En los meses finales de 1886 el rumor se había vuelto un eco incontrolable por las calles de la capital. Todos hablaban de la inminente presencia de la luz eléctrica en León, de las nuevas posibilidades, de cómo semejante innovación invitaba a caminar por el sendero del futuro.
Cada noche, buena parte del callejero leonés caía presa de la más absoluta oscuridad, rota, en el mejor de los casos, por farolillos de aceite, porque ni siquiera el alumbrado de gas se empleaba aquí. La luz eléctrica en León era un anhelo y una necesidad.
El 17 de febrero de 1886, El Porvenir de León recogía una crónica escrita y publicada en el periódico francés Courrier de Limoges (y dado que no era un texto suyo, indicaba su procedencia), sobre la conferencia impartida por el ingeniero electricista Ernest Lamy sobre los beneficios de la luz eléctrica. Había comenzado un nuevo episodio en la historia de León: el del afán por instalar luz en las calles y en los espacios privados.
Porque el relato de la instalación de la luz eléctrica en León es una lucha constante contra el tiempo que se prolonga, que pasa y pasa, contra las promesas incumplidas, contra esa tendencia —que no hemos perdido ni siquiera hoy— de observar cómo alrededor las cosas cambian y aquí simplemente permanecen, o peor, se marchitan.
Las exposiciones universales del siglo XIX, que ponían los dientes largos a los amantes del progreso, ya habían mostrado las posibilidades de la electricidad, y las noticias que llegaban de Estados Unidos no hacían sino confirmar que el futuro estaba al alcance de los dedos.
«Al lado del conferenciante hay colocada una lámpara antigua de una luz de una suavidad nunca vista que se enciende y apaga solo con tocar a un botón», relataba El Porvenir de León en el artículo que hoy rescatamos, de febrero de 1886. El conferenciante del que se hablaba era el ingenierio Mr. Ernest Lamy, a quien se le adjudicó a través de una subasta la obra para la instalación de la luz eléctrica en León. Corría el mes de septiembre de 1886.
En diciembre, El Diario de León, aquel fundado por Augusto López Villabrille y que apenas estuvo tres años en la calle, comenzó a hablar del malestar general: «Parece ser, según apunta un apreciable colega, que de un día a otro llegará a esta población el contratista del alumbrado de la misma por medio de la luz eléctrica, con objeto de proceder a su instalación. Se eternizan tanto en nuestro pueblo todos los proyectos que redundan en beneficio del mismo, que casi ponemos en duda el que se lleve a cabo tan necesaria mejora para el tiempo en que aseguran ha de empezar a funcionar. Allá veremos».
Más de un año después, ya en febrero de 1888, la luz eléctrica en León seguía siendo solo una promesa, y ya se componían versos, como el aparecido en el mismo periódico: ¿Quieren ustedes poner / un duro contra una perra / o la barba de D. Dimas / contra dos libras de almendras / a que por fin en León / no vemos la luz eléctrica?
Habría de transcurrir el año entero para que, solo a través de la fundación de la sociedad Eléctrico Leonesa, la luz llegara a las calles de la capital y a los locales más ostentosos. ¿Qué sucedió durante esos dos años con el ingenierio Mr. Ernest Lamy, el venturoso profeta de la luz en León? Perdimos su pista en la hemeroteca. Al parecer huyó despavorido, regresó a Francia, quizás siguió prometiendo alumbrar las calles de otras ciudades tan ansiosas como la nuestra. ¿Quién sabe? Tal vez otro día podamos contar su historia, parte también de la historia de León.
Hasta entonces —porque antes que digital EraPapel—, hoy en Leotopía hablamos de la luz eléctrica en León.
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