Alberto Díaz es el alma, el motor y la fuerza que empujan a Made in Slow, una empresa asentada en el sector textil desde 2014 que añade a la calidad de sus productos, una nueva forma de diferenciarse de la competencia. Cuando la economía rural atraviesa un periodo de franca decadencia y el futuro dista mucho de ser halagüeño, Made In Slow fortalece el vínculo con la tierra, con ese patrimonio agropecuario tradicional que a duras penas sobrevive en algunos pueblos, y que en las últimas décadas, trata de ser reconocido como parte de una manifestación cultural en proceso de extinción.
Con los pies firmes allí donde brotan las raíces y la mirada fija en las grandes capitales de la moda, Alberto pretende, a través de Made in Slow, reinventar el concepto de la manufactura favoreciendo a los pequeños productores que saben tratar con mimo y destreza la materia prima, al tiempo que busca el reconocimiento de algunas de las firmas nacionales e internacionales más importantes del mercado.
La clave de su éxito, un producto reconocido con características bien definidas: lana de oveja merina y además trashumante. Estas son las razones por las que no debes perderle la pista ni a él ni a su proyecto Made in slow.
1. Made in Slow es el resultado de más de veinte años de experiencia en el sector textil
El relato de Alberto Díaz comienza a los diecisiete años, cuando «tenía las ideas claras pero no la valentía que te da la madurez», y entró a trabajar en la fábrica de géneros de punto de su familia. Hace un cuarto de siglo, en León había cerca de una decena de fábricas de punto que descartaban y tiraban mucho material porque usaban maquinaria poco sofisticada. Alberto vio inmediatamente una oportunidad: «Cuando en la fábrica de mi padre acababan con la actividad, yo cogía la furgoneta y me pasaba por las fábricas a recoger ese excedente. Con la ayuda de un sastre, empecé a hacer jerséis para niños que vendía a tenderos ambulantes de Cantabria por quinientas pesetas. A nosotros la producción nos costaba noventa, así que era un negocio redondo. No duró mucho pero me hizo engancharme a la industria textil».
Después montó una fábrica, primero de camisetas, luego de ropa deportiva, más tarde de camisas y finalmente de punto, y tras arruinarse en dos ocasiones decidió especializarse en las labores de nudo o conexión entre los distintos actores del sector de la moda.
Ha trabajado con buena parte de las marcas que existen a nivel nacional: Inditex, Mango, Desigual, Custo Barcelona, Pedro del Hierro, Carolina Herrera, Bimba y Lola… «Me he especializado en punto circular y en manga». Un aspecto esencial de su trabajo es estar al tanto de las tendencias internacionales y adaptarlas a las necesidades de sus diferentes clientes, que en este caso son las grandes firmas que abastecen el mercado. «Trabajamos con fábricas con un nivel de calidad muy alto, y con otras de nivel intermedio pero con precios muy competitivos. Así elegimos a las más oportunas para hacer los productos óptimos para cada firma. Diseñamos la prenda con los equipos de programación. Yo intervengo en la fase de obtención de la materia prima, planteo un servicio de asesoramiento y estoy un poco pendiente de la producción hasta el momento de la entrega. Personalmente llevo haciendo esto veinte años con diferentes prendas, desde jerséis hasta camisetas o americanas».
Más allá de Alberto, Made in Slow no tiene empleados ni ayuda institucional que permita desarrollar su vínculo más tradicional. «A mí lo que me enseñó la vida es que un producto se tiene que vender por sí mismo», afirma. Su negocio se apoya en la colaboración con otras empresas, buscando en la medida de lo posible no perder ese carácter local: «La moda cambia, las tendencias cambian constantemente y tienes que tener una empresa muy camaleónica, que te sea fácil dar un giro. Eso no lo podemos perder nunca».
2. Favorece la recuperación de un sector tradicional
El proyecto nace de manera imprevista a través de la verdadera pasión de toda una vida, la representación teatral. Guionizando un cortometraje sobre la trashumancia titulado Placeres Olvidados que habría de presentarse en las jornadas gastronómicas de 2015 del bar leonés La Somoza, Alberto se reencontró con sus orígenes: «Yo conozco la trashumancia porque el padre de mi madre era trashumante-trasterminante en la zona de La Mancha. Eran nómadas, así que mi madre no tuvo la oportunidad de tener una casa ni unos estudios. Empecé a indagar sobre la trashumancia y me di cuenta de que el tema daba para un largometraje pero, ¿cómo lo financias en un sitio como León?».
Atando cabos llegó a la conclusión de que una posible vía de financiación para la película era creando un producto que tuviera relación con la trashumancia. Paso a paso todo terminó confluyendo en la lana. «Me entrevisto con los pastores, conozco sus preocupaciones, y cuando examino la producción a nivel técnico me doy cuenta de que, a pesar de haber tenido una red textil muy importante, un porcentaje altísimo de la lana merina que se produce en nuestro país se exporta, con lo cual hemos perdido el valor añadido del producto».
A pesar de contar con afirmaciones como las recogidas por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, según las cuales la trashumancia «aporta además de un mantenimiento en la diversidad de la flora autóctona, un aprovechamiento de los pastos y un mantenimiento de la fauna que coexiste con el ganado durante su traslado», Alberto reconoce que actualmente son muy pocos los ganaderos que hacen la trashumancia. «Hablas con los pastores y ves la situación, que la lana no se les paga y que al final, que suban a trashumar o no, no se valora de ninguna manera. Incluso hay complicaciones tanto a nivel burocrático como a nivel social. Los pastores dicen que esto se acaba».
Por lo tanto, el objetivo inicial no sólo pasaba por contribuir a que no desapareciera la trashumancia, sino también por recuperar esta práctica con siglos de historia. El índice económico determina el valor de todas las cosas, de modo que la única manera de ayudar a los ganaderos era consiguiendo un aumento en los índices de consumo de lana.
3. Potencia el valor de la ganadería merina
«De alta especialidad para la producción de lana, la raza merina se caracteriza por disponer de un vellón, blanco o negro según variedad, de características especiales, tanto en lo relacionado con la amplia extensión, que llega a cubrir todo el cuerpo, como con la excelente finura, rizado y otras particularidades de la fibra, que hacen que la lana sea el elemento diferenciador más determinante, respecto a otras razas». La descripción recogida por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, no deja lugar a dudas: la merina reúne las mejores condiciones para que la producción de su lana sea única en el mundo.
La oveja merina se origina en algunos espacios del sur y del oeste peninsular, y ya era pastoreada por estas tierras antes de la dominación romana. Además de constituir una parte indisoluble de nuestro patrimonio histórico, es necesario recordar que la mayor parte de la ropa de lana que usamos se fabrica con la materia prima de la merina, aunque la producción está lejos de aquí. «Está extendida por todo el mundo, por motivos económicos y por adaptación a todos los ecosistemas», continúa explicando la información del Ministerio.
Alberto Díaz destaca de la lana de oveja merina su composición, su elasticidad y la finura de las hebras. «Los componentes que tiene una lana merina no los tiene ninguna otra raza», afirma. Pero también lamenta que en España la ganadería merina esté alejada de todo cuidado: «Desde los organismos oficiales se fomentan selecciones, cruces genéticos y mezclas con otras razas para que den más carne. El sector está enfocado a la carne. El animal sufre y esto va en detrimento de la lana».
4. Apuesta por la innovación de calidad
En su permanente afán por la calidad del producto, Alberto Díaz se propuso la creación de un hilo propio. Tras tantear sin mucho éxito a algunos hiladores españoles, termina en Italia, país donde el proyecto recibe más atención; contacta con la empresa Boldi Filati, encuentra a un industrial que le apoya y convence a un hilador italiano para que produzca el hilo en España. «De otra manera no tendría sentido. No puedes sacar un hilado trashumante con lana merina española, con nuestra filosofía, y que se hiciera fuera».
Las hiladuras de Made in Slow se presentaron en 2015 en la feria internacional más importante del sector, el Pitti Filati de Florencia. La aceptación fue grande, sobre todo en el norte de Europa, Estados Unidos y Canadá. «Ya teníamos el hilo. A partir de entonces podíamos vender a cualquier marca del mundo que hiciera alfombras, abrigos o jerséis».
En 2016 ponen en marcha una marca propia, Las Hidalgas, nombre tomado de uno de los rebaños trashumantes más antiguos conocidos. Bajo este sello se ponen a la venta hilos propios destinados a las tareas de labor, certificados con ese carácter de la trashumancia, del vínculo cultural «que creemos que es el que la gente va a valorar y con el que nos vamos a diferenciar». Siguiendo esta tendencia, Las Hidalgas Home ofrecerá al público ropa de hogar, rellenos nórdicos que más allá de la pluma o el poliéster estarán confeccionados con lana de oveja merina trashumante.
5. Promueve la sostenibilidad económica, social y ambiental
Producir en España encarece los costes varios puntos porcentuales, pero devolver beneficios al mismo lugar del que se ha extraído la riqueza, es una apuesta personal de los impulsores de Made in Slow.
El mercado, y dentro de éste, el consumidor como activo determinante en el juego de la compraventa, tiende a exigir precios bajos, que sólo pueden obtenerse a través de una disminución de los salarios, de los intermediarios o de la calidad del producto final. «El precio es un factor esencial, y aunque trabajes para una Carolina Herrera los costes tienen que ser siempre mínimos. A menudo eso se traduce en que el beneficio final es también mínimo», comenta Alberto Díaz, quien apuesta por la alternativa del consumo sostenible: «Significa no consumir por impulso. El mercado, la economía, lo que hace es marcar tendencias constantemente para que tengas la necesidad de comprarte algo. Como tu economía no alcanza para comprarte ciertas cosas, hacen toda esta ropa low cost. La gente desconoce cómo y dónde está hecha la camiseta que se acaba de comprar».
Made in Slow plantea dar un giro a ese sentido único que parece seguir el mercado, apostando por una producción de cercanía, que resulte reconocible y transparente, y que trate de compensar los aspectos económicos con beneficios sociales. «Poco a poco he visto cómo ha ido desapareciendo el tejido industrial en nuestro país, así que preferimos quedarnos para impulsar nuestras empresas. ¿Cómo hacerlo? Lógicamente no puedes competir en precios, pero sí en calidad, en rapidez y en ejecución, así que nos hemos especializado en esto».
La feria Pitti Filati ha ido estableciendo distintos puntos de inflexión en la historia de este proyecto, y la celebrada en el año 2016 aportó un nuevo condicionante: «Nos dimos cuenta de que queríamos vender a las grandes firmas, pero nuestro producto encajaba más en una prenda hecha a mano que en una de confección industrial». Inmediatamente surge la idea de participar en un proyecto de creación de cooperativas de tejedoras, ubicadas en espacios definidos por la exclusión social. «Trato de cerrar el círculo y de que todo respire el mismo aire. Con estos condicionantes, si adquieres nuestro hilo podrás conocer el proceso, desde las ovejas hasta la lana, la cooperativa de tejedoras, su ubicación, su problemática, y de qué manera ayudas a esas personas con tu compra».
El trabajo de la lana implica un proceso en cadena con necesidades particulares, desde el esquilado a la clasificación, el lavado o el peinado, a los que hay que sumar otros tratamientos posteriores relacionados con el proceso de hilado o los tintes.
Sobre los beneficios ambientales que supone el rescate de este sector Alberto lo tiene claro.
Ante un proyecto tan ambicioso como este, es importante no dejar cabos sueltos, y en Made in Slow no olvidan poner parte de su atención en las posibilidades que pueda ofrecer el tratamiento del material sobrante del proceso productivo, así como de los productos ya manufacturados susceptibles de ser reciclados: «De la lana se aprovecha todo, no se desperdicia nada, y el reciclado es un boom en proceso de desarrollo».
Las exigencias tienen que estar a la altura de las metas fijadas, y deben extenderse al máximo por todos los eslabones de la cadena productiva. Sólo así se podrá tocar el éxito con los dedos: «Lo que hay que lograr es ser autosuficientes, no depender de ningún tipo de ayuda… Nuestro propósito es estar dos años de carencia hasta que estemos en el mercado. A partir del tercer año queremos pagar el 25% más al ganadero que lo establecido en las lonjas, y seguir aumentando hasta llegar en tres años al 75% más del valor que marque cualquier tipo de mercado. Con eso pretendemos que haya un rendimiento económico, que el sector no abandone la actividad. Podemos conseguirlo si participamos en mercados importantes, internacionales, que aprecien nuestro valor añadido».
6. Aúna pasado, presente y futuro
Sabemos por la historia que en la Edad Media, la lana era un textil de primera necesidad, y que fue durante la monarquía del rey sabio Alfonso X de Castilla, cuando se regularon los derechos y privilegios de los pastores en el Concejo de la Mesta. Las rutas que unían las montañas del norte con las dehesas extremeñas en las que reposaban los rebaños con carácter estacional, alimentaron esa práctica de la trashumancia que fue la semilla de la que brotó el proyecto Trashumance by Made in Slow. «Yo incluyo en esos desplazamientos del ganado tanto la trashumancia como la trasterminancia. La trashumancia hoy en día se hace en camión, pero la trasterminancia se sigue haciendo andando en viajes de tres o cuatro días maravillosos que mantienen ese encanto, ese contacto con la naturaleza al cien por cien».
Dado que, como reconoce Alberto, «no tenemos la lana más barata, ni tenemos la mejor lana, que está en Nueva Zelanda o en Uruguay», la apuesta es rodear el negocio de un matiz cultural que sólo puede entenderse alrededor del fenómeno de la trashumancia.
Una buena manera de llegar a todo el mundo en la sociedad del siglo XXI es a través de las posibilidades que ofrece la tecnología QR: «Certificamos cada kilo de producto, bien sea en hilo o en prendas, con la etiqueta ‘100% Made in Slow‘. Nuestro etiquetado lleva un código a través del cual se puede acceder a toda la información, de qué rebaño procede la lana de la prenda que llevas puesta, quién es su pastor, dónde trashuma en verano, en invierno, cuál es su filosofía…».
También se ayudan de las redes sociales para reforzar este sentido pedagógico que acaricia el proyecto, con un modesto diccionario que puede servir para aclarar términos y significados.
Zagal: Muchacho que ayuda al pastor a las órdenes del mayoral#vocabulariopastoril #transhumancebymadeinslow #trashumanciaviva pic.twitter.com/CuQyOSoEs5
— Made in Slow (@madeinslow) 5 de abril de 2017
En un ambiente como el leonés, tan fructífero para el ocio y la cultura, las posibilidades parecen no tener fin, y las iniciativas relacionadas con la trashumancia y su significado histórico deben sucederse como una necesaria obligación adaptada a los distintos rangos de edad.
Pitti Filati 2016 también sirvió para incidir en el aspecto educativo adaptado a los más pequeños. Con el apoyo del ilustrador Pablo Je Je, nació la idea de La Oveja Nómada, un pack de tejido a mano para vestir a un animalito de peluche, protagonista además de un cuento creado por el citado autor en el que se describe en sencillas imágenes, el proceso que rodea la producción de la lana.
Por ahora sólo queda esperar a que todas estas iniciativas, tan necesarias en la provincia de León, maduren con el paso del tiempo (made in slow), se asienten en la sociedad y permitan devolver cierto vigor a tantas tradiciones heredadas de siglos pasados, que en apenas unas décadas han sucumbido, víctimas del progreso y del cambio de rumbo de la sociedad moderna.
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