Un rápido vistazo al edificio más emblemático de la ciudad confirma una realidad incuestionable, que viene sucediéndose de manera periódica a lo largo del tiempo: es necesaria una nueva restauración de la catedral de León. Mientras los trabajos continúan sobre la piel de piedra caliza, desde el pasado mes de abril la fachada occidental se recubre de andamios para abordar el acondicionamiento del rosetón principal y su conjunto de vidrieras.
Obras importantes que no tenían tal magnitud desde la inmensa restauración de la catedral de León del siglo XIX, que la mantuvo cerrada al culto durante casi cincuenta años. Dicen los responsables hoy, que no se fijan plazos para las obras, teniendo en cuenta la delicada estructura del rosetón y la necesidad de desmontar el centenar de vidrieras que lo componen, una a una.
Aprovechando la circunstancia, desde Leotopía rebuscamos en la hemeroteca para ofrecer un artículo publicado en la revista ilustrada Blanco y Negro, en junio de 1901. En él se celebra el final de la restauración de la catedral de León y la reapertura de sus puertas al público y al culto, recordando además que llevaba cerrada desde 1858, y que es «un modelo incomparable de severidad, de pureza de líneas, de lógica disposición de elementos y de sobriedad en los ornatos».
Esta semana en EraPapel, hablamos de la restauración de la catedral de León, de la necesidad de cuidar de un edificio convaleciente casi desde el final de la Edad Media, de mimar una construcción que es símbolo e historia viva de la ciudad, del cofre de piedra, cristal y luz repleto de secretos, de un monumento que inevitablemente, hace que el visitante levante la vista al cielo al pasar por su lado. «Soberano poder de la arquitectura, que arranca al corazón, sin otros medios que la tosca piedra, sus más sagrados sentimientos», dice el autor que firma estas palabras hace más de cien años.
Porque antes que digital EraPapel, hoy, lo rescatamos en Leotopía.