces de caminos…
Hablemos de amor. Hace años dijiste que el problema de este mundo es que no hay amor, que la gente no se quiere y que la Asamblea General de la ONU debería reunirse de inmediato para darle solución. ¿A eso fuiste en 2015?
No [ríe], no creo que la ONU tenga capacidad para resolverlo, pero sigo pensando que es el problema del mundo. Lo que nos hace más humanos es amar, porque, enlazando además con lo que hablábamos antes del tiempo, amar también nos trasciende de esa limitación temporal e incluso física, corporal.
Si estuviésemos más preocupados en querer a los que tenemos cerca, eso nos robaría tiempo para fastidiar a otros que tenemos más lejos, y el mundo iría mejor. Y no me refiero a amor romántico, sino al amor en toda su esencia. De nuestra herencia griega y latina nos han quedado tres expresiones del amor: el amor erótico (el de pareja), la filia (la amistad) y el caritas (el amor al género humano, al semejante). La gente se tiene que querer más en todos los sentidos. No es Pablo Coelho, lo digo desde el pesimismo [ríe].
«Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felices», decía Borges.
No es una tautología. Ser feliz es una actitud más que una circunstancia. Es decidir libremente que, pese a lo que ocurra, voy a ser feliz.
De tu obra también se extrae un prototipo de mujer ideal: de labios rojos (Berlín Vintage), con voz que no haga daño cuando te pregunte: ¿qué piensas? (Loveis a game), y a la que no le importe alimentarse de nieve (Berlín Vintage). ¿Para ti ella vive en Orense?
Ella vive en Madrid pero es de Orense, sí [ríe]. ¡Lo has reunido a la perfección! Primero, los labios rojos como expresión física del amor, porque la belleza externa también es importante. Segundo, la voz, no física, sino interna, de la que habla ese poema maravilloso de León Felipe [2]. Y tercero, con ese coraje por apostar por el no límite, por intentarlo, extraído de un verso de Paul Celán.
Se llama Helena. Así la veo a ella, y así la quiero.
El lugar desde donde escribes, donde te inspiras, este refugio de escritor donde nos encontramos llamado El Aleph ¿es en parte el culpable de lo hermoso de tus palabras?
Es un espacio de barro y piedra construido con el objetivo de poder dedicar tiempo a pensar. Su nombre no se debe tanto a la primera letra del alfabeto griego como a la definición de Borges: «donde se encuentran, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos».
Concebí este espacio como lugar de encuentro con amigos. Y también como un espacio donde poder plantar mis árboles poco a poco. Cuando llego de Madrid los viernes, los voy mirando uno a uno con una emoción que no sabría expresarte con palabras. Dar vida a un lugar que en teoría no era apto para ello es maravilloso. Sólo era cuestión de traer agua, trabajar duro y tener ilusión por transformarlo en lo que es.
También tengo mi huerto patacósmico [3] que huele a cebolla, a fresas, a la generosidad de la tierra y de la naturaleza y a un tiempo reposado que no admite prisas ni urgencias. El huerto te da esa lección. En palabras de Pedro Salinas: «No por correr a principios de octubre se llega antes a la primavera».
Y, por supuesto, es un sitio perfecto para escribir. Nadie te molesta y tú no molestas a nadie, de noche se ve el cielo, y el grifo de cerveza aporta aquello tan importante de lo que Sócrates y sus amigos discutían en El Banquete. Casi un tercio de este diálogo platónico se dedica a decidir la proporción de vino con agua que necesitan para lograr que la verdad fluyera. La ebriedad está muy desprestigiada y creo que en la vida también es importante tener ese tipo de momentos.
¡Qué importantes son también los olores para tus personajes! ¡Y qué capacidades desarrollan al respecto! Cristo es capaz de imaginar vidas por el olor y Palmer afirma cosas como «No olía a odio. De eso estoy seguro». ¿De dónde viene esta ingeniosa modalidad de sinestesia?
En Love is a game hay hasta unos candados de bicicleta que se abren con el olor. Sabemos que el olor es seguramente el sentido menos susceptible de ser mercenario. El resto de los sentidos pueden engatusarse, se les puede engañar, incluso intencionadamente. El olfato seguramente sea más primitivo, y en ese sentido, el más ingenuo, y por ello, el más fiel y honesto. Por eso para mis personajes es un sentido importante como notario de verdad. Da fe de verdad, de no mentira.
Y sin embargo, ¿qué les pasa con el mar?
Pues que yo soy de interior y entiendo mejor el río que el mar [ríe], igual que ellos. El mar me parece inmenso, y tal vez por eso no encuentro en él el reposo que la mayoría sí. Es demasiado grande, como un reflejo demasiado fiel de la desproporción que hay entre el mundo y el ser humano. Sin embargo un río está más equilibrado con la dimensión de nuestra pequeñez.
De tus seis novelas, dos tienen su diégesis en la sala de un Museo. Tu pasión por Caravaggio se inicia en una exposición en el Prado de la que surgirá Berlín Vintage; mientras que lo que inspiró, en parte, Love is a Game, fue la obra expuesta en el MUSAC de Julie Mehretu y de Pipilotti Rist. Para muchos, amar y entender el arte clásico y el contemporáneo es una entelequia.
Love is a game plantea precisamente un debate sobre el arte moderno. Yo de arte no entiendo nada, pero precisamente porque soy consciente de esa carencia, he intentado estudiarlo un montón, desde el arte microesquemático del neolítico hasta las instalaciones del MUSAC. No puedo juzgar el MUSAC, ni técnica, ni política, ni artísticamente, pero sí creo que tenerlo aquí nos permite abrir la mente tanto a los leoneses como a los visitantes.
Con el tiempo, tus novelas también han acabado dentro de un Museo, e incluso inspirando canciones.
Fue una sorpresa y un orgullo que Berlín Vintage fuera seleccionada por el Thyssen como una de las obras literarias para comprender la vida y obra de Caravaggio cuando acogió una exposición sobre el pintor.
Y con respecto a la canción, Go, Palmer, Go, no conozco a Ivana López [del grupo argentino Casa Tomada] en persona, pero es una de las personas a las que más les ha impactado Love is a Game.
¿Qué me dices de la cultura subvencionada, abuso u obligación?
Te voy a contestar con una anécdota. En el siglo XVII un embajador francés de visita en Madrid conoció a Lope de Vega, y se preguntó cómo era posible que una persona con su talento tuviera que escribir para comer y no estuviera directamente mantenido por el Estado. Sin embargo, el mismo Lope de Vega reconoció en una carta que si no hubiera tenido que escribir para alimentar el fiero yugo, su cabellera en lugar de blanca estaría reverdecida por los laureles.
Subvencionar ya es un verbo que suena mal, es un verbo feo, pero sí creo que se debe invertir en cultura. La cuestión es hacerlo sin convertirla en algo paniaguado.
¿Dónde ponemos los límites?
El problema está precisamente ahí, en determinar los límites. Es la cuadratura del círculo. ¿Cómo establecer un canon cuando lo administrativo es pura norma y lo artístico por propia naturaleza no admite tasaciones?
Es una pérdida para la sociedad que gente que podría realizar creaciones maravillosas no pueda sacarlas adelante por motivos materiales, aunque también es cierto que la mayoría de los artistas a lo largo de la historia han sido unos pobretones. No lo sé. En cualquier caso creo que, hoy por hoy, no se le da un uso justo o inteligente, pero no soy Ministro de Cultura y no tengo esa responsabilidad.
¿A qué le teme Óscar M. Prieto?
Por ejemplo, la desaparición de las librerías y de la figura del librero, las vivo con pena. Llevé la biblioteca de mi colegio mayor ocho o nueve años, y entre mis funciones estaba la de administrar unas cien mil pesetas de la época en compra de libros. Recuerdo que estando en una librería haciendo el encargo, llegó un cliente y le dijo al librero: «Quiero un libro para una amiga que quiero que se separe, que se divorcie». Hasta ese punto ejercían su labor.
El personaje de Gonzalo en Berlín Vintage le explica a Aldous que existen dos tipos de escritores, los que se reconocían en Marcel Schowb —lenguaje cuidado, metáforas y texto elocuente pensado para ser leído en alto—, y los que se reflejaban en el espejo de Flaubert —su estilo es el silencio, llegando a hacer desparecer la voz del propio autor dentro de la historia—. ¿Me confundo si te ubico dentro de los del primer grupo?
No, estás en lo cierto. Escribo en alto, igual que el pianista Glenn Gould, al que se le oye tararear mientras toca.
Este comentario que incluyo en la novela me lo dijo de verdad el periodista Gonzalo Ugidos, quien también me estableció otra tipología de escritores. Me dijo «los hay de los que quieren la pasta y de los que quieren la gloria, y yo me temo cabrón, que tú eres de los segundos» [ríe].
Tú voz, como autor, no sólo no desaparece del texto, sino que se hace explícita en muchas ocasiones. Por ejemplo en El Tercer Sacramento escribes en primera persona, en un momento dado de la narración: «No quiero dejar a mi obra abandonada, dejarla que sola afronte su errante andadura por el mundo».
Soy un poco como Hitchcock, hago mis cameos en las novelas. Pero a veces lo hago porque muchos lectores que me conocen siempre piensan que el protagonista soy yo, y no es así. Introduzco algunas pinceladas así para que se den cuenta de quién soy yo en realidad: sólo el autor.
Sólo en Berlín Vintage llegas a emplear más de doscientas citas. ¿Quién te gustaría que te citara a ti en sus novelas?
Que Erri de Luca, con el que precisamente comienza Berlín Vintage, me mencionara, me haría ilusión.
Es un autor que al que tengo un filia especial. Me parece un escritor muy auténtico, que tiene un trato con la palabra muy especial. Es traductor del hebreo del Antiguo Testamento, y eso le permite tener una relación con la palabra muy íntima que muy pocos pueden conseguir.
¿Tienes noticias de Banksy? ¿No te ha contactado por Facebook todavía?
No. No sé si sabe que existo. Me interesaba mucho su figura, la de un tío con una fama planetaria que nadie sabe quién es, que ha logrado mantener su anonimato. Me hubiese gustado hacerle llegar la novela, la verdad.
Bueno, no sabes si ya la tiene o no…
No, eso es verdad.
Para entrar en tu casa ¿sigues necesitando verle la cara a Borges?
No exactamente. Si te refieres al llavero que tenía con una moneda de Borges…
Justo.
Qué va, se lo regalé al de Malevaje después de un concierto en una sala de Madrid. Y me ha dolido, pero por lo menos sé que lo tiene alguien que lo valora. Ahora lo que hago es pasar por debajo del dintel de Borges, así que…
[1] Trabalenguas latino que quiere decir persevera, pese a la dificultad.
[2] El poema, titulado Como ha de ser tu voz…, dice así:
Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra…
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera…
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
[3] El autor define Patacosmia en Love is a game (2010, pag.162) de la siguiente manera: «Universo al que llegaron los granjeros de las tierras felices, una vez que hubieron de abandonar Metacosmia. A diferencia de otros universos donde todo lo que es ya ha sido y lo que será ya fue, en Patacosmia todo sucede por primera vez y nada se repite. Todo es nuevo, diferente, único, fugaz e inaprensible. Y la ciencia ha desertado de las Leyes abstractas y de los Principios generales, y sus objetos son las cosas pequeñas y las excepciones».
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