En nuestras más de dos horas de conversación, Martín Manceñido Fuertes (Valdefuentes del Páramo, León, 1946) sólo se ayuda de un café para hacer frente a los momentos en los que la voz se resiente. Su implicación con la Federación de Donantes de Sangre es tan pretérita como los orígenes de la propia institución. Jovial, didáctico y sincero, así es como se muestra uno de los hombres que más ha hecho por concienciar y velar por la importancia de un sistema altruista en torno a la donación de uno de nuestros bienes más preciados, el oro rojo, nuestra sangre.
Diplomado en Informática de profesión, y ¿donante de vocación?
Pues sí… No puedo decir que soy un pionero, porque hubo muchos antes que yo, pero sí soy un informático de la Prehistoria [ríe]. Cuando empecé a finales de los 60, lo de la informática sonaba a chino en todas partes. Trabajaba en la Vidriera Leonesa y fue de las poquitas empresas que empezaron a mecanizarse entonces. Hablamos de sistemas muy rudimentarios, de sistemas de NCR o de la línea Phillips de informática (el P354)… Los soportes de aquellos aparatos eran las fichas de banda magnética y las fichas perforadas para leer un programa. Cuando lo cuento ahora la gente no lo entiende, «¿cómo va a ser un ordenador sin monitor ni pantalla?» [Ríe].
Es que no es fácil, no te creas… [ríe] ¿En qué consistía el plan de estudios de entonces?
A España no habían llegado todavía ese tipo de estudios oficiales, no había Ingeniería, ni licenciados en informática. Éramos técnicos instruidos por las multinacionales a los que nos concedían el título de diplomado como consecuencia de la formación que nos daban las propias empresas.
Me recorrí medio mundo. Estuve en centros de formación de Phillips, de Gisper, de IBM… en Madrid, en Barcelona, en Essen… La Dirección General de Telecomunicaciones nos homologó para poder dar clase a otros e iniciar el proceso de mecanización de más empresas. Me tocó formar a muchos profesores, y algunos de ellos ahora son catedráticos en ingeniería informática.
¿Fue así como entraste en contacto con la Hermandad de Sangre de León, como te conviertes en donante de sangre?
Más o menos. La Hermandad de Sangre de León comenzó a funcionar sobre el año 1972 y lo hacía moviéndose por empresas con un número significativo de trabajadores, como era el caso de la Vidriera Leonesa, donde éramos unos cuatrocientos.
Yo ya había donado sangre en Madrid, así que colaboré en seguida con ellos, no sólo como donante, sino como informático. Conseguí que la de León se convirtiera en la primera Hermandad de toda España que se mecanizara.
Instalamos un ordenador, y creamos una ficha magnética para cada uno de los donantes —unos seis mil o siete mil en ese momento—, de manera que, a partir de entonces, se pudo hacer un seguimiento de los mismos, tener una base de datos informatizada. Con el tiempo, la ficha se sustituyó por la cinta magnética, después por el disco de cinco pulgadas y media, y después por el CD.
¿También fuiste pionero en eso?
¡El CD en ese momento era una modernidad! Lo presentamos en la Escuela de Comercio de León en un acto que fue la leche. Montamos una asociación de informáticos —ALPI— a través de la cual organizamos lo que llamábamos «salones de la informática», una especie de SIMO de Madrid o de Informat en Barcelona. También presentamos por primera vez en León, por ejemplo, la telefonía móvil. Fue en el año 1986 o 1987 y las tres primeras líneas fueron para la directora de Telefónica (Pilar Garrido), el presidente de la Diputación (Alberto Pérez Ruiz) y un servidor, como fundador y presidente de ALPI.
Poco después pasas a ostentar también el cargo de presidente de la Federación Española de Donantes de Sangre, ¿no?
Sí. Primero entré como secretario de la Hermandad y a partir de ahí, me planteé hacer algo a nivel autonómico, así que en 1984 creamos la Federación Castellano y Leonesa de Hermandades de Donantes de Sangre, con un sistema de delegaciones provinciales.
Dos años después pensé que podíamos funcionar de manera más efectiva si la organización se hacía a nivel nacional y en 1988 arrancó la Federación Nacional de Donantes de Sangre. El año que viene cumpliremos 30 años… y desde entonces no he dejado de ser el presidente… ¡Hay que fastidiarse! [Ríe].
Pero no te quedaste en el ámbito nacional. También fuiste presidente de la Organización Mundial de Donantes de Sangre.
Con el tiempo, la Federación Nacional pasó a pertenecer a la Federación Internacional de Organizaciones de Donantes de Sangre (FIODS) u Organización Mundial de Donantes de Sangre. Formábamos parte unos cincuenta o sesenta países, sólo aquellos en los que el sistema de donación es altruista, voluntario y no remunerado. De 1996 a 1999 fui vicepresidente primero, y de 1999 a 2002 presidente.
La verdad es que ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Me permitió visitar hasta ochenta países, encontrarme con dos Papas, conocer a Shimon Peres… Fue una gran satisfacción, pero también supuso mucho trabajo. Hay muchas cosas que coordinar y necesitas rodearte de gente que te ayude a comprender y tomar decisiones en determinados ámbitos, como el jurídico, en el que yo no era un experto.
Hablemos de cifras. Las donaciones permiten salvar al día en España ochenta vidas y restablecer la salud de otras trescientas setenta y cinco ¿Los donantes son conscientes de la trascendencia de su acción?
Esa es una buena pregunta. Yo estoy convencido de que no.
Además, con la separación de los componentes de la sangre en tres (glóbulos rojos, plaquetas y plasma) se ayuda a tres enfermos distintos, dependiendo de sus patologías.
En 1991 el New York Times publicaba un artículo en el que reflexionaba sobre la dureza de tener que comunicar a los donantes, tras el análisis de su sangre, malas noticias con respecto a su salud. ¿A día de hoy siguen sucediendo situaciones parecidas?
La verdad es que no, y la clave para que no ocurra está en su carácter voluntario.
La donación de sangre y la salud están íntimamente relacionadas. Si el donante tiene clara esta condición indispensable, nos ahorramos el 80% o 90% de casos atípicos. Cuando la persona se acerca al punto de donación tiene que pasar dos filtros, un cuestionario y una pequeña charla informativa con el médico. Puede ocultar la realidad o mentir, pero, siendo un acto voluntario como es, ¿para qué lo va a hacer?
De todas formas, en caso de que lo haga, también se procede a un posterior análisis de la muestra.
Efectivamente. El médico cuenta con el testimonio del donante, las pruebas del hematocrito —que permite conocer el índice de glóbulos rojos que hay en la sangre— y de la tensión arterial, y su propia intuición médica. Pero, como dices, además, a las pocas horas la sangre llega al laboratorio donde se analiza a través de ocho pruebas diferentes en las que es imperativa la detección de cualquier agente patógeno transmisible a través de la sangre, desde el VIH a la hepatitis o la sífilis.
La sangre empleada en la sanidad está libre de toda sospecha, no tiene riesgo alguno. En la última década en España llevamos diecinueve millones de transfusiones de sangre sin un sólo contagio. Somos el único país del mundo que alcanza semejantes cifras.
¿Qué tipos de centros de transfusión hay en España?
En España cada Comunidad Autónoma tiene un centro de transfusión, menos en Andalucía que hay cinco y en Valencia, en Castilla-La Mancha y Madrid que hay tres. En total, hay unos veinticuatro centros de transfusión repartidos por toda España. Son los que legalmente tienen toda la capacidad. Nosotros, como asociaciones, lo que hacemos únicamente es colaborar.
¿Qué modelo estructural sigue?
La sangre obtenida de León, por ejemplo, se manda a Valladolid, y desde allí se envía para toda Castilla y León. Se hace así para optimizar recursos, sobre todo en lo que respecta a la analítica de la sangre. De esta manera el coste es menor. En este sentido, cada comunidad autónoma es un auténtico estado independiente.
La Cruz Roja ha sido acusada de sacar partido económico a las donaciones en la Comunidad de Madrid. ¿Qué tiene que decir el presidente de la Federación Española de Donantes de Sangre al respecto?
Cuando se creó el centro de transfusión de la Comunidad de Madrid, ya existía el de la Cruz Roja desde muchos años antes, pero las competencias en Sanidad obligaban a que estuvieran bajo la dependencia exclusiva de la comunidad, por lo que les obligaron a cerrar.
Para evitar otros problemas, llegaron a un convenio con la consejería de Sanidad por el que la Cruz Roja haría las extracciones externas con su propio personal. Esto condujo a recibir una compensación económica por este servicio, pero claro, la solidaridad no tiene nada que ver con el tema económico, es más, se concilian muy mal.
La polémica nació cuando se comenzó a difundir que cobraban a los hospitales 67 euros por bolsa de sangre.
En efecto, en ese acuerdo con la Comunidad de Madrid para hacerse cargo de las campañas de colecta y extracción de sangre en las calles, las universidades y los centros de trabajo a partir de 2014, fijaron una compensación de 67 euros por bolsa conseguida, con una previsión que les garantizaba más de 9 millones de euros al año, eso al margen de la cesión de medios propios de la Comunidad.
Esto fue lo que originó un escándalo que ha perjudicado mucho a la donación en Madrid y fuera de Madrid. Mucha gente entendía que cobraban 67 euros por bolsa de sangre cuando en realidad era una compensación por un servicio. De todos modos era una cantidad llamativa que los propios empleados del centro de la Comunidad criticaron por excesiva, ya que era muy superior a lo que, por lo mismo, otras externalizaciones percibían en Italia u otros países europeos.
Con la llegada del nuevo gobierno de Cristina Cifuentes y el Consejero de Sanidad Jesús Sánchez Martos, ese convenio se ha revisado a la baja y cuando finalice, seguro que lo ajustarán aún más.
Aclarado. Según tu experiencia, ¿qué sector poblacional está más concienciado con la donación?
No hay un perfil del donante claro, yo diría que la implicación es idéntica en todos los perfiles. Pero sí es verdad que hay una cosa que deforma la estadística, que es el hecho de que las mujeres, por su fisiología, pueden donar menos veces al año que los hombres. En un período de doce meses, los hombres pueden donar cuatro veces y las mujeres sólo tres.
Por eso, de entrada, es muy difícil definir un perfil. Responde un poco a la evolución razonable del desarrollo vital de una persona. El tramo de edad más estable está entre 35 y 55 años, es decir, el que coincide con el resto de situaciones socioeconómicas (estabilidad laboral, familiar…) más constantes. Por encima de esa edad los problemas de salud son mayores, y por debajo hay una buena afluencia de jóvenes (chicas y chicos, sin diferencia), pero no son estables porque tampoco lo son sus situaciones personales.
¿En qué grupos sanguíneos suelen ser más necesarias las donaciones?
Todos los grupos sanguíneos tienen la misma importancia, pero no la misma prevalencia. Esto es, hay grupos sanguíneos, concretamente el 0+ y el A+, al que pertenecen más del 70% de la población, por lo que es lógico que siempre se necesiten más de estos grupos específicos.
Supongo que a lo largo de todo este tiempo habrás tenido que escuchar innumerables mitos en torno a la donación. Algunos de los más disparatados se escuchan, por ejemplo, en este fragmento de Tres de la Cruz Roja (Fernando Palacios, 1961).
Muchos ya han ido desapareciendo. Por ejemplo, los que se referían a que podía repercutir en nuestro peso, engordar o adelgazar.
Luego existen otras cuestiones, como la del mareo, que ya no son mitos, sino situaciones plausibles, pero no por la cantidad de sangre que nos sacan. Eso está más que calculado por los expertos. Los hematólogos establecen que nunca debe sacarse del cuerpo más de un 13% del volumen sanguíneo [1]. Lo normal es extraer entre un 8 y un 11%.
Se tienden a comparar las estadísticas y resultados entre la donación de órganos y de sangre, pero, ¿son comparables?
No, no se pueden comparar. En primer lugar, tenemos que tener claro que una cosa es la donación, y otra el trasplante. Quien dona los órganos es la familia de quien fallece (aunque también hay un mínimo porcentaje de donante vivo), por lo que más que una donación —como en el caso de la sangre—, es una cesión del familiar del fallecido para un acto clínicamente complejo, como es el trasplante.
España tiene un nivel muy aceptable de trasplantes porque tiene una sanidad pública que soporta ese enorme coste. Desde la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) —un organismo del propio ministerio de Sanidad—, lo que han creado es una red de profesionales sanitarios, formados e incentivados para ello, que cuando consideran que una persona a punto de fallecer es susceptible de ofrecer sus órganos, al llegar a la muerte cerebral, contactan con la familia, y si esta autoriza, se produce la extracción y el posterior trasplante de los órganos del fallecido a uno o varios receptores.
Esta operación se hace en unos dos mil casos, y los órganos llegan a unos cuatro mil quinientos en un año. Nada que ver con los dos millones anuales de transfusiones que se hacen a más de seiscientas mil personas y que se salvan más de treinta mil vidas gracias a las donaciones de sangre (incluidos los trasplantes, que sin sangre no serían posibles). Nada que ver, insisto, con las cifras de la donación de órganos. No se trata de comparar, pero las cifras son las cifras.
Es un tema que te molesta, ¿precisamente por la comparación?
Desde la perspectiva del movimiento asociativo y ciudadano de los donantes de sangre consideramos que se ha magnificado el tema de los trasplantes. Hay una sobresaturación mediática de este sector y, al mismo tiempo, se ha minusvalorado la donación de sangre, cuando ésta es mucho más importante en todos los órdenes.
Es más, creo que ha sido precisamente ese movimiento asociativo de los donantes el que ha concienciado realmente a la población de la necesidad de donar mucho antes de que existiera la ONT, y sin que nadie nos lo haya reconocido. Pero en fin… así son las cosas. No hay nada como proyectar y difundir insistentemente para darse notoriedad. Además hay otro elemento sociológico que lo justifica: oír hablar de un trasplante de órganos asusta e impresiona en general, por eso se considera como algo excepcional.
Pero se ha extendido la frase de que «somos líderes del mundo mundial», y todos contentos… Lo triste es saber que en España cada día se mueren de una a tres personas esperando un órgano para trasplante… y no llega. Eso es en lo que se debería insistir, además, claro está, de concienciar a las familias para evitar las negativas. Para un país supuestamente tan desarrollado como el nuestro, estas se mueven todavía entre un 15 y 20%. Esto es lo importante, lo demás es «música celestial» que a base de repetir… ya se sabe.
Lo importante es avanzar y asegurar las necesidades de los que esperan un órgano para salvar su vida, algo que estamos aún lejos de alcanzar. Sin embargo nadie se muere por falta de sangre en España.
Vamos con un poco de historia. El primer intento de transfusión sanguínea registrado parece ser que data de 1492 y tiene como protagonista al Papa Inocencio VIII. ¿Qué hay de cierto en esa historia?
Es una historia real. Técnicos y estudiosos como Bernard Genetet lo clarificaron. El Papa debía padecer un cáncer de hígado que fue por lo que finalmente falleció. Llamaron a chicos jóvenes (hablan de en torno a 15-16 años) y practicaron una transfusión de brazo a brazo. La leyenda dice que uno de los tres murió en el proceso porque le sacaron más de la cuenta, pero de los otros no se sabe nada y al Papa, desde luego, no le sirvió. Pero sí, de alguna manera esta es la primera transfusión de la que existe constancia.
En ese momento sí que existían muchos mitos, algunos de origen muy antiguo. Por ejemplo, está constatado que en época romana, los poderosos tenían manos colaterales a los que pedían que les consiguieran la sangre de los gladiadores que morían en la arena para bebérsela. Creían a pies juntillas que esa sangre tenía el vigor de esa persona. Esas prácticas existieron.
¡Qué atrevida es la ignorancia!, que dirían… En cualquier caso, el verdadero impulso para la aceptación de las transfusiones vino con Karl Landsteiner, descubridor de los grupos sanguíneos y Premio Nobel de Medicina (1930). Es precisamente su fecha de nacimiento la que marca en el calendario la celebración del Día Mundial del Donante de Sangre.
Landsteiner primero definió los grupos sanguíneos con exactitud (A, B y 0, y más tarde AB) y luego, en el año 40 descubrió el factor Rh, que hacía que cada grupo respondiera de manera diferente. En el conjunto de la población el 16% no tienen factor Rh y un 84% sí lo tiene. Llevó a cabo sus investigaciones con monos, concretamente con la especie macaco Rhesus, de ahí el nombre.
En España es Frederic Durán-Jordà quien funda en 1936 el considerado como primer centro de transfusiones. ¿Su aparición vino precipitada por el inicio de la Guerra Civil Española?
Creo que sí que lo aceleró, aunque antes que ellos, en 1927 un médico italiano, Vittorio Formentano ya fundó una Asociación de donantes de sangre en Milán.
¿Qué me dices sobre la polémica surgida sobre la posibilidad de que el bando republicano usara sangre de muertos para salvar a los vivos durante la Guerra Civil? El artículo científico firmado por David Lethbridge en 2012 demuestra, al menos que durante el conflicto varios médicos extranjeros (Dr. Norman Bethune y Dr. Herman J. Muller) investigaron el uso de sangre de cadáveres en transfusiones para salvar a los heridos.
Eso sí que es un mito. Es posible que lo intentaran, pero técnicamente la sangre se hemoliza a los diez minutos desde que se produce la muerte cerebral. Esto quiere decir que se coagula. Y en el momento en el que se coagula, ni la sangre, ni los órganos, ni ningún tejido del cuerpo vale para nada.
En la Unión Soviética, hasta hace muy poquito, hasta los años 80, extraían sangre del cadáver justo en esos diez minutos, lo cual era una temeridad, porque muchos no habían muerto, y además existía una alta probabilidad de incompatibilidad. Lo que ha ocurrido a lo largo de la historia con la sangre ha sido tremendo, pero bueno, de todo se aprende…
En la actualidad hay dos grandes debates en torno a la donación de sangre. El primero, en referencia al veto parcial o total que los homosexuales aún tienen en un gran número de países. La prohibición está vigente en territorios poco sospechosos de homofobia como Noruega, Islandia, Dinamarca, Japón o Reino Unido. ¿Cuál es tu criterio en materia de donación sanguínea?
Nosotros fuimos los que presentamos la propuesta contra la discriminación del colectivo a la hora de donar sangre ante el Parlamento Europeo. Lo presentó España arropada por los demás países de la Unión Europea que forman parte de la Federación Internacional de Organizaciones de Donantes de Sangre (FIODS).
Jesús Sánchez Marcos, que sin ser hematólogo tiene una visión amplia del tema, fue una de las personas que me ayudó en la redacción del documento. Es obvio que la orientación sexual no es determinante de nada. No es justificable discriminar a nadie por su orientación sexual y sí por las posibles prácticas de riesgo, sin más consideración.
En su momento, es cierto que había una prevalencia muy alta en contagiados de VIH en el mundo de los homosexuales, pero era por pura irresponsabilidad de determinadas personas, no de todo el colectivo. ¿Qué tiene que ver la orientación sexual para tener una rectitud en los comportamientos infecciosos? Ninguna. Esos países alegan esta prevalencia. Arrastran las estadísticas de principios de los 80 y, en base a ellas, siguen manteniendo esta prohibición. Este es el único argumento que tienen. Su actitud es mucho más radical y puritana.
El segundo gran debate gira en torno al modelo económico. Mantener el altruismo, mercantilizar las donaciones o combinar ambas vías.
Hasta la llegada de las asociaciones de donantes en España, en la década de los 60, teníamos un modelo de pago. Desde entonces, y hasta 1985, sólo se mantenía esta posibilidad en relación al plasma, porque con donaciones únicamente no se lograba garantizar su consumo. No éramos autosuficientes.
Pero desde 1985 nadie —done sangre completa, plaquetas o plasma— puede recibir nada.
¿Hemos conseguido ser autosuficientes?
No, seguimos sin serlo del todo, pero lo que hacemos es importar lo que necesitamos de otros países.
A partir del 85 el plasma nacional o plasma ético, como nosotros lo llamamos, sólo supone la mitad de lo que necesitamos. En España se consumen 620.000 litros de plasma al año y los voluntarios sólo generamos unos 310-320.000 litros.
El problema viene, entiendo, en que uno de los valores principales del plasma está en los fármacos que se producen a partir de él, en los medicamentos hemoderivados.
Medicamentos derivados del plasma para ser exactos. Las vacunas que nos ponen de pequeños, el factor 8, el factor 9, la inmunoglobulina… todo es plasma. Es un negocio…
¿Por qué en España el tratamiento industrial que convierte el plasma en estos medicamentos lo realiza en exclusiva Grifols desde hace más de 25 años?
El Ministerio de Sanidad, antes incluso de las trasferencias a las comunidades autónomas, convino con esta empresa (sin duda una de las más importantes del mundo) un contrato-programa que más tarde, las Consejerías de Sanidad de las comunidades y sus centros de transfusión han continuado.
Aunque los donantes lo saben, la población en general desconoce que prácticamente todo el plasma que donamos va directamente a Barcelona para convertirse en medicamentos de uso farmacológico. Muy poquito se destina o utiliza directamente en patologías habituales.
Periódicamente los furgones de la empresa recorren todos los centros de transfusión cuyo destino final es Barcelona. Pero la producción de los medicamentos tiene un coste. Ellos reciben el plasma a coste cero, pero hay que asignarle un valor para cuantificar y compensar, en la cantidad que proceda, los medicamentos que luego se van a consumir en cada comunidad autónoma.
Cada hospital público solicita a Grifols los productos que necesita y lo que se hace es un trueque. Por ejemplo, si el valor del plasma que ha mandado el centro de transfusión de cualquier comunidad autónoma es de cien y los medicamentos que le compra a Grifols cuestan ciento cincuenta, obviamente, solo pagan cincuenta porque los otros cien, aunque con un valor de mercado, fueron donados gratuitamente por los donantes de sangre.
Es una operación importante…
Lo es. Hablamos de más de cien millones de euros al año sólo por este componente sanguíneo, por lo que los donantes de sangre sabemos que no sólo estamos aportando sangre y resolviendo el mayor problema asistencial de la sanidad española, sino que estamos entregando dinero «contante y sonante» a las consejerías de Sanidad. Hacemos, en definitiva, un servicio más a la sanidad pública, algo que nos llena de satisfacción, como es natural.
Un estudio centrado en Nueva Zelanda en 1996 sugería que la retribución por donar sangre disuadía a algunos donantes. La investigación se hizo entre donantes habituales y un 71% expresó su preocupación por la calidad de la sangre en un servicio más comercial y un 52% reconoció que de ser así con pocas probabilidades de seguir donando si esto ocurriera.
Cuando Grifols propuso que se pagara por el plasma, su argumento era, «si España paga el plasma que tenemos que importar de los Estados Unidos ¿por qué no se lo pagamos a los españoles? Que lo donen aquí y ya está». Tiene lógica pero no la ética que conlleva el tema.
Nosotros también hicimos un estudio y arrojaba datos similares. Si empezábamos a pagar, un 60-70% de los donantes habituales se iban a resentir, iban a sentirse traicionados y seguramente dejarían de donar. Con lo cual, la posibilidad de que se compensara esa reducción en número con los pagados no existe.
Tú propones, como solución inmediata, donaciones selectivas que permiten que el donante pueda serlo con mayor frecuencia.
Efectivamente. La aféresis consiste en donar sólo un componente (plaquetoaféresis si extraemos plaquetas, plasmaféresis si es plasma), lo que supone poder hacerlo hasta quince veces al año.
Cuando se practica esta modalidad se puede sacar mucho más de 400 centímetros cúbicos, porque el debilitamiento orgánico que se puede producir no es ni mucho menos comparable al de la donación de sangre total.
¿Cuál es el papel del Estado en este sentido? Richard Titmuss, en su famoso The Gift Relationship (1970) defendía la tesis de que la intervención del Estado estimula el altruismo en los ciudadanos.
Si se hace bien, sí.
¿Qué es hacerlo bien?
Es seguir la pauta de la corresponsabilidad y el coprotagonismo entre las asociaciones de donantes altruistas y los voluntarios de la que hablaba Bernard Genetet.
Bien explicado, está bien que el Estado intervenga ahí, con una mezcla de altruismo, porque conlleva implicación. Supone mayor implicación en esa demanda que el Estado hace por y para una función específica, que es salud, nuestro bien más valorado.
¿Y los biorights, aquellos pacientes que no piden dinero, pero sí otro tipo de contribución, como información médica útil sobre su historial o cierto control sobre cómo se estudiarán sus muestras biológicas?
Nosotros no defendemos las compensaciones, sea cual sea su naturaleza. Detrás de cualquier compensación, por muy racional y científica que tú quieras que sea, hay un interés que el ser humano puede utilizar mal en multitud de situaciones.
Ese seguimiento es una forma disfrazada de compensación. Donde esté la actitud ética pura… al final es calidad de vida.
Hace un año, investigadores de la Universidad de Washington daban a conocer la creación de los primeros glóbulos rojos artificiales fáciles de almacenar y transportar. El nombre del proyecto es ErythroMer ¿Ha llegado la hora de la sangre artificial?
¡Una leche! Ya nos gustaría. Todos los años sale esta noticia un par de veces. Los laboratorios tienen que buscarse las habichuelas y hay que presumir de equipo y de proyectos.
En los años 80, cuando estábamos ya en proceso de creación de la Fundación Nacional, nos reunimos en Ginebra con un eminente hematólogo que ya nos advirtió de que «cuando le oigan a alguien hablar de sangre artificial pregúntenle a continuación: ¿usted es Dios?». Nos lo explicaba de la siguiente manera: «el único elemento de la naturaleza que no consume oxígeno para moverse es la sangre, porque ya lo lleva incorporado. A ver quién es capaz de crear una célula que tenga, además de un elemento vivo, un elemento colateral incorporado, intrínseco en esa propia célula. Eso no va a ser posible jamás». Pues tenía razón. No ha sido posible a pesar de los enormes avances. ¿Qué han hecho? Replicar plasma por ingeniería genética. ¿Pero cómo incorporan el oxígeno? No hay forma. ¿Qué hacen? Lo ponen al lado. Pero las complicaciones, los problemas asociados son tremendos. Obviamente el objetivo último es la transfusión. Esperemos que vaya avanzando, pero fácil no va a ser.
¿Qué hacemos con los miedos fóbicos a la sangre (hematofobia) o las agujas (belonefobia)? ¿Surgirá algún método de extracción que ayude a solventarlos o mermarlos?
Imposible, por una razón muy sencilla: la ruptura de la vena es inevitable. Entre un 12 y un 15% de la población no pueden donar sangre precisamente por estas fobias. De cien personas, cincuenta no pueden donar por la edad (porque, o son mayores de setenta o menores de dieciocho), entre un 12 y un 15% tienen miedos fóbicos y otro 20% son enfermos.
Al final, sólo puede donar entre un 13% y un 15% de la población y de esos, donantes sólo somos el 4%.
Si busco en Google «Martín Manceñido Fuertes» aparecen más de seis mil entradas. La primera de ellas en Google Maps, una plaza en Valdefuentes del Páramo…
[Ríe] ¡De eso me siento muy orgulloso! En Valdefuentes creé la Asociación Cultural del pueblo hace veinte años, y bajo su iniciativa hemos hecho muchas cosas, como la reparación de la iglesia, una canalización de la Presa Cerrajera por todo el pueblo o un parque etnográfico al aire libre con aperos de labranza… Me hicieron hijo predilecto del pueblo y todo. Es muy satisfactorio.
[1] La sangre que tenemos en nuestro organismo se calcula en función del peso. Multiplicando nuestro peso por 0,75 obtenemos los centímetros cúbicos de sangre que tenemos en el cuerpo.
♦