Los relojes están a punto de marcar las nueve de la noche de un viernes de finales de enero. Son muchos los que opinan que este año el invierno ha llegado tarde, aunque ahora ya está aquí y no parece vacilar cuando arrastra su aliento gélido por las calles de la ciudad.
Frente a las puertas entreabiertas del teatro del Albéitar, decenas de personas forman una cola sosegada que serpentea hacia el recodo donde se dispone la taquilla. Después de mostrar su entrada en la puerta, desaparecen en el interior del edificio, donde aguardan el calor, las butacas y una imagen proyectada sobre la pantalla que anticipa lo que está a punto de suceder.
El teatro es un recinto modesto transformado en sala de cine para la ocasión. Forma parte de la comunidad universitaria de la capital leonesa, pero desprende algo que recuerda a esas salas de provincias que el progreso ha devorado en los últimos años. Quizá sea el ambiente recogido, la decoración en tonos de esmeralda apagada o los corrillos que se forman en las entradas y los pasillos. Sensaciones, tal vez sólo eso, sensaciones.
El murmullo gana fuerza con el paso de los minutos y se entremezcla como una maraña con otras voces más elevadas. Sin mucha prisa, los espectadores ocupan sus butacas. Algunos se conocen, se saludan, se abrazan. Los últimos en llegar no pueden ocultar el gesto frustrado al comprobar que la sala, pese a disponer de más de un centenar de asientos, se ha quedado pequeña. No cabe nadie más.
Todo está preparado. Frente al público, bajo la pantalla, comparecen los protagonistas de la cita: actores, productores, responsables de maquillaje, peluquería, caracterización, diseño… y por supuesto, los directores. Ellos son los últimos responsables del producto, los encargados de presentarlo y defenderlo, los autores que firman la obra.
Uno sonríe nervioso, se acerca el micrófono a la boca y comienza a hablar. Es Rodolfo Herrero Molina (Reinosa, 1978). Su prolífica carrera en el mundo del cortometraje tiene sus orígenes en uno de los municipios más pequeños, no sólo de Cantabria, sino de España. En la Reinosa de su infancia y juventud no había cine, «sólo televisión y sólo dos canales, la 1 y la 2». La labor de exploración y fascinación por el séptimo arte vino de la mano de los videoclubs. «Sacaba y veía todo lo que podía –sólo te dejabas guiar por la carátula de la cinta-, y entre los colegas nos pasábamos las cintas unos a otros», rememora Herrero. Es uno de los negocios vinculados al cine heridos de muerte tras la llegada de Internet, que su generación ha visto nacer y, prácticamente, morir. «Es una pena porque sin duda eran lugares muy especiales. Además, las cintas (los VHS) tenían algo muy particular que también hemos perdido. Dejaban huella, el registro de otra gente. Cuando comenzabas a ver que la cinta se rayaba, sabías que venía ‘algo bueno’… siempre coincidía con alguna secuencia de sexo o violencia. De todas formas la ventaja de Internet es que ahora sí tenemos acceso a todo, porque en los videoclubs no siempre encontrabas todo lo que querías».
Coleccionista empedernido de libros, películas y objetos vinculados con su profesión («Tengo placas antiguas, robots japoneses y muchas películas… es un poco inevitable…»), reconoce que el visionado de Los Idiotas (Lars von Trier, 1998) o Celebración (Thomas Vinterberg, 1998) fueron clave en su transición de espectador a creador. Se trata de los dos primeros films en recibir el certificado Dogma, esto es, en cumplir con los requisitos establecidos por el «Manifiesto del Dogma 95», una corriente vanguardista que se basaba, en esencia, en renunciar a todo lo aprendido hasta el momento para reencontrase con la primitiva pureza del cine. Un modelo cinematográfico deconstructivo que, «consiguió hacerme perder el miedo a rodar. A los jóvenes que empezábamos entonces nos dio mucha libertad. Nos hizo confiar en que lo importante era la historia que queríamos y teníamos que contar».
Porque para Rodolfo Herrero, la esencia de su profesión es precisamente esa, contar historias. Es posible que su timidez le haya condicionado a hacerlo siempre desde un segundo plano. Ahora detrás de las cámaras (dirigiendo, produciendo y firmando los guiones de sus cortos) y hace tiempo con un puñado de lápices en la mano: «Yo en realidad vengo del mundo del cómic. Comencé publicando cómics en un fanzine, pero no me considero muy buen dibujante y, además, a través de los cortos consigo hacer llegar mis historias a mucha más gente». Ambas pasiones (el cine y los cómics) encuentran hoy un inusitado éxito de la mano del Hollywood más comercial. «Tengo que reconocer que no me gustan mucho los superhéroes. De entre todas las adaptaciones, de momento la más notable me parece 300 (Zack Snyder, 2007) de Frank Miller. Creo que están desaprovechando la oportunidad de hacer cosas que hace tiempo no podían, pero que con los medios de ahora sí. Cualquier adaptación de los trabajos de Alejandro Jodorowsky, por ejemplo».
Durante nuestra conversación, un antiguo alumno de Rodolfo se acerca para felicitarle por su más reciente cortometraje. Esta es otra de sus facetas y vías de subsistencia para poder hacer realidad «sus historias». Porque lleva media vida dirigiendo, coproduciendo y produciendo cine, pero no puede decir que viva de él. «Yo vivo del audiovisual, no de mis cortos. Hago reportajes de vídeo, publicidad y alguna cosa por el estilo. La distribución es la principal barrera de entrada de esta industria. A pesar de la ayuda que ha supuesto Internet en este campo, lo más complicado es hacer llegar el trabajo a la gente. Hoy en día cualquiera puede hacer una película. Todo el mundo tiene acceso a una cámara, tiene un ordenador y tiene amigos. Lo complicado es moverla, hacerla llegar a los sitios. Presentarte a festivales al final te genera más gastos que beneficios, incluso aunque resultes premiado en alguno».
Asume el estado de la industria con cierta resignación, aunque nos traslada de manera clara y contundente su receta para revertirla: «Se podrá comenzar a vivir del cine cuando eliminen el sistema de subvenciones. Son el lastre de la industria actual. Hasta entonces, no disfrutaremos de un cine diferente. Las historias serían más punzantes, más de verdad. Cada uno debería de buscarse la vida como pudiera… A día de hoy pedir subvenciones es una pérdida de tiempo. Yo ni me molesto, porque las historias que quiero contar no entran dentro de sus parámetros».
Autodidacta hasta los 30 años, momento en el que ahorró lo suficiente como para estudiar audiovisuales, Rodolfo Herrero dice sentirse igual de cómodo rodando un trabajo de temática carcelaria como Culpable (2011) que una crítica social como Amargo Porvenir (2010). Su primer corto Demuéstrame que me quieres meándome en la cara homenajeaba al cine más transgresor de Waters. El último, Cinco Cortes (2016), hace lo propio con el cine mudo de los años 20, el de Chaplin, Keaton, Porter o Méliès. Algunas cosas han cambiado («Cuando hice mi primer corto no tenía ordenador, así que me tocó hacer el montaje con el mando de la cámara en una mano y el del VHS en la otra…»), pero otras se han mantenido en el tiempo, como un mantra sagrado. Una es la habitual presencia de sangre (que reta, duele y gusta) en casi todas sus obras, herencia de su época gore de juventud. La otra, el equipo técnico y de reparto de la que lleva años rodeándose. Mismas caras, pero talento en progresión. Sostiene que la cantera de profesionales que tiene León va en aumento y que, también por eso, el proceso de selección cuando comienza un proyecto nuevo cada vez es más difícil, porque «se pasa mal teniendo que dejar fuera a personas valiosas».
El ambiente cinematográfico es modesto pero se respira al inhalar. Entre los protagonistas se extiende inevitable, una sensación de cierto nerviosismo. Los espectadores se arrullan inquietos; algunos estiran el cuello para encontrar el ángulo exacto que les permita contemplar la pantalla sin intromisiones. Habíamos advertido que hoy el Albéitar está disfrazado de cine, pero ante todo, es un teatro, y como tal se comporta: suena el tercer timbre que anuncia el inminente comienzo de la función. Silencio. Se apagan las luces. La proyección de Cinco Cortes, el nuevo cortometraje de Rodolfo Herrero y Luis Pedreira está a punto de comenzar.