Entrevistas, Literatura — 13/10/2017

Gregorio Fernández Castañón: «Quiero que el lector juegue con mis libros»

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No se presta con facilidad a hacerse fotos, pero sin embargo es un devoto coleccionista de imágenes. Gregorio Fernández Castañón (Otero de Curueño, León, 1956) nos espera en la librería Pastor con un ejemplar de su última obra. Es administrativo de profesión y bibliófilo y «Leonófilo» por vocación. Presume de tenacidad y constancia como buen cazurro y aspira a que sus lectores acaricien libros artesanales de los que no quieran desprenderse jamás.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

Iniciaste tu andadura literaria con 37 años y un libro de relatos, Remolinos de Furia (1993). ¿Cómo se desarrolló hasta entonces tu carrera profesional y por qué tardaste tanto en dar el salto?

Ese fue mi primer libro publicado, pero mi vinculación con la literatura viene de más atrás. Desde finales de los años ochenta dirigí dos revistas, Colectivo 83 y Rasgos. Eran proyectos pequeñitos, comarcales, pero en los que incluíamos un poco de todo, narrativa, poesía, artículos… También participaba en concursos literarios, y con tan buena suerte, que incluso gané algún premio que otro. Precisamente Remolinos de Furia (1993) es un recopilatorio de algunos de esos primeros premios.

Entonces me di cuenta de que como yo había tropecientos mil y máxime en León, así que decidí cambiar radicalmente el estilo y nació («inventé») lo que hoy es la colección Narrativa lúdica-experimental.

¿Es por eso por lo que te defines como «revolucionario cultural»?

No, no, de revolucionario nada. Me han dicho que lo soy, pero aquí cada uno se busca su estilo o su forma. Cuando inicié ese nuevo estilo lo hice para diferenciarme de los demás. Puedes escribir más o menos bien, puedes ser extraordinario, pero todos hacemos más o menos lo mismo: pastas y texto. Así que decidí trabajar con más materia, porque la creación tiene que ir más allá. Por eso me gusta mucho meter encartes, facsímiles… porque quiero que el lector juegue con mi libro. Por eso llamé a la colección Narrativa lúdica-experimental. Es un juego y es un experimento, primero para mí y luego para el lector.

Efectivamente, tus publicaciones a partir de entonces superan lo literario e incluyen y revalorizan otras artes ligadas a la antropología leonesa: la cerámica, la vidriera, el arte textil, el grabado…

El salto lo di con la publicación de Juego de Perros (1996). Lo que más sorprendió de este libro fue el relato que se podía leer de tres maneras diferentes, ‘Triversional’ o Tres rutas y un fin. Yo nunca he encontrado nada parecido, y la gente también me lo decía. Es un relato que se puede leer de manera tradicional (de arriba abajo como se lee cualquier libro), leyendo las líneas impares (y tiene sentido cambiándole los signos de puntuación), o leyendo las pares. De esta manera lo que lograba era tener tres finales diferentes. Además, al ilustrador con el que trabajé [Félix de Agüero] también le pedí que incluyera una ilustración que tuviera estas mismas tres posibilidades.

Tuve la gran suerte de que la Junta de Castilla y León me otorgó el Premio «Fray Luis de León» a la Mejor Labor Editorial. Esa fue la pauta para seguir experimentando con otros materiales, con vidrio, cerámica…

Y también con la fauna y flora leonesa. En Sangre de Roble (2004), por ejemplo, cada ejemplar incluía una pluma del gallo del Curueño para la pesca o una hoja de chopo.

Sí, mi literatura también va pareja a la naturaleza. Si puedo, todo lo hago relacionado con León.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

Me llamó especialmente la atención la incorporación de un trébol de 4 hojas en Ríos de Pasión y Fuego (2009) acompañando al relato Al coger el trébole. ¿Cómo lograste conseguir más de 1.000 ejemplares? ¿Te pusiste en contacto con el anunciante del periódico que los vendía a 751 euros?

Fue complicado… [ríe]. Ríos de Pasión y Fuego (2009) es la última parte de mi primera trilogía leonesa. Cuando me planteo proyectos como ese lo que hago es programarme a largo plazo. En este caso estuve doce años trabajando en él. En medio publiqué algún otro libro, pero en total le dediqué doce años de mi vida literaria. Tuve claro desde el principio que quería incluir un trébol en ese relato en concreto, pero más aún cuando encontré el anuncio al que te refieres. Por supuesto no contacté con él, pero se convirtió en un reto. Soy de pueblo y me gusta mucho pasear por el campo, así que me planteé conseguirlos por mi cuenta. Al ser una edición limitada a 1.000 ejemplares tenía que hacerme con unos 1.200-1.300 tréboles de cuatro hojas y lo conseguí. La verdad es que fue un poco en plan record, de Guinness, pero quien la sigue, la consigue.

¿Qué es un libro con tratamiento manual?

Es un libro que se remata con algo que tienes que hacer manualmente, como estampar un sello, pegar un facsímil… Además lo que intento es que también aparezca mi firma. Ese es el tratamiento manual al que yo me refiero. Es un trabajo que exige mucho de mi parte, pero también la labor artesanal de más gente. Por ejemplo en Un León muy prestoso (2016) se incluye una foto firmada por el propio fotógrafo, que personalmente fui pegando una a una en cada ejemplar.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

Tus libros son algo más caros que la media, pero es que llevan muchas horas de trabajo a cuestas…

Es una labor que tienes que hacer con cariño y amor. Imagínate que tenga que encargar a no sé cuántas personas, que busquen mil tréboles… los consigues igual pero ¿a qué precio?

Con la primera trilogía leonesa he trabajado con muchos artesanos que me han fabricado ex professo para el libro piezas de cerámica, de vidrio… Luego la imprenta me trabaja el troquelado y con el troquel yo voy elaborando ejemplar por ejemplar. Si esa tarea se la encargo a la imprenta tendría que cobrar cada libro a 200 euros. Por eso, aunque puedan ser algo más caros, no lo son tanto como si fueran productos trabajados de manera comercial y no artesanal.

Ten en cuenta además que también me encargo de que todas las piezas se conserven bien. Por ejemplo, el libro Sangre de Roble (2004) incluye un báculo de cobre que me fabricaron en el Colegio Don Bosco-Salesianos de León. Desde que me los entregaron, hasta que los distribuí, los dejé almacenados y un día me di cuenta de que estaban empezando a oxidarse. Acudí entonces a una tienda especializada en la que me recomendaron que los tratara con un producto, siguiendo un procedimiento concreto. Como era muy lento, no seguí las instrucciones exactamente y el líquido era tan corrosivo que me quemé las yemas de los dedos… Me podía haber quedado ciego.

Este tratamiento individualizado de cada obra, cada pequeño detalle, el poder utilizar casi los cinco sentidos para disfrutar de las obras (el olor, el tacto…) es sin duda, una forma de aportar valor añadido a la obra en papel y diferenciarse de los nuevos formatos…

Sí, es también la manera de «luchar» contra la tecnología. Añoro el libro tradicional, y lo que ofrezco jamás va a estar en un ordenador. Es un poco plantearle al lector «¿Te gusta el libro, te gusta acariciarlo? Pues aquí tienes el mío». Lo que pretendo es que se manifiesten, efectivamente, los cinco sentidos. Me dicen «cualquier día vas a sacar un libro con un bocadillo», pues a lo mejor [ríe].

Propones revertir en cierto sentido los actuales códigos de consumo. Implicar al lector y su libro con ese ex libris [1] y también con el autor, que siempre firma de manera personalizada las obras que publicas y que editas.

Forma parte de esta Narrativa lúdica-experimental. Es la importancia de poder tocar y sentir el libro, de lo manual. Y también el detalle, que el lector haya comprado el libro con todo el cariño y lo sienta como suyo. De hecho, hay alguno, pero libros míos en librerías de viejo encuentras muy pocos. Sobre todo los de la trilogía, lo que quiere decir que la gente se los queda, que no los ha revendido con el tiempo.

Supongo que también hace que con el tiempo se revaloricen, ¿son piezas con valor de inversión?

Desgraciadamente así es, y digo desgraciadamente porque quien gana siempre es la persona que especula con una obra ajena, el que no la ha trabajado.

Libros que salieron a la venta en su momento por 35 euros, ahora, por el tema del coleccionismo, alcanzan los 300. Con el tiempo se revalorizan porque son obras limitadas, con elementos de valor añadido como la pieza de cerámica, el trébol… además se diferencian todos unos de otros. Por ejemplo, Bajo el Poder de las Piedras tenía veintidós maneras diferentes de presentación. Son libros únicos, no hay dos iguales.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

He leído que comparas la lectura en un e-book con el consumo de un Bierzo en un vaso de plástico. ¿Te manifiestas de igual forma con respecto al audiolibro?

Yo lo entiendo y me parece perfecto siempre y cuando sea complementario. El soporte inicial tiene que ser el papel. En la novela Cruentos y consentidos (2001) ya incluí un CD con sonidos naturales y música original de Los Reflejos. Todo lo que sea complementario me parece perfecto. Como estos libros tan bonitos que hay para niños que tienen desplegables, que se pueden manipular… pero siempre como complemento al libro en papel.

¿Gregorio Fernández Castañón es de los que los subraya? Los libros, digo. Hay quien lo considera todo un arte frente a los que hablan de herejía…

No. Te puedo asegurar que mis libros se conservan como el primer día. Se mancharán con el tiempo, con el polvo, pero yo les cuido mucho. Si necesito subrayar lo que hago es fotocopiar y subrayar sobre la fotocopia. Cada uno tenemos nuestras manías…

Vamos con otras de tus facetas. ¿Cómo surge el Proyecto Cultural Camparredonda?

Pertenezco a un pueblo [Otero de Curueño] donde teníamos una asociación cultural. Pensamos en hacer algo más, algo que nos identificara, que fuera propio de aquí y que nos ayudara a promocionar la cultura popular, tradicional o pueblerina, como quieras llamarle. De esta forma surgió la Revista Camparredonda. Decidimos sacar un número y ver qué pasaba, qué aceptación tenía. La primera revista salió en marzo de 2000 y fue una pasada. Ahora ya llevamos diecisiete y se ha hecho internacional, universal, nos la piden desde muchos sitios.

Más tarde sacamos adelante los otros dos proyectos que van parejos, los Cuadernos de Plata y la colección de libros Camparredonda.

¿Cómo se sustenta?

Económicamente se sostiene gracias a la publicidad. Todos los que trabajamos en ella, todos sin excepción, lo hacemos por cero euros. Cobran igual que yo, nada. Son cosas que se hacen por amor al arte.

La impresión, la edición y tal sale adelante gracias a la publicidad. Las ventas también ayudan, pero no suponen un aporte económico muy importante.

En este contexto ejerces como editor. ¿Crees que en tu deber está poner mayor atención en los autores de tu generación o en los que están por venir?

No. Agradezco a los autores consagrados que en ocasiones colaboren con nosotros en la revista (como Ángeles Caso o Juan Pedro Aparicio), pero la verdad es que yo prefiero trabajar con gente que no es conocida, porque tiene menos oportunidades. Si yo se la puedo ofrecer, aunque sea en este círculo cerrado, muy íntimo… Siempre es una ventana abierta que tengas tu libro publicado, aunque no accedas a grandes ediciones.

Manuel Borrás, uno de los fundadores de la editorial Pre-Textos, afirma que «no sobran editoriales, lo que sobran son malos editores».

Puede ser. No sé a qué llama él malos editores. El tema está en que todo el mundo dice que para sentirte realizado tienes que plantar un árbol, tener un niño y escribir un libro. ¿Escribir un libro es fácil? Sí. La parte complicada es editarlo. Las editoriales están saturadas. Aunque también es cierto que hoy en día cualquiera puede autoeditarse su libro y gracias a eso hemos conocido a más de un gran escritor. Todo tiene sus pros y sus contras. Yo lo que no editaré jamás es al cantamañanas que sale en televisión, que hay editoriales que lo hacen.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

¿Cómo es la labor de promoción de cualquiera de las publicaciones de vuestro catálogo?

Complicada, complicadísima. La venta, postventa y promoción es lo que más me duele. Yo me cojo el libro (sea mío o de otro autor), me visito las librerías y hago una labor de tú a tú. No nos podemos permitir una campaña de publicidad, meter el libro en la prensa, en radio, en televisión… En nuestro caso lo que funciona es el boca a boca. Por eso digo que es un círculo muy cerrado, muy intimista, para gente minoritaria. Con que nos lean cien o doscientos lectores que tengan la posibilidad de adquirirlo, para nosotros es un triunfo total.

También entregáis un premio de reconocimiento cultural bajo el título de «La armonía de las letras» ¿Cuál es el criterio fundamental del jurado?

Que sea alguien que trabaja por la cultura, y a ser posible, gratis, como lo hacemos los demás. Esa es la base principal. Dar un premio a las instituciones no tiene sentido, pero dárselo a una persona que realmente ha hecho un trabajo cultural, que lo ha expandido y lo ha hecho por amor al arte… ahí estamos nosotros para apoyarle.

La mayoría de los premios literarios con mayor reconocimiento están amañados. No lo digo yo, lo dice gente que ha participado de jurado en esos premios (...) No se tienen que dar así, dejan un olor putrefacto en la cultura

Te muestras receloso, sin embargo, de los premios literarios con mayor reconocimiento.

Si. La mayoría de ellos están amañados. No lo digo yo, lo dice gente que ha participado de jurado en esos premios. Eso es así. Estamos hablando de plicas, y una semana antes de fallar ya sabemos a quién se lo van a dar. Por eso ese tipo de premios a mí no me interesan. No se tienen que dar así, dejan un olor putrefacto en la cultura.

Yo soy partidario de los premios que se hacen «después de» y no «antes de». Yo suelo participar en el Premio del Libro Leonés del Año de la Diputación y si gano, perfecto, pero si no, es porque hay otro mejor.

Gregorio Fernández Castañón

¿Cómo crees que la política influye en la cultura en general, y en la literatura en particular?

Negativamente, sin duda. En este contexto se funciona bajo el esquema «Tú eres… pasa por esta puerta. ¿No te conozco? Adiós». Si sólo se tiene en cuenta la economía y la política, son muy pocos los que tienen acceso a las editoriales más potentes. No debería ser así.

La cultura no se echa en falta en este país para nada. (...) Si se muere una editorial la gente no va a sufrir por ello. Si cierran una librería tampoco, un bar o una discoteca igual sí

¿Qué impacto tiene en la provincia el cierre de editoriales como Everest?

Everest era una empresa de León con no sé cuántos trabajadores y se ha ido al garete, con lo que tengo que pensar que económicamente estaba mal. ¿Editorialmente se echa en falta? No, porque la cultura no se echa en falta en este país para nada. Da igual que sea Everest o cualquier otra. Si se muere una editorial la gente no va a sufrir por ello. Si cierran una librería tampoco, un bar o una discoteca igual sí. Ese es el tema. La cultura de este país es lo que es. A mí me duele. Como autor, como persona que está dentro del mundo de la cultura, claro que me duele. ¡Cómo no me va a doler! Everest para mí era un referente. Pero tú preguntas por la calle y más de uno te dirá ¿qué es o qué era eso?

En cuanto a referentes, tú lo eres en el mundillo del coleccionismo fotográfico. Te mueves por subastas físicas y virtuales, mercadillos, rastros, librería de viejo. Tu archivo personal de fotografías antiguas debe ser impresionante. ¿El lugar más inesperado en el que has encontrado material?

Aquí en León, en el rastrillo que se pone los sábados en el Barrio Húmedo en la calle Plegarias. Fue muy curioso, porque además normalmente en los rastrillos es donde menos encuentro. Allí localicé la partitura con el himno de los trabajadores del Instituto Nacional de Previsión que se incluye en Un León muy prestoso (2016). Me acerqué a uno de los puestos en los que vendían libros, a uno de los montículos, hojeé un libro y entre sus páginas apareció la partitura. En un sitio casi inesperado encuentras una joya. Una partitura del maestro Odón Alonso que data de los años veinte y con la firma de los autores… para mí, una joya.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

¿Y fuera de León?

Fuera trabajo más bien de manera virtual. Pero también te encuentras cosas curiosas. Por ejemplo, la portada de León tras las sebes de un ayer (2014) vino de Alemania, de un negativo. Te encuentras material donde menos te lo esperas. Pasa un poco como con los tréboles, que sin querer vienen a ti…

Tu proceso de recolección de fotografías y documentos me recuerda un poco al de Clara del Valle y sus «cuadernos de anotar la vida» de La casa de los espíritus, de Allende. Este coleccionismo tuyo, ¿también surge a modo de diario personal?

No. En mi caso fue en la época en la que todavía dirigía Colectivo 83 y Rasgos, cuando me planteé que me gustaba León, investigar y publicar cosas sobre León, pero que si quería dedicarme a ello tenía que hacer algo nuevo, diferente. Hacer una fotocopia de otro libro no tenía razón de ser. Me di cuenta de que tenía que tener mi propio material, así que empecé a buscarlo, comprarlo y coleccionarlo. Llevo por lo menos 20 años de coleccionismo total. Compro fotografías auténticas, negativos, postales… Eso también me ha permitido recuperar el trabajo de fotógrafos como Germán Gracia, Pepe Gracia, Winocio Testera

Con el tiempo, por ejemplo, he logrado rescatar las fotos originales que Jean Laurent [2] hizo de San Miguel de Escalada o de las casas de Santa Ana. Son fotografías que hemos visto en mil sitios, que aparecen en cualquier libro sobre León, pero no es lo mismo. Aparecen reproducidas en blanco y negro, pero yo tengo las originales, en color sepia, con la manchita y la cagada de mosca… eso es lo que a mí me interesa. Es lo que busco incansablemente para ofrecérselo a los lectores.

En tu último libro te muestras especialmente implicado en la datación de imágenes, y manejas más de una treintena de referencias bibliográficas. Consideras básico el proceso de investigación y documentación, pero ¿cómo se compatibiliza con otro oficio, que es el que te permite mantenerte económicamente?

Es muy complicado. Te metes en clausura, como digo yo. Cuando estoy creando me meto en mi estudio y le dedico horas, horas y horas. No hay otra fórmula.

 

Precisamente este ahínco por la investigación y la documentación te ha permitido abrir nuevos campos para la investigación histórica de León. El último caso lo tenemos con el viejo Hospicio de León en Un León muy prestoso (2016).

Hasta ahora, que yo sepa —igual me confundo y que me perdonen si es así—, ningún historiador de León había dicho y podido demostrar con documentación que el Hospicio de León había sido campo de concentración. Yo tenía una referencia muy clara de que sí lo había sido: un familiar de alguien que estuvo preso allí, me lo había dicho. El problema era que no había evidencias documentales. Yo me empeñé en encontrarlas y estuve en ello casi seis años. Lo conseguí gracias al correo postal que familiares y presos se mandaban entre sí. Por suerte encontré gente que vendía estas tarjetas y en el libro aparecen las reproducciones de tres postales escritas por presos republicanos desde los tres campos de concentración: San Marcos, Santa Ana y el Hospicio de León.

Siempre se descubren cosas nuevas. El primer sorprendido soy yo. Buscando una cosa, aparece otra de la que no tenía ni idea. En el tercer libro voy a dar más de una sorpresa…

La gente de Wikipedia hace una labor extraordinaria. Nos podemos reír, pero todo el mundo al final terminamos ahí, y quien diga lo contrario miente como un bellaco

Hablando de sorpresas, me resulta curioso que te hayas decantado por utilizar la definición de Wikipedia para el término León.

No nos engañemos. Esa gente hace una labor extraordinaria. Nos podemos reír, pero todo el mundo al final terminamos ahí, y quien diga lo contrario miente como un bellaco. Es lo más fácil y lo más sencillo. No me fio de ella 100%, pero una vez que confirmas con otra documentación y referencias que la información es correcta ¿para qué voy a dar más vueltas si lo tengo ahí ya claro? Además me gusta cómo lo definen.

Por cierto, una de esas referencias que incluyes en la bibliografía es El bibliotecario y el trovador español, de 1841. ¿Qué obtuviste del mismo?

Sobre todo información sobre la Fiesta del Árbol. Yo trabajo con muchos libros y  revistas, pero este me gusta especialmente, sobre todo para documentarme sobre siglos pasados. Me parece increíble que en esa época recogieran y elaboraran la información tan bien, tan cuidada. Me hace reflexionar, la verdad.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

¿Y por qué un soneto del palentino Marciano Zurita y Rodríguez para abrir esta última obra?

Me hizo mucha gracia. Hace tiempo hojeaba una revista de Blanco y Negro y me encontré con una fotografía de León y esa poesía. De repente, un señor de fuera de León alababa sus grandezas… Pues ole sus… Me lo guardé con la intención de, en algún momento, darle protagonismo. Aquí somos muy dados a quejarnos y ver sólo las cosas malas. Parece que la gente de fuera ama más León que los propios leoneses. Es un poco decir, «aquí tenéis una prueba» (en la primera página) de que hay gente fuera de León que nos quiere y nos valora como nosotros a veces no somos capaces.

Un León muy prestoso (2016) es una obra antropológica que alberga, sin duda, miles de historias particulares ¿Algún proyecto narrativo en mente? Te he escuchado decir que «si tienes una fotografía tienes un artículo»…

En el tercer y último libro de esta segunda trilogía leonesa sí que incluiré una fotografía sobre la que apunto: «Esto da para un relato por lo menos…» Sí, ¿por qué no? Pero ahora mismo estoy muy involucrado en esta serie. Estoy trabajando en una novela de manera paralela, llevo bastante tiempo, y no avanzo porque el poco tiempo que tengo se lo estoy dedicando a esta serie y a la revista. Pero no te diría que no, con el tiempo.

¿Te reconoces como aquejado del síndrome del escaparate? ¿Alguna vez has colocado tus libros delante en una librería?

No. A todos nos gusta que nuestro libro esté en primera línea de fuego, pero me gusta mucho más que alguien me diga «me han hablado de tu libro, lo he comprado y chapó, se lo he aconsejado a no sé quién…» Esa es la idea. A mí me gusta mucho más ese tipo de regalo que no que te lo pongan en una primera línea. Prefiero el boca a boca, que funcione el recorrido en este sentido.

¿Y las reseñas, las críticas, las entrevistas? ¿Las sigues?

Sí, pero me da igual que me digan que soy muy bueno o que soy muy malo. La verdad es que hasta ahora he tenido muy pocas críticas malas, pero me da igual, eso lo tengo muy claro. Tuve un gran maestro que me decía «en el momento en que publicas un libro pasas a ser un personaje público, te guste o no, con más o menos intensidad, con más o menos seguidores… No hagas caso de las críticas, ni de las buenas, ni de las malas. Las buenas porque te vas a creer que eres Dios y es mentira, y las malas porque te vas a creer que eres un demonio y es mentira». Yo las leo y las conservo en todos los casos, pero sigo su consejo a rajatabla.

Gregorio Fernández Castañón Leotopía

[1] De acuerdo con la RAE: Etiqueta o sello grabado que se estampa en el reverso de la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro.

[2] Jean Laurent y Minier (1816-1886) es conocido como el gran fotógrafo del XIX en España. Su trabajo cubre todos los temas populares de la época abarcando fotografía industrial, monumental, paisajística, de retrato de personalidades…

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