Llegamos a la cita poco después de las cinco, en mitad de una tarde luminosa, cálida incluso, impropia de la estación. En la puerta aguarda un pequeño grupo de niños y padres, todos miembros de ALAC, la Asociación Leonesa de Altas Capacidades. La actividad de hoy consiste en una visita por los entresijos de la historia de la humanidad a través de las piezas que custodia el Museo Provincial de León, y se incorpora a una larga lista junto a otras muchas, que la Asociación viene organizando en materia de ciencias, humanidades y formación. El objetivo siempre es el mismo: estimular las mentes en constante efervescencia de los chicos al tiempo que se potencia la visibilización de las altas capacidades.
Cruzamos la puerta del Museo arrastrados por el entusiasmo de los más pequeños. Ahí, entre el alboroto, percibimos mejor que nunca que a pesar de sus particulares inteligencias potenciales, los niños no dejan de ser niños ni de comportarse como tales. Nos acompaña Óscar Ramos Rivera, catedrático de latín del IES Juan del Enzina, mente humanista como pocas, hábil ganándose la atención del grupo. Inmediatamente algo tan sutil que podría pasar desapercibido llama nuestra atención: la historia del edificio Pallarés donde nos encontramos no resulta del todo ajena para algunos de los niños, algo en absoluto usual.
Mientras descendemos hacia el piso inferior, donde se custodian y exhiben monedas y lápidas datadas desde los tiempos del indigenismo, la luz cambia, se vuelve tenue y cálida y el ambiente invita a la introspección. Lo primero que vemos es la recreación del despacho del numismático, mesa firme de madera, silla tapizada en mullido carmesí, el refugio del pensador. Una extraña conexión de conceptos decimonónicos sin aparente relación se activa en nuestras mentes y nos lleva a evocar —tal vez por un exceso de lecturas relacionadas con el tema—, al médico suizo Carl G. Jung, maestro del arquetipo en el siglo XIX y responsable de una de las frases más manidas y referenciadas en relación con la superdotación intelectual: «Los superdotados son el fruto más hermoso del árbol de la humanidad pero a la vez son los que corren más grande peligro, pues cuelgan de sus ramas más frágiles y con frecuencia se rompen».
Pero la psique humana es compleja y los matices infinitos. Queremos conocer mejor la realidad de las personas con altas capacidades, especialmente cuando todavía son niños, su manera de percibir el mundo, y cómo se relacionan con ellos las familias, la sociedad y el sistema educativo. Algunos días antes de nuestro encuentro en el Museo, visitamos la sede de ALAC en La Virgen del Camino, donde semanalmente se reúnen los socios para poner en común sus experiencias e inquietudes. Charlamos largo y tendido, planteamos cuestiones y dudas e inmediatamente el debate queda expuesto sobre la mesa.
«Podríamos tener una herramienta muy buena en la prensa, porque si la gente viera con normalidad lo que nos sucede, se aclararía todo lo que nos perjudica a nivel social. Nuestros hijos son tan normales que cuando están en el parque y se lo pasan bien, no se quieren ir a casa», comenta la madre de un niño con altas capacidades cuyo nombre debe mantenerse en el anonimato por decisión propia, como haremos con los demás. «El problema es que no se hace una divulgación adecuada. Todo depende del enfoque, pero a veces el sensacionalismo es más interesante que la información».
Un toque de atención de las familias al oficio del periodista, que no viene mal para evitar transitar por caminos equivocados. Demasiados reportajes en los que prima el titular sobre la información, prejuicios sociales alimentados con esmero, bocetos de personas reducidas a empollones inadaptados que sólo quieren acumular estudios, títulos y carreras. De la mano de ALAC y los testimonios de sus miembros, trataremos de conocer mejor la situación de unos niños que, como apunta una madre a modo de aclaración, «tienen todas las preguntas, pero no todas las respuestas».
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«El niño de tres años miró a su madre frunciendo el ceño. Intrigado, preguntó:
—Mamita, ¿el sol está hecho de fuego?
—Sí, cielito —dijo la madre.
—¿Y arde y arde para siempre?
—Sí.
—¿Y el fuego de la chimenea necesita oxígeno para vivir?
—Sí, mi amor.
—Vale, mamita. Y si el fuego necesita oxígeno para vivir y en el espacio no hay oxígeno… ¿por qué arde el sol eternamente?»
Lea Vélez, Nuestra casa en el árbol (Ed. Destino, 2017)
LA ASOCIACIÓN LEONESA DE ALTAS CAPACIDADES (ALAC)
A punto de cumplir cuatro años, ALAC nació mediante la iniciativa de un reducido grupo de familias del colegio San Claudio de León, que con ganas y esfuerzo consiguieron compensar el desconocimiento que había en relación a las altas capacidades. A día de hoy esas familias han ido creciendo hasta ser cerca de una treintena.
El principal objetivo de la ALAC es el apoyo a los padres, a las familias y a los propios chicos, pero no se escatiman esfuerzos a la hora de dar a conocer las características de las altas capacidades intelectuales a la sociedad, con el propósito de la normalización.
Pablo Núñez González (Ponferrada, 1977) es su presidente desde el año 2015: «Somos una asociación de padres, no tenemos ningún gabinete psicológico ni somos expertos». Una mano tendida a muchas familias que desconocen el modo de actuar cuando descubren el potencial de sus hijos. Al entrar en ALAC se encuentran con personas que han pasado por situaciones similares y que hablan el mismo idioma. «Tratamos de ser un punto de encuentro, divulgamos y actuamos como interlocutores con la administración, procurando derribar mitos y estereotipos».
Para los niños, el simple hecho de que conozcan que hay otros como ellos con los que pueden interactuar a otro nivel resulta tranquilizador, y según los padres sólo eso justificaría la existencia de la Asociación ALAC.
DATOS, MITOS, REALIDADES
Hay una idea de base que resulta significativa: es muy complicado establecer estadísticas, ya que no conocemos el número exacto de personas con altas capacidades. La clave está en la cifra de niños evaluados. Los datos aportados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte estiman que sólo el 0,15% de la población escolar de la provincia de León, fue evaluada en altas capacidades durante el curso 2014-2015 —último del que se ha elaborado un cómputo—, lo que deja fuera del diagnóstico a un amplio número de alumnos que ALAC calcula por encima del 2% de la población escolar.
Para quienes la experiencia resulta absolutamente ajena o lejana, normalmente existe la consideración de que las personas con altas capacidades y más aún, con superdotación, almacenan en sus cabezas el conocimiento universal. Nada más lejos de la realidad. Hablamos de personas que tienen ciertas habilidades por encima de la media, pero «también hay cosas que se les dan mal», nos dicen, como al común de los mortales. Simplemente han nacido con una predisposición hacia ciertas destrezas —nada menos—, pero en modo alguno tienen garantizado el éxito, porque una vez más, el esfuerzo y la perseverancia resultan fundamentales.
En el caso de los más pequeños debemos apartar la idea del niño perfecto, ya que a menudo los problemas escolares son un grito silencioso en busca de ayuda y atención. En este sentido, una de las consideraciones en las que los padres y miembros de ALAC hacen más hincapié, es en la idea errónea de que el niño con altas capacidades siempre saca notas excelentes y que no necesita ayuda externa.
¿Y qué sucede con los adultos que no recibieron esa ayuda en su etapa escolar? Pablo Núñez abre las puertas de la Asociación a cualquiera que necesite información, ya que «han acudido a nosotros adultos de entre veinte y treinta años que estaban un poco perdidos, no sabían lo que les pasaba. A raíz de algunas de nuestras charlas han podido ponerle nombre a su situación». El presidente de ALAC añade que «nos hemos encontrado adultos con problemas psicológicos gordos, especialmente de relaciones sociales». Un asunto en absoluto baladí, que en casos extremos puede derivar hacia verdaderos conflictos personales.
¿LAS ALTAS CAPACIDADES SON LO MISMO QUE LA SUPERDOTACIÓN?
Una persona con altas capacidades no es lo mismo que una persona superdotada. Hay muchos matices, algunos de los cuales se pueden simplificar con el ejemplo que propone Pablo Núñez: «hay gimnastas que son muy buenos en una disciplina o en un aparato, pero no en todos. Eso son las altas capacidades, talentos particulares por encima de la media, bien sean simples o complejos. El superdotado es algo así como un deportista completo, un gimnasta que domina todas las disciplinas y todos los aparatos».
«Cada vez hay más investigaciones en las que se revela que las pruebas estandarizadas de detección no siempre sirven para los niños con altas capacidades», nos dicen los padres.
En la actualidad los investigadores parten desde distintos planteamientos de base, identificando una percepción más amplia de la inteligencia, que ya no sólo se mide en una cifra numérica para determinar el cociente intelectual. La inteligencia ha expandido su radio de alcance y ahora hablamos de inteligencias múltiples, distintas capacidades que tiene el individuo a la hora de reaccionar a los estímulos: inteligencia verbal para quienes dominan a la perfección la comunicación oral o escrita, inteligencia lógica en el terreno de la aritmética o la estrategia, o inteligencia visual entre aquellos individuos capaces de desarrollar complejas escenas mentales, son sólo algunos ejemplos.
EL SISTEMA EDUCATIVO
El reparto de las atribuciones en materia de educación entre el Estado y las comunidades autónomas —la Junta de Castilla y León asumió las competencias educativas en materias no universitarias en el año 2000—, ha generado diferencias en cuanto al tratamiento que los padres pueden exigir para los niños con altas capacidades, que no requieren educación especial, pero sí tienen necesidades específicas de apoyo educativo.
Nuestra legislación autonómica reconoce la necesidad de una atención especial, si bien deja en manos de los centros educativos las medidas que deben ponerse en marcha. Desde ALAC reconocen que las leyes son imprecisas, carecen de elasticidad y no sirven para optimizar el desarrollo intelectual de los niños. «Dentro de la categoría general de altas capacidades, sólo se habla de precocidad intelectual durante los primeros doce años, y no es hasta haber cumplido esa edad cuando se puede hacer un diagnóstico que determine la sobredotación. Hasta los doce años los niños sólo pueden ser considerados precoces intelectuales, para lo que hay que tener un CI (cociente intelectual) de 130 puntos», explica una madre. Refiriéndose a la administración, otra comenta que «a veces da la sensación de que no les importa que se detenga su desarrollo. Nos dicen que el niño está demasiado estimulado y que en dos o tres años volverá al nivel de los demás. Pero durante estos doce años los niños necesitan muchas justificaciones, porque tienen problemas emocionales, problemas conductuales…». Desde otro lado de la mesa llega de inmediato una explicación: «En la primaria no se quieren hacer adaptaciones. Por eso el límite está en esa edad, cuando acaban esa etapa educativa».
Parece que existe un cierto consenso en torno a la necesidad de modificar los programas educativos de estos niños para que sus habilidades continúen progresando y no se queden estancadas, recurriendo a metodologías que fomenten la productividad, la creatividad y la motivación. Teóricamente la ley reconoce esta necesidad, que toma un cariz distinto en la aplicación práctica. «Cuando pregunto a mi hijo lo que ha aprendido en el colegio me responde: ‘pero mamá, ¿cómo voy a aprender algo en el colegio?’». Este tipo de ideas pone de manifiesto uno de los mayores problemas con que a menudo se encuentran los niños con altas capacidades. La falta de estímulos en la enseñanza se traduce para ellos en clases tediosas que tienen como resultado el fracaso escolar. Sumergidos en un sistema educativo donde la homogenización del alumnado es un asunto prioritario y reservado, se dejan a un lado los mecanismos que pueden fomentar las capacidades individuales, de modo que muchos alumnos pueden llegar a llamar la atención creando problemas. «Todo lo que se sale de la norma, por encima o por debajo atenta contra la estandarización, y para el sistema no es algo bueno», opinan los padres de la Asociación ALAC.
¿QUÉ ALTERNATIVAS OFRECE EL SISTEMA?
Pocas, en realidad, aunque los familiares lo tienen claro: «Todo depende del profesor con el que se encuentren los niños y de su aptitud como profesional. Es así de triste, porque no todos los profesores estimulan al máximo ni velan por la salud emocional de los niños. La responsabilidad de los docentes es adaptarse al nivel que tiene cada niño. A veces es tan sencillo como pararse a escuchar».
Los centros educativos tienen en su mano el modo de actuar a través de dos figuras: la ya descrita del profesor, que supone el primer filtro de la sociedad lejos de la casa familiar, y especialmente la del orientador, con la que los padres se muestran muy críticos: «A menudo desconoce las necesidades del niño, elabora un informe y ofrece una serie de recomendaciones a seguir, aunque no suele haber medidas concretas».
Opciones alternativas como el homeschooling —educación en casa— no son, en principio, entendidas como una solución viable: «Creo que se pierde una parte importante de socialización. Además hay que tener preparación y un soporte económico considerable. La gente no se lo plantea». En general los padres son más partidarios de la flexibilización, que permite al alumno avanzar cursos por encima de su edad. «Hay que hacer una prueba en la que se ve si el niño tiene o no los contenidos básicos del nivel que se salta. Otra cosa es el agrupamiento flexible, recogido por ley, donde los niños permanecen en el mismo curso, pero reciben docencia de algunas materias específicas como puedan ser lengua o matemáticas, que ya corresponden al siguiente nivel». Sin embargo desde ALAC reconocen que no es un procedimiento en absoluto habitual.
Cuando proponemos los bachilleratos de excelencia como una bocanada de aire fresco que puede servir para aprovechar el talento de los alumnos, la respuesta es clara: «El problema del bachillerato de excelencia es que no está orientado para la gente con altas capacidades sino para aquellos que sacan buenas notas, es decir alumnos con alto rendimiento académico, algo que nada tiene que ver con altas capacidades ni superdotación. Podemos tener a un niño de altas capacidades super imaginativo, muy bueno a nivel verbal, con un cociente intelectual elevadísimo, y que saque bienes, suficientes o incluso suspenda».
EL ENTORNO FAMILIAR
Con cierta ingenuidad preguntamos si las altas capacidades intelectuales son percibidas como un don por los niños y sus familias. Los padres ríen, bromean por un momento. «No es un don hasta que no se encuentra la manera de reconducirlo», comenta una madre recuperando el tono serio; «Tienes que enfrentarte a un sistema educativo reglado, con unas características repetitivas, donde los niños se cansan y se aburren». Quienes conviven a diario con ellos sienten más preocupación, más responsabilidad. Tienen que lidiar constantemente con ideas erróneas y preconcebidas y sufren por la enorme sensibilidad con que estos niños se enfrentan a la realidad del mundo. «Emocionalmente son niños de su edad, pero cognitivamente están muy desarrollados, de modo que hay un choque muy fuerte. Los sentimientos son más intensos en ellos y no siempre saben controlarlos o aplacarlos».
El entorno familiar juega un papel fundamental en el desarrollo emocional e intelectual del niño. Constituye su círculo más próximo, su área de confort, el lugar seguro en el que refugiarse de una realidad que a menudo resulta demasiado compleja. No es ningún secreto que cada niño es un universo en sí mismo, y en el contexto de las altas capacidades algunos son más activos y otros más reflexivos. «Te exigen mucho más, porque van a una velocidad que no te lo puedes ni imaginar. Yo no voy a esa velocidad, así que estoy todo el día con la lengua fuera», dice un padre.
Pero en las familias hay una prioridad clara: velar por el aprendizaje es importante, pero lo es más la estabilidad emocional, la manera de aprender a gestionar y controlar la sensibilidad con la que el niño se enfrenta a los estímulos del mundo y que sin duda le servirá para moldearse como la persona adulta que será en el futuro. «Ellos saben que son diferentes desde el primer momento», afirma una madre. Ante semejante idea, surge una cuestión inmediata: ¿Los niños deben saber que tienen altas capacidades y/o habilidades distintas a las del resto? «Desde mi punto de vista, como madre, creo que hay que decírselo, pero hay que ser lo más sencillo posible, sobre todo al principio. Yo le digo a mi hijo que tiene un procesador buenísimo».
A menudo la familia tiene que llenar ese hueco que el sistema educativo es incapaz de completar, ofreciendo soluciones, recursos, retos. «El aprendizaje de mi hija comienza cuando sale de clase, porque la estimulación la recibe en casa, con su familia. En clase se aburre solemnemente», afirma un miembro de ALAC. Eso trae consigo gastos, a veces elevados, que no todos los bolsillos pueden soportar. Hablamos de actividades extraescolares, talleres, visitas culturales, exposiciones, libros, campamentos…«Este año iremos de vacaciones familiares a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia».
Y junto a todo este enorme gasto está el problema del tiempo, la dificultad de los padres para cuadrar sus horarios profesionales con los de un hijo que no quiere tener ni un minuto libre en su agenda infantil. «Hablo de una persona que duerme pocas horas, que todas las semanas va a la biblioteca y saca más de una decena de libros, estudia varios idiomas, danza, artes marciales, y le sobra tiempo», añade uno de los padres casi con incredulidad. A esto hay que sumarle los momentos de actividad social, imprescindible, horas de juegos, cumpleaños, y tutorías con los educadores. Todo un conflicto diario en mitad de la compleja situación socioeconómica que atraviesa nuestro país.
EPÍLOGO
Los vigilantes del Museo de León anuncian el cierre inminente por hoy. La visita de la Asociación ALAC está llegando a su fin. Atrás quedan rostros atentos, ojos que jamás parecen dejar de sorprenderse, comentarios ágiles e inteligentes, destellos de madurez que no suelen tener cabida en mentes de tan corta edad. Pero también momentos divertidos, miradas de complicidad que buscan la seguridad de sus padres, conatos de alboroto.
Hoy los chicos de ALAC se han especializado en el conocimiento de la epigrafía romana y de las lápidas dedicadas a los difuntos por sus seres queridos hace casi dos mil años. Han aprendido algunos nombres y abreviaturas latinas y han repasado una numeración romana que tienen más que aprendida. Para terminar, un juego epigráfico: lápiz, papel y manos a la obra. La tarea es demostrar lo aprendido dibujando y dedicando una estela o lápida funeraria, al estilo de aquellos romanos que habitaron Legio, Asturica y tantas ciudades y campamentos repartidos por la inmensidad del Imperio. De pronto aparece un problema: tienen dudas en cuanto a la dedicatoria, ¿a qué difunto imaginario dirigirla? Alguien dice que se la dedicará a un gatito, buen recurso. Otro garabatea indeciso, concentrado. Y un tercero nos da un ejemplo de esa extrema sensibilidad que tanto nos han descrito los padres, no exenta de afilada agudeza mental: al principio se la iba a dedicar a su madre, pero lo ha pensado mejor y ha decidido escribir el nombre de una persona a la que no conoce, para no sufrir. Apenas tiene diez años. Su madre, aliviada, le observa orgullosa. Y divertida ante la ocurrencia, sonríe.
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