Nos citamos en uno de los tantos establecimientos que han colaborado en la producción de su último proyecto, el largometraje ‘Media hora (y un epílogo)’. Epigmenio Rodríguez (Taranilla, León, 1953), Epi para los amigos, saluda con un abrazo entusiasta que forma parte de su manera de entender la vida. Consigue hacer equipo con sólo una mirada. La misma que desprende esa inquietud vital que le ha hecho, en todo un ejercicio de alquimia, dedicar su jubilación a firmar novelas, literatura de viajes y guiones fílmicos, y dirigir piezas cinematográficas.
¿Cómo una persona ligada al ámbito de la enseñanza logra introducirse en el mundo del cine y, lo más importante, sabe hacerlo rodeándose de profesionales del medio, tanto desde el punto de vista técnico como artístico?
El mundo del cine, si entendemos como tal la industria consolidada, no es un sitio donde me haya introducido… Digamos que lo que hemos hecho, porque me gusta hablar en primera persona del plural, está un poquito fuera del mundo del cine, de la industria. Son proyectos muy independientes, muy cooperativos, donde la suma de pequeñas aportaciones económicas o en especie o incluso la disposición de muchas personas a trabajar en el proyecto desinteresadamente lo ha hecho posible. Esto es lo más alejado del mundo del cine, de la industria del cine y/o de la televisión que ahora está tan relacionado.
Martin Luther King decía: «Da el primer paso con fe. No te preocupes si no puedes ver la escalera, sólo da el primer paso». Eso mismo hice con Las Becicletas hace ahora diez años. Me puse en contacto con una pequeña productora de León y así comenzó todo. Con Media hora (y un epílogo) ya teníamos mucho camino andado. Muchas de las personas que participaron entonces han estado siempre ahí, de alguna manera manifestando su disposición a participar en un proyecto más ambicioso, en un largometraje, y en el mejor sentido de la palabra, empujando, animando, estimulando. Hemos logrado configurar un equipo artístico, técnico y de producción sólido y competente. El resultado me tiene muy satisfecho, porque terminamos armando un equipo de prácticamente 80-90 personas.
Tu experiencia como docente, ¿influye de alguna manera en tu forma de escribir o de dirigir a los actores?
Supongo que sí. No lo sé, eso tal vez lo tendrían que decir los demás. Sí que es verdad que tanto en el cine —donde importa mucho el trabajo en equipo— como en la enseñanza, me he movido con un denominador común que es el de intentar motivar, estimular, animar, hacer que cada uno crea en sus posibilidades, ayudar a generar confianza, seguridad en uno mismo… Son cuestiones fundamentales tanto en el aula con los alumnos como en un rodaje, más aún cuando este se saca adelante sin dinero.
¿Cuál de las facetas que has desarrollado a lo largo de tu vida te ha satisfecho más desde un punto de vista creativo?
Todas ellas, incluso también el trabajo en la enseñanza. He disfrutado mucho de mi profesión como maestro, como profesor prácticamente a todos los niveles y edades, porque me parecía que lo que hacía era útil para los demás. Pero, tal vez, desde un punto de vista creativo en sentido estricto, el cine sea lo más gratificante. Probablemente por el desafío que supone el trabajo en equipo.
La infancia en la filmografía de Erice, el hombre inocente perseguido por la justicia en la de Hitchcock o los contrastes de Kubrick son algunos ejemplos de temas recurrentes en sus obras ¿Puedes hablarnos de tus propios estilemas?
La variable del tiempo —el tiempo y el uso del tiempo—, es una cosa que siempre me ha preocupado y que tiene su reflejo en Media hora (y un epílogo). También tiene un peso importante la fatalidad. En Las Becicletas un elemento importante es el secreto como concepto, algo que también me ha interesado siempre. Las personas que por la razón que sea se ven obligadas o deciden vivir con un secreto en su vida. En la trilogía literaria la referencia fundamental es el infierno de los vivos de Ítalo Calvino. El infierno que está aquí, que formamos nosotros, ahora mismo. Puede que haya un poco de eso también en Media hora ahora que lo pienso…
El cortometraje, por definición, hace referencia a una película de ficción con una duración inferior a los 30 minutos. Es justamente el tiempo que dura tu primer largometraje ¿Coincidencia?
Sí que es una coincidencia, no hay relación. Media- hora (y un epílogo) cuenta en el tiempo normal de un largometraje estándar (85-90 minutos) una historia que en realidad ocurre en media hora, en 30 minutos. Esa es la originalidad y el riesgo de la película. Es una idea que, que yo sepa, no se ha puesto en práctica nunca. En el cine tú te puedes encontrar películas en tiempo real, narrativas que juegan mucho con el tiempo, que van de atrás a adelante, que dan saltos (como vamos a hacer nosotros), pero que algo que ocurre en media hora lo estiremos para contarlo en casi hora y media, que yo sepa no se ha hecho nunca. No estoy seguro de que sea una buena idea… ya veremos.
¿Crees que el trabajo del cortometrajista está valorado en su justa medida? Son el futuro de nuestro cine, aunque no llegan a ser conocidos-reconocidos hasta que se atreven con el largo. El último ejemplo lo tenemos con Nely Reguera y María (y los demás).
No se valora nada en absoluto. Incluso ni siquiera se acaba de entender que el cortometraje es un género en sí mismo. Ser capaz de armar una historia en un tiempo que puede ir desde el medio minuto a un minuto, tres, cinco… tiene un mérito extraordinario. Y no se valora porque el reconocimiento tiene que plasmarse en aspectos concretos: un tiempo en las televisiones, un tiempo en las salas de cine —como se ha hecho en el pasado para proyectar los cortos antes de las películas—. Sí que hay muchos festivales y muchas posibilidades de que se vean en este contexto, pero los festivales, por desgracia, terminan siendo algo muy endogámico.
También hay que tener en cuenta que al ser dos géneros distintos (el largo y el corto), tampoco está garantizado que un buen cortometrajista vaya a hacer una buena película. De hecho, creo que si tuviese el reconocimiento que debería, no tendría que plantearse pasar al largo. Si eres bueno en eso, sigue haciendo eso. De otra forma, correríamos el riesgo de aplicar el principio de Peter [1].
El director de cine chino Hu Wei considera que el cortometraje es uno de los pocos métodos capaces de estudiar y explorar el lenguaje cinematográfico en su forma más pura.
No estoy seguro. Creo que el lenguaje cinematográfico también se puede estudiar, aprender y explorar en un clip de vídeo para un grupo musical, o incluso en la publicidad, en un anuncio de 20 segundos… no necesariamente en el cortometraje. Sí que es verdad que si es cortometraje de ficción, se puede aprender a trabajar con el factor humano, con los actores. Esa parte sí que me parece más importante. Yo tiendo a desmitificar mucho las cosas y a simplificarlas y el cine, como decía alguien que no recuerdo, al final no es más que colocar a unos actores delante de la cámara. Esto es así, lo más importante del cine son los actores.
También considera que el corto es al cine lo que el relato a la novela. Te iniciaste en el mundo de los cortos, y seguro que, aunque no haya publicaciones al respecto, tendrás relatos guardados en algún cajón.
Sí, tengo algún relato. En realidad, en algún caso tienen la forma de relato breve y en algún otro son también guiones, ideas desarrolladas en forma de guion que podrían ser perfectamente un relato. La posibilidad de transferencia entre el cine y la literatura es muy grande. De hecho, la primera forma que tuvieron mis dos novelas fue de guion de cine, pero terminaron cobrando vida como novelas.
¿Por la extensión, porque consideraste que de esa manera contabas de manera más eficaz la historia que querías contar…?
No, porque no hubo manera de sacarlas adelante como proyectos de cine por su complejidad y por la dificultad de financiación. Eran proyectos de cine carísimos, muy ambiciosos e imposibles de sacar adelante. Esa es la verdad pura y dura.
¿Qué método de escritura utilizas? ¿Tiene Epigmenio Rodríguez alguna manía confesable?
Sí, confesables todas, pero ni siquiera creo que tengan la categoría de manías. Sí me ocurre que tiendo a ser un poco compulsivo. Y eso no es bueno. Creo que mi escritura podría ser mucho mejor si no fuera así. Cuando me pongo, me pongo, y puedo estar muchas horas, mucho tiempo y voy deprisa. Previamente hay un trabajo que puede durar mucho tiempo —guardo muchas anotaciones porque recojo todo lo que me viene a la cabeza—, pero cuando me pongo a escribir y darle forma suelo ser muy compulsivo. Una novela, por ejemplo, puede estar escrita en un mes o dos.
En este proceso de recogida de ideas ¿eres analógico o digital?
Ya soy digital, aunque llevo mis papelotes en el bolsillo. Soy digital en casa, en el ordenador. Pero si se me ocurre algo no lo anoto en el móvil, no soy digital hasta ese extremo.
¿Qué es la saga De Infernis? ¿Para cuándo el final?
De Infernis hace referencia al infierno de los vivos que Ítalo Calvino pone en boca de Marco Polo al final [2] de Las ciudades invisibles (1972). Es una trilogía más que una saga, donde las historias que se cuentan ejemplifican esta idea de que el infierno no es una cosa que vendrá del más allá, si no que el infierno está aquí. Lo formamos los seres vivos por el simple hecho de estar juntos, no siempre, pero sí ocurre muchas veces. En la primera novela (El color de las hayas, 2013) la he desarrollado en un medio rural, remoto, en una comunidad pequeña, mínima, en torno a una familia. En la segunda (El sol entre los rascacielos, 2015) en la gran ciudad y en la tercera —a la que todavía no he dado forma—, la desarrollaré en un espacio distinto que de momento prefiero guardarme para mí. El hilo conductor es la posibilidad cierta de que en el fondo el ser humano es el mismo esté donde esté. Los sentimientos, las emociones, las cosas que nos guían… son universales.
¿Por qué decidiste escribir en latín el título de cada uno de los capítulos?
Yo soy más de ciencias. He sido profesor de matemáticas, de teoría económica… pero me parece que el latín es algo importantísimo. El latín, eso a lo que le ponemos el calificativo de lengua muerta, me parece que es tan importante que creo que sin él no estaríamos donde estamos ni seríamos lo que somos. Quise hacerle un pequeño homenaje utilizando algunos términos y frases para el índice, el título y subtítulo de la trilogía. Esa es la idea. Un pequeñísimo, un modestísimo homenaje al latín al que debemos tanto.
¿Cuál es el libro y la película que más veces hayas leído y visto a lo largo de tu vida?
Las memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar (1951) y uno menos conocido que recomiendo siempre mucho, Una historia breve de casi todo, un libro de Bill Bryson (2003) de divulgación científica. Con el cine es un poco más difícil. Vamos a decir Ciudadano Kane (Orson Wells, 1941) de cine clásico y La escopeta Nacional (Luís García Berlanga, 1978), pero enseguida diría también Plácido, El Pisito, El cochecito… es muy difícil.
¿Recuerdas tu primera experiencia cinematográfica como espectador?
No recuerdo qué película fue, pero sí la sensación que me dejó. Soy de Taranilla, un pueblo pequeñito en el que no había cine. El cine más cercano estaba a un kilómetro de distancia, en Puente Almuhey. Con 4 o 5 años, un domingo mi padre nos montó en su moto a mí y a mi hermano y nos dijo que nos llevaba al cine. Cuando llegamos, el dueño le dijo que no podíamos entrar porque… ¡no era tolerada! La decepción fue espectacular. Semanas después logré reunir el dinero y me escapé yo sólo. Algún niño del pueblo ya había estado y recuerdo que contaba que se veían el mar y los peces. No recuerdo qué película proyectaron, pero sí que yo me la pasé entera esperando a que salieran los peces. Cuando se acabó la película abrieron las puertas laterales y la gente empezó a salir. Pensé ¡Ah, ahora es cuando se verán los peces! Y de repente me vi en medio de la calle. Fue un descubrimiento, como entrar en un mundo nuevo. Una sala tan grande, con las luces apagadas y tan lleno de gente, en la que empiezan a pasar cosas en la pantalla, pero los peces no aparecieron…
¿Se puede vivir en León del cine o la literatura?
No, en León no. De ninguna de las dos cosas. Rotundamente no, ni la más mínima posibilidad. Los pocos leoneses que viven de la literatura no están en León a excepción, quizá de Antonio Gamoneda y sólo desde hace unos cuantos años, desde que ganó el premio Cervantes. Los demás viven en Madrid y se cuentan con los dedos de una mano. Hay muchísima gente que escribe muy bien, pero no viven de la literatura, y del cine muchísimo menos.
¿Qué explicación le das entonces a que haya tanta gente decidida a pintar, escribir, rodar…?
No lo sé, es difícil de explicar. Yo también me lo pregunto. Aquí hay una vida literaria riquísima, gente que escribe novela, poesía, relatos cortos… y escriben muy bien. Mi teoría es que muchos de los que mejor escriben no son precisamente los más conocidos. Hay mucha gente haciendo teatro, pintura, dibujo, música, fotografía, cine, cortometrajes… Es una cosa que nos preguntamos todos. Oyes y lees muchas cosas. Hay gente que dice que tiene que ver con el clima o con que esto es una encrucijada de caminos, yo no tengo explicación.
¿Qué es lo que te mueve a ti?
Se describía Gabriel Quindós en su último libro como «Gabriel Quindós… intenta cosas». Probablemente en mi caso la variable principal sea mi forma de ser.
También está el tema de la paciencia y la tenacidad. No puedes pretender poner una cosa en marcha y si en dos días no está, desanimarte. Hay contratiempos y reveses y hay que saber sobreponerse. Nosotros hemos tenido algún contratiempo gordo y recuerdo bien las palabras de alguien que estaba cerca diciendo «mira, si no estamos preparados para superar esto es que no estamos preparados para hacer una película». Hay que saber tirar para adelante.
Hablando con Rodolfo Herrero, nos explicaba que, para él, el actual sistema de subvenciones es el causante de la falta de empuje de la industria. ¿Estás de acuerdo?
Lo suscribo completamente. El actual sistema de subvenciones es un lastre, pero no creo que la alternativa sea su eliminación. Yo no quitaría las subvenciones, se las daría a Rodolfo [ríe]. Son necesarias para que la industria no desaparezca, pero requieren de una serie de cambios para que deje de ser un sistema que propicia la endogamia. Si miras la resolución de convocatorias de ayudas al cine del BOE te vas a encontrar siempre a los mismos nombres conocidos o personas interpuestas. Son tíos muy buenos, yo no cuestiono las cosas que hacen Álex de la Iglesia o Aranoa, pero lo que está claro es que se trata de un modelo cerrado en el que es prácticamente imposible acceder. Las barreras de entrada son terroríficas.
Habría que tomar nota de lo que hicieron en Francia —romper todo el sistema previo y abrirlo—, que tuvo como resultado una eclosión de su cine con movimientos como el de la Nouvelle Vague. Allí el sistema es riguroso y, una cosa importante, contempla un sistema de ayudas menos cuantiosas. Con un presupuesto de un millón y medio de euros pueden tener opción de hacer sus películas 30 directores noveles y no sólo uno consagrado.
Pese a todo, vuestro poder de convocatoria es enorme, tanto en los estrenos, como en las campañas de financiación ¿Qué papel cumplen en este sentido las redes sociales y las plataformas de micromecenazgo?
Esto puede sonar un poco inmodesto, pero uno confía en que cuando ya tienes una edad y un recorrido vital, la gente te conoce y sabe que no eres una persona demasiado aloriada o informal. Juega un papel importante la confianza que la gente tenga en que su dinerito o su aportación en forma de lo que sea (comida, bebida, medio de transporte…) va a ser bien utilizado. Otra cosa es que luego el proyecto salga mejor o peor, pero confían en que lo que hacemos es serio e importante.
Sin duda en este contexto las redes sociales son fundamentales. Para empezar, las plataformas que te organizan el crowdfunding online. Nosotros utilizamos Lánzanos porque resultaba menos estricto que otras con respecto al período de duración de la campaña. De todas formas, alguien implicado en la película siempre me decía: «Epi, el crowdfunding son los padres». Hay un poco de esto. Es decir, que al final, la gente cercana, la familia, los amigos… son los que realmente están detrás y te respaldan.
¿Compartes la afirmación de David Lynch: «Las series son el nuevo cine de autor»?
No sé si me da vergüenza lo que voy a decir. No veo la televisión. Vi una serie porque me insistió mucho mi hijo. Me encantó y vi como en una semana 50 horas, a razón de 7-8 horas diarias y disfruté muchísimo. Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013) es mi única referencia. No he visto más porque no tengo tiempo. El día tiene 24 horas y el problema de las series es que son muy largas y te enganchan…Voy al cine una vez a la semana mínimo, y la verdad es que también me interesan otras cosas, no soy monotemático, así que no tengo tiempo para más.
En esto del cine o de la literatura, ¿qué es más difícil, juzgar o ser juzgado?
Juzgar, porque ser juzgado no es ni difícil ni fácil, no depende de ti. Yo ya soy muy mayor, creo que ya he madurado y por lo tanto estoy preparado para eso. Aunque es curioso cómo algunos directores de cine consagrados no parecen haberlo hecho y reaccionan mal a las críticas… Juzgar es difícil, porque al fin y al cabo no hay nada objetivo en esto. Todo es subjetivo.
¿Les debemos exigir a los actores un compromiso social y político en sus manifestaciones?
Que hagan lo que quieran. A mí me parece muy bien que lo tengan, pero el que no lo tenga, me parece igual de bien. Yo en lo personal estoy más cerca de los que tienen ese compromiso y me parece bien, admiro que tengan esa valentía de decirlo, pero si no lo hacen me parece igual de bien. A mí lo que me importa sobre todo es que hagan buen cine, que sean buenos actores, que sean buenos directores o a lo que quiera que se dediquen. Si además de eso tienen el compromiso, y tienen el valor de expresarlo, estupendo. Si no, pues también.
¿Qué opinas de los grandes Premios (del Nadal o de los Goya)?
Creo que están bien. Es una forma de dar visibilidad y contribuye a que el cine llegue un poco más a la gente. Los Óscar no los veo porque son a una hora tremenda, pero los Goya sí. Los premios literarios no tienen ese componente de espectáculo. No tengo nada contra eso, y tendría mucho menos si me dieran a mí uno. Supongo que también hurgando aparecerán intereses, cosas…
¿Hiciste tu quiniela este año?
Me gustó mucho María (y los demás) (Nely Regueras, 2016), Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen, 2016) y El hombre las mil caras (Alberto Rodríguez, 2016). Me interesa bastante lo que hace Alberto Rodríguez. Ha llegado a crear un mundo propio muy interesante. A veces medio en broma lo comento con alguna gente y digo ¡fíjate si aquí lo hiciéramos bien, si fuéramos capaces la gente del cine de unirnos un poco más, podríamos ser capaces de hacer lo que han hecho ellos en Sevilla! Han ido creciendo poco a poco, de manera muy honesta y han conseguido crear un pequeño mundo, una subindustria en Sevilla. Y el mérito lo tiene Alberto Rodríguez. Es una persona a la que sigo la pista y admiro. Me parece una persona honesta y que su approachy su acceso ha sido ganado a pulso. Eso en España, a nivel internacional me ha gustado mucho Comanchería (David Mackenzie, 2016), La La Land (Damien Chazelle, 2016) y, sobre todo, apuesto por El Hijo de Saúl (László Nemes, 2015). Es fantástica, me encantó. Es la película que querría hacer.
[1] El principio de Peter es un principio axiomático que relaciona la capacidad de ascenso con el nivel personal de incompetencia
[2] «El infierno de los vivos no es algo que vendrá; hay uno que existe ya aquí»
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