L.lee la versión en Pal.luezu aiquí. (Lee la versión en patsuezu aquí)
Son muy pocos —o acaso ya ninguno—, los que hoy la pueden considerar como su lengua materna, pero en Laciana, el alto Sil, Babia y algunas partes de la tierra de Luna fue durante mucho tiempo el habla de los padres, de los abuelos, y de tantos que llegaron y se fueron antes que ellos. Allá en el norte de la provincia, entre valles que lindan con el Principado por los pasos de la Montaña Occidental, el patsuezu se ha conservado desde la Edad Media como una rareza que no deja claro si es idioma o dialecto. Se ha transmitido de forma oral como las grandes historias y, lejos de la meseta, se ha ido abriendo paso lentamente entre las generaciones. Malherido y denostado, ha llegado hasta nosotros por los caprichos del azar, por el aislamiento que imponía el paisaje y sobre todo por el infatigable trabajo de recuperación de algunos vecinos y asociaciones culturales de la zona.
El testimonio de Guadalupe Lorenzana Rodríguez (Caboalles de Arriba, 1962), aguarda en su casa, en su pueblo, en un entorno donde la frontera de León se diluye y entremezcla con la de la vecina Asturias, donde el camino asciende en pendiente y las colinas elevadas por encima de los mil quinientos metros observan como vigías todo lo que sucede en el valle. «Básicamente el patsuezu es una variante del asturleonés occidental. No es ni asturleonés, ni leonés, tiene sus propias características. Una de las más importantes es la che vaqueira, única nuestra, pero que se ha perdido un poco porque su pronunciación es difícil».
Upe estudió magisterio y se formó en el patsuezu de manera autodidacta. Siempre lo escuchó en boca de su madre, de su familia, de sus vecinos, y nunca tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para aprenderlo. Pero cuando la vida rural perdió fuerza y comenzó su progresivo avance hacia la mínima expresión, los castellanoparlantes no dudaron en relacionar la nuesa tsingua con la ignorancia de un tiempo olvidado. La presión social volvió a demostrar su fuerza, logrando que muchos decidieran voluntariamente, dejar de usarlo: «Todavía hoy, mi madre y las personas mayores me dicen que el castellano suena mejor, que a ella le gusta más que hable en castellano que en patsuezu. Fíjate… Para los mayores era sinónimo de incultura, de paletismo. Les daba vergüenza hablarlo delante de la gente y lo mismo me pasó a mí durante mucho tiempo». Hasta que la propia Guadalupe se agitó los prejuicios y se rebeló…
Pero no sólo el verso tiene en el patsuezu un camino de expresión. Voces tan autorizadas como Janick Le Men —profesora de Filología Hispánica en la universidad de León y autora del Léxico del Leonés Actual (1999-2012)—, afirman que es la variante del leonés que más literatura ha generado. En los últimos años abunda la bibliografía narrativa y también los estudios académicos, que se han ido sucediendo desde aquella singular aportación de don Ramón Menéndez Pidal titulada El Dialecto Leonés (1906), hasta el más reciente diccionario castellano-patsuezu de Manuel Gancedo Fernández, presentado con el título Tseite, Tsinu, Tsume, Tsana: El habla de Laciana (2013), pasando por nombres esenciales como los de Melchor Rodríguez Cósmen «El Provisor», Severiano Álvarez o Eva González. Es precisamente el hijo de esta última, Roberto González-Quevedo, quien adoptando el papel más científico del profesor, comenzó a dar cursos de patsuezu destacando la gramática y la importancia de la sonoridad. «Algo fundamental —afirma Guadalupe Lorenzana—, porque esta lengua es de tradición oral y para involucrar a la gente era necesario poder escucharla».
El proceso de recuperación comenzó en los años ochenta con la aparición de asociaciones como la de San Miguel de Bailes y Costumbres de Laciana, pero especialmente con la publicación de la revista El Calecho (que toma su nombre de una popular costumbre de la montaña, similar al filandón, que consistía en una velada vecinal previa a la hora de la cena). Las páginas de El Calecho fueron un punto de encuentro de escritores y autores que ayudaron a desperezar una tradición dormida. «En ese momento fue muy importante. Luego todo desapareció y el patsuezu se volvió a adormecer. La revista dejó de publicarse por cansancio, por problemas, porque hacer una publicación es muy difícil y da muchísimo trabajo. Los nenos se fueron haciendo mayores, las personas se desperdigaron, no sé, como que se perdió la ilusión. Hasta que se volvió a revivir sobre el año 2000, gracias al nacimiento de otros grupos como la Asociación de Amigos Sierra Pambley o Raíces Lacianiegas».
Los primeros continuaron con aquellos cursos de patsuezu en los que los alumnos aprendían a escribir y a dar forma a sus propias obras, y la Asociación Raíces Lacianiegas, a punto de cumplir ahora una década, impulsó desde el año 2009 una sección en Radio Laciana, donde una Guadalupe sin experiencia no dudó en tomar la palabra al frente del micrófono. «Todo empezó de una manera muy difícil, pero muy fácil al mismo tiempo. Yo era una paisana de pueblo y no pretendía hacer un programa especializado con el que enseñar una lengua, porque sabía que así no íbamos a llegar a la gente. Se trataba de devolver el entusiasmo a los oyentes. Entonces empezamos a hacer un espacio como si yo estuviera sentada en el escaño de mi casa hablando con los invitados. Se llamaba Entamamos un Calecho [Entablamos Conversación], y hablábamos de los orígenes, de los autores que pasaron por allí, pero siempre dándole un tono muy distendido porque sabíamos que a la gente le costaba aprenderlo, porque la tsingua no es fácil de leer ni de escribir. Y como nos ha llegado por tradición oral, muchos se daban cuenta al escucharlo que usaban palabras o expresiones heredadas de los abuelos».
Dentro del programa La Crisálida —un magazine radiofónico de temática variada—, la conductora de Entamamos un Calecho se asomaba cada quince días a la ventana de las ondas saludando siempre a los oyentes con la misma frase: «Pues aiquí tamos outra vuelta, chachos…». Después llegaban los escritores, las tradiciones, los modos de vida olvidados y, de vez en cuando, los niños. «Los programas de los críos eran una maravilla porque aquí había maestros interesados por el patsuezu, les enseñaban una poesía en la escuela y después las leían en la radio. A la gente le encantaba». Aunque todo aquello quedó atrás y la realidad ha mutado en hermosos recuerdos, el habla de Laciana no ha desaparecido de la radio, y su presencia sigue viva en la cultura de los valles: «En parte hemos conseguido un poco de normalización, y también que tenga un eco en eventos como el de la feria del libro. En todos los actos culturales siempre hay un poco de patsuezu». Lo hay también en el teatro, donde el Grupo Escarpín de Villablino se ha nutrido desde su fundación en 2006 de obras de reconocidos autores de la viecha tsingua, como Francisco González-Banfi, Emilce Núñez o Julio Álvarez Rubio, y puestos a completar la revisión cultural, algunos versos de la citada Emilce se adaptaron al pentagrama con música de Pepe Sabugo, quien hoy es parte del grupo Piértigu de folk.
Afortunadamente y por el bien de la mayoría, la inquietud cultural de muchos leoneses no parece tener fin, y en el terreno de lo literario el Club Xeitu, —constituido en 2009 en el pueblo vecino de Caboalles de Abajo—, promueve la escritura en patsuezu con el premio Guzmán Álvarez de relato y poesía. Guadalupe Lorenzana, quien reconoce que desde muy joven escribía cuentos en un cuaderno que no mostraba a nadie, se presentó al certamen —que lleva el nombre del autor de la primera tesis doctoral sobre el habla de Babia y Laciana—, y ganó no uno, sino dos años consecutivos con trabajos de prosa y poesía respectivamente. «El 2009 fue un año muy importante para mí con Carta desd´el Vatse, un cuento de retorno. En realidad es la historia de mi casa, una casa tradicional de toda la vida, donde siempre se escuchaban historias que poco a poco yo iba convirtiendo en cuentos. Carta desde el Valle comienza así: ‘Querida Maruxa: Yera yá nueite prietu cuando pol tsau d´arriba entornéi´l vatse…’».
Al año siguiente se alzaría con el galardón de poesía con La sulombra d´el, «una poesía muy guapa pero muy triste», según su autora. Afirma que tras estos reconocimientos decidió no escribir más, o al menos no hacerlo de cara a los certámenes literarios, ya que según afirma con contundente honestidad «lo que a mí me interesa es crear nueva escuela, que haya gente que siga con esto».
El Club Xeitu desarrolla en la actualidad una infatigable actividad cultural en el valle de Laciana y la Montaña Occidental leonesa. Toma su nombre de esa que es considerada la palabra lacianiega por excelencia, xeitu, un término que por allí todos entienden pero pocos pueden explicar con palabras, y mucho menos proponer una traducción clara al castellano. Hace referencia a una manera de ser, de vivir, y como dice Upe, «es una palabra que sirve para todo». Junto al xeitu, hay otras que se han impuesto en el habla cotidiano del leonés, y aunque no siempre tienen una correspondencia directa con el lenguaje castellano, a la mayoría le pueden sonar familiares términos como prestar o mancarse. Son algunas reglas del patsuezu, como la ausencia de las formas verbales compuestas, la conservación de la letra f en el sonido sordo de la h, o la tan reconocible che vaqueira.
Vemos también aquí, como sucede a menudo, que son la iniciativa particular y el ánimo asociativo los impulsos que permite mantener latente el corazón de la cultura, casi siempre con exiguo apoyo institucional. Pero lejos de sumarse a la queja y la protesta, Guadalupe Lorenzana es de las que se arriman al lado positivo de la vida. «Yo estoy muy agradecida a los ayuntamientos y a los concejales de cultura, y lo mismo pueden estarlo ellos de nosotros, pero lo que te anima a seguir es el respeto y el aliento de los demás. Me satisface mucho ver el avance del mi patsuezu, que es mi vida, algo que afecta hasta a mi manera de pensar».
Ese avance trata de discurrir por un sendero ordenado, adaptándose a la normativa gramatical propuesta por la Academia de la Lengua Asturiana: «la estandarización de la lengua era un acuerdo necesario para que puedan aprender los que se inician ahora en el patsuezu». Inicio, o punto de partida en la lengua de los abuelos, que muchos quieren ver reflejado en el currículo escolar aunque sea de un modo voluntario y gradual. El asunto invita a la reflexión y es caldo de cultivo para la polémica: «El problema —opina Guadalupe—, es que los niños tienen muchísimas actividades. Yo soy partidaria de proponerlo como una actividad extraescolar, una opción dentro de una semana cultural que se hace todos los años. Es importante lograr la reconciliación de la escuela con el patsuezu, ya que fue en la misma escuela donde se inició este rechazo».
Lentamente la vergüenza, el miedo al ridículo o a ser señalado al hablar, va quedando atrás, pasando a un segundo plano hasta volverse casi irreconocible. Incluso en los medios de comunicación las distintas variantes del leonés —junto patsuezu hablamos también de cepedano, cabreirés, sanabrés, alistano, mirandés…— se van haciendo un hueco en las noticias y en las columnas de opinión, en artículos y reportajes que tratan de proyectar esa riqueza patrimonial aletargada demasiado tiempo. Las redes sociales y los nuevos mecanismos de comunicación favorecen el debate intelectual, el intercambio de recursos y las posibilidades de estudio.
La modernidad es una marea que avanza imparable y, como sucede con el castellano, el patsuezu debe ser una lengua permeable a las influencias del exterior y a los neologismos. Lorenzana cree que «para que una lengua viva y perdure hay que ponerla al día, porque si no evoluciona se muere. Es verdad que es una pena perder vocablos preciosos del mundo de la agricultura y la ganadería, pero muchos ya no tienen utilidad porque ya no se usan, no existe esa manera de vivir. Ahora tenemos Interné, tilivisión y guachapu [WhatsApp] y por analogía tenemos que introducir esas palabras en nuestro vocabulario». Así, en los cursos y talleres literarios donde los alumnos se empapan de la lengua, se fomentan y adaptan anglicismos, «y aunque es posible que a los puristas de la lengua les parezca una barbaridad, en las redes sociales ponemos me presta en lugar de me gusta».
Resulta inevitable pensar en el futuro y en un relevo generacional que no permita que todo el trabajo de revitalización caiga en saco roto. Con una sonrisa casi permanente, Guadalupe Lorenzana afirma que «la gente menuda debe aprender de los viejos, para que el patsuezu sea de todos». Los que hoy lo hablan con fluidez tienen una edad superior a los cuarenta y cinco años, aunque hay casos de jóvenes muy dispuestos a tirar hacia adelante.
La última reflexión de Guadalupe es un canto de esperanza alejado de imposiciones y fanatismos, unas palabras que nacen del alma emocionada de quien ama la herencia recibida y que no parece tener intención de abandonar su empeño: «Yo siempre soy positiva. Hay quien opina que el patsuezu desaparecerá, pero yo no lo creo. No lo vamos a aprender como el inglés ni como una lengua al uso, porque pensar eso sería ridículo, pero nos hemos mentalizado de que es una parte de nuestra cultura y sólo por eso debe ser conservado. Con que la gente sepa que existió, que sean capaces de leerlo y si es posible escribir una poesía o un cuentín ya vale, no podemos pedir más. Lo que falta es que quienes saben hablar, pierdan el miedo, la vergüenza y lo hablen libremente».
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