Las felices obsesiones editoriales y leonesas de Ricardo Magaz Álvarez (Castrillos de Cepeda, 1957) han convertido a este criminólogo en una de las plumas más prolíficas de este nuestro terruño. Cansado de vivir en la Nacional VI, este cepedano nos recibe en su despacho de la capital. Tomamos asiento. A nuestra izquierda, una hucha en forma de calavera de nombre Matías y una réplica de una gastada Olivetti. Al frente, el escritor que ha sabido, entre otras cosas, ejercer como policía durante más de treinta años y convertir esa experiencia en un excelente semillero de tramas y argumentos.
Desde el crimen de los Galindos (1975) o de los Marqueses de Urquijo (1980) —los grandes crímenes de la Transición— hasta la actualidad, ¿se ha conseguido avanzar en la exploración de la mente del asesino?
Sí, mucho. Hay que tener en cuenta que la criminología es una ciencia relativamente moderna, especialmente en España. Aquí apenas tiene diez o doce años, pero en este tiempo ha avanzado bastante, no solamente en la ciencia en sí, sino en su aplicación empírica.
¿Cómo lo has vivido tú? Porque comienzas tu carrera como policía precisamente en la Transición, y lo haces además, en un destino complicado. El País Vasco de los años de plomo…
Entré en la Policía en el 79, ya con la Constitución, y mi primer destino fue el País Vasco, efectivamente. Estuve en Bilbao, Portugalete, Basauri, Getxo… Fue complicado. No llevaba ni una semana allí cuando asistí a un entierro múltiple de tres policías asesinados por la banda terrorista ETA.
El Estado ya estaba ausente en ese momento y tampoco tenía mucho interés en hacerse presente. Éramos carne de cañón. La muerte de un uniformado, ya fuera policía, guardia civil, militar o cualquier otro tipo de funcionario del Estado, apenas le importaba a nadie. Entonces, había una gran mayoría silenciosa en el País Vasco. Afortunadamente, la situación ha ido variando con el tiempo pero entonces… Hace unas semanas todavía leía un informe en el que se decía que el 40% de los vascos nunca habían salido a la calle a manifestarse. Eso nos da una idea de la situación. Es indicativo, primero, del miedo que había, y segundo, del beneficio que suponía para los terroristas esa mayoría silenciosa. Ya lo dijo Arzalluz; alguien mueve el árbol, caen las nueces y otros las recogen [1] …
A pesar de todo, decides quedarte de manera voluntaria durante un tiempo.
Sí. Al principio fue un destino forzoso, pero luego, antes de irme para Madrid, me quedé un tiempo por allí de manera voluntaria.
Imagino que es una etapa que marca, difícil de olvidar. De hecho, ya en Madrid, fuiste uno de los encargados de coordinar las campañas de movilización ciudadana para lograr la liberación de Ortega Lara y Cosme Delclaux.
Desde Instituciones Penitenciarias nos propusieron que creáramos la PAS (Plataforma de Apoyo y Solidaridad con los Secuestrados), y así lo hicimos. Organizamos varias manifestaciones, entre ellas las de Lara y Delclaux. Cuando liberaron a Ortega Lara fue una alegría para todos, a pesar del estado crítico en el que salió. No he estado en el lugar donde le tuvieron retenido, pero sí en una reproducción exacta que una televisión —creo que fue Telecinco—, hizo del zulo. Fue bastante impresionante. Era escasamente un agujero de dos y medio de largo por apenas uno y medio de ancho.
¿Has tenido la oportunidad de conocerlo? A Ortega Lara, digo.
Sí, le conocí. Es un hombre al que le salvaron sus convicciones. Salió muy deteriorado, tanto físicamente como en el plano psíquico, pero el hombre logró superarlo, y ahora es un ejemplo para todo el mundo.
Es interesante cómo tiempo después, ya en tu vertiente de escritor, reflexionas sobre el papel de las víctimas en Garófalo o la lesión de los sentimientos (2007). Apuntas que sólo en los tiempos primitivos, donde imperaba la venganza privada, la víctima se encontraba protegida y encontraba la satisfacción de sus intereses lesionados.
Me refiero a la victimización secundaria. La Administración tiene carencias y una de ellas es que en ocasiones, provoca que la víctima lo sea doblemente, aunque de manera involuntaria.
Pasamos de una sociedad en la que era la propia víctima la que se cobraba el resarcimiento, a una sociedad más lógica, en la que es el Estado, de una forma imparcial y en tercera persona, el encargado de administrar esa justicia. Sin duda es un cambio positivo, aunque en algunos casos la víctima puede quedar desprotegida porque no reciba la atención directa que necesita, porque tenga que revivir hechos muy traumáticos… Por ejemplo, el simple hecho de tener que comparecer en el juicio. Si Rajoy comparece a través de un plasma en una habitación al lado de los periodistas, ¿cómo no lo va a poder hacer una víctima que tiene terror a su verdugo? En muchos casos no sería necesaria su presencia y se le evitaría pasar por ese trauma moral añadido. Clásicos de la criminología como Lombroso y Ferri lo explican muy bien. A veces la Administración maltrata a sus hijos.
¿Hasta qué punto ese sentimiento de desprotección por parte de la gente puede degenerar en una «necesidad» de resarcimiento personal, de venganza privada?
Si no se pusieran dificultades, si no se impidiera, las víctimas que se sienten abandonadas podrían plantearse el tomarse la justicia por su mano. Pero hay un dato que creo que dice mucho de la sociología en la que nos encontramos: hay casi novecientas víctimas de ETA (muertos directos) y, excepto en una ocasión, nadie ha reaccionado de esta manera.
Entiendo que te refieres al caso de los hermanos Ynestrillas…
Sí. A los hermanos Ricardo y Martín Sáenz de Ynestrillas. Se les acusó en su momento de intentar vengarse por la muerte su padre —asesinado por ETA en 1986—, aunque no quedó suficientemente demostrado. En cualquier caso, como digo, es el único caso, de momento, del que se tenga constancia.
A propósito del empuje incontrolable de la sangre que hierve, recuerdo a Margarita Landi explicando que durante las noches de luna llena había una mayor tendencia a la criminalidad. ¿Crees que el impulso criminal puede estar ligado a cuestiones exógenas?
¡Margarita Landi es una semidiosa para nosotros…! [ríe] Y sí, es cierto lo que decía. Sólo hay que ver las estadísticas de las comisarías y de los cuartelillos para comprobarlo. Suena muy de peli, pero tiene una explicación científica: la teoría de las mareas. Durante las fases de luna llena se altera el comportamiento del vaivén del mar, y teniendo en cuenta que el ser humano está compuesto en buena medida por fluidos, la incidencia lunar puede perturbar la conducta.
En 2011, durante la presentación del ensayo Crimen organizado transnacional y seguridad, declaraste que «León sigue siendo una provincia segura». ¿Todavía piensas lo mismo a tenor de los acontecimientos de los últimos años?
Ya, ya sé de lo que me hablas… El crimen de Isabel Carrasco, el de la peregrina e incluso ahora nos encarcelan al ecónomo de la Diócesis de Astorga en el Vaticano… ¡Dios Santo! Pero sí, aún creo que León es una provincia segura, y te explico por qué [ríe]. Porque somos pocos, de la España profunda y envejecidos. Y ojo, te lo digo como leonés.
Es inevitable que en la calle se siga hablando del crimen de Isabel Carrasco. ¿Estamos ante un caso cerrado?
Será el crimen de León por décadas, por años… Hay dos verdades, de momento es así. Están la verdad judicial y la empírica.
Yo estuve presente en el juicio y cuando el presidente lo abrió, lo primero que hizo fue advertir al jurado de que no se asustasen si no se llegaba al cien por cien de la verdad, porque no siempre era posible hacerlo, que lo que debían buscar era la verdad judicial. En este sentido, en el judicial, creo que sabemos la mayor parte de lo que pasó. Siempre hay flecos, y más en un caso de estas características, pero creo que en lo sustancial está cerrado.
Raquel Gago, ¿es para ti uno de esos flecos?
Es la pieza que queda en el aire, la que no encaja. Si tuviera que resumir este crimen después de todo lo que ha acontecido, el titular sería: «La banalidad del mal». Isabel Carrasco era una política controvertida que, puede que no tuviera muchos amigos, pero no nos confundamos, es la víctima, es a quien han asesinado. Montserrat cree que persigue a su hija, que no le deja prosperar, que cercena su carrera política…
Es un poco la venganza privada de la que hablábamos antes…
Justo. Siente que no está amparada y decide que tiene que matarla. Y no sólo eso, después de asesinarla, tal y como manifestó en el juicio, descansa. Siente que se ha quitado un peso de encima. Allí, con una estética a lo Bernarda Alba contesta: «¿Se arrepiente? No. ¿Lo volvería a hacer? Sí».
Isabel Carrasco era una política muy dura, llena de enemigos. Seguramente, si el azar no hubiera puesto en la pasarela sobre el río Bernesga al policía jubilado, la lista de sospechosos coyunturales y a perpetuidad sería… no sé si como el padrón, pero sería larga, muy larga. Incluso durante un pequeño lapso de tiempo, no mucho, se pensó que podía ser algo relativo al GRAPO o algo así. Pero tengo claro que la policía, antes o después, hubiera llegado al triunvirato.
Y en todo esto Raquel Gago es la pieza que no cuadra si aplicamos el sentido común. Una madre que odia a la asesinada, una hija manipuladora… ¿Y qué pinta ahí Raquel Gago? Es una profesional, una agente de la policía local de León… ¿Qué le iba en ello? No parece encajar, pero es verdad que le han condenado y que «dura es la ley, pero es la ley».
A los espectadores del documental Muerte en León (Justin Webster, 2016) se nos plantearon ciertas dudas razonables más allá del papel de Raquel.
Me comunico con Justin Webster a menudo. Hizo un excelente documental y además tuvo la suerte de que le coincidiera el final del rodaje con la sentencia. Ya se había pronunciado el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León con sede en Burgos y luego, en el último momento, salió la sentencia a Raquel y aquel bombazo de que Triana pudiera tener un amante en la Junta de Castilla y León. Hace poco un amigo común me dijo que estaba pensando estirar algo más la serie y hacer otro capítulo centrado en esta última teoría.
Una teoría que veo que a ti no te convence…
Lo veo flojo. No digo que no ocurriera. Puede que tuviera un amigo íntimo o un amigo del alma y que trabajara en la Junta —todo el mundo tiene que trabajar en algún lado—, pero es un hecho flojo y poco relevante. Lo que ocurre es que al conocerse al final…
Es verdad que ayuda a que la intriga sea aún mayor. ¿Es por casos como este por los que reconoces la maldad intrínseca del hombre? Hablas de una tendencia natural del ser humano hacia la oscuridad en Perro no come perro (2016) o del criminal atávico o innatismo perverso en Narcotráfico y drogas de abuso (2013).
No se trata de pesimismo antropológico porque creo que hay lugar para la esperanza. Suelo decir «nada bueno esperes del género humano, lo demás es ganancia para la especie». En realidad todos llevamos un lobo dormido dentro. Sólo se tienen que dar las condiciones para que alguien, de un modo que nunca podríamos sospechar, ejerza algún tipo de transgresión o de violencia.
¿Así que todos somos psicópatas en el fondo?
No. Una cosa es que llevemos un lobo dentro, que es una frase muy literaria, y otra cosa es que todos seamos psicópatas o sociópatas. Eso no. Lo del criminal atávico es diferente, porque ahí no hablamos de teorías sino de hechos contrastados.
El ser humano es carnívoro, y es además el primer eslabón tanto de la cadena alimenticia como de la jerárquica. Te voy a poner un ejemplo. Si un niño naciera y fuera capaz de defenderse por sus propios medios, si superviviera y no le socializásemos, sería caníbal, y a lo que tendería por naturaleza sería a someter a su entorno y a sus semejantes. Eso le va en el genotipo, nacemos así. ¿Qué hace que un niño no sea caníbal, que no someta a sus semejantes y que no se comporte de un modo cruel? La socialización en el entorno familiar y educativo.
¿Es en este último caso en el que entra en juego la criminología, verdad? Como presidente de la Sociedad Científica Española de Criminología (SEC), ¿qué es y en qué consiste exactamente?
La criminología es la ciencia que se plantea el por qué de la transgresión. Y una vez llegado a su por qué, intenta poner los medios para evitarla. Es importante no confundir la criminología con la criminalística. Ahora llegan muchos chicos a las facultades con vocación de criminólogos, pero sin las ideas claras. Ven CSI y las pelis de policía científica y dicen «quiero ser criminólogo». No, eso es criminalística, eso es policía científica. La criminalística es la disciplina que se plantea las siguientes dudas —que además son muy periodísticas—: qué quién, cómo, cuándo y dónde.
La criminología es eso y mucho más. Cuando llegó a España lo hizo de la mano del derecho, y nos quejábamos porque creíamos que no tenía que ser sólo un catálogo de penas o de derecho penal, procesal… tenía que ser algo más. Ahora ya camina de la mano de la sociología, de la antropología, de la psicología… porque al final, el criminólogo no es un policía, no está para detener a nadie o para investigar desde un punto de vista policial, sino desde otros aspectos.
Tú también fuiste pionero en el sindicalismo de los cuerpos de seguridad estatales (La Fundación Democrática de Policía). Desde entonces, reclamas la desaparición de la Guardia Civil como cuerpo militar, y su unificación con la Policía en un cuerpo de nueva planta.
Si se es policía no se debe ser militar, eso es así. Las policías —cualquiera que sea, la Nacional, la Guardia Civil, las Autonómicas, las Locales o el Servicio de Vigilancia Aduanera—, deben ser funcionarios civiles del Estado. Como mucha otra gente, creo que la Guardia Civil debe de ser (haciendo honor a su nombre) civil, pero no desaparecer. Se trataría de formar un nuevo cuerpo, unificando la Policía y la Guardia Civil.
Tuvisteis un programa de radio, medio que combina muy bien con el misterio y el género negro.
Sí, la Unión Federal de Policía tuvimos un programa en Radio Intercontinental, la radio de Serrano Suñer, que llevaba su hijo [René Serrano]. Era para toda España y emitíamos en AM. Se llamaba Panorama de Seguridad y Policías en las Ondas y estuvimos durante años. Nos funcionó excelentemente. Además dio pie a que en otras radios empezaran a emitir programas sobre seguridad, criminología y hechos luctuosos. La radio ofrece muchas más posibilidades.
Aquí en la SER de León estuve dos años con Chechu Gómez, que además tuvo el buen gusto de poner como sintonía de entrada Canción Triste de Hill Street [ríe]. Y también estuve una temporada en Onda Cero El Bierzo en un espacio que se llamó El Quinto Mandamiento. Una genialidad de nombre, me castigo por no haberlo pensado yo mismo.
A todo esto, ¿por qué policía? ¿Alguna historia digna de novela al respecto?
Me hice policía porque era un mal estudiante… [ríe]. Tuve una crisis en la que no sabía qué hacer y acabé enrolándome en la Policía Nacional. La verdad es que inicialmente no tenía vocación.
Como experto en narcotráfico, ¿qué opinión te merecen producciones televisivas de reconocido éxito como Narcos (Chris Brancato, Carlo Bernard, Doug Miro, Paul Eckstein, 2015) o Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008)?
Me parece tremendo. Mi casa en Madrid no queda lejos de la estación de metro de Sol, así que fue inevitable que estas Navidades me topara con el cartelón enorme de promoción que Netflix había hecho de la serie [Oh, blanca Navidad, rezaba el cartel en cuestión]. Entiendo que desde el punto de vista publicitario, como medio, consiguieron su objetivo. Llamaba la atención, pero… Eso me parece tremendo, pero me lo parece más aún que los chicos se compren camisetas y lleven en su pecho a Pablo Escobar. No solamente era un narcotraficante, sino que era un homicida múltiple y un auténtico psicópata. Mandó ejecutar a centenares de personas, e incluso se permitió el lujo —en su pulso contra el Gobierno de Colombia—, de colocar una bomba en un avión en el que pensaba que iba el Presidente. Lo derribó con doscientas personas a bordo. Que alguien así termine siendo un personaje legendario es tremendo. El «plata o plomo» es muy literario, hay que felicitar a la tele, pero…
Ellos alegan que queda retratado como delincuente, pero es verdad que también genera a su alrededor un halo…
Sí, de mito, de estrella del rock and roll, de alguien legendario, de alguien hecho a sí mismo. Pero la realidad es bien distinta. Y por cierto, el hijo, por un lado reniega de su padre y por el otro vive de las rentas de su memoria.
¿Y qué me dices del cocinero de metanfetamina más célebre de la televisión, Walter White, protagonista de Breaking Bad?
Esa no la he visto, no tengo criterio.
En Narcotráfico y drogas de abuso (2013) apuntas que el narcotráfico es «uno de los delitos con mayor carga de reproche en la sociedad hasta que bajas el nivel, del narcotráfico al narcotrapicheo, algo mucho más cotidiano y donde se encuentra la figura de los enfermo-dependientes». ¿Crees que en la pequeña y gran pantalla estos valores se revierten?
Sí. En la ficción los narcotraficantes son retratados como los héroes. Durante el tiempo que estuve con el Grupo de Investigación de Policía Judicial que se dedicaba a luchar contra el narcotráfico en diferentes estratos en Madrid, me encontré con un problema: cuando llegas al trapicheo callejero, a la persona que revende papelinas por las esquinas, tienes que aplicar la ley de igual forma, pero en ocasiones te genera un problema de conciencia. Estoy hablando de los yonquis, de enfermo-dependientes que están cometiendo un delito.
Como el Código Penal en España se hizo (y todavía no se ha cambiado del todo) para los robagallinas, la pena de cárcel que le cae a un narcotraficante que importa kilos de droga y a un enfermo que trapichea en una esquina con una papelina muy adulterada, no está lo suficientemente compensada. Las penas son muy similares cuando su situación y circunstancias no lo son. Durante la época dura de la heroína eran verdaderos cadáveres andantes. Eso fue tremendo.
Esta impotencia, las renuncias, los dilemas morales… sí que suelen verse reflejados en las ficciones.
Cuando hablamos de narcotráfico nos enfrentamos a dos problemas fundamentales. El primero, el hecho de que la droga ha acompañado —y acompaña— siempre al ser humano. Es decir, que hay demanda porque hay oferta, y viceversa. Y el segundo gira en torno a la cuestión económica. Llegan a tener tanto poder económico que es fácil que entre en juego la corrupción.
Infiltrarse en un grupo de narcotraficantes es realmente difícil. Poder meter en la Cañada Real, por ejemplo, a un agente encubierto sin que lo «muerdan» resulta muy complicado. El agente encubierto es un funcionario de policía judicial que se ofrece voluntario para el cargo y al que el Ministerio de Interior otorga una nueva identidad —falsa pero legal—. Permite que se mimetice con el ambiente e incluso que mueva partidas en el caso de las drogas. Lo que no puede hacer es cometer un delito, es decir, no puede incitar a cometerlo, pero sí puede incorporarse a uno que ya esté en marcha, que esté ideado por el grupo criminal, por una mafia, por un cártel, por una banda…
¿Ejerciste como tal alguna vez?
No, nunca.
¿Te quedaste con las ganas?
No, la verdad que no. El agente encubierto se creó y se incorporó al corpus normativo porque existía esa necesidad. Hasta entonces lo que hacían los cuerpos policiales y los servicios de inteligencia era meter topos. Y esta figura, la del topo, siempre dio muy mal resultado. ¿Por qué? Pues porque al no ser un agente policial no se sabía dónde tenía los límites y, sobre todo, porque al finalizar su servicio no se sabía cómo actuar.
Tenemos grandes ejemplos de topos, como Mikel Lejarza —alias El Lobo—. Gracias a su trabajo se logró la detención de muchos etarras, pero desde entonces tenemos un problema, porque no podemos ponerle escolta permanentemente, no podemos ponerle un chalet permanentemente…
Por eso se sacó adelante la ley del agente encubierto y ahora, hace un par de años, la del agente encubierto en Internet, para que el policía pueda rastrear la Red, hacerse pasar por un pedófilo, por un pederasta o por un narco de las nuevas drogas de diseño, y lo pueda hacer de manera efectiva y sin cometer un delito.
Desde que en 1992 publicas tu ensayo El esclavo mundo de las drogas, no has modificado tu opinión sobre la legalización de las drogas ni en una coma. ¿No ha cambiado nada desde entonces?
Es verdad que «muerto el perro se acabó la rabia», pero para eso se tendría que llegar a un acuerdo aceptado de manera internacional. De otra forma no serviría de nada. En España, por ejemplo, están muy aceptados todos los productos derivados del cannabis. Aquí lo podríamos legalizar totalmente —digo totalmente porque el cannabis se puede fumar en casa y no cometeríamos ninguna transgresión, pero si lo hacemos en un parque sí—, pero no serviría de nada si no se tiene la misma legislación en Portugal, en el Magreb… No podemos olvidarnos de que estamos en el espacio Schengen y además somos frontera exterior.
Es verdad que si se legalizara la droga se disminuiría mucha criminalidad, pero también lo es que el tabaco y el alcohol son drogas legales y sigue existiendo el mercadeo de tabaco y el garrafón. La gente se ríe del garrafón, e incluso si no es muy malo se llega a aceptar, pero es un delito contra la salud pública. Así empezó el aceite de colza.
Hablas de las consecuencias de su legalización desde un punto de vista criminal, pero ¿crees que también implicaría una reducción de su consumo?
Las que disminuirían, sin duda, son las falsas muertes por sobredosis. Las muertes por sobredosis son mínimas. Lo que sucede en realidad son muertes por adulteración, por envenenamiento. Cuando la droga llega a España lo hace en un estado más o menos puro. Una vez aquí se va cortando, de manera que un kilo se transforma en dos, en cuatro, en cinco, en diez… y lo que consume el último eslabón, tiene de un 10 a un 15% de pureza. Si la adulteración está hecha de forma incontrolada, el consumidor —que ya está en una posición de debilidad—, se muere. ¿Por sobredosis? No, por una adulteración inadecuada de la sustancia.
Paralelamente a tu carrera policial, has cultivado todos los géneros literarios, pero tienes una especial vinculación con la novela negra. Tu caso no es excepcional. La existencia en el mundo de las letras de policías que escriben inspirándose en su día a día viene de antiguo —Tomás Salvador (Cuerda de Presos), José Luís Tomás García (La otra orilla de la droga)—, y llega hasta nuestros días contigo, con Alejandro Gallo, Marc Pastor o ya, en el extranjero, con Joseph Wambaugh (Los chicos del coro o Hollywood Station). ¿A qué crees que se debe esta conjunción?
Las armas y las letras siempre han estado ahí, con Cervantes, Garcilaso… era otro concepto de armas, pero el mismo sentido.
El que haya muchos «maderos» que escriban es natural. En nuestro trabajo lo fácil es detener a alguien. Lo complicado viene a la hora de tramitar las dos toneladas de documentos a cumplimentar que eso conlleva. No sé la cantidad de cientos de miles de folios que tuve que escribir, primero aporreando la Olivetti, y luego ya a ordenador. Eso facilita la labor, como también lo hace el vivir en primera persona las cosas.
¿Es una forma de desahogo?
Sí, en parte también lo es. Lo que siempre me preguntan es si me nutro de mis vivencias para escribir. Y yo lo que digo es que los telediarios no son ficción. Puedes recurrir a hechos concretos, pero también puedes fabularlos.
De todas formas, vivir las cosas en primera persona a veces te genera problemas técnicos. Como policía, cuando abordas un caso, una investigación, el detalle es lo importante. En cambio, cuando te pones a escribir, has de tener cuidado y no ahogarte en los detalles. Todos tenemos ahí nuestro talón de Aquiles.
Patricia Highsmith decía: «Creo que muchos escritores de novela negra […] tienen que sentir alguna clase de simpatía o identificación con los criminales, pues de no sentirla, no se verían emocionalmente involucrados en los libros que escriben».
No exactamente… [ríe]. De lo que sí puedo dar fe es que en la mayoría de las novelas escritas por policías el elemento en común es la figura del antihéroe, la del poli un tanto perdedor, la del poli al estilo Colombo. El sabueso español de género negro tiene ese perfil. Creo que nos intentamos alejar lo más posible de Starsky y Hutch, que son odiosos. Hay un libro que se titula No te fíes de un policía que suda [Antonio Gómez Rufo, 2015], pero lo raro es que no sudes ¿no? [ríe]. El género negro es denuncia social. ¿Cómo puedes reflejar el patio trasero de la vida, de las personas, si pones a Starsky y Hutch de protagonistas?
De hecho, también encontramos casos en los que el criminal se ha convertido, tras su paso por la cárcel, en escritor de éxito. El caso de Edward Heward Bunker o Anne Perry, por ejemplo.
Una novela negra se puede escribir desde la óptica del sabueso, del detective, del poli, de la víctima y también desde la del malo, desde el punto de vista del transgresor. En España, por ejemplo, tenemos a Dani el Rojo [Daniel Rojo Bonilla]. Coincidí con él hace unos años en la Semana Negra de Gijón y la verdad es que verle es la leche, porque con que sólo el 1% de lo que cuenta sea verdad, ya es un personaje de novela.
Él es un tío reconvertido, que escribe novelas y cuyo mensaje de fondo es «no repitas mis mismos errores, con ese tipo de vida sólo puedes acabar mal». Al final es un discurso moralizador que se agradece. Pero no todo el mundo termina así. Él y los que llevaban una vida disipada como él estaban destinados a no morir de viejos. Ahora tiene este discurso de personaje redimido, pero seguramente cometió delitos muy infamantes que no revela, porque todavía no han prescrito o porque le daría vergüenza reconocerlos ahora.
Desde el principio te has erigido como defensor del género. En el prólogo de tu novela El inquietante sonido del timbre (2001), Rogelio Blanco, parafraseando a su vez a Rafael Escudero escribe: «Hay más vida en un relato negro que en mil páginas de Marcel Proust». ¿Sientes que formas parte de su impulso hacia su consideración de género mayor?
Bueno, en mi modestia. El género negro salió de la bodega donde estaba metido como descanso intelectual y ha ido tomando cuerpo y vigor. Creo que hoy en día ya casi todos los escritores quieren tener alguna novela de género negro, o al menos cercana al género negro (criminal, thriller, suspense, detectivesco…).
¿Cómo lo definirías exactamente?
Es un término muy ambiguo y muy amplio, pero al final sus elementos comunes y definitorios son tres: la transgresión (ya sea penal, social…), la muerte y el sexo.
El género negro en el que hay demasiada violencia y demasiados muertos no me gusta. En realidad es que no me gusta la violencia. Tiene narices, dedicarme a esto y decir que no me gusta, pero es verdad. Sobre todo la violencia gratuita. Su uso excesivo (en lo literario, pero también incluso a la hora de poner ejemplos en un ensayo o en un manual), no te lleva a ningún lado. Si termina siendo casquería no aporta nada. Ocurre lo mismo cuando analizas un caso y se busca meter directamente el dedo en la herida, en el morbo…
¿Es ahí hacia donde se han dirigido los medios? Como columnista habitual de prensa, tertuliano y colaborador de radio y televisión, ¿crees que nos hemos instalado en el terreno de la espectacularización?
Tanto desde el punto de vista policial como de la seguridad criminológica y criminalística creo que sí, que se ha disparado el tema.
Hoy en día hay dos asuntos que están totalmente sobredimensionados a nivel mediático: la cuestión rosa y lo luctuoso, el crimen, los sucesos. Ambos tienen su público porque, como sucede con las drogas, detrás tienen un condimento que siempre ha existido y existirá en sus diferentes facetas, que es el morbo. Y donde hay morbo hay demanda. Y si hay demanda te lo ofertan, de tal manera que…
¿Te has negado alguna vez a participar o has puesto límites en tus colaboraciones en este sentido?
Sí. Pongo los límites en la ética y en la moralidad, y sobre todo freno en el momento en el que entiendo que puedo causar daño. No recuerdo quién dijo que «el mejor libro de moral que tenemos es la conciencia», pero la conciencia es muy amplia, la tuya es la tuya y la mía es la mía. No hay más que ver dónde llegan algunos espacios televisivos.
Es inevitable que cuando analizas un caso provoques un pequeño daño moral sin quererlo. Para ti es un análisis más, pero alguien puede estar rememorando un hecho traumático. La víctima no sólo es quien ha perdido la vida o quien ha sido objeto de un delito, sino sus familiares y amigos. Hay que tener muchísimo cuidado y medida.
Consideras injusto que la tarea de análisis y estimación de las obras detectivescas se confíen a quienes no les gustan este tipo de narraciones ¿De qué género tú no serías un crítico objetivo?
De poesía, por ejemplo. ¡Y escribo algo de poesía, eh! Hago mis pinitos y me gusta, pero no me veo valorando otros trabajos. Si a un amante de la poesía al que no le guste el género negro le pones a hacer una crítica sobre ello, seguramente le parecerá tremendo, banal, trivial o lleno de vulgaridades. Hay mucho Bambi por el mundo. Muchos que creen que todo es paz y amor. Y eso está muy bien, en plan hippie, ¿dónde hay que firmar? Pero luego la vida «ye como ye».
Alipio Morgades, el policía antihéroe que cobró vida en una Semana Negra de Gijón de hace dieciocho años, ¿dónde y cómo se parió?
Precisamente para una serie «antihéroes» de la Semana Negra de Gijón. Alipio Morgades es un inspector de segunda clase —no existen los inspectores de segunda clase—, es un indeseable, pero no es Torrente, él tiene principios. Es un tipo que ya está de vuelta de todo, un perro viejo al que le gustan mucho las frases de perros… Quizá sea el policía que todos los policías quisieran ser en un momento determinado y que no pueden ser, porque no se puede ser tan perro, tan perrángano como Alipio Morgades [ríe].
¿Cuándo contrajiste la fiebre de leer?
Pues no lo recuerdo, creo que ya nací con ganas de leer.
¿Y de escribir?
Es una necesidad. Tengo por ahí dicho —aunque no me gusta citarme porque creo que es una pedantería—, que escribo para ser leído, querido, eterno y estar en El Corte Inglés.
Es esa idea de trascender, de perdurar. Antonio Porchia decía en Voces que «Se vive en la esperanza de llegar a ser un recuerdo».
Como gracias a Dios, soy ateo, a algo te tienes que pillar.
Victoriano Crémer decía que León siempre fue una especie de Atenas del Noroeste, que el analfabetismo aquí se erradicó antes que en ninguna otra parte. ¿Se generó un caldo de cultivo perfecto para los escritores?
Déjame primero que te diga que Crémer es mi maestro desde rapacín. Cuando escribí mi primer libro lo reseñó en la contraportada de El Diario de León. Cuando me mandaron el periódico a Madrid y lo vi… fue muy emocionante.
Normal…
Y retomando tu pregunta, tenía toda la razón. Hay mil doscientos pueblos en León, y no había uno donde no hubiera una escuela. Y hablamos de aldeas. Aquí todo el mundo sabía leer y escribir. Eso lo sabe bien Isabel Cantón Mayo, que ha escrito mucho y bien sobre Sierra Pampley.
En cada casa de León había o un cura, o un guardia o militar, o un escritor. Había un importante nivel de instrucción de la población gracias a las escuelas rurales y, hay que reconocerlo, a las congregaciones religiosas y los seminarios.
Hace poco, hablando con Rogelio Blanco —también cepedano—, llegábamos a la conclusión de que si en León ahora mismo hay un movimiento cultural tan grande por parte de las generaciones que ahora tienen entre cuarenta y sesenta años, se debe fundamentalmente a eso. Fíjate en la cantidad de proyectos que hay, de escritores, de revistas culturales… Creo que no hay un pueblo en León que no haya tenido o tenga una o dos revistas.
¿Cómo La Voz de La Cepeda y la Maragatería, que fundas tú mismo en 1996?
Astorga tiene una tradición periodística de la leche. La Voz fue una cosa coyuntural. Primero fue revista, luego periódico semanal y luego digital, pero al final lo dejamos, como ocurre con este tipo de proyectos. No era un proyecto empresarial ni nada de esto, era militancia, romanticismo.
Donde estoy metido ahora es en el Faro Astorgano, que tiene más de cien años de historia. Durante un tiempo formé parte del Consejo de Administración. Lo primero que hice cuando llegué fue cambiarle la cabecera. El diseño actual de su cabecera es mío. Ahora soy accionista y columnista de contraportada. Tenemos ocho empleados, un local y una rotativa propias. Es inconcebible hoy en día. ¿Sabes por qué funciona?
¿La fidelidad de los suscriptores que viven fuera?
Sí, es verdad que tenemos unos tres mil suscriptores que viven fuera de Astorga y que son clave. Recibirlo cuando estás lejos es emocionante. Cuando estaba en Madrid, llegaba a las nueve de la noche a casa, abría el buzón y recogía El Faro. Era un acto poético.
También sigue funcionando porque no repartimos dividendos. Es una sociedad anónima, somos unos cien accionistas, y como nadie puede pegar un golpe de mano y hacerse con la mayoría de las acciones, no hay pérdidas, y todo lo que se gana se reinvierte.
¿Qué papel ha jugado en la literatura leonesa la Tertulia Arco Iris?
La fundamos en la Casa de León en Madrid a mediados de los años noventa. Empezó como una broma de amigos. Tuvimos durante muchísimo tiempo reuniones, editamos varios libros, y ahora estamos desperdigados por estos mundos de Dios.
La Casa de León empezó a llamarse «La Embajada» a partir de la publicación de mi libro [La Embajada, 1997]. Allí coincidíamos, quedábamos a comer y luego tertuliábamos…
[En ese momento, Ricardo coge entre sus manos División de opiniones. Arco Iris, una tertulia literaria del siglo XXI (2001), para señalarnos, brevemente, los entresijos de su portada]
Eras el más joven de la camada. ¿Daba vértigo saberse entre los grandes a tan corta edad?
Pues hombre, al lado de Don Luis Alonso Luego, la verdad es que sí…
¿Qué opinión te merece el fenómeno de Genarín como doctrina etílico poética?
Me parece muy bien. Los que le dan caña se equivocan, porque es una cuestión perfectamente complementaria.
No se dan cuenta de que si existe Genarín es debido, básicamente, a la asfixia que en los años cincuenta y sesenta suponía la Semana Santa. Todos fuimos víctimas de ello. Cerraban el Trianón, nos ponían a Maciste contra Roma una y otra vez… Genarín nació como contestación a aquel abuso. Si lo quieren reducir a un botellón se equivocan. Es un movimiento socio cultural que no entra en colisión en absoluto, se complementa.
¿Se ha perdido la parte cultural?
Es verdad que ahora se asocia a una especie de San Fermín sin toros, pero creo que volverá más a su origen, al tema más literario, que es como también empezó, a la esencia. De todas formas, yo apoyo la Semana Santa leonesa, pero lo que sale en Telecinco y en Antena 3, e incluso en 13TV al día siguiente, es Genarín.
Hablemos de los hábitos del escritor… ¿Alguna manía, rutina?
Suelo escribir por la mañana, a primera hora. Y luego por la noche. Por la noche más bucólico y por la mañana más de empuje, de sacar folios. Escribo a ordenador, claro.
Raymond Chandler sabía latín y griego, Michael Connelly comienza una de sus novelas más exitosas (Más oscuro que la noche) con un misterioso mensaje en latín: «Cave,cave,Deus videt [2]». Y Edgar Alan Poe llegó a escribir incluso el Himno Latino. A ti te gusta finalizar los textos utilizando esta misma lengua. ¿Cuál es tu intrahistoria con el latín?
Siempre me han encantado los latinajos. Y creo que para finalizar un artículo, son una frase final estupenda. Remacha el asunto e incluso funciona como segundo titular. Es prácticamente un resumen. Un «he dicho», pero de forma gráfica. Siempre me gustó mucho el latín.
¿Y qué hay de esa norma tuya de no sacar más de un libro al año?
No es bueno sacar demasiada producción. No se puede ser escritor a granel o a esgaya, como se dice aquí.
Además en Madrid puedes ser polifacético, tener un oficio y luego convertir aficiones en oficios, y nadie te lo tiene en cuenta. Pero amigo, en León hay que tener mucho cuidado. Ser polifacético aquí es casi pasar a ser polémico. «Hombre de mil oficios» ya sabes… Moverte en varios campos es ser telarero. Esta es la palabra mágica y cruel de León. En León se te permite un oficio y una afición y luego, a cierta edad, la afición la puedes convertir en pluriempleo. Ser desprendido, filantrópico o altruista en León hay que explicarlo.
¿De ahí el pseudónimo de Rimal, con el que firmas, por ejemplo, Por los siglos de los siglos (1994)?
Sí, para no prodigarme demasiado. Es Ricardo Magaz Álvarez.
En el prólogo de Arco Iris, una tertulia literaria del siglo XXI (2001) Francisco de Cadenas explica: «Tiene justificación en que allí, políticamente hablando, cada cual va por libre y unos escoran a babor y otros a estribor […]. El más definido es, sin duda, Magaz, que concurrió como candidato al Parlamento Europeo y al Senado en los pasados comicios». ¿De dónde sale esta vena de activista político al más puro estilo de Dashiell Hammett?
Cuando saqué la novela La Embajada, me llamaron y me ofrecieron presentarme a las elecciones por la Unión del Pueblo Leonés. Y me pareció bien. Entonces pedí la excedencia en la poli.
Para un funcionario decir que deja de ser funcionario es… te entra un estado jodido. Además tuve que hacer como en las pelis. Firmas la excedencia y te piden la placa y la pistola. Aunque sea una excedencia voluntaria y sepas que vas a regresar. No he escrito nada al respecto pero tengo que hacerlo. Eso de estar a un lado de la mesa y desprenderte de la placa y la pistola…
¿Es como muy de película americana no?
Sí, aunque aquí el tránsito es más doméstico, más nuestro y más novelado, no tan solemne como los yanquis… [ríe]
¿Merecía la pena la aventura política?
Sí, aunque yo ya sabía de antemano que no íbamos a salir. Era el Parlamento Europeo, y eso implicaba obtener medio millón de votos. Sabía que mi función era ofrecer un servicio en ese momento a la ciudadanía.
¿Qué opinas del LExit?
Con la que está cayendo en Cataluña hablar hoy de hacer un referéndum en un sitio como León, cuanto menos chirría.
Pero en aquel momento, en 1999, treinta y tres mil personas votaron a la lista de UPL al Parlamento Europeo. Y en 2000 para el Senado, cuarenta y dos mil. Estuvimos a cuatro mil votos de tener un diputado. Si el leonesismo político de entonces —que estaba representado únicamente por UPL—, hubiera logrado entrar en el Congreso de los Diputados, podríamos haber visibilizado más nuestras circunstancias.
Actualmente hay una autonomía, Castilla y León. Hay una conjunción copulativa que dice que es Castilla y es León, no es un guion. Eres leonés y te puede caer bien Castilla, pero un castellano no es leonés y un leonés no es castellano. Pero no hemos avanzado apenas nada. En lo único que hemos avanzado en ese sentido es en que han puesto en busca y captura a Martín Villa. No es broma. Espero que la justicia argentina, la Interpol de Argentina, le detenga algún día y le lleve ante un tribunal. Martín Villa fue el origen de nuestros males en ese sentido.
Tal y como están las cosas, ahora mismo es difícil. En cualquier cosa deberíamos ir pasito a pasito. Lo que está claro es que la actual autonomía de Castilla y León está compuesta por dos regiones. Es la única que tiene esta circunstancia. Si se reconociera eso, ya sería un gran avance. Independientemente de que luego haya gente que pidiera la autonomía como tal. Yo me considero progresista y español, y me gustaría, como leonés, que León fuera una autonomía, no otra cosa. Una región, lo que habíamos sido siempre.
¿Es decir, que Ricardo Magaz votaría sí al LExit?
[Duda] Yo creo que lo hace falta ahora es reformar varias leyes. Sería un gran paso que se reconociera que Castilla y León son dos regiones. El resto sería de lógica. A ver, si somos dos regiones, hay que reconocernos como tal, nuestra singularidad, nuestra personalidad.
Hay quien dice que León dejó de dominar y ahora es un mastín domesticado. Tú mismo comentabas en No es elegante dispararle al columnista. (2008) que «Lo malo nunca es de repente»…
Creo que fue Juan Pedro Aparicio quien lo dijo, sí. Nada es por azar. La situación es agónica desde hace mucho tiempo, y también fruto de la personalidad de los leoneses. Esta cierta desidia nos ha traído donde estamos.
Pero también hay agentes externos, como el personaje de Martín Villa. Él fue el que caciqueó todo esto por un interés personal. Cuentan que su idea era crear una autonomía enorme, grande, la más grande de Europa, para que el concepto de España, en caso de que vinieran mal dadas, descansase aquí. Pero no es verdad, lo hizo por su puro interés. Esto es una cacicada suya. Todos le conocemos. La historia no te absolverá, Martín Villa.
El leonesismo madrileño ¿es más eficaz?
Lo era. Era más romántico que el de aquí.
¿Era o es?
Ahora apenas hay ya leonesismo. Hablo de leonesismo político. Sigue habiendo, pero se manifiesta con menor vigor, aquí y en Madrid. Cuando fundamos el leonesismo político en Madrid la verdad es que quedamos asombrados de la respuesta tan positiva. En esa colonia de cincuenta o sesenta mil leoneses que había allí (estudiantes, funcionarios…), casi todos eran leonesistas, aunque no votaran a la UPL. Porque cuando estás fuera pasa lo de la Pícara Justina, que lo del «morido de amor por el terruño», se agudiza.
Parece que cuando se está fuera, se percibe una mayor respuesta, una conciencia distinta. Dices en Perro no come perro (2016), «Querido Oliegos, fui feliz y no lo supe». ¿Hay cabida también para la idealización?
Sí, eso también es verdad. Oliegos fue el primer pueblo que quedó anegado en 1945 por el pantano de Villameca. En aquella época no protestó ni Dios. Eran unos trescientos y les metieron en un tren con destino Valladolid. Les engañaron, les dijeron que allí había un pueblo donde establecerse y no había nada, sólo la finca de un marqués. Después de los tres o cuatro días que duró el viaje en tren, tuvieron que empezar su nueva vida levantando sus propias casas… Luego ya vinieron otros pueblos como Luna, Riaño el último… pero en Oliegos no pudieron protestar.
Ya fuera de la política, sigues involucrado con los problemas culturales de León: apoyas la Plataforma Salvemos el Yacimiento de Lancia, la Plataforma Salvemos la Plaza del Grano de León, te adscribes al Manifiesto que pide la retirada de la marca Tierra de Sabor de los productos de las provincias de León, Zamora y Salamanca… Se te incluye en todos esos actos en los que los intelectuales leoneses deben alzar la voz. Por cierto, ¿qué es para ti un intelectual?
Un albañil es un intelectual y lo es también uno que escribe, y un profesor, y tú y yo… todo el mundo. Lo es quien trabaja con el intelecto. Está muy manido lo de intelectual. Cuando alguien se autoproclama intelectual, desconfía. Es un pedante o un idiota. Habría que meterlo en el frigorífico y esperar a que el tiempo aclare qué es un intelectual.
Tienes dos hijos, Pablo y Carlos, a quienes les dedicas —en Ora la espada, ora la pluma (2005)— estas palabras: «Sabed que no existe nada más elevado, más fuerte, más digno y más útil para el porvenir en la vida, que cualquier hermoso recuerdo, y tanto más si éste pertenece a la infancia y a la honrosa casa paterna». ¿Cuál es ese hermoso recuerdo que te acompaña?
El humo de la chimenea, el concejo de hogares, la tribu, el pueblín. Al final, los pueblos en León, el pueblo en León, es una tribu. Y yo todavía recuerdo un concepto que hoy en día los chicos ya no entienden: lo que es ser hijo del pueblo. Ahora les dices que son hijos del pueblo y a lo mejor se piensan que es otra cosa… [ríe].
Los Panero veraneaban cerquita… ¿formaban parte de tu tribu?
No… [ríe]. Conocí sólo a Michi, que vino a morir a Astorga. Vagaba por allí con un cuarenta y cinco que gastaba de zapato, todo fastidiado, después de lo que había sido en la movida madrileña en Malasaña.
Con Leopoldo María, su hermano, creo que pasará como con Van Gogh. En unos años, quien tenga un libro suyo con un garabato firmado, tendrá un incunable. Por lo del malditismo…
Más leoneses ilustres. ¿Qué me dices de Rodríguez Zapatero? Sobre él escribiste un artículo en 2005 titulado ¿Zapatero remendón?
Creo que tuvo buena fe, pero es muy Bambi. Hizo, no obstante, algunas cosas interesantes, tanto en León como a nivel nacional. El INTECO —ahora INCIBE—, la Unidad Militar de Emergencias (UME), La ley de Dependencia… pero tiene una concepción muy Bambi de la vida.
La minería, a la que por cierto tú te dedicaste un brevísimo espacio de tiempo, fue una de las cosas que intentó remendar.
Fui minero durante medio año en el grupo Ciñera de la Hullero Vasco-Leonesa de Santa Lucía. Me enrolé en la mina porque me iba la marcha, para vivir la experiencia, y porque quería comprarme un seiscientos. Pero eso no es ser minero… [ríe].
Creo que Zapatero sabía desde el principio que el carbón tenía mal futuro, fundamentalmente por imperativo de Europa. Hoy en día ya es inconcebible que alguien ponga una cocina de carbón, creo que incluso estarían prohibidas. Pero no se puede dejar a miles de personas en la calle sin más, sin futuro. Además, cuando jubilas a alguien con cuarenta y cinco años, puede que a esa persona le des una jubilación más o menos digna, pero estás condenando a sus hijos. En esa pensión va lo que le queda de vida laboral, el futuro de sus hijos y de la comarca. Porque ¿en qué reconviertes una zona minera? En Sabero tenemos un claro ejemplo.
Si te parece, terminamos, en tu honor, con un «latinajo».
Perfecto.
¿Puedo elegir?
¡Claro!
Finis coronat opus [3]
[1] La frase exacta del que fuera presidente del Partido Nacionalista Vasco reza: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas».
[2] «Cuidado, Cuidado, Dios te ve».
[3] El fin corona la obra
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