Hoy se considera una fiesta nacional que traspasa límites y fronteras, pero el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, no ha perdido su carácter reivindicativo. Y no lo ha hecho porque persiste el descontento, la ausencia de derechos y garantías, el desempleo y la precariedad salarial.
Nuestro país conoce bien, porque lo ha padecido, las consecuencias de una crisis económica que ya dura una década —aunque los que administran los recursos desde arriba se empeñen en ponerle un punto final, que es ilusorio o simplemente mentira—, que se ha llevado por delante empleos, esperanzas de futuro, anhelos y en los peores casos, incluso vidas. Que ha provocado desahucios, emigración arbitraria, comercios abandonados, un pesimismo enraizado hasta el tuétano, y que toda una legión de jóvenes olvidados sólo puedan aspirar a reclamar su sitio dentro de otra generación perdida.
Es mucho lo que se ha avanzado en derechos laborales durante el pasado siglo, pero por delante el camino es confuso, y conviene no bajar la guardia ni la voz. Esta semana en EraPapel, coincidiendo con la fecha del 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, recordamos cómo empezó todo, recogiendo un artículo firmado por J. Mañé y Flaquer para La Estafeta de León.
Fechado en 1891, es crítico con el movimiento laboral que había comenzado sólo un año antes, y teme el desorden que según plantea, traen consigo las huelgas y manifestaciones. Los grupos conservadores hablaban de la necesidad de orden mientras los obreros reclamaban la jornada de ocho horas, y toda una lista de derechos que tardarían décadas en conquistar.
Porque esta es solo una pieza más en el puzle de la historia, os proponemos una lectura que debe ser calmada, analítica y reflexiva.
Porque antes que digital EraPapel, hoy, lo rescatamos, como siempre en Leotopía.
♦