Entrevistas, Literatura — 23/03/2018

Violeta Serrano: «A nuestra generación le vendieron que si estudiábamos, nos iba a ir bien. Y no fue así»

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Violeta Serrano García (León, 1988) junta letras para ganarse la vida. No lo hace de forma aleatoria, como tampoco lo es su prosodia. El voseo y la musicalidad en su voz delatan parte de su biografía. Mientras revuelve el café con hielo que nos acaban de servir, nos cuenta divertida cómo en Argentina no entienden esa forma de consumirlo que a ella le apasiona. Sentados frente al Palacio de Gaudí en Astorga, Violeta toma aire y nos regala el relato de su Camino de ida, y, esperemos, de vuelta. Todo en ella resulta ser una linda sorpresa.

Violeta Serrano Leotopía

¿Con qué soñaba la pequeña Violeta cuando era niña y correteaba por estas calles?

Pues de niña no me acuerdo mucho [ríe]. Pero sí recuerdo que con unos diez años empecé a escribir, sobre todo poesía. Con la narrativa no me atreví hasta mucho más mayor, porque como que me parecía que no era tan natural para mí, y que tenía que esperar un poco más. No fue hasta los veinticuatro o veinticinco años cuando me metí con la narrativa.

Empiezas entonces a escribir aquí, en Astorga.

Sí empiezo acá y en Val de San Román, un pueblecito a ocho kilómetros de acá donde también me crié.

No sé si has visto la película Howl (Rob Epstein, 2010).

No, no la he visto.

Es un biopic medio experimental sobre el poeta Allen Ginsberg en el que le escuchamos explicar cómo empezó a escribir poesía: «Porque me había enamorado y necesitaba expresarme (…). Me di cuenta de que la poesía es una expresión rítmica de sentimientos».

Tal cual. La poesía, al menos para mí, es música. Antonio Gamoneda, uno de los poetas a los que más admiro, siempre dice que la poesía nace incluso antes que el propio pensamiento, que es una cuestión rítmica, pura música. Y yo siempre he escrito así.

Me pasó una cosa muy curiosa al respecto cuando me fui a vivir a Argentina. Mi forma de hablar, mi prosodia, cambió. Y cuando lo hizo, de repente, la música que escuchaba me era extraña [sonríe]. Luego pasó un tiempo y me volví a adaptar, pero ese tránsito —ese zapping de prosodias entre la española y la argentina— quedó reflejado, por ejemplo en mi Camino de ida.

Y eso de iniciarse en la escritura fruto del enamoramiento… ¡por supuesto que me pasó! [ríe] Mis primeros poemas fueron para un chico de Astorga del que estaba enamorada. Luego ya aparecieron otras cuestiones, porque para mí la poesía siempre ha sido muy liberadora, pero empezó así.

Santiago Auserón —Juan Perro— dice que «asistimos hoy a una recuperación consciente de las idílicas relaciones entre poesía y canción. Muchos poetas se dejan atraer inevitablemente por el magnetismo de las ondas, mientras algunos cantores aspiran a recobrar el lauro de Apolo puliendo versos en sencillos formatos acústicos internacionales».

Bueno, mira el Premio Nobel del año pasado quién es…

Así que, a pesar de lo controvertido de la decisión, entiendo que tú sí que apoyas el Nobel de Bob Dylan.

No me parece que sea como para llevarse las manos a la cabeza, sobre todo porque, como te digo, creo que es a través de la música como mejor llega la poesía. Pero también entiendo que cuando uno es escritor, sabe cómo cuesta todo, y lo difícil que es… y te puede salir un «déjame este espacio para mí por lo menos» [ríe].

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¿Siempre tuviste claro que lo tuyo eran las letras y no la música, por ejemplo?

Cuando era chica tomaba clases de piano acá, en Astorga. Luego, en la adolescencia, me hice punki y como que ya no me interesaba [sonríe].

Y en la época en la que estuve estudiando en Barcelona me interesó bastante el flamenco, ese flamenco fruto de la mezcla entre Andalucía y Cataluña.

La rumba catalana de Peret y el Pescaílla.

Sí, exacto [ríe].

Vámonos a esa época, a tus diecisiete años, cuando te vas a Barcelona y comienzas tu formación universitaria. ¿Por qué esta primera marcha?

Siempre he tenido la necesidad de ponerme retos o desafíos, y para mí irme a Salamanca —donde también podía haber estudiado la doble carrera de Filología Hispánica y Francesa— era como quedarme en casa. Incluso Madrid era demasiado cerca.

En cambio en ese momento, Barcelona era como el fin del mundo, y además el lugar donde el movimiento anarquista —por el que me sentía muy interesada—, era más importante. No sólo me interesaba ir a la universidad para aprender letras. Me interesaba como espacio vinculado a la política.

Fue todo un desafío, pero aprendí un montón, tanto de mis profesores como de toda la gente que conocí en esa época.

A veces, entre la academia y la sociedad hay una brecha que no tiene demasiado sentido

Tu aprendizaje no termina ahí. Sigues especializándote en disciplinas como Creación Poética, Corrección Profesional o Cultura y Civilización Francesa. ¿Por qué no te animas con el doctorado?

La verdad es que cuando terminé todas esas carreras [ríe] y el Máster en Creación Literaria, y después de haber pasado por Francia —donde estuve trabajando como profesora de secundaria un tiempo—, no tuve las ganas de seguir en la academia.

Tenía ganas de salir del lenguaje académico e irme más al periodístico, al divulgativo. Me parecía que así podía llegar más a la gente, que era lo que yo quería, porque a veces entre la academia y la sociedad hay una brecha que no tiene demasiado sentido.

Por eso lo aparqué por el momento. No sé si para siempre, porque la vida, imagínate que nunca sabes, pero entonces decidí intentarlo de otra manera, y de hecho, he terminado en la universidad, pero de otra manera.

Dices en uno de tus artículos al respecto: «Mis múltiples y multipremiados títulos (…) me iban a servir sólo para volar más alto en el avión que me diera la gana tomar para mostrar mi sabiduría certificada en otro lado». ¿Te arrepientes de haber invertido dinero y tiempo en todo ese proceso formativo?

Obviamente que uno tiene momentos de bajón, pero pienso que como en cualquier otra profesión. De todas formas, cuando me pasa eso, al final siempre llego a la misma conclusión: no hubiera sido feliz haciendo ninguna otra cosa.

A nuestra generación lo que le pasó fue que nos vendieron que si estudiábamos, nos iba a ir bien. Y no fue así. Viendo el panorama, yo decidí irme y apostar por lo que había soñado y para lo que me había formado. Me empeñé en buscar la manera. Ahora, me empeñé con todos los medios que tenía a mi alcance, o sea, no me importó, por ejemplo, irme a Buenos Aires.

No conocía nada, en mi vida había tomado un avión internacional, y estaba cagada de la pata, imagínate. Pero era tan grande el deseo que tenía de dedicarme a esto, que lo pudo más. Y por supuesto que no me arrepiento, porque yo allá he podido vivir de lo que me gusta, y sigo haciéndolo.

Justamente porque estamos en un momento muy difícil, lo único que nos puede salvar es buscarnos la vida e imaginar. Todo el tiempo hay que imaginar, hay que crear, tener fe y salir adelante. Yo siempre digo que no puedo echar mi currículum sin más. No. Tengo que inventarme un oficio, y hacerle creer a alguien que eso hace falta. ¿Entendés? Es cansado, sí [ríe], pero merece la pena.

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Me viene a la memoria un texto de Elvira Lindo —Dejemos Sitio— en el que, además de manifestar la necesidad de ceder el testigo a las nuevas generaciones, afirmaba que «es el desarrollo pleno de un oficio, no la universidad, lo que te convierte en alguien solvente, enfrentado de verdad al desafío de la vida». En tu caso, todo comenzó como distribuidora editorial.

Sí, yo eso de emprender se ve que lo llevo dentro… [ríe]. Cuando llegué a Barcelona, como te comenté, militaba en el movimiento anarquista y ya entonces entendía que la lectura era una cuestión fundamental. Me parecía básico que todo el mundo leyera, porque me di cuenta de que dentro del propio movimiento había gente que estaba ahí simplemente por pertenecer a una tribu urbana, pero quizás no había leído un libro de política en su vida, ¿entendés?

Así que compré en una distribuidora grande una selección de libros que me parecían útiles y necesarios —tanto de ficción como de ensayo—, y me iba a los festivales de música con mi carrito de la compra [ríe]. También aprovechaba las horas libres en la universidad para venderlos en el hall. Así estuve un tiempo hasta que me cansé y se lo vendí a un amigo [ríe].

Tu siguiente empleo, como ya nos adelantaste, fue como profesora de secundaria en Francia. Tengo que decirte que el artículo en el que comparas tu llegada y recepción en Narbonne y Buenos Aires me causó una profunda emoción…

¡Gracias! La verdad es que en Francia, a pesar de mantener muchos amigos a los que adoro, no puedo decir que me sintiera bien tratada en general. Todo lo contrario que en Argentina.

El argentino es acogedor y, sobre todo, es acogedor con el europeo. Ahí radica en parte todo, porque, al final, todo es una cuestión económica. Para un francés, vos sos el sur, y para un argentino vos sos el norte. Y lamentablemente, eso tiene mucho que ver. Es horrible, pero es así.

También es verdad que Argentina tiene una historia de emigración continua, que han construido el país así y lo tienen súper arraigado. Por eso también, si tenés un proyecto y capacidad de trabajo para sacarlo adelante, lo valoran un montón, porque a ellos les pasó lo mismo, tuvieron que empezar de cero. Eso a mí en Francia no me sucedió, o digamos, no se valoró tanto [ríe].

Sergio del Molino hablaba en La España vacía, del éxodo rural como un «gran trauma». Estefanía S. Vasconcellos y Noemí López Trujillo retoman esa misma idea para reflejar la situación vivida en España a partir de 2007 en Volveremos. Una de las muchas visiones que recogen es la de aquellos que llegan a sentirse incluso egoístas por haber tomado la decisión de marcharse. «Yo me he largado y chao, puede que el valiente seas tú quedándote ahí», dice uno de sus testimonios. 

Es una cosa muy personal. En mi caso, lo que he intentado siempre —no sé si consciente o inconscientemente— es mantener un diálogo con España cada vez que emprendo algún proyecto.

No me puedo sentir egoísta en este sentido, porque siempre he intentado poner un pie acá, crear un vínculo entre los dos continentes. Con la Revista Continuidad de los Libros, por ejemplo, me propuse dar a conocer a escritores latinoamericanos, por supuesto, pero también a españoles.

Entiendo lo que quieren decir algunos, esa sensación de que como que te vas, te buscas la vida, y acá que se mueran… Y es verdad que en algunos momentos existe esa sensación de rechazo. Es complicado porque sientes cosas muy distintas que, además, van cambiando en diferentes fases. A veces hasta necesitas sentir un rechazo de tanto que extrañas, ¿entendés? Necesitas pensar que te has marchado porque la situación es una mierda para seguir haciendo camino allá, porque si no es muy jodido.

Estoy segura de que cada caso es complicado de una manera distinta, y que también depende del carácter y la sensibilidad que tengas, de lo que extrañes y de las razones por las que te hayas ido. Es muy personal.

A la gente que se fue la llamaría valiente, y a la que se quedó, quizá, también. Cada uno tiene sus razones tanto para quedarse como para irse

Otra de las cuestiones que exponen es la falta de consenso en la manera de referirse a ellos, de llamarlos y llamarse: exiliados económicos, expatriados, víctimas de la crisis… No es una cuestión baladí, teniendo en cuenta que al final, ponerle nombre a algo es lo que configura la realidad. ¿Tú qué te sienes?

Pues no lo sé. Tendría que inventar una palabra para eso, porque hay un poco de todo. Sigo pensando que depende mucho del carácter. Por ejemplo, yo también me fui de Astorga con diecisiete años porque en aquel momento sentía que no me podía desarrollar acá y sentía que en Cataluña sí. Y tampoco allí fue suficiente para mí, y me fui más lejos. No sé. Es una cuestión que va variando, porque al fin y al cabo, los seres humanos no somos inmutables. Yo soy otra persona distinta a la que se fue. De no haberlo hecho, mi vida no tendría nada que ver con la que es ahora.

A la gente que se fue la llamaría valiente, y a la que se quedó, quizá, también. Hubo momentos en los que hubiera dicho que no, pero ahora creo que también lo son, porque no se puede juzgar a nadie. Cada uno tiene sus razones tanto para quedarse como para irse.

Todo depende del cristal con que se mire, de lo que hayas vivido y de con qué lo compares. Y, sobre todo, depende de las expectativas que tú tengas. Hay gente que se conforma con unas cosas y otra gente que no. Y no sé si es mejor o peor. El mundo se conforma de gente de todo tipo, y menos mal que es así [ríe].

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¿A qué estaría dispuesta a renunciar Violeta Serrano por volver a España?

Jo, es que a mí no me gusta renunciar a nada [ríe]. No sé. Lo que está claro es que si me vuelvo a España ahora ya voy a renunciar a una parte de mí, porque yo en este tiempo me siento también argentina.

Ese es uno de los problemas que implica este «exilio» o como queramos llamarlo. Ya no eres la misma persona. Empiezas a tener dos identidades. Depende de cómo te vaya, por supuesto, pero en mi caso que incluso me casé en Argentina… ya tengo una parte de mi familia allá que voy a extrañar si yo me quedo acá y viceversa, ¿me entendés? Estás partido a la mitad. Es una putada, pero también es súper enriquecedor, porque ves todo con dos ojos distintos. Es como el que es bilingüe. Es muy  sano para el pensamiento, porque tienes dos estructuras de pensamiento diferentes. Y ahora yo tengo eso, por eso, a pesar de que es difícil, lo valoro mucho.

Aterrizas en Buenos Aires el 16 de junio de 2013. Una fecha que llevas grabada y que en redes, por ejemplo,  recalcas cada aniversario.

Sí, a fuego. Es un ritual.

Lo haces con una entrevista a Gamoneda bajo el brazo. De él cuentas, entre otras cosas, que sólo leyendo sus composiciones te ocurren ciertas cosas —«Se me atraganta la saliva justo por encima de la nuez de Adán, se me acogota el estómago (…) y la lengua, de inflada, consigue que la boca se me quede pequeña». ¿Cómo lo conoces? ¿Cuál es vuestra intrahistoria?

Lo primero que leí de él fue Descripción de la mentira [1977], que llegó a mí a través de un compañero de la facultad, Raúl del Valle. De hecho, yo descubro a Gamoneda en Barcelona. Exactamente Igual que a Leopoldo María Panero, porque en el Instituto me habían hablado de Leopoldo Panero, pero de Leopoldo María apenas habíamos leído nada.

¿Y cómo nos conocimos? Pues porque con diecisiete o dieciocho años me planté en su casa con unos poemas debajo del brazo, esperando que me dijera algo. Los leyó —me acuerdo perfectamente de aquel momento— y me dijo que no dejara de escribir, que siguiera para adelante. Ahí entablamos una amistad, nos escribimos cartas, y cuando presenté mi primera obra él quiso encargarse de la presentación. Nos tenemos un aprecio mutuo.

Con diecisiete años, sin conocerle de nada, ¿te presentaste en su casa?

Sí, sin conocerle de nada. Llegué a él a través de un amigo en común de Astorga —el fotógrafo Amando Casado—. Fue muy amable conmigo, aunque en realidad siempre le abre las puertas a todo el mundo. ¡Pero es muy sincero con lo que te dice eh! Si vas, tienes que estar dispuesto a cualquier tipo de respuesta. Por eso vas un tanto acojonado, porque te puede mandar al carajo, con cariño y educación, pero si considera que tiene que hacerlo lo hace, que es lo que tiene que ser. Decir a alguien que no vale lo contrario también es una mierda.

El caso es que llegas a Buenos Aires con su entrevista y tu radio, la que siempre empacas en tus viajes, tu eterna compañera…

Pues es una radio que le robé a mi madre, la verdad [ríe]. Es una radio así [dibuja en el aire un rectángulo], fea, negra, chiquita, y que siempre, desde que me fui a Barcelona, he llevado conmigo. Siempre me acompaña porque me encanta escuchar la radio. De los medios de comunicación es el que más me gusta. Me parece que tiene una magia impresionante. Me encanta.

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¿Y qué escuchas?

Allá en Buenos Aires pongo la radio desde la mañana, sobre todo canales de noticias. Pero acá me gusta mucho Radio 3 por ejemplo.

El medio me parece tan interesante que en la revista incluimos un canal de radio, de podcast, un espacio de entrevistas que se llama De cerca nadie es normal que está buenísimo, me encanta.

Ya es momento de preguntarte… ¿por qué Buenos Aires?

Cuando tuve la sensación de que acá sólo me encontraba muros por todas partes y no veía salida, entendí que las mejores opciones estaban en México o Argentina. Primero, porque tenía claro que quería escribir en castellano, mi lengua materna. Y luego, porque me parecían los dos lugares de Latinoamérica donde hay más peso cultural.

Me decidí por Argentina porque desde la Autónoma de Barcelona me ofrecían la posibilidad de pedir una beca Erasmus Mundus, y me la concedieron en la universidad argentina Torcuato Di Tella de Buenos Aires. Además, también había conocido a Fer [Fernando Pittaro], que hoy es mi marido [ríe].

Su peso cultural es indiscutible, pero es que además Buenos Aires es la ciudad con más librerías de América Latina. Por cierto, ¿cómo llegas a trabajar en una de las más representativas, en Clásica y Moderna?

Dos días después de llegar a Buenos Aires me la mostraron y reconocí a Natu [Natu Poblet [1]] al final de la librería. Me acerqué a saludar y me presenté. Le dije algo así como «soy Violeta Serrano, vengo de España y estoy intentando insertarme acá, buscando trabajo». Si me quería quedar más allá de los seis meses que duraba mi beca de estudios, necesitaba una visa de trabajo.

Al día siguiente me invitó a su programa de radio, entablamos amistad, y al poco tiempo me llamó para proponerme empezar a trabajar en la librería.

 

¿Conociste a alguien interesante, algún encuentro destacado, durante este período?

Empecé a trabajar el mismo año que cumplían 75 años, y en la fiesta de aniversario, por ejemplo, estuvo Piglia [Ricardo Piglia].

Por Clásica pasaba mucha gente relevante de Buenos Aires. Es verdad que cuando yo llegué ya no estaba en su época de crisol —que fue en los noventa, cuando no cerraba nunca, y a las seis de la mañana te podías encontrar con Sabina o con Charly García—, pero por supuesto sigue siendo un lugar emblemático en Buenos Aires, y para mí fue una suerte empezar allí.

Pasan dos años hasta que consigues ver publicada tu entrevista con Gamoneda. En 2015 sale en la portada de La Nación, el principal diario del país.

Fue a través de uno de mis profesores de la universidad Torcuato Di Tella, Gabriel Sued. Él, además de profesor, también era periodista —y muy bueno— en La Nación, así que, cuando terminó la asignatura, le conté que tenía la entrevista, y que me encantaría publicarla en su medio.

Me concertó una entrevista con el editor del suplemento y comencé a colaborar. Tuve la oportunidad de entrevistar a Rafael Chirbes, Gilles Lipovetsky, de hacer una nota sobre Los Panero… Estuvo muy bien porque, como te decía antes, me sirvió para poner en valor autores de acá que, de otra forma, quizá, nadie se hubiera parado a verlos.

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Es realmente tu primer contacto con el periodismo. Allí aprendes verdaderamente el oficio.

Gabriel Sued fue mi profesor de Introducción al Periodismo. Fue una de las asignaturas a las que me anoté porque yo había estudiado letras, pero efectivamente, no tenía el oficio.

Mi escritura era muy barroca, y el oficio me ayudó a convertirla en fluida, algo fundamental, porque creo que mejora mucho la narración. El escritor tiene que ser invisible, tiene que ser capaz de contar una historia sin que se le vea. No se tiene que advertir la estructura, ni el punto de vista… Ha de estar muy pensado, por supuesto, pero al lector no le importa, ¿entendés?

De todas formas, no fue mi primera colaboración en los medios. Empecé en Perfil, otro diario nacional, con una nota sobre el panorama de las revistas digitales en el mundo hispano. Luego ya seguí con La Nación, Ñ [suplemento cultural Revista Ñ, de Clarín] y Página 12, que es donde sigo porque me gusta mucho su forma de trabajar. Te dan espacio y te dejan escribir como a mí me parece que se tiene que escribir el periodismo cultural. Para que realmente llegue a la gente, la pieza tiene que ser en sí misma una obra de arte.

En tu entrevista a Ray Loriga decías de él: «Siempre que escribe fuma». ¿Alguna rutina o manía propia?

Me encantaría fumar, pero no puedo [ríe]. Fumé desde los quince años hasta que me fui a Buenos Aires. Mi último cigarro lo fumé el 15 de junio de 2013 con mi hermano, en mi casa. Empezaba una vida nueva, así que pensé que no encontraría momento mejor para dejarlo.

Pero me gustaba mucho fumar cuando escribía, sí. De hecho, por eso se empieza a fumar, yo por lo menos. Era como, «¿Cómo no voy a fumar si quiero ser escritora? ¡Por favor, qué imagen vas a dar al mundo!» [ríe]. Es una estupidez enorme, pero bueno, con esos años se hace cada estupidez…

¿Cuánto tardas más o menos en preparar una pieza?

Depende de las exigencias que tengas del otro lado, pero generalmente trabajo muy rápido. Sobre todo porque cuando me meto en una historia o en una nota, me jode tener que hacer otra cosa a la vez. Me gusta centrarme en eso, y a lo mejor ponerme a full una semana con ello y dejarlo listo.

Con las reseñas, por ejemplo, en dos tres días me leo el libro, tengo la documentación y lo escribo. Trabajo muy rápido pero también porque no te queda otra en este contexto. De ahí la importancia de tu habilidad y tu responsabilidad para tener rigor a pesar de la velocidad que te exigen.

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Argentina tiene una larguísima tradición de suplementos culturales. José M. Otero en su libro 30 años de revistas literarias argentinas (1960-1989), por ejemplo, registró más de un centenar sólo de tipo literario.

Sí, hay una voracidad que no te puedes imaginar. Es impresionante. No en vano, hay tantas librerías por metro cuadrado. Es muy diferente a lo que veo acá.

La poeta y escritora española Mercedes Cebrián, precisamente en una entrevista para el diario Página 12, hablaba sobre la emergencia en la que se encuentra el periodismo cultural y aventuraba que «en el futuro van a quedar dos o tres publicaciones culturales “de línea dura”, que probablemente acepten haber perdido la batalla de acercarse al gran público».

 Ahora mismo estoy un poco desconectada de cómo funciona acá. No sé si realmente alguien compra, por ejemplo ABC aunque no le guste ABC para leer su Suplemento Cultural. A lo mejor sí, porque dicen que es bastante bueno. En Argentina, desde luego, sí que hay gente a la que no le gusta Página 12, y a pesar de todo, lo compra por el suplemento Radar. Los suplementos culturales dan un valor, si querés, simbólico al medio. Es por eso que deberían valorarlos y, por supuesto, mantenerlos.

Pero no sólo sucede en este ámbito. Mi experiencia con el posgrado que codirijo en FLACSO-Argentina —Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales— desde 2014 va en el mismo sentido. Cada vez que abrimos una convocatoria, tenemos cien alumnos matriculados. La gente tiene ansias de saber en esa área.

No sólo codiriges el curso —“Escrituras: creatividad humana y comunicación”—, sino que lo creas, lo diseñas tú misma.

Sí, el curso no existía y lo armé, en parte, gracias a las herramientas que me proporcionaron en la Autónoma de Barcelona. Sobre todo uno de mis profesores: Penedo [Antonio Penedo Picos]. De sus clases de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada recuerdo que al principio no entendía nada, no me gustaba. Pero, pasado el tiempo, me di cuenta de lo esencial de lo que nos intentaba explicar.

Que era…

La necesidad de la ficción para el ser humano, para su vida en sociedad, para la construcción de su identidad…

Para mí es súper satisfactorio que algo que he diseñado funcione y genere tanto interés. Y sobre todo que lo haya hecho con las herramientas que acá no me habían servido y que, de repente, allá sí lo hicieron y, además, para crear algo de calidad y en un lugar al que agradezco mucho que me haya abierto las puertas.

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Y que además, corrígeme si me confundo, es lo que te permite mantenerte económicamente. Porque el periodismo cultural funciona como complemento, pero no da para vivir.

Creo que como acá. Si estás contratado por un medio, quizás sí, pero si estás como colaborador externo y no eres una firma potente, no. Así que sí,  para mí esto es la base.

Es un extra para cenar un día o pasar un fin de semana, pero ya está. No puedes pensar que eso es tu base porque te vuelves loco. Más aun en un país inflacionario, como Argentina, donde tu plata hoy vale A y mañana a lo mejor vale B o C. Eso sí que me cambió la cabeza totalmente.

Nací en pesetas, empecé a tomar conciencia en euros —que, dentro de todo es una moneda bastante estable— y, de repente, tuve que empezar a pensar en la economía de una manera totalmente distinta o, incluso, que empezar a pensarla directamente. La verdad es que me generó incluso una falta de comunicación con la gente que se quedó acá, porque mis amigos podían ganar más o menos, pero lo que tenían estaba en el banco y ya está. Allá ganas y tienes que ver qué hacer con ello, porque quizás mañana no vale nada. Sus circunstancias te hacen ser  inversor y, muy importante, creativo.

¿Cómo hemos llegado a la situación de que el periodismo se cobre en satisfacción personal?

Es verdad. Se ha generalizado la idea de que como te gusta escribir, lo puedes hacer gratis. La gente llega incluso a no entender que se pague, o a no percibirlo como un trabajo.

Es como si yo me meto en un taxi y le digo que le pago con poesía. ¡No me va a cobrar con poesía, no me va a costar la carrera cinco poemas [ríe]! Es un problema.

Violeta Serrano Leotopía

Como directora de la revista Continuidad de los Libros, ¿alguna vez te planteaste lanzar una campaña de crowdfunding, por ejemplo?

La publicación se crea en 2014, y en 2016 se declara de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a través de la Ley de Mecenazgo, con lo que nos dio un empujón importante.

Para mí es una plataforma que ya tuvo su reconocimiento, que funciona como tal y lo hará hasta que me canse, o hasta que se pueda conjugar con otra cosa que nos sirva a las dos partes. El modelo de negocio tiene que ir por ahí. Tiene que mezclarse con algo. No vale por sí solo, tiene que tener un incentivo, una retroalimentación. En este mundo al que nos dedicamos hay que trabajar así, con los brazos abiertos [hace el gesto], y hacer estrategias que unifiquen. Por ahora a mí me ha ido sirviendo porque he ido entrelazando una cosa con otra, pero no sé qué pasará mañana. Estoy abierta a todo lo que pueda surgir.

Hace un tiempo, el director del periódico El País —Antonio Caño— hacía unas declaraciones con las que no sé si estás de acuerdo. Afirmaba que «los diarios nativos digitales, si pudieran, harían una versión en papel».

Defiendo el formato digital por las posibilidades que me ofrece con respecto al formato papel. En la versión en papel sólo tengo la parte gráfica —que está muy bien—, pero en digital puedo, además, incluir sonido, vídeo, o ilustraciones sin el gasto que me conlleva hacerlo en papel. Eso, sin contar con la comunicación directa, el feedback que me permite tener con mi público. Todo eso no es desdeñable para nada.

 

Dónde sitúa Violeta Serrano las líneas rojas. Es decir ¿qué consideras como un trabajo digno para un periodista?

Lo fundamental, es que tenga libertad. Y lo más jodido es que lamentable y peligrosamente, cada vez parece más complicado. Por eso están proliferando otros medios independientes que buscan suscriptores, porque la gente se está dando cuenta de que si quiere leer realmente información contrastada tiene que pagar.

El New York Times, por ejemplo, tiene suscriptores fieles que entienden que el medio digital también hay que pagarlo. Pero es un ida y vuelta, es decir, en función de la calidad de público que tenés, está la calidad que podés generar. Pero no todo vale. Acá se intenta hacer como se hace, y lo que se hace muchas veces en el ámbito digital es picar cable, tener a cuatro tipos —generalmente jóvenes mal pagados—, que agarran cables de noticias y salen como máquinas. Eso no es periodismo.

El de la falta de libertad y de verosimilitud son problemas graves que están teniendo las democracias y que estamos viendo en distintos ámbitos, y sobre todo ahora mismo en España. Se está generando y sembrando un odio que… a mí me pone muy triste [suspira].

Violeta Serrano Leotopía

En este sentido, Lei­la Gue­rrie­ro afirma que «el periodismo objetivo es la gran mentira del universo, todo es subjetivo».

Tiene razón. Cada ser humano tiene una manera de ver, un contexto y una historia personal, que va a hacer que mire las cosas de una determinada manera. Puedes intentarlo transmitir de una manera neutra, pero es que para mí la neutralidad no existe. Es que el lenguaje ya no es neutral. Mi manera de hablar no es neutral y la tuya tampoco.

¿Qué me dices de las redes sociales? Desde un punto de vista periodístico, ¿cómo te planteas tu presencia?

En el momento en que vivimos son muy útiles. Son una herramienta que no tenía la generación anterior, pero también es verdad que les envidio mucho por no estar sometidos a ellas [ríe].

Es un «trabajo» más. Además de dirigir el posgrado y la revista, colaborar en medios y escribir ficción, también tengo que venderme a mí misma. Vos tienes que pensar todos los días qué escribo, qué foto subo, cómo… Lleva mucho trabajo, pero al mismo tiempo, te permite llegar a mucha gente. No lo podemos negar.

Además en mi caso particular, estando tan lejos, me ha servido muchísimo para comunicarme. Obviamente son una revolución, pero hay que tener cuidado y que no se nos dé la vuelta la tortilla. Tienen que ser útiles para nosotros, no convertirnos en sus esclavos.

También es importante saber elegir y tener claro si queremos exponer nuestra vida privada o utilizarlas sólo desde un punto de vista profesional. Por ejemplo, ¿si sos lindo o linda vas a usar tus fotos para tener más gancho? Es una decisión personal cuyas consecuencias tiene que acarrear cada uno.

Vamos ya con la primera de tus publicaciones. Camino de ida —2016—, un poemario ordenado en torno a tres fugas.

Sí, entendí que la poesía era la mejor manera de abordar el tema del desarraigo, porque es algo muy abstracto, muy personal.

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Tanto el poema dedicado a Juan Gelman, como el de Leopoldo María Panero fueron escritos un día después de su muerte —el 15 de enero de 2014 y el 6 de marzo de 2014, respectivamente— ¿pensando ya en la obra?

No. Ambos los escribí en caliente total una vez sucedió, y, tiempo después, cuando me puse a armar el libro, decidí estructurarlo de esa manera.

En la primera fuga quería hablar más del despertar, del paso de la juventud a la edad adulta, y me gustaba hacerlo como un homenaje a Leopoldo María, porque creo que es un autor que nunca quiso despertar realmente de la niñez, por eso todo lo demás [ríe]. Tiene mucho de ese dolor, o de ese duelo que todos pasamos en la adolescencia.

En la segunda, a través de la figura de Gelman, quería entablar un diálogo entre Argentina y España. Evidenciar la memoria histórica de ambos, sus dos pasados oscuros y la manera en que se ha tratado socialmente y políticamente en un país y en otro.

Y la última de ellas [que lleva por título ‘Adaptarse a un nuevo índice de mortalidad’], ya refleja esa conciencia de la que hablábamos antes. La idea de que, una vez que te vas, dejas de ser quien eras [2]. Que, aunque vuelvas, ya no eres la misma persona porque ya tenés una identidad como trastocada. Que no es bueno ni malo. Es difícil, y, a la vez, enriquecedor.

El director de cine Wong Kar-wai tuvo que exiliarse con cinco años de su país de origen, Shanghái, a Hong Kong. La herida que le procura queda reflejada a lo largo de toda su obra. El sentimiento de melancolía y nostalgia acompaña siempre a sus personajes, extraños siempre en todas partes. Por cierto, sólo ha rodado dos películas fuera del continente asiático, y una de ellas fue en Buenos Aires, país del que se quedó prendado.

Es que ese sentimiento es muy porteño, así que entiendo que le haya gustado Buenos Aires, porque si algo tiene Buenos Aires es melancolía.

Y sí, estoy de acuerdo en que siempre sos extraño. Bueno, de hecho ya me ves a mí cómo hablo, que tengo el baile entre uno y otro… Pero el argentino, me gusta tanto…

Violeta Serrano Leotopía

Escribiste: «Todo argentino es un patriota, salvo raras excepciones. Se canta el himno, se iza la bandera, se está orgullo del celeste y el blanco y del sol de Belgrano y se celebra en comunión con los demás: esa conciencia, esa pertenencia, une, a pesar de diferencias de la índole que sea». Viviste seis años en Barcelona ¿Cómo valoras lo que está sucediendo?

Estoy muy triste. Porque mi identidad, obviamente está ligada a León, pero también a Cataluña y ahora también a Argentina. Mi idea no es encerrarse en uno mismo, si no sumar y aprender, y creo que Cataluña, en cierta medida, es un ejemplo en eso, porque —y de eso tampoco se tienen que olvidar ellos— está hecha con emigrantes del resto de España. Lo que pasa es que de este lado también hay una ignorancia impresionante de lo que es Cataluña. Pero bueno, eso es conocer la historia y conocer  la literatura, porque si la gente leyera a Casavella [Francisco Casavella] sabría lo que es un charnego en Cataluña, si leyera a Juan Marsé, a Galdós o a Chirbes… ¿me entendés? Volvemos a lo de siempre. ¿Es importante la literatura? Claro que lo es. Lo es, para lo que comentábamos antes, para entender al otro, para ponernos en la piel del otro, para no generar odio, sino comprensión. Si hubiera más de eso, ahora tendríamos menos problemas.

El odio que se está sembrando ahora va a tener unas consecuencias que no sé dónde van a llegar. Me da una rabia enorme cómo lo han utilizado políticamente los dos bandos para enfrentar a los pueblos, porque ha sido así. Ha sido un enfrentamiento político que ha enfrentado a los pueblos.

De todas formas me interesa la política, pero no puedo dar una opinión autorizada al respecto. Es un sentimiento, pero nada más. Me encantaría que no se separara, eso sí te puedo decir.

¿Te planteaste alguna vez entrar en política?

Sí.

¿En tu etapa de Barcelona o…?

No, ahora, en la última etapa. Cuando empezó Podemos para mí fue una esperanza, una oportunidad de cambio. Si bien mi candidato es Errejón [ríe], para mí ya es una esperanza que estén ahí, aunque no tenga un poder grande por ahora.

En esta última visita a tu tierra, ¿cuáles son esos recuerdos, esos pedazos de vida, como  decía  Benedetti, que te llevarás de vuelta a La Pampa?

Lo que más extraño es la tranquilidad de mi pueblo, de Val de San Román. Cuando no escucho más que unos pájaros y un perro que ladra a lo lejos, estoy en la  gloria. Eso es lo que más extraño de mi tierra.

Ahora me voy a quedar un tiempo en Madrid. Me apetece ver, qué se yo, olfatear un poco para ver cómo está la cosa. Ya veremos.

Violeta Serrano Leotopía

[1] Natu Poblet heredó, junto con su hermano, un negocio familiar fundado a finales de los años treinta por su abuelo, y logró convertir el local en todo un símbolo de la tradición cultural porteña. Falleció en junio de 2017.

[2] 

«Yo no sé dónde está el billete de retorno

fue cuando llegué hasta acá

que me explicaron

lo que era

no tener camino de vuelta».

Camino de ida (2016)

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