Todo buen libro oculta entre sus páginas cierta dosis del espíritu romántico que envuelve a la literatura, un fulgor etéreo e incandescente que agita el pensamiento a través de la imaginación. Ese mismo componente apasionado —y la alargada sombra de algunos templos de las letras como el veneciano Café Florian, el parisino Le Procope o el Café Gijón de Madrid— evoca estimulantes reuniones de autores y lectores en bares y cafeterías, algo que, en honor a la verdad, es francamente interesante. Cabe suponer que el escenario canónico para hablar de libros debe tener a los propios libros como testigos. Por lo tanto, nada mejor que participar de una tertulia entre los muros de una biblioteca, actividad que en la actualidad se ha simplificado —afortunadamente—, gracias a una tendencia que parece imparable: la de los clubes de lectura.
Sucede que en algunas bibliotecas de la ciudad de León hay grupos de personas que se juntan cada cierto tiempo para conversar sobre historias y sensaciones, gente que acepta formar parte sin dudar, de un respetable club: el de los lectores de libros.
BIBLIOTECA PÚBLICA DE LEÓN
Asistimos a una de las reuniones en la Biblioteca Pública de León. Resulta llamativo que no haya uno, sino hasta cuatro clubes de lectura distintos, cuyos nombres suponen un guiño a las letras leonesas: Espadaña, Josefina Aldecoa, Antonio Pereira. El cuarto, Croniria, fue precisamente el primero en nacer allá por el año 2009. «Hay una gran demanda», explica Julio Echazarra en su papel de coordinador refiriéndose a los que desean formar parte de las tertulias. «El motivo por el que la gente acude es el gusto por la lectura, aunque también es un elemento de socialización para la mayoría».
Mientras conversamos con él minutos antes del comienzo de una de las citas, casi sin darnos cuenta van llegando los lectores, que esta vez han viajado por la España de los años setenta de la mano de Ignacio Martínez de Pisón y su Carreteras Secundarias (Anagrama, 1996). Un rápido vistazo nos revela que el perfil del participante es femenino y sobrepasa la frontera de los cincuenta años. Echazarra confirma esta primera impresión: los clubes de lectura de la Biblioteca reúnen a lectores adultos, entre los treinta y los ochenta años, pocos hombres, salta a la vista, y muy de vez en cuando se cuela algún adolescente protagonizando un acto inusual de rebeldía cultural. Es un grupo de lectores clásicos poco dado a los dispositivos electrónicos, a tabletas o e-books. La mayoría sigue prefiriendo el estímulo que el papel supone para los sentidos.
«Hay gente que se toma las lecturas con profundidad analítica. Anotan vocabulario, expresiones, ideas que entresacan de la lectura del libro… pero otros no lo consideran necesario y prefieren el lado lúdico del asunto, pasar un buen rato y comentar el libro amistosamente, sin mayores pretensiones». El coordinador reconoce la utilidad del debate en el intercambio de opiniones y la necesidad de leer otros géneros más allá de las novelas. «Procuramos que cada año se lea algo de poesía, algo de teatro, algo de ensayo, algo de cómic… Optamos por la diversidad en la medida de lo posible».
¿Y qué opinan los lectores —lectoras casi siempre—, de todo esto? El deseo de repetir año tras año habla por sí mismo, aunque resultan relevantes dos factores en los que coinciden los componentes del club: la importancia de poner en común impresiones distintas y el fomento de la socialización, algo muy apreciado por la mayoría. Entre el anonimato alguien afirma que «asistir a los clubes de lectura anima un poco más a leer; también a hacer amigos, amigos de libro».
El papel de la Biblioteca Pública en la promoción de la lectura a través de las reuniones no termina ahí. Miguel Yugueros es Psicólogo y responsable del Centro de Rehabilitación Psicosocial de San Juan de Dios. Allí trabaja con pacientes diagnosticados con enfermedades mentales crónicas, los mismos que cada miércoles a partir de las doce de la mañana, ocupan una sala reservada en la Biblioteca acompañados de Sacha y Goyo, los dos monitores que les guían en las actividades de su propio club.
«Fue una iniciativa propia», explica el psicólogo. «Vimos que en algún centro como el nuestro se hacían actividades de animación a la lectura en las Bibliotecas Públicas. Nos pareció buena idea organizar un club de lectura colaborando con la Biblioteca de León, utilizando el fondo de lectura fácil». Miguel Yugueros reconoce que el club es un éxito desde los inicios, que los pacientes acuden muy motivados y que disfrutan de la actividad. «El grupo es bastante heterogéneo. Hay gente con estudios universitarios y otros con escolarización básica, así que buscamos obras intermedias, básicamente novelas, que puedan motivar a todos. Han leído a Lewis Carroll, La Odisea, La Isla del Tesoro…».
El experto reconoce las bondades que tiene el club sobre los pacientes: «Yo creo que se cumplen varios objetivos a la vez. Sobre todo incide en las actividades de rehabilitación cognitiva como leer un texto, hacer un comentario, la comprensión, la expresión verbal. También supone un fomento de la lectura y la posibilidad de compartir una actividad fuera del centro, que también motiva más. Cumple más objetivos que los de rehabilitación».
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA «SAN ISIDORO»
Localizamos un nuevo punto de encuentro de lectores en la biblioteca del Campus de Vegazana, donde el programa tULEctura de la Universidad y el Servicio de Bibliobuses de la Diputación de León impulsan otro de los clubes de lectura de la ciudad, este denominado Leemos Juntos.
Ana Otero, su responsable, presume con buenos motivos de la irrupción de las redes sociales y las tecnologías 2.0 en el desarrollo de las actividades, que pueden seguirse por streaming mientras se comentan impresiones en las cuentas específicas de Facebook y Twitter. «Este es el cuarto año que estamos difundiendo el club de lectura. Empezamos a raíz de la firma de la Universidad de León de un convenio de adscripción a la Red Internacional de Universidades Lectoras (RIUL), que tiene como objetivos la difusión y la promoción de la lectura en entornos no sólo universitarios sino más amplios, al considerarla una herramienta transversal en la formación del individuo».
En su manera de trabajar, Ana Otero irradia una sensación de cercanía inmediata, de comodidad casi familiar que busca transmitir a los participantes para que venzan el miedo a hablar en público y expresen los efectos internos que han ido fluyendo durante el proceso de lectura. Un dulce puede servir de ayuda. «Siempre traemos un poquito de agua y un caramelo o una golosina. Si podemos, procuramos mostrar cosas que hagan alusión al libro. Nuestra lectura anterior fue Oso (Marian Engel, 1976) y trajimos unos ositos de gominola. En esta ocasión, Regresiones (Vicente Muñoz Álvarez, 2015) habla sobre la movida leonesa en los años ochenta. La infancia en León en aquellos ochenta es una de las partes del libro ¿Qué hay mejor para la infancia que un caramelo, y para la infancia en León que un Ronchito?».
En Leemos Juntos las cosas se hacen de un modo más reflexivo, exponiendo cada obra a un análisis en tres sesiones: una guía de participación a la lectura, un coloquio con los socios del club, y un encuentro final entre éstos y el autor de la obra. «Además de por su calidad, los libros también se eligen por otros criterios, como el hecho de que pueda venir el autor para hablar con los lectores y explicarles qué es lo que le ha empujado a escribir esa obra, de qué manera lo ha planteado. Se resuelven las dudas y la conversación resulta muy enriquecedora para los dos extremos».
CLUB DE LECTURA DEL COLEGIO SAN JOSÉ – AGUSTINAS MISIONERAS DE LEÓN
Por extraño que pueda parecer, no es muy común encontrar clubes de lectura en los centros educativos de la capital leonesa. Los que funcionan nacieron con el propósito del reencuentro, al tiempo que procuran un sentido educativo y/o formativo a través de la lectura. En la biblioteca del colegio de las Agustinas (de nuevo libros entre libros), y a través de una asociación de antiguos alumnos del centro, un nutrido grupo de amantes de las buenas historias se reúnen una vez al mes para poner en común sus respectivas impresiones de la obra propuesta.
Durante este curso el hilo conductor son las mujeres, los libros de escritoras o los relatos en los que ellas llevan las riendas de la narración. Esta decisión tiene una carga simbólica especial si tenemos en cuenta que, en un porcentaje absolutamente arrollador, la representación femenina sobrepasa a la masculina —aquí también—, entre los componentes del club.
Quien mantiene viva la llama del encuentro es Miguel Ángel Estrada, profesor de literatura en el colegio e insaciable devorador de libros. Su experiencia nos empuja a plantearle una cuestión clave: ¿Por qué alguien abandona la intimidad de la lectura y elige un foro público para poner en común sus reflexiones?
El grupo se ha consolidado a través de los años gracias en parte al vínculo latente con el centro educativo, aunque de vez en cuando se asoman por allí caras nuevas. Casi todas asumen sin tapujos la modernidad y los nuevos dispositivos electrónicos de lectura, aunque en algunos casos la relación con el papel sigue siendo demasiado fuerte. Resulta unánime el reconocimiento de la tertulia como una experiencia enriquecedora. «Un buen libro es el que me despierta las ganas de hablar de él al terminarlo», comenta una lectora. «Cuando un libro me gusta mucho necesito un día para pensar en él, interiorizarlo. Luego ya empiezo el próximo», afirma otra.
Con gesto reflexivo, Miguel opina que tal vez deberían aprovechar más el libro, exprimirlo desde un punto de vista informativo para conocer mejor al autor y los motivos que le empujaron a la creación, aunque el tiempo disponible resulta una barrera infranqueable. «Trivializamos el hecho de leer», dice. «Debemos darle más importancia a ese tiempo que estamos con nosotros mismos, ese momento de evasión o de reflexión interna». Casi en silencio reclamamos una pausa entre la vorágine del día, la necesidad de hacer un alto en el camino, paladear las palabras, respirar hondo y seguir adelante.
CLUB DE LECTURA DEL COLEGIO NUESTRA MADRE DEL BUEN CONSEJO – AGUSTINOS DE LEÓN
Desde el AMPA del colegio de los Agustinos se impulsó la creación de un club de lectura ligeramente apartado del núcleo urbano y de su ajetreo, allá por el año 2012, «[…] porque pensamos que sería una actividad enriquecedora para los padres, era un buen motivo para reunirnos y hablar sobre libros, y además suponía una motivación para que los hijos leyeran», explica Elisa Gallego, Presidenta de la Asociación de Madres y Padres.
Bajo la dirección de la profesora de Lengua y Literatura —además de poetisa— Beatriz Sánchez Antón, se practica desde el comienzo la combinación de géneros literarios: «Desde el primer momento mi intención era ir mezclando, y no sólo best seller sino también clásicos. Hemos leído novela, poesía teatro e incluso ensayo, aunque las lectoras son más reticentes a este género».
Con una oferta en el mercado prácticamente inabarcable, donde las publicaciones contemporáneas se suman a los clásicos, el papel del coordinador resulta hoy más que nunca, fundamental. En sus manos descansa la responsabilidad de elegir y elegir bien, ya que casi sin pretenderlo, se convierte en un guía para la lectura. «Un buen libro no siempre es una buena opción para llevarlo al club. El libro tiene que dar opción a comentar, no sólo tiene ser un buen libro desde un punto de vista estrictamente literario. No quiero convertir el club en una lección magistral en la que no participa nadie. Tiene que haber opción a comentar desde el punto de vista literario pero también social o psicológico», opina Beatriz, quien plantea un encuentro entre páginas en el que tienen cabida alumnos, padres y madres, y donde —una vez más—, la ausencia masculina resulta significativa. «A mí me resulta extraño el asunto de los hombres porque yo me muevo en otros círculos. No solamente doy clase de lengua sino que escribo poesía, hago recitales, mi madre es una escritora conocida en León, así que llevo moviéndome en el círculo de escritores toda la vida. Es una cosa que me llama la atención porque yo tengo amigos escritores y lectores hombres. No entiendo el fenómeno que sucede en los clubes de lectura, realmente no lo comprendo, porque en la sociedad no lo veo tanto».
Desconcertados ante una situación que estadísticamente resulta llamativa en todos los clubes de lectura visitados, recurrimos a la opinión de un especialista para que trate de aclarar el motivo que lleva a los hombres —género masculino—, a alejarse de un modo particularmente público de la lectura.
Santiago Yubero Jiménez es Catedrático E.U. de Psicología Social en la Universidad de Castilla-La Mancha, subdirector del CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil) e investigador principal del proyecto en desarrollo ¿Por qué leen más las mujeres? La variable género en la formación de lectores. «A través de las encuestas que hace el Gremio de Editores de España y las que hemos hecho nosotros mismos, extraemos la conclusión general de que hay más mujeres que leen que hombres. Entre los grandes lectores las cosas se equilibran un poco, ya que los hombres que leen mucho son igual que las mujeres que leen mucho. La idea del género tiene mucho que ver con la identidad, con la socialización, con el cómo se construyen los roles de la masculinidad y la feminidad. En esa estructura la lectura forma parte de un estereotipo femenino, que nada tiene que ver con el sexismo. Hay una importancia enorme en el apoyo del grupo sobre esa actividad. Las mujeres pueden hablar de lecturas que han hecho con otras mujeres. Los hombres también, pero no todos».
Hablan los datos y los expertos, y una rápida reflexión nos conduce a pensar que la clave de la educación lectora así como la semilla que a la larga genera el hábito, están profundamente arraigadas en los años de la infancia, donde la existencia de un referente que sirva como modelo de comportamiento puede resultar determinante.
Suele decirse con razón, que tanto en la capital leonesa como en el ámbito provincial aún quedan rescoldos de una intensa tradición literaria. Aquí se escribieron las páginas de revistas y poemarios tan estimulantes como Espadaña o Claraboya, y crecieron o se convirtieron en leoneses de adopción maestros como José Antonio Llamas, Ángel Fierro, los Antonios Pereira y Gamoneda, los hermanos Trapiello, los componentes de la dinastía maldita de los Panero, Díez, Aparicio, Merino, Llamazares, Colinas y un largo etcétera que se resume en una sola idea: las mejores generaciones de autores leoneses ya nos han dejado su legado —aunque algunos todavía siguen en forma—. Los lectores son quienes deben dar el siguiente paso para frenar los alarmantes datos estadísticos del último barómetro del CIS (septiembre-2016), que afirma entre otras cosas que en los últimos doce meses un 70,9% de los encuestados no ha pisado una biblioteca.
Tal vez la solución pase por incorporarse a las filas de un club…
♦