Historia & Arte, Música, Sociedad — 22/10/2018

María Diez y el arte de fotografiar la música

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Acercarse a la obra de un fotógrafo es hacerlo a través de sus ojos, de sus deseos e intenciones, de su forma de mirar. Últimamente María Diez se ha dedicado a mirar la música, aunque jamás ha querido ajustarse a los límites de alguna realidad. Ha retratado la naturaleza en blanco y negro, no ha dejado de viajar, contempla el tiempo como si fuera una sucesión de instantes únicos y es capaz de atrapar cada pulso de luz, para modelar con él las sombras de los cuerpos opacos.

María Diez Ruiz (León, 1951) es, a día de hoy, una de las fotógrafas leonesas más respetadas. Se confiesa solitaria en el trabajo, pasional con la cámara en mano y autodidacta, motivo por el que valora especialmente la formación y el aprendizaje: «Cuando yo empecé —recuerda—, acudía a una biblioteca fotográfica de intercambio de libros que había en Josanz. Estábamos entonces en la era analógica. Creo que lo leí todo, lo estudié todo. Cogía un libro, hacía mis apuntes y lo cambiaba. Después compré más libros especializados, sobre iluminación, retrato, todas esas cosas».

María Diez Leotopía

En esta profesión el aprendizaje técnico abre las puertas de la creatividad, y María Diez confiesa haber aprendido mucho leyendo, pero también compartiendo dudas y momentos con otros fotógrafos. Su camino comenzó a finales de los setenta, cuando cayó en sus manos su primera cámara réflex. «Era una Pentax que había venido de Estados Unidos. Me la vendió Manolo Martín, el fotógrafo de Foto Exakta. Fue una cámara con la que disfruté muchísimo, pero ya no la conservo. La vendí para cambiar de equipo, una barbaridad que desde luego, hoy no hubiera hecho».

También lamenta haber perdido la cámara que usaba para inmortalizar lo cotidiano antes de que la fotografía entrara en su vida como un vendaval, «una joya, una cámara de fuelle francesa de mi padre con la que hice las primeras fotos a mis hijos», confiesa. Los tiempos han cambiado, evolucionan al ritmo del progreso tecnológico, y el mundillo de la fotografía no se ha quedado atrás. La digitalización del sector trajo consigo novedades como los procesadores, el autoenfoque, el sensor reemplazando a la película fotosensible o las tarjetas de memoria como soporte de almacenamiento orientado a la informática. Y entretanto, la afición por hacer fotos se democratiza sin parar.

María Diez Leotopía

 

¿CANONISTA O NIKONISTA?

Aunque no son, ni mucho menos, las únicas marcas productoras de material fotográfico del mercado (Pentax, Sony, Fuji, Olympus o la mítica Leica son solo otros ejemplos), es cierto que las japonesas Canon y Nikon son las más populares entre los usuarios, que se baten amistosamente en facciones de canonistas y nikonistas por tratar de determinar cuál de las dos ofrece las mejores prestaciones. María Diez dispara con una cámara Canon desde que retiró aquella vieja Pentax con la que aprendió a retratar, aunque huye de este tipo de debates. «Me pasé a Canon porque conocía a un amigo que tenía la misma cámara y conocía sus prestaciones. En la fotografía, el mimetismo es una opción habitual. Si hubiera conocido a alguien que usara Nikon, ahora yo sería nikonista», afirma divertida.

María Diez Leotopía

Cuando la vemos trabajar en el interior de un salón, se desliza silenciosa como una sombra, moviéndose de un lado a otro con su cámara y los dos objetivos que suele emplear, un 24-105 milímetros todoterreno, y un 70-200 milímetros para acercarse al detalle desde lejos. Se ha desprendido del trípode y solo emplea el fogonazo del flash cuando la luz se empeña en mostrarse esquiva, porque según dice, «el peso del material es un problema en la fotografía, y poco a poco me lo voy quitando de encima».

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Opinan los maestros que no es la calidad de la cámara la que hace la fotografía, sino el ojo y la destreza del fotógrafo. Por eso indagamos para volver al momento en que María Díez aprendió a mirar: «Me di cuenta años después, revisando fotografías antiguas y sobre todo diapositivas. Vi que no eran las típicas imágenes de viajes o paisajes».

 

La diapositiva te devuelve lo que tú has hecho. Es perfecta y me gusta incluso más que lo digital

A propósito de las diapositivas, tiramos del hilo para recordar un formato que ya es un capítulo más en el libro de la historia de la fotografía. Proyectadas sobre una pantalla blanca, las diapositivas destacaban por la fuerza del color y la nitidez de la imagen, a lo que hay que sumar un halo de romanticismo nostálgico del que jamás podrán desprenderse. María es una de esas fotógrafas que afirma haber disfrutado y mucho de la diapositiva: «¿Sabes por qué? Porque la diapositiva te devuelve lo que tú has hecho, algo que no obtienes con una foto en papel. La diapositiva es perfecta y me gusta incluso más que lo digital. El problema es que necesitas toda la parafernalia que ya conocemos para poder verla».

 

LA FOTÓGRAFA LEONESA

Repasando las imágenes que María Diez colgaba desde 2008 en su blog personal —antes de dar el salto y afianzar la presencia de su obra en las redes sociales, de las que por cierto reniega «porque matan la calidad de la fotografía» al tiempo que reconoce entre sus ventajas «la inmediatez y el sentido multiplicador de la información»—, descubrimos a una amante de León, del paisaje y el claroscuro, de la cotidianidad emotiva y del juego con la luz.

Al consultarle por sus referentes, por aquellos artistas a quienes admira, pone muchos nombres sobre la mesa. Nosotros intuimos a Vivian Maier (1926-2009), la fotógrafa que no revelaba sus carretes y retrataba la vida en las calles de las capitales norteamericanas, pero hay mucho más: «Yo empecé con el paisaje y es lo que adoro. Por eso mi gran referente siempre será el gran Ansel Adams. Voy a Madrid con frecuencia y eso me permite ver muchas exposiciones. Hay obras que me han dejado impactada. Conozco bien las de Cristina Rodero (Agencia Magnum) o Isabel Muñoz (Premio Nacional de Fotografía). El trabajo, la dificultad… A mucha distancia, claro, me identifico un poco con la obra de Cristina Rodero en el sentido de la fotografía espontánea, la que busca el movimiento y el instante en que suceden las cosas. Es todo un referente para mí. Luego hay otros muchos, Robert Capa, Cartier-Bresson…».

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Como leonesa, es de suponer que su objetivo ha apuntado en no pocas ocasiones a los detalles en piedra de la catedral, pero coincidiendo con otro de los grandes fotógrafos de León, Richard Le Manz, ella también se decanta por otro espacio de la ciudad: la plaza del Grano. «Es un rincón íntimo, nuestro, casi desconocido hasta hace poco. Ibas allí y era como estar en tu casina, no sé. Aparte, yo pertenecía a la parroquia del Mercado y para mí conserva un gran valor sentimental. Contra los sentimientos no se puede razonar mucho. En cuanto a la catedral de León, me gustaría poder fotografiarla desde dentro, poder aprovechar la hora del mediodía cuando la luz entra por las vidrieras».

Al contrario que Le Manz, habitual ganador de premios fotográficos, María escapa de la rueda de los concursos, según dice porque «quiero disfrutar, no quiero sufrir haciendo esto, llevarme un disgusto si no me seleccionan… Yo soy una afortunada, no tengo nada más que hacer que disparar y disfrutar».

Selecciono mucho, miro y desecho, hay que ir educando poco a poco al ojo hasta que ya sabes lo que va a salir

Y dispara pocas fotos. Según dice, «selecciono mucho, miro y desecho, hay que ir educando poco a poco al ojo hasta que ya sabes lo que va a salir». Un ojo que mira en color y en blanco y negro, trabaja los matices por igual y le lleva a la conclusión de que el empleo de la monocromía debe tener un sentido estético o al menos, emotivo: «Para mí el blanco y negro no tiene otra ventaja que el hecho de que lo requiera el reportaje que estás haciendo, como por ejemplo en el caso de los músicos (exposición Cuando miro la música, de María Diez y la Fundación Eutherpe). No soy de esos fotógrafos que piensan que se expresan mejor quitando el color. Para mí todo depende».

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EL PAISAJE, LA MONTAÑA DE LEÓN Y SUS HERRAMIENTAS

María Diez ya se ha confesado amante de la fotografía de paisaje, la que refleja a un tiempo inmensidad y quietud resumidas en un solo instante. Cuando la luz cambia a cada segundo y el horizonte es una pared tan lejana que recuerda al infinito, el fotógrafo se pone a prueba. ¿Qué es lo más difícil?, preguntamos: «Todos empezamos con la fotografía de paisaje, aunque creo que es lo más complicado. Hay que tener muy en cuenta el encuadre, pero sobre todo la luz. Sin luz no hay fotografía, y en el exterior hay que buscarla. A veces esperas una puesta de sol durante una hora y cuando te das cuenta se te ha ido. Otras veces parece que la luz te da un capricho en medio de la naturaleza».

Si hablamos de un refugio hacia el que poder escapar, en el que esconderse del barullo, María lo tiene claro: «La montaña de Riaño, en León, es mi lugar en el mundo. Sin duda es lo que más he fotografiado en mi vida y aquellos paisajes salieron en mis primeras fotos impresas».

Nuestra conversación es un constante vaivén, saltos en el tiempo de atrás hacia adelante, como si estuviéramos pasando lentamente las páginas de un álbum repleto de antiguas fotos. Contemplamos un instante, el recuerdo se activa y queremos ir hacia él. María Diez regresa habitualmente a la montaña de León pero, ¿dónde volvería a disparar su cámara con los conocimientos que tiene hoy? «A la Montaña Amarilla de China —responde de inmediato—. Es un sitio mágico para hacer fotos, increíble. Solo estuve tres días y me arrepiento de haberle sacado poco jugo. Creo que a los sitios hay que ir más de una vez para poder extraer su esencia».

Por eso María regresa a Riaño, al monte Ranedo en Lario o al molino de maíz de Corao (Asturias), todo un hallazgo y uno de sus escenarios favoritos: «¿Tú sabes la luz que tiene ese molino dentro? No importa la hora del día a la que vayas. Además siempre hay polvo, por lo que la luz entra tamizada… tengo unas fotos maravillosas ahí».

A veces, solo a veces, la luz y las sombras se alían con el entorno ofreciendo al fotógrafo un instante único y maravilloso, que hace que las palabras pierdan todo su sentido expresivo. Pero normalmente, lo que la cámara atrapa se puede mejorar delante del ordenador, y ahí entramos en el delicado terreno de la edición fotográfica. ¿Es conveniente? ¿Ético? ¿Distorsiona la realidad o imprime carácter a una foto insustancial? «Yo creo que las fotos se deben editar —opina María Diez con firmeza—. De todas formas, no se puede comer una paella exquisita con mal arroz y pescado podrido. Una mala foto seguirá siendo mala después de pasar por Photoshop, y de la misma manera, una buena foto se puede estropear en el proceso de la edición. ¿Dónde ponemos el límite? Donde yo quiero. O donde me dice la foto. Dominar la edición es muy difícil, por eso admiro tanto a los fotógrafos que son capaces de editar de manera extraordinaria sin que se note en el resultado final».

María Diez Leotopía

Quien haya intentado ir más allá con la fotografía, experimentando con el material emocional, tratando de dejar una rúbrica personal y al mismo tiempo reconocible, será capaz de valorar la importancia de la concentración, de la preparación mental, de la entrega individual a un ejercicio que consiste en ver las cosas de un modo distinto. Artistas fotográficas contemporáneas de la talla de Lupe de la Vallina hablan de la importancia de la música como inductora de atmósferas y sensaciones, pero María se muestra más pragmática: «No uso música ni siquiera en el momento de la edición. Cuando trabajo solo pienso en la fotografía. No quiero que nada me distraiga». Tal vez por eso, porque es capaz de mirar desde dentro sin interrupciones, ha sido capaz de retratar, en su último proyecto, el lugar en el que habita la música.

 

MARÍA DIEZ Y LA FUNDACIÓN EUTHERPE

La ciudad de León tiene en la sala Eutherpe (C/Alfonso V, nº 10), uno de los mejores escenarios donde poder disfrutar de la música clásica. Artistas de todo el mundo, profesionales virtuosos y jóvenes entusiastas, se acercan a la capital leonesa atraídos por la fidelidad del público y la cercanía que ofrece la mano amable de Margarita Morais, presidenta de la Fundación Eutherpe.

María Diez Leotopía

María Diez era parte habitual del público de la sala desde 2007, año en el que regresó con su familia a vivir a León, pero no fue hasta siete años después cuando empezó a colaborar con el proyecto cultural. «Recuerdo pasarlo fatal en el primer concierto. Tocaba la pianista Alice Burla, extraordinaria, y quería sacarla todo el tiempo; cuando entraba, cuando saludaba… quería sacar hasta las ruedas del piano (ríe). Desde entonces he cubierto alrededor de doscientos conciertos, en los que hago fotos pensando en los artistas pero también en mí misma. Las fotos que más me gustan son las que me permiten mostrar la música dentro de la fotografía».

La foto siempre me la da el músico

Las imágenes revelan su interés por los detalles, por la composición y la armonía, por atrapar en un parpadeo de obturación el instante preciso en el que la pasión se desata. «A veces siento que quiero capturarlo todo, que no se me escape ni una sola nota. Esas son las mejores sesiones, aunque yo creo que la foto siempre me la da el músico».

 

Fruto de la colaboración entre María Diez y Eutherpe surgió el proyecto Cuando miro la música. «Llegó un momento en el que teníamos un material extenso de buenas fotografías, y Margarita Morais, que siempre achucha y anima, pensó que sería buena idea organizar una exposición para promocionar la sala». A partir de ahí comenzó un lento proceso de maduración de ideas que tomó forma en un crowdfunding para recaudar dinero de mecenas voluntarios. El modo de agradecer cada donación sería regalando un catálogo de la muestra. «El libro fue adquiriendo más y más peso, hasta llevarse más de la mitad del presupuesto disponible. Porque al final no hicimos un catálogo sino un libro de arte  que es la mejor manera de presentar, de modo atemporal, las actividades de la Fundación».

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La fotógrafa reconoce que todo esto ha sido posible gracias al trabajo y a la generosidad de la gente, y casi sin querer descubrimos a una María emocionada al recordar los duros meses que han quedado atrás, un tiempo que también dejó maravillosos regalos. La exposición Cuando miro la música no solo se convirtió en un libro, sino que motivó también una agenda de eventos musicales en León que habrían hecho las delicias de cualquier capital cultural del mundo. «Ha venido mucha gente con un caché altísimo, con agendas repletas y ciclos de conciertos ya organizados. Muchos venían una noche, actuaban y se marchaban rápidamente porque tenían otros compromisos». Son casos como el de la soprano Emma Gómez y la pianista Mariela Rodríguez, a quienes pudimos disfrutar en la sala del Edificio Pallarés de León en un acto cargado de emoción y cariño.

María Diez Leotopía

La exposición, nacida a partir de una selección final de más de cuatrocientas fotografías «que no solo dependían de la calidad, sino del ritmo y del sentido que le queríamos dar a la muestra», ya ha pasado por el Museo de León y por el campus de Ponferrada, pero la intención es que siga viajando. «Quiero que de alguna manera vaya a Madrid. Me haría mucha ilusión verla en La Tabacalera, un espacio expositivo que me encanta, con una luz… pero ya veremos».

Mientras la exposición Cuando miro la música busca nuevos destinos en los que dejar boquiabiertos a los visitantes, María Diez continúa disparando con su Canon a los músicos que pasan por la sala Eutherpe de León y a los paisajes adornados por el juego interminable de la luz y la sombra.

Pertenece, y lo seguirá haciendo, al gremio de los que tienen el poder de congelar el tiempo, de los que atrapan las píldoras de belleza y drama que cada día caen al mundo, de los que resumen el complejísimo significado de una emoción en una sola imagen. Será así porque lleva dentro el sano veneno de la fotografía y es capaz de ver un mundo distinto: el que sólo se puede contemplar por el visor de su cámara.

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