Habían pasado algunas semanas desde nuestro encuentro con el fotógrafo leonés Richard Le Manz, cuando se anunciaron para él nuevos reconocimientos internacionales. Se trataba en aquella ocasión de dos menciones de honor en los Monochrome Awards 2017, premios que distinguen las mejores imágenes en blanco y negro de artistas profesionales y aficionados. Durante nuestra conversación, el propio Le Manz ya opinaba sobre la enorme fuerza expresiva que la monocromía proyecta en las fotos, a las que reviste de «una sensación más tradicional, de mayor empaque, especialmente en los retratos».
Sus palabras también servían para reconocer la trayectoria de algunos de sus referentes artísticos como Man Ray (†1976), Ansel Adams (†1984), Chema Madoz, Sebastião Salgado, o Isabel Muñoz, maestros todos del encuadre y de la luz que encontraron su lugar dentro del blanco y negro. «Yo también lo utilizo a veces —nos decía—, dentro del camino de exploración en el que estoy ahora, pero necesito reflexionar más para llegar al punto en el que me quiero encontrar». Una reflexión que brota del alma del artista, se nutre de la experiencia vital y de la experimentación y sufre un turbulento proceso de cambio hasta que se apacigua, sólo temporalmente, en un estado emocional donde el autor se reconoce a sí mismo.
Richard Le Manz entretanto, avanza, habla a través de su obra, expone lo que siente y critica lo que ve. Antorcha Olímpica —una de sus dos menciones de honor en los citados Monochrome Awards—, es una expresión de contrastes. La armonía de la imagen y su limpieza visual choca violentamente con lo que representa, energía sucia procedente de un motor de combustión interna que aviva la descontrolada ambición tecnológica del ser humano.
En su manera de alzar la voz a través del arte, en su crítica, en su manejo de la metáfora, podemos acercarnos, al menos de manera superficial, a la mente del autor. Su malestar aparece representado de manera más clara y directa en Hacia el Abismo —también mención de honor—, donde Richard Le Manz imagina y dibuja con su cámara un escenario pulido, seco y resquebrajado, un desierto que refleja el cielo como un espejo futurista. El único ser vivo de la imagen es una jirafa con la mirada perdida al borde del precipicio, a punto de desaparecer mientras la conciencia y el medio ambiente se desvanecen.
RICHARD LE MANZ: EL HOMBRE TRAS EL OJO DEL FOTÓGRAFO
Antes de las grandes fotografías, de los premios y de los reconocimientos, antes por tanto de Richard Le Manz, sólo existía Ricardo Manzanilla Ramos (Las Ventas con Peña Aguilera, Toledo, 1971). Formado como ingeniero eléctrico industrial e ingeniero electrónico llegó a León hace más de veinte años y fue acogido como hijo adoptivo de de Veguellina de Órbigo, el pueblo de su pareja. Con un trato apacible y cercano, que conservará a lo largo de toda nuestra conversación, Ricardo recuerda de su Toledo natal que «en Las Ventas con Peña Aguilera pintaba acuarelas, carboncillos… me gustaba pintar desde pequeño y lo hice durante varios años en la adolescencia», y que la fotografía llegó más tarde. «Yo soy muy viajero, siempre lo he sido, he viajado a cerca de treinta países de todo el mundo, de manera que la fotografía empezó siendo para mí una faceta relacionada con el viaje y el descubrimiento de la naturaleza. El problema era que necesitaba saber un poco más…».
Es el año 2013, y Ricardo Manzanilla entra en contacto con la asociación leonesa FOCUS, un grupo de aficionados con varias décadas de experiencia en la mochila, dispuestos «a la divulgación de la fotografía desde un punto de vista artístico, apoyando el desarrollo de la misma en León a través de diversas actividades». Entre esas actividades destacan sus cursos de iniciación y formación, a los que Ricardo empieza a acudir con su cámara de aficionado. «Creo que FOCUS hace una enorme labor enseñando unos fundamentos básicos de la cámara que resultan muy adecuados. A partir de ahí fui mejorando mientras dejaba salir algo que llevaba dentro, una pequeña parte de artista que había ido abandonando por motivos laborales».
Con cada día, con cada disparo, con cada paisaje visitado, Ricardo Manzanilla aprendió lentamente a mirar con otros ojos. «Cuando empiezas, simplemente acumulas información hasta que llega un momento en el que comienza a trabajar la imaginación. No sé cuando sucede eso, supongo que es un proceso en el que te vas adentrando. Y cuanto más te sumerges en el mundo de la fotografía, más capacidad tienes de expresar lo que llevas dentro». El correcto aprendizaje siempre es un camino lento, a veces difícil de recorrer, donde es imprescindible el trabajo personal y el estudio de la obra de los maestros. «Es al ver muchas fotografías de gente de renombre, de personas que han pasado a la historia por sus trabajos, de referentes a los que estudias y tratas de comprender cuando efectivamente, consigues cambiar tu forma de mirar y de trabajar».
A partir de ese momento nació Richard Le Manz, una firma con sonoridad francófona pero que en realidad esconde su propio nombre y un recuerdo a su tierra de adopción: «Richard de Ricardo, Le de León y Manz de Manzanilla. Mi apellido es un poco largo, y cualquier artista que se precie tiene que tener un seudónimo… (ríe)».
Ahora el alumno se ha convertido en maestro, dotado del conocimiento y el prestigio suficiente para aconsejar a los que empiezan a asomarse al mundo de la fotografía desde una perspectiva que va más allá del selfie y del teléfono móvil: «Hay un error muy común en el principiante que es pensar que hay que cambiar de cámara rápido. No, lo que hay que hacer es conocer y dominar perfectamente la herramienta, sacarle todo lo que lleva dentro y sólo cuando sabes perfectamente qué es lo que te falta, plantearte un cambio. Si piensas que tus fotografías van a mejorar simplemente por tener una cámara mejor, estás equivocado». Ricardo aconseja leer el manual de instrucciones de la cámara tantas veces como sea necesario, «el de mi primera cámara hasta lo tenía subrayado», hacer muchísimas fotos y explorar, sin dejar de lado el proceso de edición, parte imprescindible de la fotografía digital.
LA AFICIÓN CONTRA EL OFICIO
Sentados en la plaza del Grano de León, donde las obras hacen mella en el empedrado, la conversación se prolonga y discurre de manera fluida. Richard Le Manz reconoce que el de la foto «es un mundo que me apasiona, así que me encanta hablar de ello». Y hablamos. Hablamos de la fotografía del paisaje, de la que busca motivos arquitectónicos, del modo en que su formación en ingeniería le está llevando a buscar otro tipo de imágenes «más conceptuales, más basadas en otras líneas», y también de la luz, que es esencia del oficio y materia de obligado estudio del que acaba de empezar: «Estamos ante el arte de captar la luz, un arte que juega con el tiempo y con lo que quieres fotografiar. Hay que dominar la luz y el tiempo, que puede variar desde una fracción de segundo a exposiciones muy largas de diez o veinte minutos. A partir de esos factores decides lo que quieres conseguir». La clave de su pensamiento se resume en que no es tan importante hacer una foto, sino el proceso que te lleva a ella. «Lo principal es pensar, porque la creación artística parte del pensamiento. En la foto de paisaje debes transmitir la belleza del entorno o tu propia visión de esa belleza, jugando con escenarios, horarios, el propio clima y las herramientas necesarias».
Es precisamente su afición a viajar lo que le impulsa a especializarse en la fotografía de paisajes, de la naturaleza y de sus gentes, a las que tan próximo se siente. Se dice que puede ser una afición tan cara o asequible como cualquier otra, que comienza por armarse con el mejor equipo posible —«en la foto de paisaje para mí es imprescindible la cámara junto con el trípode y los filtros»— y exige del fotógrafo el dominio de ciertas técnicas como la panorámica, el barrido o las ráfagas. Pero lo más importante es tener muy en cuenta que en este tipo de fotografías hay mucho tiempo de preparación y muy poco espacio para la improvisación: «Generalmente cuando hablamos de improvisación con resultados óptimos, estamos moviéndonos en un terreno que sólo pisan los maestros —afirma Richard Le Manz—. Los que no hemos llegado tan alto necesitamos pensar y no improvisar. En realidad hay una gran diferencia entre una fotografía pensada y otra improvisada».
Hablamos, por lo tanto, de una actividad enemiga de lo frenético, de lo inmediato, del gesto mecánico que nos empuja a disparar prestando más atención al pulso nervioso del dedo índice que al mensaje que puede aportar un encuadre adecuado. «El hecho creativo en sí mismo es eso, es tener que pensar y tener que reflexionar sobre qué quieres transmitir o qué vas a conseguir. Todos los fotógrafos que han conseguido un cierto reconocimiento lo han logrado gracias a la reflexión, al análisis y al pensamiento que conduce a la creatividad, a la obra adecuada».
El hábito o la deformación académica nos empujan a conducir la conversación hacia los dominios del periodismo, buscando la opinión de un fotógrafo que si bien se considera amateur y aprendiz, es capaz de desarrollar trabajos más propios de un profesional. «Lo más importante en una fotografía es que cuente una historia. Por eso es tan importante el trabajo del profesional, porque sólo él es capaz de contar historias que un aficionado no podría, aunque esta idea cada vez está menos valorada por la generalización de los teléfonos móviles». La irrupción del smartphone, con sus enormes posibilidades tecnológicas y comunicativas, fue lo que motivó el desarrollo de una figura que cada vez es más habitual en los medios de comunicación, el periodista-ciudadano, a medio camino entre el intrusismo y la necesidad, capaz de atrapar historias cuando se presenta la ocasión, pero sin el conocimiento necesario para interpretar y transmitir la información. Richard Le Manz se muestra tajante en este asunto al considerar que «por desgracia creo que se está defenestrando al profesional, y es algo que ocurre en muchos oficios. No sé por qué motivo parece que ahora todo el mundo puede hacer de todo, y no se valora adecuadamente la experiencia ni el tiempo dedicado a la formación».
Estas ideas nos conducen inexorablemente al universo de las redes sociales, herramientas inseparables del mundo contemporáneo para las que se ha dispuesto el título honorífico de imprescindibles entre periodistas y fotógrafos. ¿Qué opina Richard Le Manz de las redes de comunicación global? «Creo que dentro de la fotografía las redes sociales suponen una buena herramienta para mostrar tus éxitos… o fracasos. Pueden jugar una labor importante de promoción y en ese sentido me parecen estupendas, pero tienen otra cara. Personalmente no me gustan ni Facebook ni Instagram como altavoces, y últimamente las he dejado un poco de lado. Evidentemente el hecho de que se vea tu trabajo, se vean tus fotos, es una buena forma de promoción, pero para mí no suponen un termómetro fiable, porque a menudo es más importante el número de seguidores que tengas que la calidad de tu obra».
¿Y con respecto a la edición? En la era de la imagen, donde la estética es tan importante que a menudo se convierte en el vehículo de transmisión del mensaje, preguntamos al fotógrafo leonés si cabe la posibilidad de que la realidad quede desvirtuada tras los filtros digitales o las capas de Photoshop. «Creo que hay que establecer una diferencia que tiene que ver con la misión que tiene tu fotografía. Si eres un fotoperiodista encargado de captar la realidad, no deberías jugar con la edición, aunque siempre hay ciertos aspectos que se pueden mejorar como la luz, la exposición… pero en mi trabajo Photoshop es un aliado que no se debe denostar. Para mí Photoshop es el pincel del fotógrafo, una herramienta de edición que te permite mejorar el resultado de esa luz que has captado con la cámara. Cuando haces foto artística todo está permitido, la manera de captar la luz y cómo juegas con los recursos digitales que tienes a tu disposición».
VIAJES, PROYECTOS, PREMIOS
El día que estrechamos la mano de Ricardo Manzanilla —o de ese alter ego llamado Richard Le Manz que observa desde el otro lado del objetivo—, ya sabíamos que había visitado buena parte del mundo, aunque desconocíamos que algún latido de su corazón se había quedado amarrado a cada uno de aquellos paraísos perdidos. Hablamos de lugares, de escenarios, de culturas y no se cansa de repetir que «siempre estaría viajando». Resignado, confiesa que le gustaría poder volver a todos los países por los que pasó antes de 2014, porque «con lo que he aprendido estos últimos años, seguro que traería unas fotos mejores, mucho más impactantes». Ahora conoce la teoría, conoce las reglas del juego y sabe que «para conseguir buenas fotografías de viajes, debes integrarte en la sociedad. Para eso hace falta tiempo. A veces, mucho tiempo. Hay algunos fotoperiodistas que viven donde están trabajando porque es la única forma de poder reflejar la realidad del lugar. Pero en mi caso, los viajes que yo planifico suelen ser de tres semanas, y tengo que llevar en la cabeza las fotografías que quiero hacer».
Ricardo escoge sus destinos atendiendo a los pocos paraísos naturales que quedan en el mundo, «cuanto más vírgenes, mejor». De su primer viaje a Kenia en 2001 y de otras visitas al continente africano conserva recuerdos muy vívidos, que parecen proyectarse en su memoria hasta desatar la emoción. En sus manos ponemos el retrato de una niña con el rostro mojado y la mirada del mundo, pena y felicidad a la vez, si tal cosa es posible. «Con la experiencia poco a poco aprendes a viajar, dejas de ser un turista, planificas y puedes descubrir gente como esta chica. Titulé la imagen Un Momento de Felicidad. Quizás fuera la primera vez que ella contemplaba personas blancas. Era una cosa…».
Ricardo no ha soltado la foto mientras habla. Visiblemente emocionado, se lo hacemos saber. Él sonríe… «Sí, es que me he quedado impactado, me ha traído muchos recuerdos, recuerdos fabulosos. Me ha llegado, me has dejado fuera de juego. La verdad que son experiencias irrepetibles… En Occidente somos unos privilegiados y no nos damos cuenta». Confiesa que posiblemente esta fotografía y otras similares pasen a formar parte de su nuevo proyecto, Descubriendo Experiencias, una selección de instantáneas «que tengan alma» procedentes de su archivo fotográfico de años. «La idea es tratar de transmitir esa experiencia a la gente. Me encantaría que terminara como un libro y como una exposición, y estoy en ello, estoy seleccionando, editando… Tengo la intención de que toda esa experiencia no se pierda».
Pero si hay un proyecto del que Richard Le Manz se siente orgulloso por ser uno de sus máximos impulsores es Nepal Will Rise Again, un conjunto de acciones de carácter audiovisual encaminadas a conseguir fondos para la reconstrucción del país tras la destrucción provocada por el terremoto del año 2015. «La primera vez que fui a Nepal fue un año antes, en 2014, para visitar la zona del campo base del Everest y los lugares básicos de escalada de los Himalaya. Podéis imaginar que allí los paisajes son brutales, espectaculares. Yo estaba empezando a conocer un poco el mundo de la fotografía, todavía no sabía mucho, aunque ya tenía la intención de hacer una exposición mostrando aquel entorno». Quiso la fatalidad que mientras se preparaba la muestra, ocurriera uno de los mayores terremotos que ha conocido la historia de Nepal, con casi ocho puntos en la escala sismológica y un epicentro próximo a la capital del país. Dejó miles de muertos, un paisaje en ruinas. «Pensé que si usaba las fotos que me había traído de allí tendríamos una oportunidad para intentar ayudar. Gracias a FOCUS pudimos hacer un calendario solidario que se vendió bastante bien y un evento en el hotel Quindós al que se unieron otros fotógrafos. Recaudamos muchos fondos».
La ayuda ante la catástrofe nunca es suficiente y Ricardo apuntó más arriba. «Acudimos a Jesús Calleja, hicimos un sorteo de prendas que él nos donó y reunimos 3.000 € para el proceso de reconstrucción. En diciembre de 2015 volvimos a Nepal y encontramos un país desolado. Al caos se le unió un bloqueo fronterizo por motivos políticos entre Nepal y La India, que impedía el paso de los productos de primera necesidad. Documentamos la situación y tuvimos la suerte de acceder a Asmita», una trabajadora textil nepalí que sirvió como hilo conductor de un documental que lleva su nombre y en el que se puede apreciar la situación cotidiana de los ciudadanos tras el terremoto.
En el último viaje a Nepal los promotores del proyecto llevaron una nueva suma de fondos que se habían recaudado con mas eventos y exposiciones, y comprobaron que la reconstrucción del país estaba en marcha. «Aunque queda mucho por hacer, estamos orgullosos de haber podido ayudar un poco. Para mí ha sido una de las cosas más gratificantes que me ha dado la fotografía. El valor de aquellas fotos es incalculable, mucho más que el de los premios que pueda ganar».
Como reconocimiento público a la excelencia de su trabajo, esos premios fueron llegando casi desde el principio, en forma de exposiciones, puestos honoríficos en concursos nacionales, participación en libros y calendarios y menciones internacionales, como la de la serie de la plaza del Grano en el International Photography Award de 2017, o el tercer premio en el Nacional «Salamanca» de Fotografía Agrícola y Ganadera. Solo el autor puede explicar la motivación y el significado de su obra, de modo que dejamos sobre la mesa sus últimas grandes fotos, observamos y escuchamos:
De manera insistente ha destacado la importancia de la reflexión en la explosión de la creatividad, pero para Richard Le Manz existe otro elemento clave: la soledad. «Creo que las mejores ideas nacen de la soledad, la quietud y el silencio. Por eso me gusta mucho la foto nocturna, me da pie a pensar y a estar tranquilo, algo que echo mucho de menos en mi vida diaria. Quizá es un problema de nuestra sociedad. La gente reflexiona muy poco sobre hacia dónde vamos y quién queremos ser». Esa necesidad también refuerza su vínculo con el mundo natural, con la defensa del lugar del que procedemos, que si bien ha existido siempre, se convierte en algo imprescindible al pensar en imágenes y en el modelado de las ideas. «Creo que nos falta espiritualidad y que hemos perdido el hilo que nos une con la defensa de la naturaleza. Sólo allí se respira una tranquilidad inmensa. Ojalá algún día sea capaz de encontrar el alma de la naturaleza en la fotografía».
Por eso durante todo este tiempo Richard Le Manz se ha especializado en la fotografía de paisajes. Pero una vez dominada la técnica, ha decidido mirar hacia otro lado, hacia la némesis del mundo natural: «Me horroriza la idea de la ciudad deshumanizada que no crece atendiendo las necesidades de los humanos, sino de los automóviles. Quiero explorar esta idea, ¿por qué hemos creado estas ciudades? ¿Por qué no hay más plazas del Grano? El coche es el protagonista de la ciudad y también es un símbolo de nuestro tiempo. Quiero incitar a que la gente piense en todo esto».
Sin perder un atisbo de originalidad su arte se torna más conceptual, se libera de las ataduras, lanza mensajes más certeros y con mayor intencionalidad. Muestra, apunta, critica, pero mantiene una belleza estética difícil de igualar. Antorcha Olímpica y Hacia el Abismo, sus dos menciones de honor en los Monochrome Awards son buenos ejemplos de la nueva tendencia creativa de Richard Le Manz. No deberíamos perder de vista sus pasos porque a buen seguro, pronto volveremos a tener buenas noticias. Hasta entonces, tal vez se anime a volver al origen, a lo natural, a capturar entre horizontes la luz del cielo. Porque como él mismo afirma, «tenemos mucha suerte de la naturaleza que hay en León. Por eso es un sitio ideal para vivir y para fotografiar».
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