Literatura — 01/06/2018

Oro leonés en pepitas de papel: Pozos, la novela

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No nieva, pero casi. No hay niebla, pero por poco. Frío, en cambio, encontramos a borbotones. Suficiente para sentirnos como un habitante más de los que discurren a través de las más de seiscientas páginas de Pozos, la novela.

Llegamos al pueblo que le da nombre por la misma carretera que hace años —muchos años— Pol ayudó a restaurar y modernizar, figúrense la maravilla. Estaba claro que en el destino de Gerardo Martínez Castro —Pol— (León, 1976) se encontraba el hacer llegar y dar a conocer Pozos de Cabrera a todo aquel dispuesto a estirar la mano de la curiosidad. Su riqueza geológica, histórica y cultural bien lo merece.

Pozos, la novela Leotopía

 

UN ESCRITOR, DE PROFESIÓN MAQUINISTA DE RETROEXCAVADORA 

Fue durante su adolescencia en La Bañeza cuando comenzó a responder por el nombre de, primero «Pollo», y luego ya «Pol», y también cuando empezó su aventura en el noble arte de escribir, como colaborador de un fanzine sobre videojuegos.

Años más tarde, aprovechando el auge los blogs, Gerardo comenzó su participación en Siete Planetas Desorbitados desde donde cada lunes firmaba un post bajo el nombre de «Planeta Pol». «Empecé a colaborar por rebote, porque en ese momento apenas escribía, aunque sí que tenía ganas de hacerlo. Desde 2008 hasta 2012 escribí y me expresé con total libertad. Fue un gran ejercicio», nos cuenta.

Tan grata fue la experiencia, que decidió crear su propio espacio en la Red, Irrealidad Perenne. Con la misma premisa de libertad, se presenta como «indignado por convicción, por mentalidad y por orgullo» y comparte de manera abierta y generosa con sus lectores sus preocupaciones —«Me preocupa el presente. Me preocupa el futuro. Me preocupan los míos y los vuestros. Me preocupan nuestros jóvenes, nuestros mayores, nuestros parados. Me preocupa la gente que emigró y la que inmigró. Me preocupa mi gobierno y el anterior y el anterior y el anterior. Me preocupa mi democracia. Me preocupa mi país (…)»—, aficiones —como el ciclismo— o experiencias descarnadas imposibles de desvincular del contexto político y económico de la época. «En esos momentos era casi obligado hablar de la crisis, la emigración o los parados de larga duración. Los que han tenido la oportunidad de legislar, de gestionar lo público durante los últimos cuarenta años, lo han hecho fatal. Sólo hay que ver la deuda externa que tenemos y lo que condiciona el día a día de cualquier español», apunta.

Su carácter reivindicativo le llevó durante un tiempo a estar vinculado de manera activa en la política leonesa, una actividad a la que, admite, no le importaría regresar: «Hice mis pinitos hace tiempo, en las municipales de 2011, cuando me presenté por la UPL en el Ayuntamiento de Soto de la Vega. Es un mundo que dejé ahí, pero que me encanta. Creo que podría ser alguien muy peleón», nos dice divertido.

Bien pensado, le comentamos, sus escritos dan testimonio de una historia de superación. De una vida, la suya, en la que han sido muchas las veces que ha tenido que ingeniárselas para salir del pozo. «Los pozos se construyen para, entre otras cosas, extraer cosas de ellos, así que sí, es una buena metáfora. Como cualquier persona, he pasado por etapas personales y profesionales muy difíciles. Te ves rodeado de paro, de desesperanza, de gente que no ve futuro… y en esos momentos, escribir fue una vía de escape muy importante», reconoce.

Pozos, la novela Leotopía

De la lectura de sus bitácoras también extraemos algunas piezas relevantes que nos ayudan a entender y dar forma al puzle del Pol actual, del mismo que nos hace de entusiasmado cicerone por las calles de su tan querido Pozos. Descubrimos, por ejemplo, que su biblioteca personal se inició a la edad de cuatro años y que fue su madre la proveedora de ejemplares desde su infancia. Pero nos quedamos con ganas de más, así que le preguntamos. «Esa primera novela que me regaló mi madre fue La Capitana del Yucatán, de Emilio Salgari», nos responde. «Fue un libro genial como primer libro regalado. Lo guardo, por supuesto, con las tapas completamente destrozadas, pero lo guardo — ríe—. Mi madre, como cuento en el post, me educó para ser curioso y para aprender, para leer y para escribir. En parte escribo por ella y siempre será así», afirma.

También por ella, en gran medida —«para ayudar en casa con cuestiones relacionadas con la administración de la empresa familiar»— Pol se decantó por estudiar F.P Administrativo hasta conseguir el título de Técnico Auxiliar, aunque con el tiempo, se ha especializado en el mismo sector que su padre. Es maquinista de retroexcavadora. Los que ya han disfrutado de su Pozos, la novela, saben bien que no se trata de un hecho menor.

 

DIFERENTES MANERAS DE LLEGAR A POZOS, LA NOVELA 

Dejamos el pasado para concentrarnos en lo que ahora nos ocupa, que no es poco. Subir hasta la corta romana y continuar nuestra conversación con Pol, ahora sí, centrados en su presente, en su Pozos, la novela.

Pozos, la novela Leotopía

Desde allí se divisa con precisión cómo este pueblo que descansa sobre latentes minas de oro, se ha configurado de manera artificial entorno a dos barrios diferenciados (la Villa y el Otero) como consecuencia de las antiguas labores que allí se desarrollaban. Esta actividad, la de la minería aurífera romana, fue precisamente una de las motivaciones de Gerardo para centrar su novela en este municipio.

 

Sobre la zona de la Cabrera, son dos los referentes literarios que seguramente a todos nos vienen a la mente: Donde Las Urdes se llaman Cabrera, de Ramón Carnicer (1963), y Los lobos de Morla, de José Antonio Valverde (2001).

Sobre Pozos en concreto, escribía a principios de los años cincuenta Hernández Sampelayo que «los arroyos que se precipitan por estas cumbres son los más ricos de oro de todos los del país, por el tamaño de sus granos y su abundancia. Una de las pepitas pesó hasta 36 gramos (unos 20 adarmes) y han sido muy frecuentes los de tres y siete gramos (dos y cuatro adarmes, aproximadamente). El arroyo más rico es el llamado río Pequeño, que baña el pueblo de Pozos (…). El oro del citado arroyo no se agota nunca, al decir de los oreadores». Instantes después de compartir estas palabras con Pol, no se resiste y confiesa: «Y sigue sin agotarse. Yo mismo guardo oro que he encontrado en las inmediaciones, en el río Eria o en el Cabrera, ambos auríferos», nos dice para a continuación sacar del interior de su chaqueta un pequeño tubo que avala sus palabras. Ahí está. Una pepita más de las muchas que encontramos en Pozos, la novela.

Pozos, la novela Leotopía

Este potencial que Gerardo ve en la zona se torna en reivindicación a través de las páginas de su novela. Porque, tal y como reflexiona sentado ya en la corta romana a  nuestro lado, «La Cabrera, Pozos, son grandes filones turísticos, ¿por qué no lo estamos explotando? ¿Por qué no hay una galería visitable en Manzaneda? ¿Por qué aquí no hay un triste cartel que señale dónde está el único pozo que queda aquí como vestigio de las labores romanas? Estamos dejando morir a los pueblos y yo me niego. Por eso este libro es también una manera de intentar ganarme la vida en mi tierra, de sacar partido y provecho de una de las muchas cosas que tenemos y poner mi granito de arena».

Pozos, la novela Leotopía

Pol dedicó dos años al proceso de documentación antes de ponerse a escribir —por cierto, primero a máquina, y luego ya, por comodidad, a ordenador— porque, como nos cuenta, «ser capaz de asimilar lo que había en este valle requiere un mínimo de estudio». Por eso, se «pateó» La Cabrera, tomó fotografías, recabó testimonios, escudriñó la Red y también volcó sus propias experiencias. «Todo el capítulo desarrollado en Las Médulas, por ejemplo, recoge exactamente lo que me sucedió a mí la primera vez que estuve allí, a excepción de la parte del ritual, claro», dice.

Lo que no recoge, y nos sorprende, es ninguna referencia o guiño al dialecto cabreirés, una circunstancia que, nos reconoce «ahora entiendo que no hubiera venido mal, sobre todo para darle un reconocimiento a la gente de La Cabrera, por eso, aunque es tarde para Pozos, la novela, es algo que corregiré en el futuro». Primera pista.

Su trama adictiva —como lo es en parte el oro protagonista como elemento inductor de codicia, envidio u odio— cuenta con seis personajes principales, aunque es uno por el que no nos resistimos a preguntar en primer lugar. Lo han acertado. Juanjo Garrido, su alter ego en la ficción.

Si muchos de los personajes de Haruki Murakami tienen oficios singulares, no comunes en espacios de ficción —en Los años de peregrinación del chico sin color, por ejemplo, Tsukuru Tazaki era diseñador de estaciones de trenes— Pol hace lo propio con Juanjo y Camilo Garrido, de profesión, maquinistas de retroexcavadora y claro reflejo de su vida y la de su padre. «A priori parece un oficio con poco recorrido literario, pero me apetecía contar sus pormenores, su día a día, y homenajear también en parte a mi padre, claro», nos cuenta.

Pozos, la novela Leotopía

Apasionado lector de Stephen King —con quien su editor de Lobo Sapiens le ha llegado a comparar—, Pol admite que en el americano ha encontrado una referencia en el género de terror y suspense, y que, precisamente, una de las cosas que más admira de él es el vínculo que ha creado entre su literatura y su Maine natal. «Si no fuera por las langostas y King creo que nadie sabría de su existencia», ríe.  «Con León pasa un poco lo mismo, sólo se habla de nosotros cuando hay un incendio terrible en La Cabrera o matan a una política, y eso tiene que cambiar.  Hay que poner a León en el mapa». Por eso, nos adelanta que León como escenario es y será el eje conductor de su trabajo literario. Segunda pista.

En cualquier caso, en Pozos, la novela, se atisban no pocas referencias del universo King. De su costumbrismo, de su capacidad para introducir en un contexto cotidiano y reconocible para el lector —digamos un pueblo tranquilo e idílico como Pozos— elementos disruptivos e inquietantes, de la nieve como recurso evocador y claustrofóbico… También esconde un particular tratamiento del tema del doble, persistente en la ficción, pero aquí presente de manera singular sobre todo en el caso de Rubén Vallina, ese personaje joven, valiente e idealista que «quería estudiar piedras».

Igualmente reseñable es la presencia o reflejo del tiempo, incluso en su vertiente más física o literal. Sus personajes pierden el reloj, o se les para, o se le arrebatan. «Es una metáfora de dejar ir el tiempo, también referido al mundo tecnológico, y de quedarnos con la esencia. Quería que mis personajes se fueran deshaciendo de cosas, por eso pierden el reloj, el libro —por cierto, no lo busquen, que no lo van a encontrar. Minería romana en el noroeste de Iberia, de Paulo Hichnner es un título inventado—… hasta quedarse con lo esencial, con lo puro, con la montaña», nos aclara Pol.

Pozos, la novela Leotopía

Y por eso elige como trasfondo temporal de toda la trama el Pozos de los años noventa, «una época fantástica, la mejor que vivió este país y que vivirá en muchos años», dice. Es agradable recordar con sus protagonistas cómo era comprar un callejero en el quiosco o llamar por una cabina de teléfono, aunque se pierde un grupo de WhatsApp tan memorable como el de «el de la Corta». «Me apetecía que tuviesen que desenvolverse sin ordenadores ni teléfonos inteligentes, porque creo que la vida era más sencilla y más bonita sin tanta tecnología. Y también como contrapunto de lo que quiero que sea la segunda parte». Tercera y última pista.

 

CONCLUSIONES

Tan hondo caló en Pol Pozos, que este mismo año ha adquirido junto a su pareja, una casa —de típica construcción cabreiresa— en el mismo municipio. El pueblo les ha recibido con regocijo, aunque «los primeros días, cuando vine a hacer fotos y recabar información, pensaban que era un ladrón que estaba buscando casa para robar», nos cuenta divertido.

Pozos, la novela Leotopía

Raquel, que nos acompaña a lo largo de todo nuestro viaje iniciático por este pueblo encantado y encantador, es responsable en gran medida de que el proyecto de Pol haya llegado a buen puerto. Y así se lo reconoce el autor, incluso en la dedicatoria de la novela. Ahora, también se encarga de gestionar la página oficial de Pozos, la novela en Facebook.

Lo de Twitter se lo deja a él, que para eso tiene experiencia. Y mucha. A pesar de que la app no figura entre las descargadas en su dispositivo móvil —hay que aceptar demasiados permisos— en 2011 ya era un usuario avezado en cuyo haber está, por ejemplo, ser coautor o promotor de la cadena de tuits y el impacto del hastag #Pelistuiteras. «A través de Twitter he podido encontrar a gente muy interesante fuera de mi entorno, y ahora mismo, el contacto que me permite tener con mis lectores es impagable. Esa barrera entre el escritor y el lector es mucho más pequeña. Yo mismo, por ejemplo, hablo mucho últimamente con el líder de Siniestro Total —Julián Hernández—, con cuyos libros estoy disfrutando mucho».

De momento, Gerardo reconoce que lo mejor de esta aventura recién comenzada como escritor está siendo «el buen resultado que me está llegando de los lectores. Las críticas están siendo inmejorables y eso también asusta un poco. La peor parte, tal vez, ha sido constatar la realidad literaria de hoy día. Cómo la literatura, en cierto sentido, se está quedando un tanto arrinconada dentro de las artes. Cómo cada vez se lee menos, y es una pena, porque la gente leída también es más vivida, y tiene más capacidad para desenvolverse en el día a día».

Pozos, la novela Leotopía

Tenemos que ir cerrando el telón. A lo mejor, la próxima vez que se abra, aparece Pozos, la película. De ser así, a Pol le gustaría ver en gran pantalla a Luis Tosar y José Sacristán.

Delibes decía que para articular una buena obra todo escritor necesita «un hombre, un paisaje y una pasión». En Pozos, la novela, confluyen estos tres elementos de la mano de un escritor que acaba de irrumpir en el mercado editorial leonés, pero del que se espera un interesante porvenir literario. Porque hasta el último y más recóndito de nuestros pueblos esconde grandes historias, que aguardan, como el oro de La Cabrera, al buscador insaciable. Y sobre eso, Gerardo, tiene mucho que contar.

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